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Cosecheros alaveses: Su mejor momento

  • Redacción
  • 1997-03-01 00:00:00

Hay vinos, como los cosecheros, que apenas han merecido ocupar unas líneas en las guías especializadas, pero que diariamente son el alma de las tertulias de la muy mediterránea costumbre del chiquiteo. Sin él posiblemente el paisaje urbano y humano de muchas ciudades del norte no sería el mismo.
Fieles a la cita anual, los cosecheros riojanos, los más famosos de todos ellos, están ya listos para ser disfrutados, para una vez más aligerar los sentidos y refrescar nuestros gaznates como mejor saben: con sus vivaces colores, sus envidiables aromas o la fresca carnosidad y suavidad de su paladar. Muestran por estas fechas todas sus virtudes, ya asentados y con el reposo necesario para el ensamblaje de sabores y aromas.
En enero, cuando tuvimos la suerte de realizar una gran "maratón" por la pequeñas bodegas alavesas, reinaba entre los bodegueros una impresión muy favorable sobre la cosecha del 96, abundante y de excelente calidad. El consumo de estos deliciosos vinos, tan habitual en la cornisa cantábrica, se ha extendido paulatinamente al resto de España. Gracias al camino abierto hacia el sur hace ya años por algunas de las pequeñas bodegas más emprendedoras (hoy no tan pequeñas) estos vinos han dejado de ser cosa de un mercado local.
Ha surgido gente verdaderamente inquieta, con ideas brillantes, que están revolucionando este pequeño mundo de los tintos jóvenes. A los ya consagrados Cosecheros Alaveses y su Artadi, o a los Martínez con su Luberri, han seguido algunos ejemplos como el de Fernando Remírez, el primero de toda la Rioja en poner la "cinta seleccionadora" (una cinta sin fin el la que una serie de personas escogen cuidadosamente los racimos en la vendimia). O el caso de Ángel Viñegra y su saludable manía de ir contra corriente y criar vinos de maceración carbónica en madera nueva: en añadas como la del 92 ha conseguido que su Teófilo I sea diferente, en estos momentos pleno de equilibrio aromático e intensidad de sabores.
Desgraciadamente, no todo es así en la comarca. Cada vez se acentúa más la diferencia entre los vinos modernos y los vinillos tradicionales de poco color, subidos de aguja y faltos de cuerpo y estructura. Una tradición que pesa demasiado en el ánimo de algunos cosecheros. Pero si excluimos a los inmovilistas, buena parte de los bodegueros desea dar un paso adelante en modernizar sus vinos, sacarlos con más color, mayor frutosidad y cuerpo en boca. Lo que ocurre es que el cliente es el que manda (aunque no siempre sea el que tiene razón) y no será fácil cambiar el paladar de su chiquiteo diario. Un difícil mercado que exige el vino que ha bebido siempre, y que desecha o no comprende un mejor vino con más color o un mayor cuerpo.
Ante tamaña empresa de educar los paladares hacia mejores pero incomprendidos vinos, los cosecheros alaveses han creado una asociación de elaboradores, con más de cuarenta afiliados, con el propósito de promocionar el producto fuera de su entorno. Una empresa que está obligando a los pequeños bodegueros a un esfuerzo para ellos hasta ahora desconocido de apertura de nuevos mercados, promoción y búsqueda de subvenciones oficiales. Aunque los vinos de maceración no son patrimonio de la Rioja alavesa, es en esa comarca donde más se han distinguido. Algunas bodegas incluso han dado a este tipo de elaboración un carácter de privilegio, como Bodegas Montecillo que ha creado un vino tan exclusivo que solo sale al mercado en los grandes años.

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