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El Duelo: Hugh Johnson y Robert M.Parker

  • Redacción
  • 2002-10-01 00:00:00

Son los dos publicistas del vino más influyentes del mundo, y conciben la comunicación acerca del vino de manera opuesta. La escala de cien puntos lanzada por el americano Robert M. Parker y convertida en el baremo de la calificación del vino a nivel mundial, a ojos del inglés Hugh Johnson constituye un trágico paso en falso. Thomas Vaterlaus habló con ambos sobre el sentido y sinsentido de la calificación por puntos. Hugh Johnson «Los americanos necesitan seguir a un líder, también en el caso del vino» Durante siglos, los autores ingleses han marcado la pauta del periodismo enológico, situando siempre en un primer plano la transmisión de conocimientos básicos. Ahora, poco a poco, los americanos los están desplazando con su baremo de cien puntos... Hemos de tomar en consideración las diferencias de mentalidad entre europeos y americanos. Se encuentran en todas partes, en la comida, la vivienda, los viajes. Lo indudable es que los americanos tienen predilección por las figuras líder a las que seguir, también en el caso del vino. Pero en otros aspectos, este hecho aún resulta más dramático. Por ejemplo, en el caso de la crítica teatral, de alguna manera el New York Times tiene una posición de monopolio. No creo que sea provechoso para la cultura del vino que la mentalidad americana cobre relevancia. En Inglaterra, al menos, apenas se emplea esta escala de cien puntos. Cuando usted bebe un vino en el ámbito privado, ¿lo califica automáticamente con una nota? No. Sencillamente me pregunto: ¿Le digo que sí o que no a este vino? A veces no estoy seguro. En esos casos, centro más mi atención en el vino en cuestión. Hay críticos de vinos que catan anualmente entre 10.000 y 20.000 vinos. ¿Es usted uno de ellos? No. Antes cataba considerablemente más que ahora. Pero luego llegué a la conclusión de que la vinicultura tiene un desarrollo tan dinámico a nivel mundial que para una sola persona se ha vuelto sencillamente imposible seguir teniendo una visión de conjunto que lo abarque todo. Catar diariamente cincuenta vinos o más, en mi opinión, no es un planteamiento inteligente. ¿Cree usted que la cata sistemática hace justicia a la esencia del vino? La descripción de los vinos ha evolucionado mucho en los últimos años. El nuevo estilo confiere más peso a los aromas frutales. Pero si un catador encuentra en un vino los aromas de siete frutas distintas, desde el saúco hasta la fruta de pasión, eso ni con mucho expresa la calidad de un vino. Y es bastante dudoso que el aficionado al vino, en su casa, encuentre las mismas frutas en ese mismo vino. Lo que yo percibo como saúco puede diferir bastante de lo que usted llamaría saúco. Por ello, considero que, en la calificación de un vino, deberían ser decisivos valores más abstractos como la armonía, el equilibro, la vitalidad, el vigor y la longitud. La cata en primeur de los vinos de Burdeos en primavera, después de la vendimia, se ha convertido en el acontecimiento principal del periodismo enológico. ¿Qué opinión le merece? Puede ser interesante catar vinos en su fase de elaboración. Pero considero equivocado dar calificaciones a los vinos sin terminar ni embotellar. No se puede controlar si efectivamente se trata de una prueba representativa del vino terminado. Por eso, por principio, no participo en tales eventos. ¿Cuál es su mayor crítica a la calificación sobre un baremo de cien puntos? El vino queda reducido a una cifra. Pero ¿traduce esto una realidad objetiva? La cifra sólo quiere decir que alguien, en algún momento, en algún lugar, calificó un vino con una nota determinada. Pero si el consumidor ya tiene en mente esta calificación a la hora de probar un vino, accederá a él de modo coartado, incluso equivocado. La puntuación impide que las personas se formen una opinión propia, libre de influencias. Además, la calificación según el baremo de cien puntos centra demasiado la atención en el segmento superior, el de los calificados con más de noventa puntos. A menudo se trata de vinos muy caros. Y los amantes del vino que no pueden permitirse el lujo de consumir tales vinos se sienten de segunda clase. Mi meta es animar a los lectores a dedicarse a los vinos que se pueden permitir. Pero el baremo de cien puntos en sí, ¿lo considera funcional? Es demasiado exacto. Y no sólo para el vino. ¿A usted se le ocurriría calificar sobre cien puntos un concierto, una función teatral, un ágape con amigos o la casa de sus anfitriones? ¿El éxito acaso no le da la razón a Robert M. Parker y el «Wine Spectator»? No sé si los americanos deben estar orgullosos de su crítica enológica. Cuando hace seis años pedí a mi editor americano que invitara a los periodistas especializados más importantes de la ciudad a una cena wine & dine con motivo de la presentación de uno de mis libros, para mi gran sorpresa sólo encontré cuatro periodistas sentados a la mesa. Quince años antes eran veinte. Mi editor me explicó que Robert M. Parker y el «Wine Spectator» se habían vuelto tan poderosos que quedaba poco lugar para los demás. Aquí, en Londres, soy presidente del Círculo de críticos de vino. Consta de 220 miembros y, a título estimativo, unos 100 publican regularmente sobre vinos. Estoy orgulloso de esta diversidad: corresponde al espíritu del vino. ¿Alguna vez ha expuesto usted con detalle a Robert M. Parker sus reservas frente a esta práctica de la calificación? Sí, y me señaló que quizá yo no había entendido correctamente su sistema. Bueno, volví a leer sus reglas de calificación. Las comprendo perfectamente, pero no las comparto. Robert M. Parker me ha reprochado, a mí y a otros autores ingleses especializados en vinos, que escribimos demasiado poco sobre vinos malos. Es cierto, yo no escribo sobre vinos malos. Como mucho, más bien critico tendencias generales. Por ejemplo, considero inconcebible que Alemania aún no haya sido capaz de clasificar sus zonas de manera organizada. Actualmente se tiene la impresión de que, para muchas personas, el vino ocupa una posición tremendamente importante, a veces exagerada. ¿Se trata de una evolución sana? Naturalmente celebro el hecho de que, en la actualidad, el tema vino esté universalmente más presente que hace veinte años. Pero todas las cosas tienen su lugar en la vida. Y la vida es algo demasiado maravilloso como para dedicarla a un solo tema. Yo personalmente también me he dedicado siempre a la música y al arte. Además, he escrito libros sobre jardinería y viveros. Todo esto también me ha ayudado a contemplar el vino de manera más diferenciada. De alguna manera, lo he visto inmerso en un entramado cultural más amplio. Quizá sea esto el fundamento de una verdadera pasión. En la critica enológica americana ¿echa de menos este entramado cultural más amplio? Sería erróneo emitir un juicio generalizado. Pero observo una y otra vez en la mentalidad americana esta exigencia: «quiero lo mejor, y ahora mismo». He sido invitado en los EE.UU. a casas cuyos propietarios habían hecho plantar en su jardín viejos árboles majestuosos, que les habían costado una fortuna. A mí me proporciona más alegría plantar un árbol yo mismo, encontrarle el lugar adecuado, cuidarlo y observar cómo crece y reacciona a su entorno. Esa es para mí la pasión. Con el vino sucede algo parecido. Se puede adquirir un vino de Burdeos de alta puntuación o uno de esos vinos de culto de California. O bien, se puede descubrir personalmente un vino y observar cómo evoluciona a lo largo de los años. ¿Teme usted que aumente el esnobismo en el vino? Espero que no, pero me da la impresión de que cada vez hay más gente que sólo está segura de dos cosas en lo que respecta a sus vinos: la puntuación y el precio. Usted ha estudiado la Historia del Vino en profundidad. ¿Hay que conocerla para poder comprender el vino? No necesariamente. Pero no es perjudicial saber cómo ha surgido un vino o cómo era anteriormente. Sólo quien conoce el Chablis clásico sabe por qué un Chablis con sabor a madera de roble no puede ser bueno. Pero, lamentablemente, en la actualidad a veces parece como si incluso los vinicultores hubieran olvidado lo que solía caracterizar a sus vinos. ¿Comparte usted la opinión de que actualmente los vinos, por lo general, son mejores que antes, pero por otra parte son más intercambiables? No. Lo cierto es que, debido a los enormes progresos en el viñedo y la bodega, los vinos han mejorado. Pero en el aspecto del terruño, esto no ejerce ninguna influencia, a no ser que el vino haya quedado anulado por los aromas de madera de roble. En mi opinión, los vinos de la Côte d’Or, por ejemplo, expresan mucho mejor el carácter de su terruño que hace veinte años. Usted propaga el muy individual sistema Johnson de valoración de los vinos. Según este sistema, oler una vez la copa significa rechazo total; beber una copa entera, celebrada aceptación, y el consumo de tres copas indica que el vino le parece más que agradable. Muchos consideran este sistema poco menos que una provocación. ¿Es así? Ya sé que muchos lo consideran poco serio. Pero en mi opinión funciona al cien por cien. A la hora de beber vino, siempre hay situaciones en las que resulta evidente hasta qué punto es bueno un vino. Por ejemplo, cuando la primera botella se ha vaciado y se está pensando en pedir la segunda. «A menudo, los consumidores tienen más experiencia catando que los periodistas» El hecho de que valore los vinos según un baremo de cien puntos sugiere que la calidad del vino se puede medir con exactitud científica. Es incuestionable que usted lo maneja. ¿Cree que sus lectores también son capaces de percibir la diferencia entre dos vinos blancos de Borgoña, uno valorado con 87 y el otro con 88 puntos? En los veinticuatro años que llevo escribiendo, ni en el «Wine Advocate» ni en ninguno de mis libros he dicho jamás nada que pudiera sugerir que mi sistema de calificación pretenda ser un método científico. Más bien al contrario: he aprovechado cualquier ocasión para subrayar que mi sistema es algo muy personal. En cada portada del «Wine Advocate» está escrito en negrita: “Nunca habrá un sustituto del gusto propio, y no hay mejor cursillo que probar el vino personalmente». ¿Qué opinión le merece el sistema de valoración del vino de Hugh Johnson, según el cual solamente oler la copa supone la calificación más baja, mientras que beber una copa entera indica aceptación celebrada? Según Johnson, la zona de las notas más altas se alcanza cuando uno desearía tener en la bodega una barrica entera de un vino determinado... A mí no me funciona el sistema Johnson. Es extraordinariamente simplificador y, en mi opinión, induce a la indolencia. Creo que el baremo de cien puntos compromete mucho más al catador a estar a la altura de su responsabilidad frente al lector. Exige la justificación de su calificación con notas de cata comprensibles. Algunos ven en el vino uno de los últimos misterios de nuestro mundo enteramente racional. En su opinión, hablar de misterio y tradición del Viejo Mundo del vino ¿es frecuentemente una tapadera para ocultar algo? No soy ningún cínico. Por ello no creo que la gente hable de misterios y tradiciones en relación con el vino para ocultar algo. Creo que muchos ven en el vino algo romántico. Y están en su derecho a hacerlo. ¿Qué opinión le merece el hecho de que en el Viejo Mundo del vino se preste tanta atención, incluso se celebre, el concepto de «terruño»? «Terruño» es un concepto complicado. Pienso que no se debería emplear para justificar un status quo. Ha quedado demostrado muchas veces que vinicultores muy comprometidos con terruños insignificantes y una vinificación conservadora, no manipulativa, con frecuencia hacen mejores vinos que los que poseen «grandes terruños». El terruño, naturalmente, es importante, pero no deja de ser sólo un factor más en la producción de un gran vino. En su opinión, ¿pueden valorarse también según un baremo de cien puntos la música, por ejemplo los conciertos en vivo de intérpretes pop, o bien diversas representaciones de la misma obra teatral? La calificación por puntos se emplea en muchos ámbitos, entre otros en los juegos olímpicos, en los que las calificaciones de los jueces en algunas disciplinas llegan a ser aún más precisas que el baremo que empleo yo, de entre cincuenta y cien puntos. Como aficionado a Neil Young desde sus primeras actuaciones con Buffalo Springfield a finales de los años sesenta, con seguridad podría calificar todos sus álbumes y posiblemente también sus conciertos en vivo, si los hubiera visto todos, según una escala de entre cincuenta y cien puntos. Algunos de sus discos son claramente mejores que otros. Lo mismo vale para el vino. En su calificación de los vinos, la concentración desempeña un papel fundamental. En el marco de una cata, esto es comprensible. Pero si, por el contrario, se beben una o dos botellas, otros factores desempeñan papeles cada vez más importantes: si es fresco, ligero o adecuado para acompañar un plato. En su valoración, ¿tiene usted suficientemente en cuenta estos factores? En la valoración de un vino, la concentración para mí no desempeña un papel importante. El factor más importante es el equilibrio. Estoy totalmente de acuerdo con el vinicultor de la Borgoña Henry Jayer, que ha dicho: «Si el vino sabe demasiado ácido, es demasiado ácido». Sí, y si sabe demasiado a tanino, tiene demasiado tanino. Si sabe demasiado frutal, es demasiado frutal. Siempre que bebo vino por placer, lo hago para acompañar una comida; así tengo ocasión de comprobar el maridaje con los vinos de calificación superior. Los resultados son, para mí, impresionantes en el sentido positivo. En su opinión, expresiones como «ligero», «equilibrado», «delicado» o «adecuado para acompañar un plato» ¿significan en realidad que un vino se ha hecho con uvas de una cosecha excesivamente alta? No empleo expresiones como «ligero», «delicado» o «adecuado para acompañar un plato». Pienso que, en realidad, todos los vinos están pensados para acompañar a la comida. Siguiendo sus calificaciones, da la impresión de que usted aprecia especialmente vinos muy individuales, como por ejemplo los de Zind-Humbrecht o los de la Domaine de la Romanée Conti. Por otra parte, se le reprocha que ha provocado en Burdeos una homogeneización de los vinos. ¿Cómo se explica esta contradicción? Yo no veo contradicción alguna en mis valoraciones de vinos como los de Zind-Humbrecht o los de la Domaine de la Romanée Conti y los de Burdeos. Tampoco comparto la opinión de que los vinos de Burdeos, en lo que respecta a estilo, sabor y carácter, actualmente sean homogéneos. El que diga algo semejante es incapaz de catar un vino. Le recuerdo que se esgrimieron argumentos igualmente ridículos contra el profesor Émile Peynaud en los años setenta. Entonces, ¿no comparte usted la opinión de que los vinos de Burdeos en los últimos diez años, aunque hayan mejorado y alcancen antes la maduración, corren el peligro de convertirse en intercambiables? Es absurdo afirmar que los vinos de Burdeos sean intercambiables. Eso sólo revela ignorancia. Puede ser cierto que la acidez haya descendido y que los vinos se puedan beber antes. Esto se debe fundamentalmente a la Escuela del Vino de Émile Peynaud, que se pronunció a favor de vendimiar uva madura con poca acidez. Análogamente habría que preguntarse si es posible disfrutar comiendo un melocotón verde o una manzana verde... Los bordeleses han aprendido a tratar correctamente sus viñedos: producen poca cosecha y vendimian uva madura. Alumnos de Peynaud como Michel Rolland, Ribereau-Gayon, Stéphane Derenoncourt y Denis Dubordieu siguen evolucionando en esta dirección. Desde el punto de vista analítico, los vinos de las últimas grandes añadas tienen tantos taninos como las legendarias cosechas de 1961, 1959, 1949 y 1945. Pero en muchas ocasiones, los taninos son más dulces y la acidez menor. El vino de Burdeos actual, moderno, envejecerá mucho mejor que las cosechas anteriores, y también alcanzará la madurez mucho más rápidamente. Es un progreso que deberíamos aplaudir. Según la leyenda, los grandes Burdeos del 45 eran prácticamente inconsumibles en su juventud, debido a sus enormes taninos. ¿Cree usted que, con su calificación, hace justicia a tales vinos de excepción que sólo alcanzan el equilibrio tras un largo tiempo de guarda en botella? He dado calificaciones extraordinariamente altas a vinos de Burdeos jóvenes extremadamente inaccesibles y de elevadísimo contenido tánico. Por ejemplo, a los mejores vinos de Pomerol y Graves de 1975, pero también a vinos de los años 1986 y 1996, precisamente porque dentro de 25 ó 30 años serán vinos muy complejos. Se habla de la extraordinaria cosecha de 1945, y vinos como el Mouton-Rothschild, Haut-Brion, Pétrus y Lafleur incontestablemente son la perfección en la copa. Pero muchos vinos de 1945 tenían un enorme contenido tánico, lo siguieron teniendo durante toda su vida, y ahora se están secando. Su idea de un gran vino se ha convertido en norma a nivel mundial. ¿Se trata de una evolución positiva? Si con mi trabajo he colaborado para que los propietarios de terruños eminentes, que en el pasado obtenían cosechas excesivas y que trabajaban en bodegas sucias, ahora empiecen a reducir las cosechas y a invertir en sus bodegas para hacer así mejores vinos, en mi opinión, esto es un progreso. Algunos hablan de una «parkerización», y emplean la palabra en un sentido similar a «globalización». Con ese término se refieren a la tendencia a hacer vinos dramáticos y de fruta llena. Mi sentido del gusto es demasiado complejo como para simplificar de tal manera y decir: «Me gustan los vinos frutales y dramáticos». Eso es pura ignorancia de algunas personas que no conocen mis artículos en el «Wine Advocate» ni mis libros. ¿Qué opina del increíble culto puesto en escena actualmente alrededor de vinos altamente calificados por usted, como Screaming Eagle? ¿Está orgulloso de haber convertido este vino en lo que es hoy? ¿O bien ve usted en ello también un abuso negativo motivado por su puntuación? Como crítico enológico, no creo estar obligado a moderar mi entusiasmo por un vino que considero verdaderamente profundo sólo porque se produzcan 500 cajas nada más. El precio de un Screaming Eagle hoy es indudablemente exagerado, pero a pesar de ello se trata de un vino espectacular. En un artículo publicado por la revista «Atlantic Monthly», usted asegura que las boutique-wineries, con su manera individualista de funcionar, pueden constituir un contrapeso importante a las casas tradicionales, frecuentemente de actitud arrogante. En Europa, por el contrario, el culto a las boutique-wineries se considera un efecto negativo de un nuevo esnobismo del vino. Lo que expresaba en el artículo del «Atlantic Monthly» es lo siguiente: no veo por qué las fincas vinícolas de renombre han de criticar a los jóvenes que, llenos de brío y entusiasmo, compran un pedacito de tierra y producen vinos extraordinarios, con escasa cosecha y sin manipulación artificial. Se trata de una manera errónea de comprender la competencia. Muchos recién llegados convencen con su alta calidad, su integridad y brillantez. La mayoría de estos productores eran perfectos desconocidos antes de que el «Wine Advocate» degustara y calificara sus vinos. Creo que hay que apoyar a estas personas. Es absurdo considerarlo como efecto negativo de un esnobismo del vino. ¿Qué opinión le merece la pretensión de que la cantidad, la disponibilidad de un vino superior, se tome en consideración a la hora de calificar? La cantidad nunca debería ser una consideración. Naturalmente, admiro a un vinicultor que sea capaz de hacer 20.000 cajas de un vino extraordinario, y reconozco que es más difícil que hacer 500 cajas de un vino profundo. Pero si ambos vinos son excelentes, deberían ser calificados por igual, con total independencia del hecho de que del uno haya 40 veces más que del otro. ¿Qué opinión le merece la expresión tan frecuentemente oída de «bebedor de puntos»? Ninguna, no conozco a ningún «bebedor de puntos». Dicho de otra manera: ¿está usted orgulloso de que los consumidores sigan ciegamente su juicio? Si hay consumidores que siguen ciegamente mi juicio, lo harán hasta que se sientan decepcionados por primera vez. Un crítico de vinos como yo, que ya lleva veinticuatro años en este oficio y supuestamente tiene tanta influencia como dicen, no sólo debe transmitir al consumidor información viva y exacta, sino también presentar vinos de todos los niveles de precio que sean agradables de beber. Algunos de mis compañeros de profesión parecen creer que todos los consumidores son tontos o esclavos de opiniones ajenas. Pero al pensar así sólo demuestran su propia arrogancia. Al menos a mí, la experiencia me ha demostrado que muchos consumidores tienen considerablemente más experiencia catando que algunos periodistas especializados. ¿Está usted de acuerdo con la apreciación de que algunos vinos que usted califica entre 80 y 85 puntos frecuentemente no reciben la atención que merecen? Comparto la opinión de que vinos con 80 y 85 puntos merecen cierto interés, especialmente si la relación calidad/precio es buena. Es lo que intento subrayar acompañando tales vinos con notas de cata muy exhaustivas. Una y otra vez se critica la enorme influencia de sus calificaciones en la configuración de los precios de los vinos de Burdeos. ¿Por qué no publica usted sus valoraciones de los burdeos sencillamente seis meses después, para obligar así al comercio a volver a ejercer su responsabilidad originaria? Los primeur se ponen a la venta en los meses de abril, mayo o junio del año posterior a la vendimia, y mi revista sólo sale a finales de abril y a finales de junio. Es necesario hacer llegar a los consumidores la información sobre los primeur en el momento en que pueden tomar decisiones de compra. Por otra parte, es bien sabido que no publico en este estadio temprano las calificaciones de añadas que, en mi opinión, son demasiado insignificantes en primeur. No publiqué las calificaciones revisadas de los años 1991, 1992 y 1993 hasta un año después de la vendimia. Aconsejo a mis lectores adquirir los primeur sólo en años extraordinariamente buenos. La causa Parker Quizá Robert M. Parker, durante la conversación sobre el sentido de una valoración del vino por medio de un baremo de cien puntos, percibiera que Vinum más bien compartía la postura de Hugh Johnson. En cualquier caso, conforme iba avanzando la entrevista, las respuestas del poderoso crítico enológico americano eran cada vez más irritadas. Sin duda, Bob Parker considera sin fundamento, incluso injusta, la crítica a su papel todopoderoso en la cultura del vino. Lo único decisivo para él es la incuestionable minuciosidad de su trabajo. Él mismo, y en ello insiste, nunca quiso ser ni juez todopoderoso ni sumo pontífice del vino. Han sido otros los que le han adjudicado este papel. Incluso a él mismo le sorprenden a veces los efectos de su trabajo. Es cierto que, en última instancia, no es responsable de que muchos vinicultores intenten hacer los vinos a su gusto. Tampoco tiene la culpa de que sus calificaciones lleven a grotescas especulaciones con los precios. Al fin y al cabo, sólo prueba los vinos y da su valoración personalísima. Sea como fuere, Parker, con su argumentación francamente estrecha y referida al objeto, en esta entrevista de Vinum resulta mucho menos tangible como personalidad que su contrincante Hugh Johnson, de distendida conversación. Para conocer a Robert M. Parker, tanto a la persona como el fenómeno, recomendamos el artículo «A Million-Dollar Nose» del periodista de viajes americano William Langewiesche, que se publicó por primera vez en diciembre de 2000 en la revista «Atlantic Monthly». En él, Langewiesche logra un acercamiento diferenciado a Parker, aunque no puede ocultar que su simpatía se inclina más por el poderoso crítico de vinos que por su oponente europeo. De 55 años de edad, creció en tierras de North Maryland, donde aún sigue viviendo. Descubrió su extraordinaria percepción en lo que respecta al vino durante su primer viaje a Francia, que realizó a la edad de veinte años con la que después sería su mujer, Pat Etzel. En 1973 Parker se colegió como abogado. En 1978 decidió convertir en profesión los conocimientos sobre el vino que había adquirido y escribió el primer número de «Wine Advocate». Esta newsletter bimestral tiene actualmente 40.000 suscriptores en unos 40 países. En sus 24 años de actividad como crítico de vinos, Parker ha catado aproximadamente 220.000 vinos y, hasta diciembre de 2000, ha otorgado la nota máxima de 100 puntos exactamente 76 veces. Y ha conservado su fama de insobornable. Algunas familias de la aristocracia francesa del vino detestan a Parker. Éste declaró al periodista William Langewiesche de la revista «Atlantic Monthly»: «He introducido un punto de vista democrático. Me da exactamente igual si una familia puede rastrear sus orígenes hasta los tiempos de la Revolución o si es más rica de lo que pueda imaginar. Si el vino no es bueno, lo digo».

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