- Redacción
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- 1997-07-01 00:00:00
Todavía se oye, con más frecuencia de la deseada, que “un rosadito va con todo”, lo que demuestra el concepto de vino insípido e impersonal que sobre él todavía pesa en el ánimo de buena parte de los consumidores españoles. Pero, aparte de constituir un juicio injusto, desvela una ignorancia supina. Estos frescos y aromáticos vinos, que han alcanzado una inmejorable calidad en prácticamente todas los rincones vitivinícolas, bien merecen un punto de atención entre los aficionados. Cierto es que no cuentan con las posibilidades de los blancos o de los tintos para su envejecimiento, pero un buen rosado representa una valiosa opción, insustituible en algunos casos, entre los vinos jóvenes.
La abundante cosecha del 96 dejó un buen sabor de boca y los bolsillos llenos a los agricultores de toda la Península. Recogieron mucha uva y de buena calidad, como se demuestra en la macro-cata de rosados que publicamos a continuación. El uso correcto de la tecnología y la buena elaboración han logrado revalorizar el rosado, flor de verano que se consume a raudales en las playas y restaurantes turísticos.
Nadie discute el liderazgo de Navarra con sus garnachas, cuyo grado de limpidez aromática roza la perfección, o el de Cataluña con las variedades foráneas, cada año mejor elaboradas. Pero otras zonas vienen pidiendo un lugar en el olimpo de los rosados, como La Mancha o Valdepeñas con sus afrutados y ligeros vinos, o Bierzo y Madrid, que en rosados parecen tener una seria opción de negocio, o Utiel-Requena, con su bobal de trago fácil y el punto exótico del listán canario. Entre todos ellos se encuentran vinos de gran categoría. Hay casos, como el de Canarias, donde dificultades en la distribuición, debidas a la distancia y a la insignificante cantidad de sus cosechas, son las culpables de que disfrutemos sus rosados con menos frecuencia de la deseada. Buena opción representan los levantinos de Murcia y sus tres D.O., a base de una sofisticada Monastrell, o el alicantino Viña Alejendría, el único de la cosecha 95 que resiste la acción del tiempo con una fuerza encomiable. Los amantes de rosados con gran estructura, color y buena frutosidad deberán dirigir sus ojos con detenimiento a las zonas emergentes de Cigales y Rueda. En Rueda no sólo se elaboran buenos blancos, -entre los mejores de España, en estos momentos-: los enólogos de las más importantes bodegas están ensayando también con tintos y rosados. 1997 no es el año de su descubrimiento pero sí el de la explosión de estos vinos. Ultimamente no hay certamen nacional donde no destaquen, como en el reciente concurso de la Unión Española de Catadores, uno de los más prestigiados para vinos jóvenes, donde ocuparon las primeras plazas, o como en los Zarcillos, importante concurso organizado por la Junta de Castilla y León, en donde ganó el Lanzos, de la bodega Álvarez y Díaz: ¡un vino de mesa! Son, generalmente, mucho mejores que los elaborados en la Ribera del Duero, donde las bodegas se encuentran enfrascadas en la vorágine del éxito de sus tintos y reservan para sus rosados una materia prima de menor calidad.
El consumidor tiene donde elegir, desde vinos muy baratos, apenas trescientas pesetas, hasta los de más de mil. Desde rosados con gran capa, corpulentos y concentrados que hacen recordar a los tintos, a vinos frugales y frutosos. En Cigales los hay todavía con crianza en roble, con un diseño bastante anticuado y algunos defectos de antigüedad de la barrica. Y también con fermentación en madera (caso del riojano), muy adecuado al gusto actual.
Es pues tan considerable el peso específico de los rosados entre el consumidor español que en miVino hemos seleccionado los sesenta y cinco rosados españoles que nos han parecido más sobresalientes, elegidos tras una exhaustiva cata en la que participaron más de cien marcas. Son tantos que quizá el lector eche en falta alguno con méritos suficientes para figurar en la lista de los elegidos. Puede que no estén todos los que son; pero les aseguramos que sí al menos son todos los que están.