- Ana Lorente
- •
- 2005-06-01 00:00:00
La revista Vinum se echa al camino, inflamado su seso por la lectura obsesiva del mayor libro de caballería que vieran los tiempos, y su corazón, por una montaña de textos vinícolas y botellas catadas y por catar. Va en busca de una nueva aventura, siguiendo los pasos del Ingenioso Hidalgo y, a falta de ventas y arbolados en los que restaurar sus fuerzas, recalará en las memorables bodegas que encuentra a su ruta. De «un lugar de La Mancha» a las playas de Barcelona: esta es la «via vini» que jalona los viajes quijotescos. Adentrarse por la ruta del Quijote requiere contemplar el paisaje y sus hitos con los ojos de la imaginación. Ha de ser, ante todo, un viaje en el tiempo, fundiendo realidad y fantasía hasta que se conviertan en una sola, de modo que el copiloto asegura a ciencia cierta que «el Quijote pasó por aquí, mira sus huellas», mientras el piloto afirma sin lugar a dudas que Quijano y Sancho fueron por un caminillo más allá, donde la perspectiva del molino se ajusta a la visión «real». Solo así desaparecerán del horizonte los vulgares edificios de ladrillo y los galpones de chapa que afean el desarrollo descuidado de los pueblos; solo así renacerán bosquecillos sombríos y amenos en la llanura diáfana, en el desierto sin límite o en el mar de viñas. Porque la realidad, incluso en este cacareado cuatricentenario de la publicación del libro más leído en el mundo, no ofrece a simple vista un llamativo recuerdo o un sentido homenaje. Se limita a unas discretas chapitas azules, aquí y allá, que mencionan la ruta, y a unos abrevaderos -muy abundantes- como reposo de quienes hagan la ruta a caballo. Una iniciativa sorprendente, cuando se contrasta con la escasez de alojamientos y comedores interesantes para los propios jinetes. Más iluminados que D. Quijote, los prebostes del turismo regional se empecinaron en hacer realidad la ficción, en poner hitos a la fantasía. Y así aparecieron hace un tiempo en el camino del cementerio de Argamasilla de Alba, para remachar la placa que, sobre una piedra con vocación de rueda de molino, simboliza el kilómetro cero de la ruta. Pero no vamos a enmendar la plana a Cervantes y, puesto que él lo quiso así, sin más que una ojeada, queda atrás el olvidado lugar de La Mancha, la prisión donde Cervantes pergeñó el libro, y da comienzo la primera salida: el Quijote solo hacia la venta donde le aconsejarán la compañía de un escudero, unas camisas limpias y unas monedas en la talega. Camino de La Venta Una carreterilla estrecha, escoltada por pinos añosos -un regalo raro en la llanura- conduce a Alameda de Cervera siguiendo el curso del Canal del Guadiana, su correr llano o amenizado por escalones, y a uno y otro lado los restos de construcciones autóctonas que acompañarán todo el camino manchego. Los «bombos» y los «majanos» son sencillos refugios de piedra. Los primeros, cilindros bajos, con techo semiesférico, generalmente encalados, resguardo para los agricultores y pastores y sus animales. Los segundos, un simple amontonamiento de piedras que los conejos pueden convertir en su hogar. Actualmente quienes preservan la caza los cubren periódicamente con una red, meten un hurón que hace salir a los conejos, los vacunan y los dejan libres. Con un pequeño rodeo, para evitar la autopista de los viñedos, se entra en Tomelloso. La advocación del pueblo a una patrona como Nuestra Señora de los Vinos no deja lugar a dudas. Tomelloso, cerealista y ganadero, se transformó en villa vinícola por excelencia cuando la epidemia de la filoxera. 4.000 cuevas que son o fueron bodegas asoman sus respiraderos (lumbreras) por cada rincón, incluso en la hermosa plaza, donde la Posada de los Portales se ha convertido en oficina de turismo muy activa, ya que mantiene un interesante Museo de Carros y aperos y, sobre todo, el legado de sus hijos más preclaros, los dos pintores realistas Antonio López, tío y sobrino. En las afueras, la Cooperativa Virgen de la Viñas, el gigante mundial que gestiona la producción de 19.000 has de viñedo. Y en lo alto, las chimeneas de las destilerías donde los excedentes acaban convertidos en alcohol. Porque ya se sabe: en torno al vino se aprovecha todo, desde los sarmientos para asar chuletas, los pámpanos para envolver «dolmas» orientales, las uvas, el vino, los aguardientes, el alcohol... Pongamos que el Caballero busca refugio en una de las Ventas que hoy lleva su nombre, en Puerto Lápice. La villa duerme hoy, un tibio domingo de primavera, temprano. Frente al ayuntamiento se abre un patio de madera rojo azafrán adornado por una noria de juguete que da nombre a otra venta. El bar «La Noria» lo atiende Ramón mientras discute con los vecinos madrugadores el destino de la próxima excursión del Inserso. Abrió el bar hace 40 años, y disculpa al alcalde porque su enfermedad le hace tener abandonados los molinos. Pasa un afilador, suena su silbo inconfundible a lo lejos y, cuando aparece, es un coche rojo, desvencijado, con un altavoz en el techo. Pero el corazón de Puerto Lápice es sin duda la venta de D. Quijote, quizá heredera de la legendaria, aunque la construcción del edificio es del S.XVIII. En el patio, una tienda de recuerdos y un comedor al aire libre: caldos, huevos, entremeses del ventero, gachas, duelos y quebrantos, salpicón, berenjenas aliñadas de la vecina Almagro... y cien fascinados japoneses en las mesas, con su cámara en ristre. Y es que los tópicos no son gratuitos. «La del alba sería» cuando el recién armado caballero, «tan gallardo, tan alborozado que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo», parte de la venta que tomó por castillo a buscar un escudero. Quizá, como Alejandro Fernández cuatro siglos más tarde, se encaminara a Campo de Criptana. La historia se repite en bodegas el Vínculo. Alejandro ha podido regresar triunfante a su Castilla León, mientras Quijano, desde aquí, volvió tundido a su casa. El visitante hará bien en aprovechar la visita para empaparse, en el antiguo «Pósito del grano», de la historia y el funcionamiento de los molinos de viento de aquí y de todo el mundo, a través de una exposición de maquetas interesante y didáctica. Y como guinda, subir al Cerro de Los Molinos a través de callejas blancas, empinadas y serpeantes, a tocar la realidad de El Infanto, el Burleta, el Sardinero, los tres molinos declarados Monumento Histórico entre la decena que quedan en pie, de los 32 que estuvieron censados en otros tiempos. El agua y la sierra El Quijote pareció dispuesto a asentar su seso y abandonar sus sueños, pero apenas recobradas las fuerzas, emprendió con Sancho la Segunda Salida, señalada explícitamente en el libro, por Campos de Montiel. En su afán de perturbar las mentes, o por olvido de la geografía, Cervantes sitúa aquí la famosa aventura de los molinos que más bien cabría en Alcázar, en Consuegra y alrededores. Lo que sí encontraría hoy en cada otero, en donde corra el aire, son los sucesores de aquella arqueología industrial, las estilizadas aspas de los generadores que muelen el aire y lo transforman en kilovatios. Salen pues caballero y escudero de noche, sin ser vistos, y bien podrían encaminarse por el paraje más bello, extraño y ameno de La Mancha, el Parque Natural en torno de las Lagunas de Ruidera de las que Quijote, creyéndolas damas encantadas por el mago Merlín, dice : «¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!» El paraje, sin embargo no puede ser más sonriente, junto a viñas protegidas de la helada por enormes ventiladores. Desde el castillo restaurado sobre la presa de la laguna de Peñarroya, y sea para la contemplación o para un refrescante baño, merece el paseo. El año ha sido seco y arrastra un largo estiaje, de modo que no se encuentran en todo su esplendor, las cascadas no corren entre las quince lagunas, los riachuelos nada aportan a sus aguas subterráneas, las orillas se agrandan, pero la vegetación -encinas, enebros, sabinas, pinos... perfumados de romero y lavanda- vive y colorea con su reflejo las superficies multicolores, verde lima, verde olivo, verdinegro, incluso lechoso, como la playa de arena prístina que se abre a la laguna Blanca. La villa de Ruidera se asoma a la de San Pedro. Es la mejor imagen de un pueblo limpio pero destartalado, cuyo mejor atractivo son los merenderos junto al agua y la fuerza fascinante de ser ruta hacia la aventura más teatral del Quijote, la magia de la Cueva de Montesinos. Teatral, más que nunca, este año en que menudean en su entorno representaciones de escenas del libro. Mientras se visten los titiriteros, una incursión en las profundidades. Desde la boca el terreno accidentado se oscurece, pero la linterna de unos adolescentes, ágiles como cabras, Doroteo, Valen, Manolo, Amancio..., acompaña hasta el río subterráneo, desvela murciélagos dormidos en las oquedades y conjura el temor. Mientras, José Gómez, el guía oficial, pone orden en su grupo de curiosos, recita por milésima vez el texto -«¡Oh señora de mis acciones y movimientos... yo voy a despeñarme, a empozarme y hundirme en el abismo, solo porque conozca el mundo que si tu me favoreces no habrá imposible a quien yo no acometa y acabe!»- y les instruye para bajar, quizá hasta la Sala de Cristal. Fuera, en el mismo paisaje de cambroneras y cabrahigos que describe el libro, se urde el tinglado de la antigua farsa. Un grupo local, El Pocico, ha ensayado para la temporada la versión de Alejandro Casona de «Sancho en la Ínsula Bartaria». Y allí, en su papel, Sol, la farmacéutica, dirigiendo; Juan, el albañil, propiamente en Sancho; Antonio, el de los muebles, en papel del sastre... Junto a unas raquíticas encinas el viento primaveral resuena en los micrófonos. Niños de todas las edades, ancianos, familias bajo el sol, sordos por los gritos de Sancho, silenciosos, atentos. Doscientas almas ansiosas de celebrar, en esta rara intimidad, el Cuarto Centenario. Pero ya oscurece, y en el pueblo -esto es municipio de Ossa de Montiel- empiezan a arder las luminarias. Es la fiesta de San Pedro de Verona, su patrón, y se celebra con hogueras vecinales en cada esquina. Los sarmientos vienen de la poda en las viñas vecinas, y a su rescoldo se cuecen cada noche, durante una semana, recetas emblemáticas de la gastronomía manchega, lo mejor de cada casa. En la esquina del barrio de la Paz, Quica Sánchez o Isabel Alcázar deciden el menú, la reserva de la despensa casera o, si es menester, la compra: hoy Pollo de corral con tomate, ayer dos docenas de huevos con sesos, o Cascafran con conejo, de José, o Caldillo de patatas, de Ramón, regados con vino artesanal «al tan-tan», al gañote, con un pitorro en la botella. En la hoguera Príncipe de Asturias, más conocida como «el último adiós» por estar camino del cementerio, hoy domingo toca chocolate y mojar en él unas airosas tortas planas de masa de churro, hasta chuparse los dedos. La tertulia se alarga hasta que el viento lo permite. Mañana habrá Gachas, que el Feo las hace mejor que nadie. «Mañana» la ruta sigue hasta un cruce en el camino polvoriento. A un lado, El Gijoso, las viñas de Sánchez Muliterno; al otro, El Bonillo, la bodega de Manuel Manzaneque. Difícil decisión, entre dos pagos vinícolas de la Sierra de Alcaraz que han merecido Denominación de Origen propia, que se salda apelando a la sabia justicia de Sancho: las dos. En el camino del Sabinal -no podía elegirse nombre más descriptivo- espera Doroteo, anfitrión de Sánchez Muliterno. Doroteo vive en la finca, en su propia plaza de pueblo porticada, cortinada, presidida por una vieja prensa entre magnolios y maceteros tallados, junto a un huerto de verduras al resguardo de los pájaros. Y de cuando en cuando se acerca a los dos puntos donde la finca toca la ruta D. Quijote: en Villahermosa, frontera de Ciudad Real y en el camino del Gallo a la Venta. No muy lejos, en el Bonillo, está el feudo de Manuel Manzaneque, el sorprendente artista que descubrió las excelencias de la zona, triunfó con su Chardonnay campeón del mundo, y deslumbra con sus potentes tintos de Syrah, Cabernet, Tempranillo. Una tierra excepcional que merece ser Denominación de Pago, donde, para evitar el riesgo de la helada, han podado tarde, y la gente de Ossa aprovecha los sarmientos para las luminarias. Desde aquí se impone un paso a la magnífica capital de la sierra, Alcaraz. La luz de la tarde acaramela la piedra, hace arder dulcemente la iglesia, el perfecto campanario, las columnas de la plaza a la que se asoma el Casino. Allí Said sirve de aperitivo cortezas y panceta, doradas como hojaldres, y sus paisanos juegan el truque. Solo los ventanales conservan carácter, lo demás lo arrastró la formica. La villa, sin embargo, se conserva. Como ejemplo, la casa de Los Galianos, construida por el notable arquitecto Vandelvira donde vive Adolfo López, artesano de navajas, notable fotógrafo, y todo por pura afición. En su taller se acumula un muestrario de cuernos de ciervo, de toro, ébano y marfil para las cachas. Porque sus obras son completamente artesanales: trabaja el acero, corta la hoja, la labra o la perfora y la templa. Hace las fundas de cuero, incluso las hormas de madera para darle forma cuando está húmedo. Y en sus salones, en los pasillos, guarda fotos inspiradas que son historia local, o imágenes del Rey, aún Príncipe, cuando acudía a la finca vecina de su amigo el ganadero Samuel Flores. Los alrededores son sierra pura, agreste, plantada de olivos hasta donde aguantan. Mal año, porque, en todo el recorrido, se han helado ejemplares centenarios y campos inmensos. Recuerdo del Quijote queda cerca, en Villanueva de los Infantes, donde los propietarios muestran la casa del Caballero del Verde Gabán tal como la describió Cervantes, con su portada, su hermoso patio con columnas de piedra y galería y, en el exterior, un curioso balcón en esquina. No es el único edificio notable de la villa, hay 170 casas blasonadas en torno a la plaza que recuerda a otro notable huésped, Quevedo, que vivió y murió en una celda del convento de Santo Domingo. Merece un alto para probar el Menú Cervantino en Jaraiz, un restaurante familiar donde Juan Bravo y su hijo Modesto renuevan con esmero la cocina tradicional y organizan muestras gastronómicas en las fiestas. Viñas y castillos Pongamos que el Caballero se aleja hacia tierras andaluzas a vivir las aventuras de Despeñaperros, que al paso se adentra en el Campo de Calatrava, recorre Valdepeñas, capital del vino, visita el Museo del Vino en la bodega de Leocadio Morales y la espléndida colección pictórica del Museo Gregorio Prieto. Pongamos que a la vuelta, sin que el libro lo recuerde, atraviesa Almagro y su corral de Teatro, y las vetustas cooperativas de los alrededores de Daimiel, antes de enfilar hacia casa, por el camino de Manzanares. Algo aquí le hubiera hecho detenerse y confundir, aún completamente cuerdo, castillo y venta. Es el Castillo de Pilas Bonas, construido por la Orden de Santiago en el Siglo XI, restaurado actualmente por Hilario Tolosa, un tenaz soñador que de niño jugaba trepando por sus muros y, desde que empezó a trabajar, a los 12 años, ahorró para ponerlo en pie. No subía a la torre del homenaje porque la escalera del siglo XI estaba tapiada y sólo se descubrió durante la respetuosa restauración, con cal y no con cemento, para que respire. Una obra de amor y de entusiasmo que acoge siete sobrias y confortables habitaciones y numerosos banquetes. Conserva una bodega bajo el suelo de cristal, se abre con puertas traídas de Afganistán, y es un milagro de buen gusto, sin concesiones, sin lujos barrocos. Abajo, en el pueblo que crece a su aire, está la gigantesca Vinícola de Castilla, el feudo de Señorío de Guadianeja y Castillo de Alhambra, que dirige Alfonso Monsalvo y elabora Casimiro Sanz. La empresa conserva una finca amable con carácter social, Buengrado, rodeada de viña. Una casa rústica pero confortable en medio de la llanura, donde la chimenea recrea la arquitectura primitiva de un bombo manchego. Es el camino hacia el Campo de Calatrava, vigilado por el Castillo de Bolaños, de Doña Berenguela, con su restaurada Torre del Homenaje. Otra restauración ejemplar, en Ballesteros de Calatrava, es la mejor pista para recalar: el hotel Palacio de la Serna, obra personalísima del propietario y chef, Eugenio Bermejo sobre una casona del XVIII, donde combina sutilmente diversas tendencias estéticas en las 20 habitaciones planteadas como exposición de un pintor diferente. El campo de Calatrava es un circo volcánico rodeado de fortificaciones naturales. Los pueblos son despatarrados pero con alguna gracia y con un par de cooperativas que parecen ancladas en el tiempo en el que regresó Quijote a casa, maltrecho una vez más, pero capaz recobrar bríos para emprender el más largo viaje, el que cubre el segundo libro y le conduce a las costas de Barcelona. Pongamos que salió a Villarrobledo, donde aún hoy un par de artesanos cuecen las gigantescas tinajas de barro tradicionales, que contrastan, frente a frente, con los depósitos de acero a la puerta de la nueva fábrica, en el camino de bodegas Aresan, con su cuidado jardín y su barroca decoración . Deja atrás el inmenso viñedo (30.000 has.) y los monumentos renacentistas y se encamina soñador hacia su señora Dulcinea. Pero sin duda Sancho exige una parada en las Pedroñeras, en Las Rejas, en la mesa del más reputado y genial chef manchego, Manuel de la Osa. En el Toboso no encontraría hoy en el pueblo de 2.000 habitantes más que una joven bautizada como Dulcinea, una imagen de su amada, de alambre, y el vestuario de Milagros, la esposa de Salvador, el bodeguero. El museo está en obras, y la alcaldesa, desesperada entre eso y un desgraciado edificio en obras que afea la plaza. Lo mejor es una tienda de recuerdos y documentación quijotesca y valiosas exposiciones. Dulcinea es, eso sí, el nombre de la bodega que rige el enólogo Isidro Gómez. En los alrededores, frente a la abandonada Venta del Quijote, José Fernando Pérez, viticultor de toda la vida, ha asumido el nombre y la estética típica para su nueva bodega que estará acabada en la próxima vendimia, y prevé un enohotel con 10 habitaciones, restaurante y sala de cata. Compra la finca en el año 1997, y planta 520 has. de Syrah, Garnacha, Merlot, Cabernet, Chardonnay y Tempranillo. Clones poco productivos y poda corta. Naves de mil metros para elaborar 400.000 botellas de selección y vender el resto de la uva. La vieja ruta hacia el mar Desde el mejor pago, Cerro del Moro, un hito permite adivinar la próxima parada, en Los Hinojosos, la excepcional Finca Antigua de Martínez Bujanda que rige un joven enólogo entusiasta, sensato y sabio, Lauren Rosillo. Y de ahí a Chinchilla , la que mereció ser capital de la Mancha, colgada en un promontorio inconfundible pero sin una habitación mínimamente recomendable. Muy cerca, en Horna está la finca Los Aljibes con su yeguada de raza española de capa negra y la flamante bodega. Y, siguiendo los pasos del hidalgo, los de ida o los de vuelta de Barcelona, hacia Aragón por Teruel, por el paisaje mediterráneo del alto Turia que rompe la Central de Cofrentes, por el Maestrazgo de pueblos empinados y curvas intrincadas. Es donde Sancho acepta el convite... «si vuestra merced quiere un traguito, aquí llevo una calabaza llena de lo caro y unas rajitas de queso de Tronchón que servirán de llamativo y despertador de la sed...», y allá vamos. Por Cantavieja, colgada en una falla, por Mirambel, con su torre cónica con caperuza. En Tronchón, en las alturas de Alcañiz y su famosos Parador, Pilar Dalmau y su marido siguen haciendo queso como hasta hace poco elaboraban en cada masía. Ahora ellos reúnen la leche de las cabras y ovejas del vecindario, unos 5.000 litros semanales, la cuajan y la moldean en asépticas «ancillas» de plástico, que antes eran de madera. Hacen formas de medio y 1 kg, saladas en salmuera y conservadas en la cueva 5/6 meses. En la cámara va adquiriendo el moho, y para la venta los limpia bajo el grifo, con estropajo. Y en el patio abrió una tiendecita en la que vende exquisiteces de sus vecinos. Como vecinos son la pareja suiza que elabora, en Cretas, los originales vinos Venta d’Aubert. El Quijote cuenta que nunca entró en Zaragoza, pero en sus contornos se desarrollan las hermosas historias del castillo de los Duques y la Ínsula Barataria. Antes, el camino pasa por Señorío de Aylés, impresionante, asentada en su otero, y por Muerero, feliz paisaje aragonés que deja atrás los grisáceos eriales, los chatos promontorios raídos por los vientos del Moncayo. Un lobo o un zorro -los ojos engañan- cruza la cima, enredado en cepas antiguas, una perdiz cruza el camino, sin prisa. Siempre le sigue otra, es tiempo de cría. Los legendarios dominios de los Duques y su palacio se sitúan en Pedrola, junto a la iglesia, y a dos pasos, en Alcalá de Ebro, se recuerda la Ínsula Barataria y los buenos oficios del gobernador Sancho que, convertido en estatua, medita a la orilla del río, solo, olvidado. La más triste imagen del viaje. El camino a la costa se hace ameno y exquisito «entre copas», de Cariñena y Campo de Borja a Costes del Segre, ya en Cataluña, donde hubo vino desde tiempos griegos y donde los de Castell del Remei o Raimat, la obra titánica de Manuel Raventós en el valle del Ebro, reinan desde principios el pasado siglo. Las hazañas del Caballero de la Mancha tocan a su fin cuando, al embate del Caballero de la Luna Blanca, da con sus huesos en una playa cerca de Barcelona. Quizá en Alella de Mar, a las puertas de Parxet, donde otro soñador, el Marqués de Alella, ha derrochado esfuerzos para preservar las viñas de la codicia inmobiliaria. Atrás quedan las desiertas playas, sumidas en el empuje turístico «como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre de sus principios hasta llegar a su último fin». Y como, dolorido de alma y cuerpo, llegó también la vida de don Quijote a su acabamiento, concluye el viaje. Queda, eso sí, y para siempre, el Libro de tan buena guía y, en las alforjas, más de una docena de botellas que bien valen las fatigas y traerán memoria de las más gratas ocurrencias. n El VÍnculo Llegó el caballero de la Ribera del Duero, el famoso hacedor de Pesquera, a buscar aventura en La Mancha, de donde le habían llegado noticias de sus excelentes uvas. Desde lejos divisa los molinos de Alcázar y Criptana, y al fin es ahí donde asienta su bodega y donde halla el mejor escudero, Pepe Pérez Gustoso. Es él, entusiasta, enamorado de la bodega y de su pueblo, quien ejerce de anfitrión con las visitas y de señor de la bodega, de las obras que ponen en pie sueños, como un comedor diáfano, con vigas de 10 metros donde acoger y agasajar a quienes se acerquen a visitar sus dominios. Bajo su sabio gobierno, las botellas de El Vínculo viajan desde esta ínsula a todo el mundo; la casona junto a las oxidadas vías del tren ha duplicado su capacidad con una nueva nave como almacén, una posible sala de exposición; en el patio, brillantes depósitos bajo las tejas y en su caletre rebulle el diseño de una regia escalera que imagina con piedra envejecida, como la de las chimeneas, para dar acceso a las zonas nobles. Conoció a Alejandro cuando éste buscaba uva para elaborar un vino en la Mancha y le ofreció los derechos de unas cepas robustas, retorcidas y ancianas como olivos, verdaderos diplodocus de la viticultura, esas que jalonan toda la zona y que parecen plantadas antes de la primera edición del El Quijote. Vínculo es pues hoy más que dos, y los molinos y los 300.000 kilos de la última vendimia. Sigue siendo un proyecto creciente. Señorío de AylÉs A la salida de Fuendetodos, patria de Goya, destaca en el cerro, a 600 metros de altura, el edificio de bodega, con evidentes sugerencias aragonesas renacentistas, ladrillo árabe formando dibujos, una soberbia portada que conduce hasta la sala de barricas, al fondo del recibidor, y torre con mirador. La familia Ramón reunió hace 15 años la herencia de tres grandes fincas de Cariñena con aguas subterráneas, hasta contar con 3.120 has., valladas en un perímetro de 23 km. y que incluyen río y hasta aldea propia, con historia desde el s. XII, donde viven muchos de los empleados con sus familias. Han plantado 53 has., sobre todo Garnacha y Tempranillo, que se incrementarán hasta100, que es la capacidad de la bodega, moderna, sobria, funcional, elegante. Está situada sobre la «Red natura 2000», zona de protección de aves: buitres, milanos, perdices, faisanes.... un paraíso de quietud, silencio y belleza agreste que contrasta con la pulida estructura del jardín interior en el claustro y su colección de plantas aromáticas. Cosechan a máquina, de noche, de modo que la uva fresca llega en 10 minutos, en perfectas condiciones. La materia prima que requiere el director de campo, Luis Bernal y el enólogo, Jorge Navascués, cuya obra ha sido reconocida como el mejor tinto joven por sus compañeros, en el concurso de Enoforum que convoca Opus Wine. Murero La flamante bodega ha nacido en un precioso entorno natural, enmarcada en los chopos de la ribera y al lado de la Ermita barroca de San Mamés, en la finca denominada «La Moratilla», en una extensión de 5.000 m2. Es un edificio rectangular con fachada en piedra, acorde con el medio y con la propia ermita. Un zaguán de canto rodado, maderas viejas y frescos, un rincón para degustar una copa y un bocado bajo la luz tamizada por placas de alabastro, y un ventanuco que se asoma al contraste, a las modernas técnicas de elaboración y embotellado. La vendimia, en un terreno accidentado y en pagos separados, es muy costosa, sobre todo cuando se pretende que la uva llegue inmediatamente a la bodega, a la nave de elaboración, entre los 12 depósitos, de 10.000 litros, que permiten elaborar por separado y con mimo. José Antonio Martín, viticultor local, convencido de la calidad de la zona, llamó a los especialistas y comenzaron a comprar viña antigua, 32 parcelas, donde la garnacha desarrolla personalidad, profundidad y carácter, extraídos de un suelo mineral pizarroso, de una altura arriesgada, entre 800 y 1.000 metros, con un clima extremado. En la sala de barricas subterránea experimentan con roble americano, húngaro, rumano... para tres vinos, Muret, un joven tinto roble, es decir, con un leve paso por madera. La insignia, el Murero, con 10 a 12 meses de guarda. Y en los años perfectos, un selección élite. Sánchez Muliterno Doroteo conduce por una pista de arcilla y guijarros en la que alternan las encinas con viña nueva, que ha exigido apartar contundentes rocas, con extensiones en espalderas y con riego, plantadas hace 20 años, con olivos, con cereal naciente en las hondonadas, hasta llegar a la torrecilla del reloj, en la puerta de la casona y la bodega que rige Juan Sánchez Muliterno. La familia de Albacete compró la finca en los años 90 con el capital de otra industria bien distinta, la que bautizó a su padre como «El rey del bolígrafo». La acomodaron, restauraron el campo, 72 has. de las que 32 están en producción, amenizaron el jardín con su estanque y sus esculturas, y disfrutan en cada momento libre el placer de volver a la tierra, el silencio, la naturaleza, un confort por encima de cualquier lujo. De la agricultura y la ganadería se ocupa Doroteo, y su mujer, de la casa grande y las casitas rurales para huéspedes, sobre todo cazadores de perdiz, en temporada. Miguel Carrión se encarga de la enología para elaborar un Chardonnay varietal y otro con Sauvignon Blanc y los tintos Vega Guijoso y Viña Consolación: en total 130.000 botellas. Emplea15 depósitos medianos para vendimiar por pagos, a mano. Todo eficaz, mínimo, con una embotelladora pequeñita, una tiendecita a la entrada que ofrece un descuento del 10 % a quien compre su peso en vino, y un subterráneo de guarda y fermentación en barrica. Finca Antigua En1998, apenas inaugurada Finca Valpiedra, la familia Martínez-Bujanda encontró un lugar perfecto para extender sus dominios fuera de La Rioja. Finca Antigua son1.000 has., situadas entre las provincias de Cuenca y Toledo, a casi 900 m. de altitud y con 283 has. de viñedo en producción, de casi 15 años de edad, en espaldera y de variedades nobles (Cabernet Sauvignon, Tempranillo, Merlot y Syrah). Así, se construyen unas preciosas instalaciones que se inauguraron en 2003 con capacidad para elaborar 3.000.000 de kg., Un paraíso futurista y a la vez integrado en la naturaleza, que se asoma a la balsa central, un plácido estanque. Dotado de las últimas innovaciones técnicas en dos edificios amplios y luminosos, para elaboración y embotellado, y de una nave de crianza en madera de 4.000 barricas nuevas, apiladas a 8 alturas, frente al talud de piedra que sostiene el estanque. Es el feudo de Lauren Rosillo que lo defiende con pasión y riesgo, que protege maternalmente con prepodas cepas que corren peligro de helada, y trabaja en parcelas pequeñas, diferenciadas. Elaboran más de 1.200.000 botellas, de las que se exporta el 70%, aunque la bodega tiene capacidad para el doble. Manuel Manzaneque Una creación caprichosa, desde las entrañas, desde el amor a la tierra, que en su día metió a bodeguero al director de teatro Manuel Manzaneque. De la bodega se ocupa ahora su hijo Manuel, enólogo cultivado en Montpellier ya con las miras puestas en el desarrollo de la bodega familiar. Michel Poudou, por entones enólogo de la casa, le impulsó a esa formación, de modo que se educó en una residencia francesa a la que se llevaba de aquí el queso, el chorizo, el aceite y, por supuesto, el vino, que sus compañeros -por chauvinistas- no apreciaban en todo su valor. Practicó en Pomerol, con Michel Rolland y, desde 2002, todos los vinos de la bodega, donde tiene su casa, son hijos suyos. De su padre dice que tiene de Quijote un espíritu soñador, emprendedor, valiente, y de Sancho, cierta prudencia y un hablar refranero, como actor y manchego. Manuel trepa por las barricas de 300 litros donde se cría el Escena, conoce a ciegas la bodega, pero lo que más le satisface es el campo, la naturaleza, el viento. De modo que como enólogo sigue los principios naturales, no es intervencionista y derrocha paciencia para que las uvas se expresen plenamente a su debido tiempo. La Finca Elez, calificada como pago con D.O. propia son 40 has. en espaldera y con riego. El clima y la tierra son prodigiosos. Es terreno seguro, no hay botritis ni más peligro que los conejos o las heladas. Vinícola de Castilla Una fuente con un racimo en imposible equilibrio refresca, como el verde, el paisaje, sobre una inscripción quijotesca: «bebo vino cuando tengo gana y cuando no la tengo, y cuando me lo dan por no parecer melindroso o mal criado, que a un brindis de un amigo ¿que corazón ha de ser tan de mármol que no le haga la razón?». Casimiro, manchego pero experimentado en Rioja y Aragón, es un enólogo curtido y habituado a las cifras astronómicas, reina sobre 190 has. de viña y sobre 8.000 barricas. Lleva aquí nueve vendimias, y aunque no conoció la era Rumasa ni la aventura de ser los primeros en embotellar en la zona, o de criar, desde hace 18 años vive la casa como propia. Ha visto crecer los almacenes y convertirse en dos naves espaciosas bajo la grava, y ha ingeniado pájaros invisibles que graznan con estruendo para espantar a los reales, para evitar que se cuelen por los respiraderos disimulados en los adornos del jardín -prensas, tinajas, barricas apiladas-, y aniden en la tentadora frescura de la bodega. Necesitan comprar uva y no escatiman pagar bien para elaboran entre 6 y7 millones de botellas -incluso un espumoso- de las que el 60% se exportan, incluso a Japón, Filipinas y China. Campos de Dulcinea Tras los portones de una discreta casa de pueblo, la pequeña bodega conserva el nombre quijotesco: Campos de Dulcinea. Sebastián, el propietario, e Isidro, enólogo, experimentado en Cuevas de Granero, se reparten mano a mano las tareas para elaborar 250.000 l. de Vino de la Tierra de Castilla, de uva propia, de cepas viejas, herencias familiares o de nuevas que han cumplido al menos 7 años y que se vendimian manualmente. En total 100 has. de Tempranillo, Cabernet, Graciano, Chardonnay. E esperan impacientes la fecha inmediata para sumarse, con todos los controles superados, a la modalidad de cultivo ecológico. La bodega es antigua y conserva activas las 11 tinajas cerámicas, eso sí, revestidas de resina y climatizadas con placas, cuando es menester. Están convencidos de que ese recipiente les confiere especial personalidad. El anexo moderno incorpora cuatro depósitos de acero para fermentación controlada, y uno de estabilización, en torno a un patio donde coleccionan aperos históricos. Aresan Empezaron a plantar viña en 1980, cuando Aurelio Arenas, constructor, pudo rescatar tiempo y esfuerzo para dedicarse a su afición, el vino. Su hijo Aurelio decidió prepararse en enología, en Madrid y Burdeos, y con ese sustento de futuro construyen la que se estrenó en junio 2004 aunque ya venían elaborando vino desde 2002. Los mandaron a concursar en Tempranillos al Mundo y recogieron dos medallas de oro en Bruselas y otras tantas en Portugal, el refrendo de ir por buen camino. Se nutren de 170 has. de viña propia, nueve variedades tintas, para coupages en los que caben Tempranillo, Cabernet, Petit Verdot, Pinot Noir, y siete blancos, de los que cinco son varietales, como el primer Gewüztraminer de La Mancha que saldrá este mes. Una rigurosa selección en el campo deja, tras la poda de verano, 1 kg. por cepa. Un equipo de cinco enólogos controla el campo y la recepción en el amplio patio donde los remolques traen con cajas de 25 kg. que pasan por mesa de selección. Para elaboración cuentan con 60 depósitos que permiten elaborar por variedades y parcelas (este año, 47 diferentes), de modo que tienen que escalonar vendimia y para ello eligieron previamente los clones idóneos. La joya son los tinos de roble de 13.500 l., fabricados en Cognac, para fermentación maloláctica. Los Aljibes Vino, aceite y 50 caballos pura raza española, de capa negra, que relinchan por pura alegría primaveral. Son el decorado y la hacienda de la hermosa finca, ahora que la sequía alejó los flamencos del estanque de la entrada. La bodega, en el centro, rodeada de viñas, es rotunda, sobria, y tan flamante que pide a gritos la pátina de vida, actividad, historia. En la zona recepción no hay tolvas sino mesa de selección incansable, a ritmo de la vendimia, por el día manual y por la noche a máquina. En la sala de elaboración, depósitos de 30.000 a 5.000 litros, y 18 tinos franceses para afinar la crianza durante 8 meses, previstos para elaborar la cosecha de sus 223 has. y de 11 variedades -Syrah, Petit Verdot, Tempranillo, la experiencia de la Marcelán...- La ilusión de los propietarios, la familia Lorenzo, de Hellín es constituirla en Pago, fronterizo de Almansa y Manchuela, a 900 metros de altitud. Bajo la dirección de Pedro Sarrión elaboran desde el año 2002, y hace solo un mes que el primer vino está en la calle, con la previsión de 1.200 barricas y 600.000 botellas. Reciben visitas guiadas que pueden disfrutar de las regias zonas nobles, el pulido patio y la colección de coches de caballos y enganches, y sobre todo de la magnífica vista desde el torreón, pensado como sala de exposiciones. Venta D’Aubert El pueblo de Cretas, dormido en el Maestrazgo, en olvidadas tierras vinícolas del Bajo Aragón y Terra Alta, espabiló cuando, en 1987, una pareja de suizos recién llegados, Hanspeter Mühlermann y Ruth Brandestini, empezó a plantar en su finca una viña en espaldera en torno a la casa, con variedades históricas, garnachas tinta y blanca, y nuevas: Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah, Chardonnay, Viognier... Tardaron diez años en presentar en sociedad el Dionius, y desde entonces la empresa creció vertiginosamente. Aun así, ellos viven a pie de viña y otean el cielo con agudeza de conocedores, esperando que les sea propicio porque, en su riguroso proyecto de vinos de calidad, se resisten a incorporar riego o a tratar químicamente el terreno y las plantas La tierra es sana, y el clima, seco, es un fiel colaborador, incluso cuando aturden los vientos, el Cierzo y el salvaje Mistral. El resultado es un mimado catálogo, vinos originales, personales, los blancos varietales o basados en Viognier, y los tintos en Garnacha, como la joya de la casa, el Dionus, en el que se combina con Cabernet Sauvignon, Syrah y Merlot que envejecen como varietales y conviven poco antes de embotellar. Raimat Setenta años separan los dos edificios de lo que es hoy la bodega Raimat, el corazón de una hermosa finca viñedo que es la verdadera protagonista, del paisaje y de la historia, presidido por el castillo restaurado, sede de visitas. La bodega antigua salió del estudio de un discípulo de Gaudí, el arquitecto Rubio y Bellver, según encargo de Manuel Raventós. Un encargo que concedió al artista libertad para ensayar la primera construcción española basada en hormigón armado. El nuevo edificio fue construido en 1988 por Domingo Triay. Si Rubio se inspiró en el románico, Triay se ha remontado al antiguo Egipto, y lo sugiere en formas evidentes y en sutiles detalles. Setenta años de diferencia, pero ambos son la muestra de la técnica, la estética y el arte más innovadores de cada época. Y es que reflejan el espíritu del fundador, un visionario tenaz que hace un siglo lucía con éxito sus vinos y precoces champanes en la Exposición de Barcelona, de la firma en que hoy se integra, Codorníu. En las profundidades de la bodega primitiva duerme el botellero, el museo de vinos históricos, la enciclopedia del sabor de los años. Alrededor, las 2.245 has. que nutren la bodega. Y es que Raimat es el viñedo más grande de España y también la mayor finca vitivinícola de Europa propiedad de una sola familia. Elabora 4,7 millones de l. de vinos tranquilos y 1,2 de espumosos. Parxet Parxet nació en 1920 en Tiana, pueblo situado entre colinas cercanas al mar a escasos kilómetros al norte de Barcelona, cuando la familia Suñol puso en marcha la elaboración del «méthode champanoise» en su masía, que ya venía elaborando vinos desde el siglo XVIII. En 1980 instalaron la actual bodega, cristalina, con modernas instalaciones de estilo californiano. Con los primeros depósitos de acero que funcionaron en Cataluña, junto a la masía Can Matons, una tradicional casa de labranza catalana del siglo XVIII. Alrededor crecen los viñedos de Pansa blanca, la variedad de uva genuina de Alella que otorga su personalidad a los cavas y a los vinos blancos Marqués de Alella. Viñedos propios y ajenos, gestionados milagrosamente para que los viticultores no vendan sus tierras a las inmobiliarias. La vendimia se realiza en cajas de 20 kg., de forma manual, y se dirige rigurosamente desde la bodega, aunque algunas veces obligue a realizar hasta tres y cuatro desplazamientos a una misma parcela. Se prensa la uva entera para conseguir un mayor calidad. El transporte también corre a cargo de la bodega, lo que asegura que la uva llegue con la mayor rapidez posible y en perfecto estado.