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El buen rosado se aprecia por ser un vino versátil, capaz de aguantar las armonías más dispares. Es ideal para tomar el “vinito de media tarde” en esos días de calor, junto al agua y en compañía de un buen aperitivo. En la mesa combina bien con muchos alimentos. En especial con los arroces elaborados de las más diversas formas. También hace buenas migas con las pastas, aves de corral y carnes blancas poco elaboradas. Incluso las verduras, siempre difíciles de casar, tienen en este tipo al compañero que les hará buena compañía en la mesa. Por ejemplo, un matrimonio ejemplar, aunque parezca mentira, lo forman los buenos asados de la zona de Fuensaldaña (Valladolid) con los enérgicos Cigales, plenos de cuerpo y estructura. Degustados allí, en su entorno, pueden dejar un recuerdo inolvidable.