- Redacción
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- 1998-04-01 00:00:00
No espere encontrar algo parecido a los Burdeos o Borgoñas, pero sí vinos francamente interesantes. Y los tenemos directamente a mano, a las puertas de casa. Vinum les ha hecho una visita. Un recorrido por las denominaciones y bodegas francesas de la frontera con España, lo suficientemente cercanas, lo suficientemente apetitosas como para que merezca la pena la excursión de un día al otro lado de los Pirineos.
Las diferencias geográficas entre El Ampurdán y El Rousillon prácticamente no existen, y sin embargo al cruzar la frontera el aspecto del paisaje cambia sutilmente. Las terrazas francesas frente al mar están repletas de viñedos donde crecen las cepas tradicionales. Si en España dominan los anuncios de hoteles y restaurantes, aquí, al borde de la carretera, imperan los reclamos de visitas a bodegas y ofertas de vino. Estamos en una de las zonas de mayor producción de vino del mundo, donde las cepas de uvas tradicionales descienden casi hasta el borde del mar. Es el eje Banyuls-Colliure, un paraje famoso por una luz cautivadora que atrajo a Matisse, Picasso y a los grandes pintores parisinos, hábitat natural de los vinos dulces de uva Garnacha.
La nueva moda en Francia del vino dulce de aperitivo y de moscateles de postre, augura un excelente futuro para los viticultores de esta zona. Y entre los que se frotan las manos decididamente están los de la bodega más prestigiosa de la zona: el Domaine de la Rectorie. Al frente están dos hermanos, cada uno con su función concreta, “así no discutimos”, te comentan. Son Thierry y Mark Parcé. El primero se encarga del campo, la viñas y la elaboración en bodega, y Mark, de la comercialización y las finanzas. Los vecinos hablan de ellos con simpatía. De Mark dicen que las dos cosas en el mundo que más le gustan son hacer hijos y hacer vino. Y debe de ser así porque con menos de 50 años de edad ya tiene nueve hijos y no descarta la venida al mundo de alguno más. Y en cuanto a los vinos, elabora un blanco seco de uva garnacha gris; varios tintos como La Coume Pascole, con un “coupage” de Syrah, Garnacha y Cariñena de la “appellation controlé” Colliure, además de un dulce de la “appellation” Banyuls, de 17 ó 18 grados de alcohol en volumen, en base a la variedad Garnacha negra y gris y con una enorme concentración de azúcar. Son vinos llamados dulces naturales, a pesar de que al llegar a los 14,5 grados se corta la fermentación con la adición de alcohol, para luego dejarlos oxidar ligeramente en depósitos, no del todo llenos, sino con un buen porcentaje de oxígeno.
Vinos dulces para postre
La especialidad de la zona son esos dulces naturales de Banyuls que, según Parcé, son muy alabados por los críticos y los sumilleres de los restaurantes de lujo, pero poco apreciados por el público, que es quien de verdad le interesa. Buen elaborador, no comparte la filosofía de los responsables de la “appellation” que consideran que se trata de un vino para vender como aperitivo. “Yo veo los vinos dulces para postre, y no compitiendo en el aperitivo con los pastís, cervezas, gin tonic y bebidas por el estilo”.
Continuamos viaje por el Rousillon, la Cataluña francesa. Aquí se habla catalán y, a juzgar por los carteles anunciadores que aparecen por doquier, son más aficionados a las corridas de toros que sus hermanos españoles. La Appellation Contrôlée Vinos del Roussillon produce millones de litros, y sus campos están alfombrados de viñas. Se trata de variedades tradicionales, pero poco importantes, que dan vinos jóvenes o dulces que casi nadie cría en madera. Se les considera vinos de mesa, vulgares. Muchos, efectivamente lo son, pero no se debe generalizar, sobre todo tras probar los vinos de Etienne Montes, los Casenove. Quizá sean una excepción, ¡pero qué excepción! Montes es un cosmopolita, y ese mismo carácter lo imprime a sus vinos. Conoce muy bien España, pues vivió aquí durante cinco años. Valora muy bien sus vinos pero tiene puntos de vista muy particulares sobre la labor de sus vecinos. “Lo que se ha hecho en muchas lugares del norte de España, explica, imponiendo Cabernet sauvignon y Merlot en la zona mediterránea, en detrimento de la uva autóctona, es empeñarse en entrar en un pelotón de vinos iguales y sin personalidad propia”. Reconoce la mayor modestia de las uvas de la tierra, Garnacha y Cariñena, pero defiende su singularidad. Al catar su mejor Côte de Rousillon, el Casenove Cuve Comandante Francois Jaubert, un tinto poderoso de 14° con un 80 % de Syrah, con el resto de Garnacha y Cariñena, con seis meses de madera nueva, cargado de aromas mediterráneos, estructura y buena acidez, se le da la razón en su definición de que el “terroir” domina al “cepage”.
Etienne Montes ofrece otro de sus vinos, un muscat (moscatel) de la denominación de origen Rives Altes, una maravilla tan varietal que, al cerrar los ojos y acercar la copa a la boca, piensas que te acabas de comer un racimo de esas uvas, las más frescas y jugosas, mientras te confiesa su procupación por la posible competencia que con este tipo de vino pueden hacer los españoles.
En Francia, al contrario que en España, en una misma bodega pueden hacer vinos de diferentes denominaciones de origen, ya sean dulces, secos, o incluso tintos y blancos. En esta zona del Rousillon las bodegas prácticamente no envejecen vino en barricas, pues son del año o de dos, a lo sumo, y conservan el vino en depósitos de cemento.
Vinos de paliza al aire libre
Más elegante es Mas Amiel, en Mauri, avanzando por los Pirineos franceses hacia el oeste. A la izquierda siempre el monte Canigó, un símbolo de los catalanes franceses. Mas Amiel fue fundada en 1894 y está presidida por unos enormes tinos de castaño austríaco, donde se crían vinos de Garnacha. Allí se elaboran unos vinos dulces que podrían llamarse “de paliza al aire libre” y que, sin embargo, resultan muy interesantes. Son lo que en España se han conocido como vinos rancios, al estilo de los viejos Rueda. Luego de vinificar, introducen el vino en unas bombonas de cristal de 70 litros que abandonan durante un año entero en la calle para que les abrase el despiadado sol de verano, les azote la lluvia, se resfríen gravemente en invierno y sufran bruscas variaciones de temperatura en un solo día. Los bodegueros sostienen que éste es el sistema tradicional, y se niegan a que tan valiente y fatigado vino acabe sus días clasificado como de aperitivo: es vino de postre, y para demostrarlo venden botellas en estuches donde se incluye un chocolate con la marca de la casa.
La ruta pirenaica continúa a través del País de los Cátaros, esa secta religiosa de los siglos XI y XII que propugnaba los principios universales del bien y del mal, buscaba la sencillez en las costumbres y aceptaba el suicidio, y que fue aniquilada por orden de Roma. Sus impresionantes castillos confundidos con las montañas, camuflados en el paisaje, se suceden uno tras otro: Queribus, Fenoullet, Puiver. Se avanza hacia Foix, y Cataluña va quedando atrás. Primero fue la Marca Hispánica de Carlomagno, luego fue nación independiente y famosa en el Mediterráneo, luego, asociada al imperio de los Austrias españoles, y, por último, partida tras el Tratado de los Pirineos que dió las comarcas del Rousillon y la Cerdanya a Francia en el siglo XVII. Han pasado tres siglos y el trasiego de jóvenes en busca de discotecas, de Perpignan, en Francia, a Figueras, en España, es cotidiano los fines de semana.
Una tierra, dos uvas, dos vinos
Superado Tarbes y junto a Pau, ya en los Pirineos centrales, vuelven a aparecer en el paisaje los viñedos. Ahora es una tierra, dos uvas y dos vinos: son los blancos de Jurançon. En Monein, un pueblecito junto a Pau, están los mejores elaboradores de las uvas Grand y Petin Manseng. Con la Grand hacen unos vinos blancos secos, pero la Petit permite vendimias muy tardías, hasta Diciembre incluso, sin que la uva sufra podredumbre. Los blancos dulces de Juarançon son una delicia. No sé si será por la tierra o el buen vino que hacen, pero los dos bodegueros visitados resultaron tipos muy simpáticos. Henri Ramonteu, de Domaine Cauhapé, presume de ser un campesino que a los 30 años se hizo con cuatro hectáreas y se puso a hacer vino. Sostiene que su único curso de enología fue una semana en Burdeos, pero parece que fue un alumno aplicado, porque elabora unos blancos, entre ellos La Quintaesence de Petit Manseng, que, además de una maravilla, es uno de los vinos blancos más caros de Francia, lo cual ya es ser caro. Su vecino Charles Hours, de Clos Uroulat, sí es enólogo y amigo del anterior. Asegura que tenía mucha fe en esta tierra, a pesar de que hasta los años ochenta la gente no consumía vinos dulces, solo se mantenía el mítico Chateau d’Yquem. Ahora la situación ha cambiado para bien, y las tres características típicas del Jurançon -acidez, grado y complejidad- les está dando muy buenos resultados.
Tras Moneim se llega a Saint Jean Pied de Port, en el País Vasco francés. Aquí está la denominación de origen Iroulegui. Es una denominación antigua basada en una cooperativa de agricultores que dispone de 140 hectáreas de las 200 que hay en toda la appellation. Domina la uva Tanat, como en tierras de sus vecinos de Madigan, aunque ya se ha introducido la Cabernet franc. Vinos sencillos, tienen su mejor exponente en una bodega puntera, el Domaine Brana, una preciosa finca enclavada en la montaña alrededor de una moderna bodega. Etienne Brana, su fundador, murió hace cuatro años, pero sus hijos Juan y Martina mantienen la explotación y una prestigiosa destilería artesanal. Su vino Domaine Brana, con más porcentaje de Cabernet franc que de Tanat, es sin duda lo más interesante del País Vasco francés.