- Redacción
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- 2003-06-01 00:00:00
¿A qué temperatura se sirve qué vino? Aún hoy, en la mayoría de las ocasiones, los vinos se sirven o demasiado fríos o demasiado calientes. Para la cata, generalmente, los vinos blancos se deben servir algo más calientes y los vinos tintos algo más frescos que en la mesa. Los vinos que se prueban demasiado fríos poseen poco aroma, los taninos y la acidez resaltan desagradablemente, y el complejo de azúcares es difícil de enjuiciar. Los vinos que se sirven demasiado calientes resultan cálidos y bastos. Veamos, a continuación, las temperaturas óptimas para la cata. ¿CATAR MIENTRAS SE COME, COMER MIENTRAS SE CATA? Quien mastica un poco de pan durante una cata o bebe un trago de agua de vez en cuando, en absoluto peca de vulgar. Pero deberá prestar especial atención al vino que pruebe a continuación, es mejor que lo tome en boca dos veces. Pero en una mesa de cata está totalmente fuera de lugar el queso, aunque sea relativamente neutro, al igual que las pastas olorosas y, por supuesto, los alimentos de perfume aún más fuerte. Por otra parte, es importante catar el vino no sólo «a secas», sino, de vez en cuando, probarlo también para acompañar alguna comida. Especialmente el sabor de un vino, es decir, el concierto de acidez, dulzor y taninos se percibe de manera totalmente distinta durante la comida: lo que estorba en una cata pura, donde las impresiones de sabor aún se están sumando, puede ser agradable en la mesa y relativizará la impresión de la cata (y en el mejor de los casos, nos llevará a juzgar más diferenciadamente la próxima vez). A la inversa, vinos muy agradables, de repente en la mesa resultan blandos y pálidos. Y vinos con aromas demasiado intensos, demasiado incisivos, que pueden haber sido juzgados favorablemente en la cata intelectual porque allí aparecen como solistas, en la mesa pueden resultar enervantes. Pero los vinos están hechos para comer, y en la orquesta de las impresiones sensoriales han de desempeñar un papel complementario, como mucho interrumpido alguna vez por una cadencia virtuosa. Una comida de cata, aunque no es totalmente fiable, es un ejercicio divertido y emocionante, y brinda la oportunidad de observar una paleta de vinos de manera lúdica. Es imprescindible tomar un par de copas de un vino para comer. Esto también debe hacerlo el catador profesional, pues si no lo hace, se arriesga a perder el suelo de la realidad bajo su lengua. El disfrute del vino, ese acto sensual, se interrumpe regularmente al escupirlo: se trata, pues, de una especie de coitus interruptus que degenera de forma lenta pero segura en pura acrobacia mental, o peor aun, en un placer solitario aburrido y plano.