- Redacción
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- 1997-12-01 00:00:00
Las primeras vides cultivadas en territorio americano fueron implantadas precisamente en México en el año 1524, luego de que los colonizadores fracasaran en sus esfuerzos por lograr que este espécimen de origen mediterráneo se adaptara al clima de la isla de La Española, actual Haití. Fundada hacia finales del siglo XVI, la primera bodega del Nuevo Mundo es, pues, mexicana, y aún se mantiene en actividad: la casa Vinícola Marqués de Aguayo.
Sin embargo, y a pesar de la importancia que los colonizadores otorgaron al cultivo de la vid a medida que se iban asentando en México -pronto llegaron a plantar cinco mil viñedos para colmar sus necesidades religiosas y de consumo-, razones históricas y culturales han querido que hayan sido otros los países americanos los que impulsaran definitivamente la producción vitivinícola. Con 55.000 hectáreas de viñedo, en la actualidad México es el quinto productor del continente, a la zaga de los Estados Unidos, Argentina, Chile y Brasil. La mayor parte de este viñedo se destina a la producción de brandy -destilado del que México es el segundo productor mundial- y al consumo directo de uvas y uvas pasas; tan sólo el ocho por ciento se utiliza para elaboración de vinos.
La producción vitivinícola mexicana comenzó a emerger a partir de la década de los 40 gracias a los conocimientos aportados por la inmigración europea y a una importante protección oficial. Se reparte principalmente en cuatro regiones: Sonora, Lagunera, Región Central y Baja California. Con 7.500 hectáreas de viñedo, la región de la Baja California es la que produce los vinos de mayor calidad y la que cuenta con las características fisionómicas más adecuadas para ello. No por otra cosa, es la región que destina un porcentaje mayor de su viñedo a la producción de vinos -más de la mitad- y tan sólo un quince por ciento a la elaboración de brandy. Es, además, la que mayor interés suscita en firmas multinacionales como Freixenet y Allied Domecq, que ya se han asentado en la región, y la que cuenta con las bodegas mexicanas de más solera, como Bodegas de Santo Tomás, fundada en 1888.
EL VALLE DE CALAFIA
En la Baja California, en una zona que se extiende entre el sur de Tijuana y el norte de Ensenada, se encuentra el valle de Guadalupe, cuya cabecera se denomina valle de Calafia, y es la región más esplendorosa desde el punto de vista vitivinícola. Allí se cultivan 4.600 hectáreas de viñedo en unos terrenos desérticos, cercados por montañas y que reciben las brisas del Pacífico, lo que conlleva a unas condiciones climáticas similares a las de Europa meridional: veranos cálidos y secos e inviernos frescos y lluviosos. Con una producción que contempla diversas variedades (Cabernet sauvignon, Merlot, Pinot Noir, Zinfandel, Cariñan, Riesling, Chardonnay, Chenin Blanc y Sauvingon Blanc, entre otras), el valle de Calafia pertenece, además, a la zona que se conoce como “la franja mundial del vino”, que se extiende alrededor del globo entre los 30° y 50° en ambos hemisferios y a la que geográficamente corresponden los principales productores vitivinícolas del planeta: Francia, España, Italia, Alemania, Sudáfrica, Australia, Argentina, Chile...
Uno de los principales impulsores de la producción de vino en México, la casa Domecq está asentada en el país azteca desde 1954, cuando el empresario jerezano Pedro Domecq Rivero desembarcó en el Distrito Federal con el propósito de capitalizar la creciente demanda de brandy a través de la marca Presidente. El brandy Presidente se convirtió en la piedra capitular de la empresa Pedro Domecq México, que pronto se situó a la cabeza del mercado bajo la dirección de don Antonio Ariza.
En 1966 salía al mercado el primer tinto elaborado por Pedro Domecq México, denominado Los Reyes. Obtenido por un coupage de las cepas Rubí Cabernet, Barbera y Cariñan, el tinto Los Reyes tuvo una buena aceptación en el mercado mexicano y fue seguido en 1971 por un blanco y un rosado, elaborados con cortes de Cabernet sauvignon y Garnacha y Chenin, Colombard y Palomino, respectivamente.
DIVERSIFICAR Y CRECER
Los buenos resultados obtenidos animaron a la Casa Domecq a diversificar su producción vitivinícola. En 1977 lanzó el vino de mesa Calafia tinto -nacido de un corte de Rubí Cabernet, Zinfandel y Cabernet sauvignon- y blanco -obtenido por coupage de las cepas Chenin, Colombard y Riesling- y un año después se inició el proyecto para la elaboración de vinos varietales: Cabernet sauvignon, Zinfandel, Cariñan, Riesling y Chenin Blanc. La marca Château Domecq nació poco tiempo después para presentar producciones limitadas con las mejores cosechas de los viñedos del valle de Calafia, de cortes de Cabernet sauvignon, Merlot y Nebbiolo en tintos y de sauvignon Blanc y Chardonnay en blancos. La estrella de la casa es, indudablemente, el Château Domecq Cava Reservada, un tinto afrancesado de Cabernet sauvignon y Merlot.
La Casa Domecq completó su catálogo de vinos con dos blancos varietales, el Blanc de Blancs -varietal de Chenin Blanc- y Blanc de Zinfandel, varietal de Zinfandel vinificado en blanco, dos reservas con la marca Reserva Real -de cortes de Cabernet sauvignon y Barbera el tinto y de Chenin, sauvignon Blanc y Riesling el blanco- y, finalmente, con dos productos destinados al consumo de paladares que se inician en los placeres del vino, lo que en un país como México, cuya población posee el índice más bajo de consumo de vino en un país productor, representa un amplísimo espectro: los vinos jóvenes de corte -Chenin, Palomino y Ugni en el blanco, Cariñan, Garnacha y Misión en el tinto- que son embotellados con la marca Padre Kino.
La producción vitivinícola de Pedro Domecq México se sextuplicó en el período comprendido entre 1970 y 1986, hasta el punto de que, en 1985, las necesidades de esta bodega representaban un 65 por ciento de la producción total de los viñedos mexicanos. Por lo tanto, la Casa Domecq debió establecer sociedades con numerosos productores de las diferentes regiones para la explotación de la uva. Además, apoyándose en la filosofía de su fundador Antonio Ariza, para quien “todo viñedo es una conquista y todo gran vino una victoria”, la empresa realizó importantes inversiones con la adquisición de algunos de los antiguos viñedos de la casa Cetto, en el valle de Calafia. En 1994, finalmente, contrató los servicios del enólogo Ron McClendon, de contrastada experiencia en las bodegas de Napa Valley, en la vecina Alta California.
En la actualidad, la Casa Domecq posee seis mil hectáreas de viñedo -en 1958 la superficie era de dos mil-, que destina a la producción de seis millones de botellas de vino anuales. Desde 1994, la dirección de la empresa está a cargo de Antonio Ariza, el hijo del fundador.
DE MÉXICO AL MUNDO
Decía el enólogo Emile Peynaud de don Antonio Ariza padre: “Él es, a mis ojos, mucho más que el renovador de los vinos mexicanos modernos; es su voluntad la que a partir de la nada nos ha hecho nacer y darnos a conocer”. Gran amante del vino y auténtico artífice del fenómeno empresarial que representa la Casa Domecq de México, don Antonio aún no había visto realizado su sueño de ver reconocidos los vinos mexicanos en el mundo.
Antes de que la Casa Domecq iniciara una intensa política de exportación, tan sólo los Estados Unidos podían considerarse clientes de México al absorber el noventa por ciento de sus exportaciones de brandy y vino. El hecho de haberse convertido en 1972 en el segundo productor mundial de brandy motivó que la Casa Domecq apostara decididamente por ampliar su mercado internacional. De este modo, los mexicanos han podido ver como sus vinos y su brandy han entrado en mercados que hasta hace pocos años parecían poco menos que prohibidos, como Francia, España e Inglaterra. A estos se han ido agregando, paulatinamente, Canadá, Holanda, Dinamarca, Alemania y, finalmente, el siempre tentador mercado oriental: Japón y Corea del Sur.
El vino mexicano comienza a ser conocido y apreciado. Más allá de las políticas de marketing, el cuidado en la producción vitivinícola es el único camino para que el consumo crezca dentro de las fronteras de un país tradicionalmente orientado hacia el consumo de otras bebidas. El aumento de las exportaciones y el reconocimiento internacional son consecuencia de lo mismo. En este sentido, puede decirse que la Casa Domecq de México está en la buena senda.
Federico Oldenburg
LOS BRANDIES DE PEDRO
DOMECQ MÉXICO
La casa Domecq de México no podría haber llevado su apuesta por los vinos de calidad a buen puerto de no haber tenido el respaldo de una imagen consolidada en el mercado de los brandies.
El brandy mexicano es similar al español por su intenso aroma y suavidad en boca. En el de Domecq de México, estas similitudes se ven acentuadas por el proceso de añejamiento que, tal como se realiza tradicionalmente en de Jerez, se basa en el sistema de soleras. Este proceso, que permite obtener una calidad uniforme, consiste en la extracción de la tercera parte del contenido de las barricas del brandy en el punto de añejamiento deseado, que se rellenan con tercios de las barricas del nivel superior (criaderas), éstas a su vez se rellenan con tercios de las barricas de otro nivel (cabeceras) y, por fin, estas últimas con brandy destilado joven.
La casa Pedro Domecq México es uno de los principales productores de brandy. En realidad, Domecq tiene mucho que ver tanto con el incremento en la producción como en el consumo, ya que impulsó la difusión del brandy como bebida larga, imponiéndose sobre todo en su combinación con cola -como Cuba libre, pero con brandy, en lugar de ron, y rebautizado como Presidencola-. A partir de entonces el incremento del consumo de brandy en México fue tan espectacular que pronto se convirtió en el destilado de mayor venta, y Presidente en el brandy más vendido de todo el mundo. Consecuencia de esto fue la creación por parte de la casa Domecq de la bodega de añejamiento de brandy más grande del mundo, con unas 400.000 barricas.
En la actualidad, Pedro Domecq México comercializa brandy con tres marcas diferentes: Presidente, su buque insignia, Don Pedro, de gama media, y Azteca de Oro, el de mayor calidad y bouquet.
EL MILAGRO MEXICANO
Los expertos no se explican cómo ha sido posible que México acrecentara su producción vitivinícola en los peores años de la crisis económica mexicana. Pero lo que los índices macroeconómicos no toman en consideración son los matices referentes a la calidad, que acentúan los alcances del milagro: el aumento de la producción es paralelo al incremento de la calidad de los vinos, contrariamente a lo que sucede en muchos otros países, donde la calidad aumenta en la medida que decrecen los volúmenes de producción.