- Redacción
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- 1997-01-01 00:00:00
Había expectación en Ribera de Duero: la cosecha del 94, que algunos llegaron a calificar como la mejor del siglo, estaba a punto de salir en su primera versión como tintos de crianza. Poca uva, pero de soberbia calidad, porque las heladas de Abril diezmaron la producción, muchas yemas perecieron, y el mecanismo inexorable de selección natural hizo que las que lograron sobrevivir, fuertes y pletóricas, aunciaran un mosto equilibrado, potente. Los vinos aparecieron, tras la fermentación, bien cubiertos de color, con grado y equilibrio. ¿Se convertirían en realidad las expectativas creadas? Tras dos años de crianza, los primeros 94 resultaron contradictorios: junto a tintos de una factura intachable, magistrales en su armonía, plenos de sabor y vida, de aromas frutosos bien conjuntados con la madera de roble, otros ofrecían un perfil más irregular, cortos de nariz, bastos de boca. Pero en Ribera de Duero los mejores marcan la pauta. En pocos días, las campanas repicaron, y los vinos han visto como su cotización sube como la espuma. Si la cosecha del 94 ha dado vinos excelentes, sólo hay que saber encontrarlos. Ahora es el momento, cuando todavía su fama anunciada no los ha convertido en carísimos e inencontrables.
Un Consejo demasiado prudente
Durante el año pasado se presentaron al mercado varios 94 que, con solamente unos meses de crianza en barrica, impresionaron a propios y extraños. De esta ilustre hornada destacan el Condado de Haza, la última obra de Alejandro Fernández, creador del Pesquera, que tiene en el 94 un momento sublime, y, rozando las nubes, el famoso Matarromera, cuyo promocionado premio obtenido en Estambul dio la vuelta al mundo de la Jet. Lo curioso es que las bondades de la cosecha del 94, confirmadas por los primeros vinos que vieron la luz tras su crianza, no parecieron impresionar mucho al Consejo Regulador, que por timidez o prudencia la califica de Muy Buena sin llegar a la anhelada categoría de Excelente. A esta situación se une el hecho lamentable de que la cosecha del 93 haya pasado por el mercado y el gaznate del aficionado con más pena que gloria: pocos tintos se salvaron de los que se atrevieron a salir. Todo ha contribuido para que se busquen con verdadero interés los mejores Riberas del 94. Tanto es así, que cuando este número vea la luz, en la segunda quincena de Enero, habrá bodegas con el 80% de su crianza vendido. Ante estas expectativas, algunas firmas no resisten la tentación de ir aumentando el precio del vino conforme avanza el hueco de su botellero. Son pocas, la verdad, y ninguna de ellas de campanillas, pero esta actitud crea malestar entre los compradores y puede terminar creando una subida generalizada. Y es que las expectativas de este año son espectaculares. Se especula que el precio de mercado, en una tienda de precios ajustados, estará en la banda de 1.000 a 1.750 ptas. cada botella, unos guarismos a los que estamos poco acostumbrados. No quedará así la cosa; mucho nos tememos que la demanda de esta cosecha hará subir muy pronto el precio de la botella hasta cifras poco habituales, lo que nos lleva a pensar que es éste el momento idóneo para adquirir las marcas que más nos gusten.
Excelentes, pero no tantos
En general, los crianza del 94 tienen calidad suficiente para no decepcionar, aunque no en todos los casos, ni siquiera en el 60% de ellos. La cata realizada por nuestro equipo, ayudado por otros expertos, confirma que la cosecha se puede calificar más bien de “Potencialmente Excelente”. Las condiciones climáticas crearon algunas dificultades, por lo que resultó una cosecha complicada. Aquel Otoño hizo calor, la uva entró sobrada de madurez y de temperatura; solamente las bodegas preparadas para solucionar este inconveniente pudieron sacarle todo el provecho a la cosecha. Confirmada la excelencia, seleccionadas las marcas que atesoran las magníficas cualidades del 94, quedaba por establecer un dato de gran importancia en añadas como ésta, donde lo mejor es conseguir un buen stock de botellas: su comportamiento en los próximos años, si realmente esta cosecha puede aguantar un plazo razonable para un vino de crianza. El resultado no puede ser más alentador. La vitalidad de la cosecha, unida a la experiencia y el saber hacer de las bodegas de la zona, permite augurar una media de siete años en plena forma. Hoy podemos afirmar que atesorar las marcas seleccionadas es una inversión inmejorable: son vinos que se pueden beber ya hoy con placer, pero de los que podrá gozar todavía durante muchos años más... si tiene el dinero suficiente como para crear su propia reserva.