- Redacción
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- 1997-10-01 00:00:00
En la Galicia profunda, allá en donde los anacoretas soñaron con en el edén, han surgido del letargo, tras muchos años de penuria enológica, los vinos de la Ribeira Sacra, transformando la idea que se tiene sobre los tintos de Galicia. Un milagro de agua y vino.
La belleza galaica de la zona, las impresionantes terrazas de viñedos sobre el Miño y Sil, el paisaje boscoso de robles y castaños... y, sobre todo, la uva Mencía en todo su esplendor. Esto es la Ribeira Sacra. Porque en esta zona la “Mencía” alcanza su mejor perfil, un tinto para consumidores que buscan fruta en el vino. Aquí se encuentra con claridad y contundencia: aromas compotados de arándanos y grosella negra, perfumes de lirio y violeta, recuerdos levemente especiados, taninos suaves, boca golosa, final largo y sentido. Un magnífico tinto con morriña, sacado del recuerdo de una zona mítica.
El viñedo de las uvas de oro
Pedro López, dueño de una pequeña parcela -hectárea y media- del viñedo más arriesgado de toda Galicia, está que no se lo cree. Lleva toda su vida cultivando uvas de la variedad Mencía, echando tiempo libre, transformando ocio en capricho. Y antes su padre, y el padre de su padre. Pues bien, aquel viñedo, con sus 10.000 litros de vino, que apenas si redondeaban el presupuesto familiar, se ha convertido en un auténtico tesoro. Su tinto del año “Mezquita” se paga a más de 500 pts., como un buen crianza de Rioja.
Un lugar para el tinto
Y es que este escogido y apartado rincón gallego tiene todo lo necesario para que su vino no pase inadvertido. En sus laderas se asentaron gentes de vino. Primero los romanos, cuyo aprecio por los tintos de la zona dio pie a que circulara el mito de Amandi. Más tarde las órdenes religiosas dieron pujanza al cultivo de la vid, sembrando de viñedos y capillas románicas el agreste paisaje. Una tierra ondulada de suelos pizarrosos junto a tierras de arrastre o esquistos procedentes del paleozoico, bendecida por la influencia equilibradora de los climas Mediterráneo y Atlántico. En estos valles florece el naranjo, el limonero al lado de castaños, o carballos junto al olivo. En el pueblo de Quiroga aún se encuentran molinos de aceite en producción.
Las mejores variedades
Galicia es una tierra prolífica en variedades, sólo superada por Canarias por su estatus prefiloxérico. Desgraciadamente, este material está aún poco aprovechado. Gracias al trasiego humano del camino de Santiago, aquí conviven desde hace siglos las más variadas y exóticas cepas. En la Ribeira Sacra se siente especial predilección por las variedades tintas, y muy especialmente la Mencía, que según la opinión de los viticultores de la zona, corroborada por José Luis Hernáez Mañas, Director de la Estación Enológica y uno de los profesionales que más saben de viticultura de nuestro país, son como mínimo dos: existe desde hace siglos una Mencía plantada en las empinadas laderas gallegas; en el siglo XIX se plantaron sarmientos de Cabernet franc traídos de Burdeos, y rebautizados como Mencía, posiblemente por su parecido con la original. Con menos incidencia, una prole de variedades autóctonas convive en cantidades minúsculas, todas mezcladas en las pequeñas y estrechas parcelas. La más abundante es Souson, a la que los viejos viticultores llaman cariñosamente “cepa vella”; hay constancia de que era muy abundante en el pasado y que también daba vinos de gran calidad. Brancellao, Caiño, Loureira tinta, Espadeiro, Ferrón y alguna más están recomendadas en la D.O. Las variedades blancas también tienen un sitio, aunque mucho mas pequeño. El protagonismo se lo lleva sin duda la Godello, sus vinos son los que gustan, aunque la magnífica viña de albariño propiedad de Adegas Moure se ha convertido en la estrella de la comarca.
Proliferación de bodegas
La Ribeira Sacra es una comarca pródiga en bodegas. La tradición obliga a que cada viticultor elabore su propio vino. En los primeros momentos de vida de la D.O. se inscribieron algunas bodegas y solo un tercio del viñedo real. Aquí, como en el resto de Galicia, los vinos sin etiqueta poseen la aureola de ser mejores que los etiquetados. La lucha del Consejo Regulador no ha sido fácil, hasta que los pequeños bodegueros comprobaron las ventajas de vender el vino con etiqueta y controlado. Hoy son ya casi 60 las bodegas inscritas con una extensión de viñedo cercana a las 2.600 hectáreas.
Entre ellas destaca la de José Manuel Moure, un hombre enamorado de su tierra y apasionado por el vino. Nacido y criado en una familia de viticultores, ha querido demostrarse a sí mismo y al mundo que en la Ribeira Sacra la asignatura pendiente de los tintos gallegos puede ser aprobada con sobresaliente. Puesto a la tarea, creó hace siete años una moderna bodega, amparada por la Abadía Da Cova, que da nombre a sus vinos. Desde entonces no ha hecho sino acaparar premios y cosechar elogios. La aventura merecía la pena. En guerra declarada contra híbridos y varietales foráneas como las Jerez y Alicante, ha plantado 3 hectáreas de viñedo autóctono, en una suave ladera de terrenos arenosos, orientada al mediodía. Y al fondo, el río.
José Manuel Rodríguez González, prpietario de una preciosa bodega en Vilacha-Sober, uno de los pioneros, ha creado, a partir de su pequeño viñedo de Mencía un vino de intenso aroma a grosella y recuerdos balsámicos por nombre “Déci-ma”, ágil y moderno.
Gracias a la labor de estos bodegueros y de los que poco a poco se van incorporando, unido a la dedicación entusiasta de Luis Buitrón desde la D.O., la ascensión de los vinos de Ribeira Sacra ha sido meteórica. Si en 1993 solo había tres marcas con calidad suficiente para ser apreciadas fuera de la comarca, en estos momentos son más de quince los vinos que pueden presumir de un excelente nivel. El porvenir es suyo.
Barlomé Sánchez