- Redacción
- •
- 2002-06-01 00:00:00
Portugal, en el pasado, no fue precisamente un Eldorado para los amantes del vino blanco. Pero las cosas cambian: en el norte del país, entre el Douro y la frontera española, de repente se están vinificando vinos aromáticos de gran finura con variedades autóctonas. El río Miño no es un río espectacular. Verdes son las colinas que lo flanquean a ambos lados. El paisaje parece extrañamente urbanizado. Feas construcciones nuevas junto a austeras casas señoriales de granito gris. Hórreos del siglo XVIII y XIX, llamados «espigueiros», que parecen cámaras sepulcrales. Aún hoy, en algunos de estos graneros sostenidos en el aire por pilares de piedra se sigue almacenando trigo para protegerlo así de la humedad y de los ratones. Los frontones de estos hórreos ostentan cruces, pues allí la iglesia es omnipresente desde hace siglos. No están lejos los centros religiosos como Santiago de Compostela en España y Braga en Portugal. Las cepas crecen en cualquier espacio libre, generalmente en forma de pérgola. Y sin embargo, es un mundo dividido. En el lado español del río, en la denominación de Rías Baixas, la vinicultura ha experimentado una prosperidad repentina increíble en los últimos diez años. El Albariño, frutal y floral, se ha ido convirtiendo en el vino blanco español más de moda. Las bodegas más modernas a menudo se crearon de la nada, con ayuda de generosas subvenciones. Poco después del embotellado, hasta la última botella de estos vinos ya está vendida y camino de Japón y los EE UU. Sólo hay que lamentar que algunos vinicultores gallegos se hayan apuntado a la moda indiscriminada de la barrica sin medir antes las consecuencias. Doña Hermina despertó a la Bella durmiente En la otra orilla del Miño, la portuguesa, hasta ahora todo era distinto. Allí, la vinicultura parecía presa en el sueño de la Bella durmiente. La Albariño, que allí se llama Alvarinho, aunque estaba igualmente extendida sobre todo a lo largo de la frontera, en el pasado se solía plantar mezclada con otras variedades como Loureiro, Trajadura, Azal, Avesso, Batoca y Pederna. Es decir, que lo que salía al mercado como «vinho verde», por lo general, era un vino acidulado, rústico, con algo de aguja y poco alcohol. Algunos productores poco ambiciosos, no obstante, intuyen desde hace ya algún tiempo que tanto el terruño, con sus suelos en su mayor parte de granito, como las variedades largo tiempo menospreciadas pueden dar más, produciendo vinos frescos, acerados, de tono puro. Éstos armonizan magníficamente con los mariscos del norte de Portugal. Por ejemplo, con los percebes, esos extraños moluscos que parecen pies de elefante. Se considera precursora de esta evolución a la ya fallecida Doña Hermina, que en su palacio de Bejoeira, en la región de Monção, apostó por el Alvarinho desde los años setenta. Este vino tiene tanto carácter como su congénere y vecino español. El Palacio de Bejoeira y su exuberante parque con estanques, islas y grutas es una de las edificaciones características de la región del vinho verde, que parece sacada de un cuento de hadas. El palacio posee incluso una sala de teatro con butacas de peluche blanco y una concha de apuntador de madera tallada en forma de concha de Santiago. No es de extrañar que en estos edificios encantados, que parecen ocultarse entre las colinas, el paso a la modernidad se haya producido muy tarde. Y las mejoras se realizan de forma tan cautelosa que el progreso cualitativo no oculta, como en otros lugares, las tradiciones seculares. A las variedades de moda como Chardonnay y Sauvignon Blanc no se les ha perdido nada en la región del vinho verde. Los oriundos saben disfrutar igual de un buen Alvarinho, Loureiro o Avesso. De tal palo, diferente astilla La Casa de Vila Verde, junto a Lousada, por ejemplo, fue construida en el siglo XV, y quien observe cómo las mujeres preparan la comida en la antiquísima cocina, puede imaginar que hace doscientos años se habría encontrado con una escena muy parecida. Hace no mucho tiempo, la cepas allí sólo crecían en forma de pérgola cubriendo los caminos que rodeaban los campos de trigo. El propietario de esta finca, Luis Pinto Mesquita, que se gana la vida como comerciante de harina en Porto, se ha propuesto levantar la finca familiar, despertándola de su profundo sueño. Ardua y ambiciosa empresa, pues su abuelo, el último en llevar la finca, llegó a los cien años, y en los últimos veinticinco no invirtió nada en la vinicultura. Ahora la bodega está totalmente modernizada, y recuerda a una boutique winery del Nuevo Mundo. Pero lo más importante son los viñedos. Se han seleccionado las mejores cepas viejas de las variedades Loureiro, Trajadura y, naturalmente, Alvarinho, y se han multiplicado calculadamente. Luego, se han plantado en espaldera, el sistema habitual en la actualidad. El vinho verde que se hace con estas tres variedades se presenta sorprendentemente espeso y material, aunque con sus 8,2 gr. de acidez y sólo un 10,6 por ciento de alcohol, presenta los valores clásicos del vinho verde. «Si quiero aprovechar plenamente el potencial de esta finca y civilizar verdaderamente el vinho verde, no me va a faltar trabajo en los próximos años», dice Luis Pinto Mesquita, que ya pasa aproximadamente la mitad del año en la finca. Quiere estar seguro de que sus ambiciosas ideas se llevan a cabo adecuadamente. Etiqueta confusa El ambiente de cambio que se respira en la Casa de Vila Verde no es un caso aislado. Los propietarios de muchos palacios venerables buscan en el vino la conexión con los nuevos tiempos. Les apoyan enólogos portugueses de primera línea como Anselmo Mendes y Rui Walter da Cunha. La expectación rodea a los vinos de los próximos años. Algunos ya lo han conseguido: el varietal Alvarinho de la Quinta de Alderiz conserva el nervio del clásico vinho verde, pero lo ha integrado en una estructura elegante y equilibrada. Los aromas reúnen de manera hermosa frutas cítricas y notas florales. Es un vino honrado, sin afeites y, sin embargo, con cuerpo. Quien lo conozca tomándolo muy frío en un cálido día de verano junto al mar, lo amará desde el primer momento. Sólo que la vieja etiqueta no acaba de ser adecuada. Además, ¿por qué José Alfonso Pinheiro, el propietario de la Quinta, sigue considerando necesario reseñar en la etiqueta, junto a la variedad Alvarinho, la designación de vinho verde? Lleva a confusión, pues así da la impresión de que se trata de un vino simple, despistando a los aficionados. Por otra parte, también podría ser peligroso imitar demasiado abiertamente a los gallegos y su éxito, y apostar plenamente por el Alvarinho como única carta. Los vinicultores portugueses no deben descuidar sus otras variedades. Quién sabe, quizá el vinho verde pronto se convierta en sinónimo de un vino blanco fresco y honesto, pero con carácter. Tiene posibilidades. Redoma eleva el listón Pero la revolución blanca no se limita a la zona del vinho verde, se ha extendido por todo el norte de Portugal. Sobre todo entre los vinicultores del Douro. En el país del Oporto, hasta ahora, todos hablaban del vino de mesa tinto, que ciertamente puede alcanzar allí un alto nivel internacional. Hace muy poco tiempo que los vinicultores se han dado cuenta de que también tienen buenas cartas en lo que respecta al vino blanco con variedades como Gouveio, Arinto y Malvasia fina, con las que hasta ahora elaboraban el escuálido Oporto blanco. Ninguno lo ha demostrado de forma tan efectiva como Dirk van der Niepoort, de 38 años. Su Redoma blanco ha resultado excelente en los años 1999 y 2000. La uva procede de una antigua plantación mezclada, en la que crecen, además de las Rabigato, Codega y Viosinho, posiblemente otras diez variedades más. Las cepas hunden sus raíces en el clásico terruño de pizarra, entre 400 y 700 metros sobre el nivel del mar. Lo especial de este vino fermentado en barrica es que aúna con ligereza tradición y modernidad. Es un vino jugoso, fresco y sustancioso, que en su estructura recuerda a un Borgoña clásico. Y sin embargo, por suerte, también está siempre presente el carácter propio de las variedades del Douro. A la manera moderna La Quinta de Covela ha emprendido un camino distinto. A mediados de los años ochenta, Nuno Araújo transformó esta bellísima granja del siglo XV en una finca vinícola moderna. Se encuentra exactamente en el límite entre la zona del Douro y la del vinho verde. Las cepas, arraigadas en los suelos pedregosos con contenido de granito, rodean el edificio como las gradas de un anfiteatro. En este lugar de ensueño, el enólogo Rui Walter da Cunha ha creado uno de los vinos blancos más modernos del país. Ya sólo por la etiqueta futurista y sencilla, el opulento Covela Branco Colheita Seleccionada recuerda a un vino del Nuevo Mundo o a un italiano de moda. Y también el propio vino está pensado para un público joven e internacional. Se trata de una cuvée elaborada en barrica, hecha con la uva autóctona Avesso, mezclada con Chardonnay. En una cata a ciegas, más bien se pensaría que este vino pertenece al Nuevo Mundo. En el Quinta de Covela Branco normal, la Avesso y la Chardonnay se completan con un pequeñísimo porcentaje de Gewüztraminer. Así surge un vino complejo y expresivo, con aromas de cítricos, lichi y mango que, con su estilo jugoso y fresco, conserva (gracias a la elaboración en tanque de acero) más naturaleza portuguesa que su hermano mayor, el Colheita Seleccionada. En cualquier caso, esta Quinta demuestra como ninguna otra la amplitud de la paleta de vinos que actualmente se pueden extraer a la zona entre el Douro y el Minho. No cabe duda de que nos esperan algunas agradables sorpresas blancas más del extremo norte de Portugal. Texto: Thomas Vaterlaus Fotos: Heinz Hebeisen