- Redacción
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- 1997-10-01 00:00:00
No tienen las cosas fáciles en Extremadu-ra. Con un viñedo amplio y productivo, sus vinos recios, como el propio paisaje y el clima extremo, a duras penas alcanzan la categoría de mediocres, la mayoría destinados al granel o a la destilación. Así las cosas, sorprende que unos pocos bodegueros sigan elaborando vinos de calidad contra viento y marea, y bajo la pesada losa de un sambenito que sólo conoce algunas excepciones.
Del blanco al rojo
Solar de conquistadores, tierra de vinos de pasto como en tantas partes de la España vitivinícola profunda, aquí reina el blanco mientras el futuro es rojo. Hubo quien aconsejó, con aires de “experto”, que Tierra de Barros, la principal zona vitivinícola extremeña, se especializara en brandys, como la región de Cognac. Falsa salida hacia la nada que todavía tienta a muchos viticultores.
La caída de precios del granel, el descenso en la demanda de destilados, la necesidad de dignificar una región histórica, han llevado a la Junta de Extremadura a unificar las distintas zonas vitivinícolas de Tierra de Barros, Ribera Baja, Ribera Alta, Montánchez, Matanegra, Cañame-ro, etc., en una sola y grande, que no grandiosa, D.O. por nombre Ribera del Guadiana. Decisión más que discutible ya que las diferencias entre estas regiones son notables, y sus vinos diferentes. Tiene la ventaja de aunar esfuezos para una aventura tan difícil como necesaria, en una comunidad donde el embotellado todavía es minoritario y la ciencia enológica tiene mucho que decir y más todavía que hacer.
El tesón del pionero
Hablar del vino moderno en Extremadu-ra es referirse a Marcelino Díaz, hermano menor de una familia de viticultores y empresarios pacenses, que apostó desde los años 70 por el vino de calidad, demostrando con su “Lar de Barros” las posibilidades vitivinícolas de Extremadura. Fue el primero en comprender que el viñedo de Tierra de Barros necesitaba de una profunda reconversión hacia el tinto, liberarse de la dictadura de la blanca Cayetana, incorporar verietales de calidad, primero Tempranillo y Macabeo, luego Cabernet sauvignon y Chardonnay. El máximo reconocimiento le vendría en el año 1991 de la mano de la revista especializada “Wine Spectator” cuando seleccionó su Lar de Barros como uno de los 100 mejores vinos del mundo.
Fino perdido, entusiasmo recuperado
Ha tenido siempre Badajoz querencia por las tierras andaluzas. Y un gusto por los vinos enranciados, generosos. No es extraño, por tanto, que alguien quisiera elaborar vinos al estilo jerezano. Es lo que hizo Máximo Gómez del Castillo en 1978 con Bodegas Extremadura, creada como complemento de calidad a su bodega de graneles. El responsable de sus vinos generosos fue el enólogo Pedro Nieto, toda una institución en Extremadura. Su pericia en la crianza biológica se puso de manifiesto con el fino “Chacaito”, capaz de competir con los finos jerezanos. Inexplicablemente, aquella maravilla ha desaparecido sin que nadie haya hecho nada por evitarlo.
Con el mismo espíritu innovador, y parecida admiración por las bodegas jerezanas, “Viña Extremeña” ha recuperado el entusiasmo y cosechado elogios gracias a un joven y entusiasta bodeguero, Alfonso Schlegel, hijo de padre suizo y madre extremeña. Director-Propietario de la Bodega “Viña Extremeña” ha sabido administrar el patrimonio familiar -nada menos que 1.050 ha. de viejos viñedos y olivos centenarios- con sabiduría y entusiasmo hasta conseguir que su vinos se consideren entre los mejores de Extremadura, acaparando medallas de oro, plata y bronce en todos los concursos habidos y por haber. Destaca su “Monasterio de Tentudía”, elaborado con una selección de sus mejores uvas Tempranillo y Garnacha; una ponderada y pulcra crianza en barricas de roble americano seminuevo completa el diseño de este tinto cálido, poderoso pero elegante.
Cabernet para aventureros
En la comarca vitivinícola de Matanegra Antonio Medina elabora un tinto recio, algo duro, cálido, cordial, honrado, que retrata a la perfección el perfil de su gente: el Jaloco, lo mejor de la zona y uno de los más destacados de la región. Sobresale el Cabernet sauvignon que caracteriza al vino con aromas de carne y pimienta, recuerdos de terruño, aires de hierbas aromáticas y frutillo negro, un poco ardiente, pero sabroso. Un vino con mérito, para paladares sin prejuicios.
A su vez, que alguien sea capaz de elaborar un Cabernet sauvignon profundo, casi atlántico, en pleno corazón de Extremadura, es ya un alarde que merece reconocimiento. Pero si además el vino tiene calidad, el diseño es actual y el precio reducido, entonces sólo cabe la admiración y el respeto. Es lo que hace la bodega “Las Granadas”, en plena Sierra de los Lagares, con más 100 ha. de viñedo propio. Allí cultivan los varietales autóctonos Borba y Alarije junto a Cencibel y Cabernet sauvignon. Su Torre Julia resulta un tinto insólito, fruto inevitable de los nuevos aires vitivinícolas que recorren Extremadura.
De la misma estirpe es Catalina Arroyo, que hace diez años rompió con la tradición de vinos corpulentos, de mucho grado, ordinarios y sin pretensiones, propios de la ribera alta del Guadiana, para lanzar al mercado un Cabernet sauvignon sabroso, amplio y bien estructurado que necesita pulirse.
Todos unidos, al igual que los “trece de la fama”, junto a incorporaciones como Ruiz Torres, en Cañamero, o la Coop. del Campo de San Marcos, con Campobarros, un tinto ágil y de excelente precio, son la garantía de que, una vez más, la aventura de los esforzados extremeños tendrá éxito. En cualquier caso, las naves están quemadas.
S. Búrdalo