- Redacción
- •
- 1997-10-01 00:00:00
Carchelo, Casa Castillo, Castillo de Luzón, Vega Jimena, Señorío de Robles, Sabatacha... Son marcas que empiezan a sonar fuera de Murcia. Cuando a partir de 1990-91 los jumillanos se dieron cuenta de que entre unos y otros comenzaban a hacer vinos dignos, comprobaron con horror que su propio nombre en la contraetiqueta era su principal enemigo para la comercialización. Jumilla, una denominación de origen histórica, con 42.379 hectáreas, la tercera D.O. de uva tinta más grande del mundo, después de Burdeos y Rioja, plantada en su mayoría con la uva autóctona Monastrell, había conseguido a pulso a lo largo de los años una increíble mala fama.
El reino de los graneles
Los granelistas dominaban la situación. Los clásicos vinos de Jumilla, de fuerte color oscuro, bastos, alcohólicos, eran excelentes para las mezclas. Aportaban a otros vinos más débiles color y estructura, y, además, con las viejas elaboraciones no aparecían prácticamente aromas varietales. El vino se vendía en cisternas y en barcos. Grandes empresas y potentes bodegueros se despreocupaban de etiquetas, y de comercialización; con descolgar un teléfono vendían un barco con un millón de litros. La Monastrell, se decía, es una uva de baja calidad, sin aromas y de fácil oxidación. En 1989, en la finca del Carche, de 74 hectáreas, se termina la bodega de Agapito Rico y sale su primer vino, el Carchelo del 89, de uva Monastrell. De repente se dio la vuelta a la situación. Con uva Monastrell se podía hacer un vino redondo, con potentes aromas florales y frutales. Premios en certámenes comenzaron a llover desde entonces sobre los vinos de Agapito Rico, para sorpresa de alguno de sus convecinos.
En Jumilla, en pleno altiplano murciano, con suficiente altitud para buenas diferencias térmicas día/noche, con escasa pluviometría, con suelos pobres pero sanos, y con una saludable influencia mediterránea, se pueden hacer buenos vinos. Simplemente hay que elaborarlos bien. La receta de Marcial, enólogo creador de los “Carchelos”, es simple: regar cuando se necesite; vendimiar en el momento óptimo para conseguir vinos de un máximo de 13 grados, es decir hacia finales de agosto y principios de septiembre, y no esperar, como marca la tradición, hasta octubre o el “puente del Pilar” cuando viene la familia de la ciudad a echar una mano, ya que entonces los vinos alcanzan 14 ó 15 grados. Y por último, vinificar con limpieza y control. Esta misma receta aplican Nemesio y José María Vicente, padre e hijo, que elaboran el Casa Castillo. Sus 260 hectáreas de viñedo propias, cuidadas con mimo, les permite hacer un vino que curiosamente compite con el Carchelo en cual de los dos obtiene el primer premio en cada certamen al que se presentan. Monastrell equilibrada, estructurada y aromática que acepta muy bien la crianza.
Los grandes también se apuntan
Las dos bodegas son la punta de lanza de “los nuevos vinos de Jumilla” con claro prestigio a nivel nacional. Pero no están solos, a estas dos pequeñas bodegas les acompañan los grandes mastodontes de la producción, que también han entendido que el mercado de graneles tiene los días contados. Induvasa, con su enólogo francés Jean François Gadeau, elabora el Castillo de Luzón. La familia Fernández, los Vega Jimena. La poderosa cooperativa San Isidro, con producción de hasta 12 millones de litros, los Sabatacha. Bodegas y Bebidas, con Alberto Pérez al frente, ha conseguido unos modernos Señorío del Condestable. Son grandes empresas que ganaron y aun ganan mucho con los graneles o los vinos de mesa, pero que van reservando partidas y seleccionando elaboraciones para los modernos jumillas.
Además, la presencia de variedades como la Tempranillo y Cabernet sauvignon, ya admitidas por la Denominación de Origen, están consiguiendo unos coupages sobre base de la variedad Monastrell que representará otro nuevo impulso a los vinos de la zona. Desde hace muchos años, Adrián Martínez, al frente de la Estación Enológica de Jumilla, está trabajando con estas variedades, así como con Syrah, y pequeñas parcelas de Merlot.
Que Jumilla está emergiendo es evidente. Pero su futuro depende de que se consolide su ascenso. Pero, ¿quién debe ser el motor, las pequeñas bodegas que controlan viñedo y elaboraciones al estilo de Agapito Rico y Nemesio Vicente, o las grandes y, en definitiva, emblemáticas bodegas jumillanas?
Para Agapito Rico el futuro pasa por la aparición de pequeños productores y elaboradores, ya que las grandes bodegas, que compran a docenas de campesinos y pagan por grado, jamás controlarán la base de un buen vino, que es su materia prima. A estos argumentos se opone Alberto Pérez, de Bodegas y Bebidas: “Es cierto que al comprar a centenares de viticultores no se puede controlar todo el estado de las uvas, pero al disponer de gran cantidad de materia prima podemos seleccionar la mejor para elaboraciones muy concretas y de calidad, destinando el resto a otro tipo de vinos”.
De momento no parece que vayan a surgir nuevas empresas, salvo Pedro José Martínez, prestigioso viticultor que tiene proyectada una bodega pequeña orientada a la calidad. Deberán ser las grandes empresas las que consoliden su giro hacia mejores elaboraciones si no quieren romper amarras con los pequeños pero poderosos remolcadores que actualmente tiran de todos portando la bandera de Jumilla: Carchelo y Casa Castillo.
Enrique Calduch