Política sobre cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros, así como los datos de la conexión del usuario para identificarle. Estas cookies serán utilizadas con la finalidad de gestionar el portal, recabar información sobre la utilización del mismo, mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad personalizada relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos y el análisis de tu navegación (por ejemplo, páginas visitadas, consultas realizadas o links visitados).

Puedes configurar o rechazar la utilización de cookies haciendo click en "Configuración e información" o si deseas obtener información detallada sobre cómo utilizamos las cookies, o conocer cómo deshabilitarlas.

Configuración e información Ver Política de Cookies

Mi Vino

Vinos

CERRAR
  • FORMULARIO DE CONTACTO
  • OPUSWINE, S.L. es el responsable del tratamiento de sus datos con la finalidad de enviarles información comercial. No se cederán datos a terceros salvo obligación legal. Puede ejercer su derecho a acceder, rectificar y suprimir estos datos, así como ampliar información sobre otros derechos y protección de datos aquí.

Los supervivientes de la plaga. Sabores prefiloxéricos.

  • Redacción
  • 2004-02-01 00:00:00

En el año 1863 una plaga de irreparables consecuencias comienza a hacer estragos en el viñedo de la vieja Europa. Se detecta en Inglaterra e Irlanda un minúsculo enemigo, la filoxera, un insecto traído de las américas, de poco más de un milímetro de envergadura, que a punto estuvo de acabar con la viña, y que modificó para siempre un mapa vitícola de increíble variedad y riqueza, que había costado completarse más de ocho mil años. «Festa de la Fil.loxera» Un terror se apoderó de Europa a finales del siglo pasado cuando la filoxera empezó sus estragos en el viñedo, un insecto minúsculo que se alimenta de la savia de las viñas con tal voracidad que acaba secándolas. En Sant Sadurní, tras intentos fallidos de atajar el problema, se decidió el arranque de todas las viñas y sustituirlas por una variedad de cepa americana inmune a la plaga. En recuerdo de aquella decisión que salvó toda una industria, desde 1982 se celebra la Festa de la Fil.loxera, en época de vendimia, con bailes y entremeses folclóricos. Las fotografías que ilustran esta doble página muestran una descomunal representación del gusano, el centro de la conmemoración, y los gigantescos «Siete sabios de Grecia» que dieron con la solución acertada. Para más información, diríjanse a la «Associació Festa de la Fil.loxera», C/ Pompeu Fabra, nº 34. 08770 Sant Sadurní d’Anoia. Tel.938912901 Cuentan que en plena catástrofe, ya en el último tercio del siglo XIX, cuando los viñedos languidecían y morían uno tras otro, para desesperación de los viticultores, se buscaba una solución mágica, a costa incluso del sentido común. Muchas zonas vitícolas se despoblaron en busca de un trabajo con futuro, ante lo que suponían la desaparición del viñedo y la industria del vino. En Francia se creó una Comisión especial para el salvamento de la viña, que presidió en 1855 el mismísimo Louis Pasteur. Entre tanto desconcierto, a alguien, -parece ser que al americano Mr. Laliman- se le ocurrió injertar la vid europea en otra traída de América (la vitis rupestris) conocida ya su resistencia al insecto. Pero un mundo de dudas atenazaba el corazón de viñadores, de bodegueros y sobre todo, de apasionados conocedores. ¿Seguiría ahora el vino con sus virtudes intactas? ¿Le cambiaría esa otra sangre nueva, extraña y exótica, aquella estructura, sabor o aromas tradicionales, esa personalidad adquirida en miles de años de perfeccionamiento? En Francia, donde la revolución burguesa había popularizado la cultura del vino, la incógnita todavía se hacía más insostenible. ¿Los grandes «cru» seguirían siendo grandes? Señores, estamos salvados Con estas inquietantes dudas nacieron los primeros viñedos injertados y comenzaron las exploraciones. En una de las zonas ilustres, donde abundan vinos de los denominados «grand cru», acertaron a llamar para la prueba definitiva al mejor y más famoso catador del momento. Aquel día se levantó una gran expectación en la comarca. Se hicieron los preparativos en el salón mejor acondicionado de que disponían las autoridades al efecto. Los allí reunidos observaban y seguían con atención cada gesto, cada movimiento del experto catador. Con exasperante calma observó, olfateó y degustó entre ruidosos sorbos, enigmáticos gruñidos y gestos de impredecible cariz, ora parecía asentir, ora un rictus de rechazo... Cuando por fin se atrevió a hablar, solamente una frase salió de su boca: «Señores, estamos salvados». A partir de ese momento la reconstrucción del viñedo europeo se lleva a cabo con cepas injertadas. España es uno de los lugares donde la plaga demora su aparición. Hay que esperar a 1878 para que su presencia sea detectada por vez primera en el «Lagar de La Indiana», una finca de Málaga. Gracias a lo accidentado del terreno, las temperaturas poco favorables, y los suelos sueltos con abundante arena de la península, y los terrenos volcánicos de Canarias, el camino para la filoxera resultó mucho más dificultoso que al otro lado de los Pirineos. Asegura D. Luis Hidalgo en su Tratado de Viticultura, que en 1973, todavía quedaban en nuestro país un 30% de viñedo de pie franco, es decir, sin injertar. Pero con las primeras reestructuraciones salvajes, aquel arranque alegre y sin fuste auspiciado y premiado por la Unión Europea, y luego por la invasión de variedades «estrella» de moda, el porcentaje ha bajado ostensiblemente. No obstante hay todavía un buena parte de vino surgido de las venas de vetustas cepas prefiloxéricas en casi todas las regiones y zonas vinícolas, aunque los enólogos no consideran esa materia prima lo suficientemente interesante como para ofrecerla aparte, con sus propias señas de identidad. Hay que decir en su defensa que no todas las bodegas disponen de las condiciones suficientes, ni los empresarios de la adecuada mentalidad para dar valor a vinos tan personales. Caminar con buen pie Pero, dentro del viñedo español, el más grande del mundo, recordemos, todavía quedan terrenos vírgenes donde afortunadamente no ha llegado esa especie de maldición bíblica. En especial en el levante, en Alicante, Murcia, Andalucía, Cataluña y sobre todo en las dos mesetas castellanas. Sobre la comarca de Almansa, en la llanura manchega (en Quintanar de la Orden, la Villa de Don Fadrique, Villanueva de Alcardete o Méntrida se ven ejemplares únicos, cuyos compactos troncos revelan su verdadera edad). Viñedos de Toro, de la Ribera del Duero, de Rueda, de algunos puntos de Aragón, poseen esas joyas que mantienen intactos en su savia los sabores primigenios. La última revolución enológica en España nos ha proporcionado un adelanto de lo que se puede hacer en el futuro. Vinos de un solo viñedo (de finca o de pago) de «alta expresión» -valga la expresión- o de una sola variedad. Y también de «cepas viejas» donde entra el vino que nos interesa, el elaborado con plantas prefiloxéricas. El primer nombre que me viene a la memoria es Jumilla, una zona todavía sin explotar, con viñedos prefiloxéricos a la espera de que alguien repare en ellos. El primero que se dio cuenta de que esa materia prima no podía mezclarse con el resto fue José María Vicente, el de Casa Castillo. Su «Pie Franco» representa el Monastrell en estado puro. Luego, su estupenda crianza, y el trabajo exquisito le encumbran como uno de los grandes vinos del país. Pero un grave problema amenaza a todos los amantes de este buen vino. Porque según me cuenta José María, todos los años caen por diversos motivos algunos ejemplares de aquellas ancianas cepas, bien por alguna otra enfermedad como la «yesca», bien por accidente de trabajo o simplemente por achaques de la edad avanzada. Pero como la amenaza de la filoxera es real, ¿quién se atreve a plantar un viñedo en la actualidad sin injertar? Y aunque en la etiqueta no aparece, afirma Paco Selva -creador del Olivares, encarnación de la dulce esencia de la Monastrell- que este vino procede de un viejo viñedo de Tobarra, en los pedregales resecos y baldíos de la «Jumilla albaceteña». La cooperativa Bodegas San Isidro explota su riqueza vitícola elaborando varios tipos de vino. Una serie, llamada «Gémina», procede de cepas de pie franco, desde luego de Monastrell, y diseñada por el enólogo «correcaminos» Ignacio De Miguel. Después, en las cuarenta y tantas mil hectáreas acogidas al Consejo, rara es la bodega que no posee alguna parcela de estas nobles vides, aunque su savia solo sirva para enriquecer los depósitos comunes. En el curso del Duero son varias las bodegas que aprovechan su privilegio de contar con estas viñas para elaborar vinos únicos. Uno de ellos es José Manuel Burgos, enólogo de bodegas Cachopa, que también hace su propio vino en ratos libres. Él mismo ara la viña, realiza todo el trabajo de mantenimiento y amolda el vino a su gusto y acomodo. Es lo que en verdad se puede llamar un «vino de autor». Una de las bodegas con más mérito es la cooperativa de Nieva. Su «Blanco Nieva Pie Franco», un Verdejo muy peculiar, es digno de alabanza, con buena expresión varietal y estupenda relación precio/calidad. Si se sigue el curso del río se llega a Toro, donde todavía se pueden ver enormes vides, muchas de ellas sin injertar. Allí los incansables Eguren, de Sierra Cantabria, han sacado buen provecho de ellas en dos vinos magníficos, plenos de fuerza y concentración. Tanto el Numanthia como el Termanthia están elaborados con racimos de una tinta de Toro pura y concentrada. Canarias afortunada Cuando hablamos de viñedos prefiloxéricos siempre nos referimos a aquellas cepas viejas, por los general rozando la edad centenaria, en las que la naturaleza dosifica perfectamente la carga de frutos que su savia puede digerir. Vinos, por lo tanto, únicos, con la nobleza de haber nacido de una viña vieja. Pero no debemos olvidarnos que en las Afortunadas, el viñedo, joven o viejo, todo él está plantado a pie franco. Por lo tanto allí nos encontraremos que todos los vinos proceden de cepas sin injertar, desde un blanco joven al más viejo y diferenciado reserva. No se sabe científicamente por qué la filoxera ha respetado hasta la fecha el viñedo canario. Las distintas teorías se van cayendo según uno se fija en otros ejemplos de parecidas características. La primera, la de su insularidad, no tiene sentido si miramos a nuestro alrededor. La segunda, el terreno volcánico y arenoso, podría ser, aunque Madeira también posee parecida particularidad, y, ya ven, tuvo que rehacer el viñedo. En fin, el caso es que gracias a esa misteriosa inmunidad, entre otras cosas, Canarias es un vivero de cepas ancestrales llamado a liberarnos de la tiranía del sabor unificado y globalizado que nos han impuesto las modas. Dada su variedad de clima, de alturas o exposición al sol del terreno, en seis de las siete islas hay denominaciones de origen, con mayor o menor motivo, que esa es otra cuestión. En alguna de ellas, como Gran Canaria, se deberían replantear seriamente este hecho, con dos denominaciones de origen, Monte de Lentiscal y Gran Canaria, a las que quizá mejor les iría si unificasen sus fuerzas. Si el viñedo en nuestro país representa una riqueza única, es en Canarias donde se subsisten los majuelos más impensables, originales y raros del mundo, y no solamente en Lanzarote: me refiero a esas cepas retorcidas y resecas, labradas por la edad, giradas sobre sí mismas, que parecen salir de las cenizas del volcán en la Palma, o de debajo de las piedras en El Hierro o la Gomera, las que triscan por los montes y se mantienen entre la lava en inverosímiles piruetas en las alturas de Abona o Valle de Güimar, en Tenerife. Gracias a estos viñedos y a los de buena parte de la península, todavía en España se pueden degustar los sabores antiguos, los vinos que descienden de las vides primigenias venidas del otro lado del Mediterráneo, de las tierras fértiles de Babilonia. Pero si la variedad es riqueza, la filoxera nos hizo más pobres. Aunque los campos comenzaran a renacer, y de nuevo los viñedos poblaran la tierras yermas, donde reinaba la diversidad y hasta el batiburrillo en una misma parcela, en los viñedos sobrevivieron desde entonces tan solo las variedades más productivamente interesantes. En Jerez, por ejemplo, de más de sesenta varietales que poblaban sus campos, se pasó a casi un monocultivo con la Palomino. Y aunque «nos hemos salvado» corrimos el peligro haber muerto, si no de sed, sí de aburrimiento. n (bartolome.sanchez@vinum.info) (heinz.hebeisen@vinum.info)

enoturismo


gente del vino