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La consolidación del Priorat

  • Redacción
  • 2002-10-01 00:00:00

Han pasado ya doce años desde aquel histórico 89, año en el que se elaboró el primer vino, y el nuevo Priorat continúa sorprendiendo. La fama de sus vinos se acentúa y cruza fronteras. A la llamada de la gloria, proliferan las nuevas empresas e inversores de distinta índole. Desde gente famosa a bodegas significativas en otros lares prueban fortuna en la resucitada comarca. Todo el mundo, desde el aficionado más básico al experto más especializado, nos hemos preguntado alguna vez si esto del nuevo Priorat no suponía otra cosa que la fantasía de unos cuantos locos soñadores, como alguna vez fueron calificados, o asistíamos en serio al renacimiento de esta gran zona vitivinícola. La cosecha del 89 fue elaborada en conjunto por los pioneros en Gratallops, y supuso el punto de partida para la resurrección de esta antigua comarca. Las circunstancias personales no dieron opción a la segunda cosecha en idénticas condiciones. Los cinco precursores vendieron sus vinos, cada cual por su cuenta, y el éxito de estos productos en el mercado constituyó la base del nuevo Priorat. Con mayor o menor fortuna en sus comienzos, René Barbier, con el Clos Mogador, Dafne Glorian, con el Clos Erasmus, Carles Pastrana, con el Clos de l’Obac, Josep Lluis Pérez Verdú, con el Clos Martinet, y Álvaro Palacios, con el Clos Dofí (ahora Finca Dofí). Quizás el punto clave para la rápida difusión de estos vinos fue el conocimiento del mercado extranjero por parte de algunos ex-socios (Dafne Glorian, cuyo esposo, Eric Salomon, es uno de los mejores importadores de vino en el mercado de Estados Unidos, además de René Barbier y Álvaro Palacios que conocían muy bien el secreto de estos difíciles ambientes). Así, hay vinos de estos primeros elaboradores que no se conocen, o se conocen muy poco, en el mercado nacional, dado que casi en su totalidad se buscan, cotizan y beben en el extranjero. Curiosamente, uno de los puntos donde resultó más difícil introducirse fue en la propia Cataluña. El ciclo se completó con la estupenda acogida que los grandes gurús de la prensa anglosajona dieron a estos vinos originales y plenos de fortaleza. Atrás quedaban, como barridos por un vendaval de viento fuerte y fresco (como acostumbra a soplar en la comarca), aquellos vinos clásicos, que agonizaban en las estanterías, siempre con una relación calidad/precio estupenda, y el resto condenado al limbo del mercado a granel. Aunque en el pasado constituyeron uno de los productos más demandados fuera de sus fronteras, en el año clave de1989 habían logrado sobrevivir algunos bodegueros con sus clásicos vinos. Como por ejemplo, los elaborados por Scala Dei, que gozaron de un prestigio justificado, como los magníficos reservas del llamado Cartoixa, con el buqué de viejas barricas que tanto se alababa entonces. O algunos de los peculiares vinos de los Hermanos Barril que llegaron a alcanzar en ocasiones hasta los 18º alcohólicos naturales. O Müller, más especializado en vinos rancios y dulces. O la Cooperativa elaboradora de vinos sencillos, pese a sus instalaciones nuevas en Gratallops. Y alguna que otra bodega con menos fama. A posteriori, han experimentado una gran transformación, como veremos más adelante. Un sueño a golpe de pizarra Pero ¿qué ha pasado desde aquel, a la postre, venturoso 89? Generalmente muchos de estos proyectos plenos de ilusión y esfuerzo, con un arranque igualmente fulgurante, no tienen el eco deseado en su propia tierra, y al cabo de poco tiempo muere con el falso fulgor de una estrella súper nova. No es el caso. En el Priorat ha prendido la llama del vino como una forma de vivir, como fuerza de atracción capaz de absorber de nuevo a una juventud otrora emigrante, que buscaba en la ciudad lo que su tierra les había negado. Como un largo rosario, todos los años desde el 91 arriban nuevos elaboradores, cargados de idénticas ilusiones y ganas de trabajar. En estos pocos años llegan los cambios, se multiplican las bodegas, los viñedos novísimos están a punto de dar sus frutos, y el Consejo Regulador de la Denominación de Origen continúa con bastantes dudas sobre la mesa. ¿Los nuevos viñedos darán la calidad exigida en este terruño? ¿Hay suficiente Garnacha o Cariñena vieja para todos? ¿Sobrevendrá un parón en el mercado de nuestros vinos, o bajará el precio? Son dudas más que razonables, porque la D.O. ampara unas 1.500 has., y el viñedo en producción llega a las 1.400 has. Si consideramos vieja una cepa con veinte años, sobreviven de este viñedo anciano unas 400 has. en todo el Priorat. Otras 200 has. más que alcanzan entre quince y veinte años, y 700 que se plantaron a partir del 90. El resto es mucho viñedo joven, cepas de dos o tres hojas, que algunas acaban de entrar en productividad. La cuestión es: ¿cuantos elaboradores sabrán o querrán adaptar esa materia prima diferente, para asegurar que continúe la calidad, requisito imprescindible, que ha llevado a estos vinos al olimpo en un tiempo récord? Los próximos años nos darán la solución, porque los vinos llevarán sin duda el peso de la juventud del viñedo. Existe un buen precedente, los grandes prioratos, los vinos que han llevado a la fama al nuevo Priorat, siempre han llevado en su mezcla un pequeño porcentaje de uvas procedentes de viña joven. Cabernets, Merlots o Syrah que tato han ayudado a dar el cambio rotundo. Pero hay un asunto en el cual los productores del Priorat no dudan en ponerse de acuerdo: es la prioridad que conceden a las inversiones en la viña. En nuestro fructífero recorrido por las bodegas y las tierras de la comarca, asistimos a una transformación del paisaje. No queda pueblecito que no se haya contagiado con la fiebre del viñedo: en los montes, en las empinadas laderas o los valles que componen esta silvestre comarca se palpa un movimiento enorme, máquinas y hombres enfrascados en la tarea de remover, abrir la pizarrosa tierra. Nuevas terrazas, nuevos desmontes, nuevas plantaciones. Desde los lugares más altos, desde donde se domina el Priorat, se puede ver la tremenda transformación de la tierra, en los cuatro puntos cardinales aparece, bajo nuestros pies o en la lejanía, la característica pizarra removida, sin la sombra de la vegetación, signo inequívoco de un futuro viñedo, casi lo único que se planta hoy en el Priorat. No sé si algún día la naturaleza cicatrizará sus heridas, el verde del viñedo hará más suave el impacto ambiental. Hoy por hoy se pueden apreciar obras faraónicas y modificaciones que rayan incluso en la agresión ecológica. Todo el mundo está inmerso en la ardua tarea de aumentar el viñedo, de modernizarlo hasta donde alcance el último euro invertido en el campo. Tanto los capitales pudientes como los más humildes bodegueros. Y esto se aprecia nada más entrar en las bodegas, ostensiblemente sencillas, se aprovecha cualquier rincón de la casa. La antigua cuadra, el viejo lagar o la fábrica otrora abandonada, todo sirve para guardar las relucientes tinas de acero inoxidable. No se presume de maquinaria sofisticada, ni mucho menos de lujo en las instalaciones. Los únicos signos de exquisitez, para ellos puramente imprescindible, son las barricas de crianza. Nuevas, resplandecientes, la gran mayoría barricas de roble de «boutique», con ostensibles marcas de famosos toneleros franceses en sus frentes, y guardadas con mimo en habitaciones dotadas de aire acondicionado. De apenas seis bodegas que había en los comienzos llegan a 43 en estos momentos, nombres que desembarcan con la ilusión de ver sus vinos entre los mejores del Priorat. Como la familia Capafons-Ossó que llegó casi en los comienzos de la nueva era, con su forma especial de entender el Priorat: sacar sus vinos al mercado después de pasar unos años de crianza en bodega. Porque la fórmula de venta que utilizaron los pioneros en el nuevo Priorat, desde su primer vino, era «a la francesa», en la que el vino se comercializa una vez embotellado, y la posible crianza en botella corre a cargo del cliente. José María Fuentes, con su Gran Clos, se puso a la altura de los buenos con relativa facilidad, y ahí sigue. Su gran sueño es hacer una bodega en medio de sus pizarrosos viñedos, porque ahora en su casa-bodega, en pleno pueblo de Bellmunt, no le cabe ni un pequeño depósito de mil litros más. Por el año 95 se puso en marcha la segunda fase de la familia Pérez i Ovejero: Cims de Porrera. Este vino nos ofreció la otra cara del Priorat, la que aparece plena de estructura, equilibrada acidez y aromas florales que aporta la Cariñena. Gracias a este proyecto entraron en escena Lluis Llach y su socio Enric Costa. Obras posteriores demostrarían que iban en serio en esto del vino. Como son los grandes vinos que producen en su otra bodega en Porrera, Vall Llach. Tanto el «Embruix» como el «Vall Llach» son un excelente ejemplo de vinos elaborados con uvas de «costers» (laderas), de uva elegida meticulosamente y de disminución del ya exiguo rendimiento a mínimas cifras de locura. Una gran repercusión tuvo la compra de Masia Barril por Pere Rovira. Y la verdad es que no defraudó. Porque aquellos vinos antiguos que hacían los Barril se tornaron en modernos, seductoramente carnosos, equilibrados, que guardaban, además, un resto de la personalidad de los pretéritos. Resultaron una excelente muestra del saber hacer de Toni Coca, el enólogo de la casa. La finca experimentó una transformación total, con la plantación de viñedo donde el terreno es adecuado, olivo donde no se palpa tanta pizarra, y, en fin, almendros, pinos y otros árboles para cuidar el paisaje. Posiblemente, se ha convertido en la mejor propiedad de la comarca, y se nota que es la niña mimada de la familia Rovira. Méritos ha hecho también Rafa Bordalás en la breve reciente historia del Priorat. Llegó a tutelar hasta seis bodegas, con el calvario añadido de la alcaldía de Gratallops. Últimamente solo cuida de su vino «Gueta Lupia», elaborado con un claro sentido de la armonía y la elegancia. Nueva ola de viticultores La tercera generación llega desde distintos frentes. Uno es Cristopher Canan, valioso exportador de vinos españoles y enamorado de estas tierras tarraconenses. Su última adquisición ha sido una finca situada al lado del Clos Mogador, de la que ya ha obtenido los primeros vinos. Han sido elaborados en la bodega de René Barbier y se llaman Clos Figueras y Font de la Figuera, un segundo vino. Los Barbier también hacen el Clos Manyetes, propiedad de un belga amigo de la casa, Luc Van Iseghem. El Priorat basa su enorme personalidad en la fuerza de la pizarra. Es una de las pocas D.O. españolas que se distinguen por la homogeneidad de su terruño. Es esa «llicorella» la que aporta el toque mineral a los vinos, y reduce drásticamente la producción de uva en aquellas salvajes y tortuosas laderas donde las plantas deben adaptar sus raíces para retener la poca agua de lluvia que el cielo concede. Por ello sorprende que bodegas como Viticultors del Priorat elijan dulces valles en el término de Bellmunt, donde la tierra se torna blanquecina, caliza y arenosa. Y se aprecia en sus elaborados, más suaves y fáciles de beber, salvo el que llaman «Prior Terrae», un vino con tonos minerales clásicos y personalidad. Dentro de poco asistiremos a la puesta de largo de las nuevas elaboraciones de las bodegas que se acercaron a esta tierra en los últimos años. Torres es una de ellas, Codorníu tiene muchas acciones en la bodega clásica Scala Dei, y la compañía donde ha puesto sus esperanzas Serrat, lo hará en un futuro cercano. En un recodo del tortuoso camino que lleva de Gratallops a Porrera, se distinguen los viñedos de Josep Puig, un hombre de gran experiencia en el mundo del vino, quien, después de su larga andadura en tierras del Penedès, ha puesto todas sus ilusiones en el Priorat. Viñedos de Ithaca es un hermoso proyecto que modela junto a su hija Silvia. Su vino llamado «Odysseus» aporta otra pieza al difícil rompecabezas de la zona, porque además de las uvas de rigor, el tinto contiene una proporción pequeña de la portuguesa Touriga nacional. Aunque suene a chanza, el Priorat hace milagros. La juventud comienza a valorar lo que su tierra ofrece, que de momento es mucho trabajo y duro, como significa el mantener cuidadas aquellas difíciles viñas. Hay un proyecto sugestivo auspiciado por el joven René Barbier, Sara Pérez y seis amigos, llamado «El Vuit» (el ocho). Entre todos compraron una vieja viña, y ya han elaborado su vino, que descansa y se hace mayor en la bodega de los Barbier. Pero la ilusión de la casa Martinet es la puesta en marcha de su nuevo proyecto en Falset. La plantación de un viñedo en una gran finca de la Serra Alta, situada en un monte de casi mil metros de altitud desde donde se divisa casi todo el Priorat. Más de setenta hectáreas plantadas en pura «llicorella». Allí se levantará otra bodega, donde se elaborará todo el producto de ese viñedo, parecido a un rompecabezas (aprovecha cuidadamente cada rincón de la finca) que funcionará independiente de Martinet. Magnífico porvenir, si ahora logran sobrevivir las débiles plantitas en aquel secarral. Toni Alcover, experimentado enólogo, emprende su camino en solitario, después de haber trabajado algunos años su vino Fra Fulcó, en el Celler de la Cartoixa, propiedad de Francesç Sánchez. Tampoco falta el vino ecológico de Josep María Albet y sus socios en Poboleda. Más de cien hectáreas de viñedo certificado para elaborar en Mas Igneus su variados vinos ecológicos. Nombres famosos que, junto a grandes desconocidos, contribuyen con sus buenas elaboraciones a la consolidación de esta D.O. Son la tercera generación de «priorateños» que buscan un lugar en el cielo. Pero el camino hacia la gloria no es fácil. Junto a los que ya han afianzado su posición con vinos que se codean con lo más florido del mundo, hay bodegas que todavía no han llegado a la calidad a la que ya nos tiene acostumbrados esta denominación. A sus vinos les falta carácter, o todavía transitan por aquellos caminos plagados de sabores y olores clásicos, rancios o con manifiestas carencias técnicas. La D.O. Qualificada, una ilusión polémica Chispas ha hecho saltar la iniciativa del Consejo Regulador de adecuar convenientemente la denominación de origen a su apellido «Qualificada». Locura para unos, estrambótico para otros, una gran ilusión para la mayoría que ha apoyado sin reservas este proyecto. La idea va más allá de cualquier denominación española. Se trata de ejercer un control sobre el viñedo y sobre sus productos, a modo de las grandes «appellations» francesas. El escalafón comenzaría con un vino genérico, que se denominaría Priorat. Sería el resultado de la materia prima recogida en toda la D.O. Inmediatamente superior sería un «vino de pueblo o de municipio». En este caso, para poder lucir tal contraetiqueta, la uva debería proceder solamente de ese pueblo, por ejemplo «Gratallops». Y después, como vinos especiales, vendrían los que se denominarían vinos de pago. Como es lógico, la uva sería exclusivamente de las cepas plantadas en ese pago; un ejemplo sería «Clos Mogador». El primer paso fue dado en junio pasado. Se cataron unos cincuenta vinos de la mayoría de las bodegas, los propios elaboradores ejercieron de catadores, y también acudieron algunos invitados. Sin duda fue una cata muy notable, aunque no despejó muchas incógnitas. Los resultados todavía no se han desvelado, no por falta de ganas, sino por difíciles. Hay un grupo que se opone al proyecto, porque considera que, por ahora, no aportará ventajas a los intereses de la D.O. Entre ellos se encuentran los elaboradores Carles Pastrana, José Manuel Fuentes (Gran Clos) como los más significativos. Éste último opina que «se debería buscar otra fórmula. Porque la división por pueblos no garantiza la calidad al consumidor, y en cambio puede crear divisiones dentro de la D.O. Me parece que lo que vale de verdad es la uva de ‘costers’ (laderas) y en altura. Aquí en Bellmunt es esclarecedor, las alturas poseen un terreno pizarroso tremendo, sin apenas suelo, y la producción es muy poca. En el fondo de los valles este terreno se torna calizo, arenoso o con arcilla, con mucha profundidad. ¿Cómo van a dar los dos la misma calidad?». Donde sí parece que hay avenencia es en la notable diferencia que existe entre varios municipios que componen la D.O. Diferencia en cuanto a las variedades. En Porrera domina la Cariñena, y en Gratallops la Garnacha, por ejemplo. También hay diferencias de clima. Mucho más cálido Bellmunt, y por tanto con una vendimia más temprana que Porrera, donde hay altitudes en las que solo la Cariñena es capaz de prosperar con éxito. Para los más escépticos, sin embargo, «el rollo» de la qualificada técnicamente no es otra cosa que una denominación cuidada. Las diferencias importantes respecto a las demás es que se embotella en origen el 100% del producto elaborado, que la materia prima se cotiza por encima de la media nacional en un 200% o que el 90% de las fincas están inscritas en el Consejo Regulador. Cualquier denominación de origen que cumpla estas condiciones, además de alguna otra, puede ser «qualificada». Pero no es solo esta materia la que crea polémica en el Priorat. Como una comarca joven y con fuerza, varias cuestiones se presentan en el futuro de la D.O. Por ejemplo un sector, de los más viscerales y desconfiados guardianes de la tipicidad, se cuestiona la posibilidad de prohibir que se plante una cepa más de las curiosamente llamadas «mejorantes». Esto es: Merlot, Cabernet, Syrah y compañía. Los mal intencionados dicen que todos los que argumentan este asunto ya tienen plantadas la suficiente cantidad para hacer sus «coupages». La conclusión de nuestro viaje es que el Priorat marcha felizmente, los vinos «antiguos» (cosechas 93, 94 ó 95) aguantan bien el paso del tiempo, aunque nunca llegarán a ser «matusalenes». Del 89 o del noventa no se puede opinar rigurosamente, estos vinos se elaboraron bajo otro prisma, y podrían emitirse juicios que perjudicarían la imagen de los vinos posteriores. Entre los elaboradores históricos hemos palpado cierta inquietud por el futuro de la D.O. Existen dudas lógicas de las intenciones que albergan los nuevos vecinos, de si todo su esfuerzo habrá resultado baldío o seguirá la misma filosofía de elaboración y las mismas premisas. Y buscar la calidad como norma. Por eso quieren edificar una denominación lo más sólida posible. Mientras, la vida en la intrincada y fascinante comarca sigue lenta, apacible e inexorable, prácticamente como en tiempos de los cartujos. Y se deja ver sobre todo en los servicios. En los hoteles y restaurantes. Esencialmente son los mismos que hace unos años, con la salvedad de dos restaurantes nuevos en Gratallops. Como hace años, para dormir está el hotel Sport, de Falset, casi como única opción, aunque a las once de la noche cierra la recepción. Para comer tenemos el restaurante Lo Cairat, que llevan Juli y Merçé como un faro en medio de la noche. Y aún con su ritmo lento, la vida sigue, ya está preparada la cuarta generación de bodegueros del Priorat. En breve nacerá el retoño de Sara Pérez, la de Martinet y el joven René Barbier IV, el bebé será todo un símbolo en el Priorat. ¿Será un signo de continuidad? Un negocio en alza El dinero para invertir llega de todo el mundo. Por eso es interesante el parecer de Salus Álvarez, un hombre muy versátil: alcalde de Porrera, presidente de la D.O.Q. Priorat, además de gerente de la bodega Vall Llach. Sabe lo que se cuece en los entresijos de la comarca. «No son fáciles estas tierras para el que no ama el vino» -nos dice rotundamente convencido-. «Hace unos años, en el 95 ó 96, vinieron, atraídos por la incipiente fama, bastantes inversores. Pero la mayoría percibía la gran voluntad que se necesita en esta comarca para poner a punto una viña». Los números cantaban, nos dice socarronamente: «de diez inversionistas posibles, solamente quedaba uno que veía futuro. Y es que el Priorat solamente acepta dos clases de inversores. Los que han nacido allí y poseen viñedo, por lo tanto lo tienen algo más fácil, o los que aman verdaderamente el vino. Es una forma natural de espantar a inversores «cazadotes». El costo para acondicionar esta tierra es infinitamente más alto que el de la mayoría del viñedo español. Si lo que se pretende es hacer las cosas bien, en pleno “coster” montañoso, de pendiente notable, para acondicionar la tierra se necesitan unos tres millones de pesetas (18.000 euros), terreno, derechos y plantación aparte.

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