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Pocas regiones vitivinícolas han conocido una revalorización tan grande de sus vinos como Ribera de Duero: en estas viejas comarcas castellanas que abarcan desde los 20 términos municipales de la provincia de Valladolid, donde el río hace rizos con sus aguas, hasta los 59 de la de Burgos, con pequeñas incursiones en Soria y Segovia, los tintos alcanzan hoy una calidad comparable a la de los mejores riojanos. Y se han convertido en su más temida alternativa. En estos parajes cargados de historia sus 11.300 ha. de viñedo, hasta hace bien poco un recurso agrícola descuidado, reciben hoy un trato de privilegio que procede de una tradición vinícola arraigada y ancestral. Los viejos sistemas rudimentarios de laboreo, la escasa, por no decir nula, promoción comercial, y la falta de adecuación tecnológica supusieron inicialmente un serio contratiempo para una Denominación de Origen con apenas 15 años de vida. Los claretes embriagadores eran, prácticamente, la única salida vitivinícola a unas tierras donde las condiciones climatológicas -pluviometría corta, temperaturas moderadas, y gran diferencial térmico entre el día y la nohe, con frecuentes heladas tardías, determinan rendimientos del viñedo no muy elevados, pero de excelente calidad, sobre la que se ha levantado su actual prestigio.