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La fiebre del vino en Chile - Escapada a las colinas

  • Redacción
  • 2001-04-01 00:00:00

Las Bodegas chilenas celebraron sus primeros éxitos en el escenario internacional con vinos varietales modernos y económicos. De esto hace diez años justos. Después de estos sainetes ligeros, ahora los ambiciosos directores del éxito del vino chileno ponen en escena clásicos de gusto refinado. En terruños valiosos, con una cosecha reducida y suelos áridos, crecen vinos superiores de gran calidad. El valle de Colchagua es un pionero de esta evolución.

Hace pocos años, cuando se empezó a explotar el fresco valle de Casablanca entre Santiago y Valparaíso, pronto todos estuvieron de acuerdo en que allí podrían criarse los mejores vinos blancos de Chile. Ya parecía muy claro el lugar en el que el Cabernet-Sauvignon se siente en casa: el valle de Maipó, a pocos kilómetros al sur de Santiago, con sus vinos minerales y mayestáticos, se consideraba el indiscutido terruño óptimo para el vino tinto. Sin embargo, el valle de Colchagua últimamente da cada vez más que hablar. También las estrellas afincadas en Maipó compran tierras allí a la chita callando, y la superficie plantada de viñedos se ha duplicado desde 1992, alcanzando las 16.000 hectáreas.
Saliendo de la Panamericana en dirección al mar a 130 kilómetros al sur de Santiago, se encuentra el valle de Colchagua, cuyos vinos tintos han alcanzado calidades espectaculares en el transcurso de pocos años. Vinos como «Clos Apalta», Gran Reserva de Santa Laura, Montes Alpha M y Malbec Reserva de Viu Manent alcanzan una complejidad y profundidad que rara vez superan los vinos superiores europeos. Y eso que los autores de estos vinos consideran que ni con mucho han agotado las posibilidades que ofrece este valle. Los puntos fuertes de Colchagua son la diversidad del terruño, un modo de producción distinto y un notable sentimiento comunitario de los vinicultores.

Aire fresco por dos lados
El valle de Colchagua pertenece a la denominación de Rapel, pero supone la mayor parte de la superficie de viñedos de Rapel y alberga la mayoría de las bodegas interesantes. Este valle está cerrado al este por cumbres andinas de hasta 4.700 metros de alto, desde las que se extienden en dirección al mar dos cordilleras que lo enmarcan al norte y al sur. El valle que así forman, de 120 kilómetros de largo y una media de 30 kilómetros de ancho, está casi ininterrumpidamente limitado por tres lados: una situación geográfica inusual que influye profundamente en el clima. Las colinas al norte y al sur forman pequeños valles laterales con interesantísimos microclimas.
La gran proximidad de los Andes al mar provoca en Chile corrientes de aire y temperatura muy particulares, que afectan especialmente al tan cerrado valle de Colchagua. Vientos frescos soplan diariamente del mar hacia el interior, haciendo más fresco el clima en la salida inferior del valle. Por la noche, desde el otro lado, desde los Andes, desciende un aire muy frío hacia el valle, que de este modo resulta refrigerado por dos lados. El aire de los Andes es tan frío que se generan fuertes oscilaciones día/noche. La fresca brisa del mar equilibra el clima en el otro extremo. En el centro del valle, donde la influencia del aire frío de ambos lados es menor, las temperaturas medias ascienden a sus valores máximos.
Las temperaturas del centro del valle y de las colinas que lo limitan también son diferentes entre sí. Sobre todo en las colinas orientadas al sur, el sol abrasa las uvas hasta una gran maduración, y la influencia del aire frío que penetra en el valle es menor.
A esta multiplicidad climática se añaden suelos bastante diversos. En el centro del valle son más frecuentes los ricos suelos de aluvión, en parte arcillosos, en parte con sedimentos volcánicos. Al pie de las colinas se encuentran suelos parecidos, pero con mayor proporción de piedras. Cuanto más verticales son las colinas, mayor es el porcentaje de granito, especialmente a partir de un 10 por ciento de pendiente aproximadamente. Los tintos característicos de la parte baja del valle, sobre todo, poseen esa descarga de frutalidad jugosa y fácilmente accesible que ha dado su fama a Colchagua. Lo que se puede catar hasta ahora de las colinas es menos unidimensional: la frutalidad se completa con estructura mineral. Le da a los vinos más carácter, más profundidad y mayor longevidad. Indudablemente, este terruño constituye una zona de viñedos valiosísima.
Las grandes expectativas de futuro del valle de Colchagua se reflejan en el hecho de que, junto a los inversores chilenos, ya se ha fundado la tercera empresa francesa con Viña de Nuevo Mundo, tras Los Vascos y Casa Lapostolle. El propio Jacques Lurton compró hace poco tierras en Colchagua. Robert Mondavi y su socio chileno Eduardo Chadwick han comprado para su bodega Caliterra todo un valle lateral, y ya han plantado 210 hectáreas de viñedos. La multinacional española Bodegas y Bebidas ostenta un edificio con aires de castillo recién construido para la creación de «Selentia». Alberto Siegel, posiblemente el más importante y respetado corredor de uva y vino de Chile, también parece estar muy seguro de dónde es rentable invertir: acaba de construir una bodega nueva y ha plantado de vid 200 hectáreas en el extremo inferior del valle. Otras nuevas instalaciones son las bodegas La Stampa, Viña Vial y Ureta. A lo que se añaden plantaciones de viñedos sin bodega de prácticamente todos los grandes productores de vino chilenos. Y las empresas afincadas allí como Bisquertt, Viu Manent, Felipe Edwards, Casa Silva, Santa Laura y MontGras invierten y plantan constantemente nuevos viñedos, completando la imagen de una región extraordinariamente dinámica camino del futuro.
Otra circunstancia que también favorecerá al valle de Colchagua: las bodegas trabajan juntas. Nueve grandes productores son ya miembros de una asociación que pretende dar a conocer el valle de Colchagua tanto en el interior como en el extranjero. Se ha dispuesto una «ruta del vino» turística. Los visitantes pueden recorrer varias bodegas, reciben muestras de vinos y, desde noviembre de 2000, pueden alojarse en un precioso hotel en el centro del valle (Hotel Santa Cruz). El restaurante tiene una gran carta de vinos, la tienda de vinos está muy bien surtida. Y hay algo verdaderamente excepcional: uno de los más hermosos museos históricos de Sudamérica. Con Tomas Wilkins, gerente imaginativo y comprometido, la asociación «Viñas de Colchagua» ha hallado un gran promotor (contacto: Viñas de Colchagua, tfno.: 005672 + 824339, fax: + 823199).

Calidad en lugar de cantidad
Quien haya visitado Chile hace diez años habrá encontrado viñedos prácticamente en todas las regiones, sobre todo en zonas planas y bajas. Preguntados sobre el volumen de irrigación, respondían que sería prácticamente imposible la vinicultura en Chile sin un riego regular. Más correcto habría sido decir: sin aprovechar los suelos de aluvión y una irrigación extensiva, es imposible cosechar 20.000 kilogramos por hectárea. Fueron estos fértiles viñedos los que dieron a Chile su éxito internacional con vinos varietales para diario y reservas bastante económicos.
Este éxito continúa. Pero más no se puede hacer con los viñedos de la parte baja del valle. En Colchagua, las aguas freáticas llegan tan alto en las zonas cercanas al río, que las cepas se alimentan automáticamente. Es prácticamente imposible limitar la cosecha y no se pueden producir vinos con mucho carácter en suelos tan ricos.
Una de las bodegas «francesas» del valle de Colchagua marcó la pauta. Mientras que Los Vascos (Lafite-Rothschild), el productor más conocido de propiedad francesa, dudaba si invertir en calidad y seguía apostando por las cosechas elevadas, Casa Lapostolle (Grand Marnier) buscó la calidad desde el principio. Colaboró en ello la propiedad del socio mayoritario Antonio Rabat en el valle de Apalta, donde hay cepas de hasta 50 años en gran densidad de plantación y sin irrigación. Está claro: allí las generaciones anteriores ya sabían cómo crecen los vinos sustanciosos. Primero fue el Merlot «Cuvée Alexandre», y luego el magnífico selección «Clos Apalta», ambos de Lapostolle, los que suscitaron la atención internacional. Poco después, con su «Alpha M», también Montes presentó un vino más que superior del valle de Apalta. El valle lateral, cuyo precio ya se ha multiplicado hasta alcanzar los 20.000 dólares por hectárea, se convirtió en lugar de peregrinación de los mejores agrónomos. En el transcurso de pocos años se plantó prácticamente cada metro cuadrado de los terrenos más elevados de Apalta. Ya sólo la administración forestal marca una frontera en la parte superior de las colinas por razones de protección medioambiental. Entre los afortunados propietarios de estos valiosos terrenos se cuentan, además de Montes y Lapostolle, Santa Rita, la nueva fundación francesa «Viña de Nuevo Mundo» y Donoso, que vende uva a San Pedro.
A una velocidad vertiginosa, los agrónomos han llevado a cabo un giro de 180 grados en todo el valle. Cuando hace tres años busqué en Colchagua terrenos adecuados para vinos superiores, algunos vinicultores individuales me contestaron que se estaba planeando plantar cepas en las colinas. En mi siguiente visita, hace pocos meses, casi todas las bodegas habían llevado a cabo nuevas plantaciones en las laderas, y ya no sólo en Apalta. Ahora sostienen unánimemente que los grandes vinos sólo se pueden conseguir en viñedos situados en colinas áridas y pedregosas. «El riego gota a gota», dice José Miguel Viu, «sólo lo empleamos en caso de extrema necesidad durante el periodo de maduración de las uvas. Entre enero y marzo puede producirse una interrupción de la maduración debido a la sequía. Entonces sí ayudamos un poco. Si no, no». Ha llegado a plantar un viñedo enteramente sin irrigación, de momento sólo una parcelita experimental. Pero los vinicultores más relevantes han llegado a convencerse de que la vid únicamente absorbe el contenido mineral del terruño cuando, prescindiendo del riego, se le obliga a hundir sus raíces profundamente en la tierra pedregosa.
El ansia por seguir rápidamente la nueva tendencia, a veces, aún hace pecar de impaciencia y vehemencia. En los viñedos inclinados europeos en Banyuls o el Priorato, en el Douro o el Mosela, hace siglos que familias de vinicultores explotan viñedos muy empinados sobre terrazas esmeradamente cuidadas. Especialmente allí donde hay que contar de vez en cuando con fuertes chubascos, existe peligro de erosión o incluso de desprendimiento de grandes partes de la ladera. Pero, hasta ahora, muy pocas plantaciones están protegidas contra este peligro. Primero se plantan los viñedos. Y se quieren ver resultados rápidamente. Si bien es cierto que incluso los viñedos jóvenes han producido en algunos casos vinos bastante mejores que los tintos fáciles de beber del centro del valle, a los ambiciosos chilenos les falta la paciencia que exige todo buen viñedo. A veces hay que albergar ciertas dudas al oír que, en cinco años y en suelos vírgenes, han crecido vinos de calidad mundial. El francés Michel Friu, jefe de explotación de Lapostolle, sacude la cabeza asombrado: «Los chilenos hacen todo lo que empiezan mucho más deprisa de lo que nosotros estamos acostumbrados, y a veces resulta demasiado deprisa. Si cometen un error, lo cometen todos, y a una velocidad vertiginosa». Considerémoslo así: el valle de Colchagua es una región dinámica y joven. ¿Acaso no es privilegio de la juventud ser impaciente y vehemente? La serenidad y la paciencia llegan solas con la edad.

Las diferencias entre los terruños, los nuevos sistemas de producción, y un notable sentimiento de comunidad entre los viticultores son las más fuertes señas de identidad en Colchagua.

Existe en la actualidad la opinión unánime
de que los grandes vinos solo pueden salir
de terrenos áridos y pedregosos.

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