Utilizamos cookies propias y de terceros, así como los datos de la conexión del usuario para identificarle. Estas cookies serán utilizadas con la finalidad de gestionar el portal, recabar información sobre la utilización del mismo, mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad personalizada relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos y el análisis de tu navegación (por ejemplo, páginas visitadas, consultas realizadas o links visitados).
Puedes configurar o rechazar la utilización de cookies haciendo click en "Configuración e información" o si deseas obtener información detallada sobre cómo utilizamos las cookies, o conocer cómo deshabilitarlas.
Históricamente Galicia ha sido unos de los paraísos de la “vitis” europea, con enorme diversidad de cepas. La maldición de la filoxera, que arrasó parte de este tesoro, trajo consigo otra desgracia de parecidas dimensiones: los híbridos productores directos. La vid americana, es decir la “vitis rupestris”, solucionó el problema filoxérico al usarla de portainjertos, por ser inmune a la terrible plaga. A principios de siglo, el viñedo gallego sufre una importante transformación al implantarse los híbridos (cruce de la “vitis vinífera” con la “vitis europea”). Y medran por dos motivos: su resistencia a las enfermedades (oidium, mildiu), y su extraordinaria producción. Sin embargo, da vinos de baja calidad. Es más, algunas producen una sustancia tóxica llamada “malvina”, que es la responsable de trastornos como dolores de cabeza y de estómago. También se le acusa de ser cancerígena. Afortunadamente está desapareciendo de todas las viñas con denominación de origen, e incluso de la mente del campesino gallego, aunque todavía dan sus últimos coletazos el famoso “Catalán roxo”, el “Romano”, e infinidad de variedades y subvariedades.