- Redacción
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- 1999-10-01 00:00:00
Hay un viejo lema que los catalanes han convertido en un proyecto colectivo: “les coses ben fetes no tenen fronteres, les coses mal fetes no tenen futur” (las cosas bien hechas no tienen fronteras, las cosas mal hechas no tienen futuro). Al menos en el mundo del vino hay que reconocer que este proyecto ha dado sus buenos frutos en las últimas décadas del siglo XX. Hoy la Cataluña vitivinícola, pletórica y dinámica, con zonas de reconocido prestigio internacional como Priorato, pero con una historia milenaria a sus espaldas, se mira en el espejo de Europa donde aspira a ser parte con voz propia.
En 1970, cuando el Gran Coronas Etiqueta Negra se imponía en la Olimpiada del Vino de París, situándose en cabeza del ranking de los mejores Cabernets del mundo, la noticia era recibida como una sorpresa. Ese mismo vino se convertiría en pieza de especulación de los mercados, alcanzando a principios de la década de los 90 inesperadas cotizaciones, como es el caso de una botella de Gran Coronas Etiqueta Negra 1970 que superó las 40.000 pesetas en una subasta celebrada en Johannesburg.
Treinta años después del “descubrimiento” europeo de los grandes vinos tintos catalanes, el mercado norteamericano se conmueve con el éxito de los nuevos tintos del Priorato. Una botella de L´Ermita de Álvaro Palacios alcanza en una subasta de Nueva York la cota de las 60.000 pesetas. Pero la caja de las sorpresas no ha mostrado aún su fondo, y el inquieto mundo de los vinos catalanes prepara, para el fin de siglo, muchas y sustanciosas novedades.
Para responder al reto de los mercados de calidad hay que tener, ante todo, una buena materia prima. La orografía de Cataluña, entre el Mediterráneo y la montaña, ofrece innumerables posibilidades al cultivo de la vid. Todas las variedades, desde los blancos de clima frío -Riesling, Gewürztraminer, Sauvignon Blanc- hasta los tintos de clima más luminoso, como el Cabernet Sauvginon, la Syrah o la Garnacha, se cultivan hoy en Cataluña. Y, sin embargo, esa fiebre “colonizadora” que ha llevado al cultivo de las variedades internacionales más renombradas y nobles, no debe hacer olvidar el viejo patrimonio vitícola de Cataluña, con un pedigrí milenario. Miguel Torres acaba de presentar su vino tinto Grans Muralles 1996, nacido en el corazón de la Conca de Barberá, al pie del monasterio cisterciense de Poblet, elaborado a base de variedades tradicionales amenazadas por el olvido: Garnacha, Samsó, Monastrell, Garró... El resultado es un vino sensual que se suma a los excitantes y deliciosos vinos del Priorato, cultivados también en suelo de pizarras (llicorelles).
Y es que los suelos de Cataluña ofrecen una interesante variedad. Las mencionadas “llicorelles”, ruinosas en la producción pero intensas en su aporte mineral, se llevan la gloria. Y en el inmediato futuro ya apuntan otros descubrimientos revolucionarios y hasta hoy desconocidos, como los suelos ácidos de la Comarca de Tremp, en el Pirineo, que pueden ser la sensación de las próximas décadas.
A la hora de ofrecer al consumidor mundial esa riqueza vinícola hay que ordenar conceptos. Se necesitaba, en primer lugar, disponer de una oferta genérica “Vinos de Cataluña”, finalmente aprobada por la Generalitat, como tienen Burdeos, Borgoña, Alsacia, Rioja y otras comarcas históricas. Había que poder competir, presentando en los mercados del mundo la impresionante variedad de cavas y vinos que ofrecen los mil climas de Cataluña. Pero, a la vez, había que preservar claramente el patrimonio de las Denominaciones de Origen. Y, para ello, nada mejor que delimitar los “pagos” (crus, domaines, climats, estates) donde nacen los mejores vinos. Así nacieron Mas la Plana, Fransola, o L’Espiells en el Penedès; Clos Mogador, Clos Martinet, Finca Dofí , o Cims de Porrera en el Priorato; Milmanda, Grans Muralles en la Conca de Barberá; Mas Castell en Costers del Segre; Oliver Contí, en l’Empurdá, etc.
Una cultura del vino
Los países tienen los vinos que se merecen. En la vieja tradición mediterránea, el vino fue siempre una bebida de convivencia y de cultura. Y ese fundamento social se nota en el entorno actual de los vinos de Cataluña.
Cuando se creó FIVIN (Fundación para la Investigación del Vino y la Salud) fueron los empresarios catalanes los primeros que impulsaron y financiaron este proyecto que hoy, gracias a un formidable equipo científico, contribuye a demostrar la importancia del consumo moderado del vino en la saludable dieta mediterránea.
En el Centro Cultural del Vino de Cataluña se puede comprobar día a día el interés creciente por las novedades de la viticultura y de la enología que demuestran los alumnos que acuden a los cursos. Las alianzas de vinos y platos, los ritos de la cata o los protocolos del servicio... todo interesa a estos catalanes inquietos que celebran siempre sus fiestas pacíficas brindando con vinos y cavas.
En ese entorno cultural no es extraño que músicos, ministros, cantantes, actores y personajes famosos de todo tipo se hayan interesado en Cataluña por el viñedo y la cultura del vino. Personajes tan queridos y populares como Joan Manuel Serrat o Lluis Llach esperan alcanzar con sus vinos los éxitos -o quizás sería mejor decir las alegrías- que han obtenido con sus canciones.
Ese es el reto del siglo XXI, visto con mentalidad catalana: una viticultura arraigada en la tierra, basada en la tradición y la calidad, y unos hombres con la fantasía y la creatividad que heredaron de la clara luz latina. En un lado, el trabajo duro, serio, diario y prosaico de la viña y de la bodega. En otro, la vista puesta en las estrellas que simbolizan la Europa unida.
Enólogo de la era espacial
Pertenecen a esa raza de modernos enólogos, científicamente muy preparados, para los que la elaboración del vino comienza desde la cuna. Para ellos, todas las etapas son un eslabón imprescindible de la cadena, desde la preparación del viñedo al embotellado del producto final. Y ambos apuestan por el vino de terruño para Cataluña.
Josep Buján es ante todo un científico que dirige el Departamento Técnico de Freixenet con el rigor de un hombre que basa toda su fortaleza en la ciencia. No es para menos, porque elaborar decenas de millones de botellas de cava exige una producción de levaduras fantásticas, con los riesgos que conlleva manejar una biomasa de tal envergadura. “Sueño con posibles cambios genéticos, con mutaciones, que puedan dar al traste con todo el proceso de segunda fermentación en botella, allí donde ya no hay vuelta atrás”, comenta mientras muestra con orgullo su “fábrica” de levaduras que alimenta diariamente las inmensas cavas de Freixenet. Aquí todo es gigantesco pero perfectamente controlado. Tal vez por eso la Agencia Espacial Europea ha llegado a un acuerdo de colaboración con Freixenet para el recuento y control biológico de microorganismos, algo vital en los futuros vuelos espaciales de larga duración. Se trata de poner a punto la alta tecnología que luego se utilizará en los laboratorios espaciales. Y al frente del proyecto, Josep Buján, que ve en este acuerdo, de indudable trascendencia, la culminación de una carrera que se inicia en 1970 como técnico de laboratorio en la Cooperativa Vinícola del Penedés, recién acabados sus estudios en la Universidad Politécnica de Catalunya. Allí se familiariza no sólo con los rudimentos prácticos de la enología sino con los números grandes que habrán de marcar su carrera profesional, colaborando en la producción de los 60 millones de litros de vinos base para cavas. Cinco años más tarde, se integra en el Departamento Técnico de Freixenet, donde las cifras se elevan a los 80 millones de botellas anuales. Desde su puesto de altísima responsabilidad coordina un equipo de químicos, biólogos y enólogos muy joven y de gran nivel técnico. Su laboratorio es uno de los mejor dotados de España, verdadero centro de investigación y desarrollo, con múltiples acuerdos de colaboración científico-técnica suscritos con diversas universidades.
Pero Josep Buján sabe que el buen vino no se hace solo con ciencia, análisis, números y gráficos, en los que es un maestro. Un buen vino exige una buena nariz capaz de captar su grandiosidad organoléptica, lo que ninguna máquina puede realizar. Y Josep Buján tiene una buena nariz: en 1985 obtiene el Primer Premio del Concurso Anual de Cata de Vinos de España, que organiza la prestigiosa “Academia de Tastavins St. Humbert”. Su buen criterio y fino olfato le convierten en jurado de varias mesas de cata en concursos anuales de Rías Baixas, Conca de Barberá, Penedés, Vinitaly, etc. “Toda la ciencia enológica del mundo no es capaz de garantizar, por sí sola, la elaboración de un gran vino. Podremos realizar fermentaciones perfectas, descubados a tiempo, filtrados oportunos, todo lo que exige una elaboración en gran escala como es el caso de nuestros cavas, pero luego el vino tiene vida propia, y hay que tratarlo con amor, con una idea muy clara de lo que se quiere que llegue a ser”. Amor por el buen vino que en Josep Buján se complementa felizmente con un bagaje cultural y científico de primer orden. Carlos Delgado
René Barbier, el aire del Priorat
El día que llegamos a Gratallops se habían desatado todos los vientos de este mundo. Era un vendaval verdaderamente tremendo, como pocas veces se había visto en aquellas tierras. Estaba ya bien anochecido, y tan formidable ventarrón quizá contribuyó a que se apreciara todavía más la hospitalidad que la familia Barbier siempre ha profesado a sus invitados.
En aquella noche de perros casi nada funcionaba debidamente, ni la luz, ni el teléfono, pero sí lo esencial. Pudimos desarrollar una cata notable de vinos, barrica por barrica, en la inacabada bodega, y también, ya en su casa, degustar la excelente cocina de la señora Isabelle Meyer. En la sobremesa, René Barbier rememoró los intrincados vericuetos de sus comienzos, en los años 70, cuando unos jóvenes soñadores se enamoraron de la bravía naturaleza priorateña. De aquellas batallas, casi todas ganadas, se han escrito demasiadas crónicas.
Difíciles de entender
Todo el mundo quiere hacer los mejores vinos y las bodegas poderosas de otras latitudes compran hectáreas de terreno, aplanan, aterrazan y hay un desenfrenado trajín que en pocos años cambiará la faz de aquella hermosa tierra. René Barbier ve con cierta inquietud la llegada de nuevas firmas que no apliquen el trabajo adecuado en aquellos históricos viñedos. Su nueva bodega, en plena transformación, alberga en sus pizarrosas entrañas los muy cotizados “Clos Mogador” de las últimas añadas, así como las dos cosechas posteriores del “Erasmus”, en calidad de acogido circunstancial. Los dos constituyen los vinos más originales, duros y difíciles de entender de esta Denominación de Origen. Pero, una vez que se logra interpretarlos, es muy difícil que desaparezcan de nuestra memoria.
Reivindicar el terruño
En el ánimo de la familia Barbier (donde el joven René cada vez está más integrado en las labores y decisiones de la bodega) no entra la mínima posibilidad de cambiar el estilo tan personal de estos vinos, obtenidos con bajas producciones, los racimos bien maduros, elaborados con largas maceraciones, e imprimiendo los aromas y la personalidad de la barrica francesa. Para él adquiere suma importancia el terruño, hasta el punto de que está embarcado en una especie de cruzada para obtener una legislación que recoja los vinos de finca en toda España. También entre sus proyectos se encuentra una nueva bodega en la subzona Falset, dentro de la DO Tarragona. Después de tantos años de brega, sigue con las fuerzas intactas. Al fin y al cabo, en épocas de tormenta, su finca es el único punto de luz en todo el Priorat. Porque el grupo autógeno nunca falla.
Texto: Bartolomé Sánchez