- Redacción
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- 2002-03-01 00:00:00
La Albariño es una variedad tan notable y portentosa que, vinificada con sabiduría, puede dar a luz vinos que por sí mismos constituyen un acontecimiento. Sería un desperdicio asignarle un papel de comparsa en un país como España que precisamente no está sobrado de variedades blancas de gran calidad.
Afortunadamente en Rías Baixas se ha hecho un notable esfuerzo por colocarla en su lugar. En los diez años de existencia como Denominación de Origen, el reino natural de la Albariño se ha comportado como la comarca que quizá más ha apostado decididamente por la alta tecnología en los lagares y en el saneamiento de vides bastardas en los viñedos. De las 237 hectáreas con las que se estrenó en aquel momento, se ha pasado a casi 2.000 hectáreas en la actualidad, la gran mayoría de Albariño. El número de bodegas también creció de manera exponencial, desde apenas la docena inicial a las más de 130 actuales repartidas por sus cuatro subzonas. La moda de los blancos jóvenes y afrutados, campo donde la uva Albariño no tiene competencia, ha sido el motor de este desarrollo. Pero lo efímero de algunos vinos que apenas duraban unos meses, y el dominio abusivo de ciertros aromas frutales (plátano, manzana) han creado cierto cansancio, cuando no rechazo, entre los consumidores más exigentes y entendidos. Situación preocupante y absurda, si tenemos en cuenta que los blancos de Rías Baixas son de los pocos, por no decir los únicos, vinos jóvenes que pueden permitirse el lujo de una crianza en botella, ganando de esta manera en elegancia y complejidad.
La ciencia del bodeguero
La cosecha del 97 pone de relieve las dificultades técnicas, o las carencias, de ciertos elaboradores en los años aciagos para la vid. Enfermedades, mucha lluvia, poco sol... Solo los más experimentados lograrán hacer un vino de alta calidad en la adversidad. La del 97 es de esas cosechas típicas que ponen a prueba la pericia de los elaboradores. Sacarán un buen vino los enólogos expertos, con buena tecnología en la bodega, los que apuesten por el viejo estilo con el ingrediente añadido de no pocas dosis de audacia y riesgo.El nuevo estilo de Rías Baixas, donde gobiernan los vinos jóvenes con mucha frutosidad y aromas primarios, tiene un público fiel. Son vinos que salen al mercado en las navidades o a primeros de año. Bastante después entran en escena los “nuevos de viejo estilo”. Los clásicos, elaborados por las bodegas que han decidido adaptar la tecnología y los conocimientos modernos a la experiencia ancestral de tratar la Albariño. Y esta tradición mandaba que los vinos de estas comarcas no se debían beber antes del mes de junio. No son pocos los bodegueros y enólogos que piensan que el vino de Rías Baixas (y, sobre todo, el monovarietal de Albariño) es un blanco de lenta evolución al que no es bueno meterle prisa para acelerar su madurez. Son dos conceptos antagónicos que se reflejan en los distintos caminos tomados por las bodegas en los últimos años.
Tecnología punta y tradición
Aquellos vinos hechos lentamente, que tardaban en digerir la fermentación maloláctica y que no se podían beber hasta bien cumplida la primavera, aquellos fueron los vinos que emocionaron al General De Gaulle en una de las visitas que hizo a España. Son los mismos que nunca gozaron de la tecnología punta, y que aún hoy no resultan difíciles de encontrar. Bien es verdad que hay que contar con la fortuna de dar con la cosecha adecuada. Todavía rindo veneración a un vino de Benito Vázquez, de la cosecha del 87: cinco años después de embotellado estaba sencillamente soberbio, sublime.
En nuestro reportaje comprobará el lector que bastantes bodegas todavía no ofrecen sus elaborados del 97. Es, quizá, una buena ocasión para comparar la cosecha del 96 con la actual, si bien la comparación no será del todo justa: los del año pasado han logrado unos complejos aromas de crianza en botella que los del 97, jóvenes todavía, tardarán en desarrollar. La cata ha evidenciado la excelente calidad de las variedades gallegas, y no sólo la Albariño sino también la Treixadura, Loureiro, Torrontés o Caíño branco. Con ellas, Rías Baixas se presenta como una DO totalmente consolidada, con vinos de categoría internacional. Solo falta esperar que el marketing proclame pronto al mundo la buena nueva. Para que no sea solo Galicia quien se beba sus cosechas exquisitas.
Murió Santiago Ruiz, una de las personas que más ha hecho por el vino de Rías Baixas. Mimado por la crítica, apreciado por los gastrónomos y magníficamente promocionado por su propietario, el vino de Santiago Ruiz consiguió situarse desde sus inicios entre los más codiciados blancos del país. Desde la etiqueta manuscrita, con un singular mapa de la zona que parece el plano infantil de un tesoro -y la bodega de Santiago lo es-, hasta la machacona simpatía con que su creador ha dado a conocer la región de O Rosal, todo resultaba entrañable. En San Miguel de Tabagón, donde el peculiar microclima de esta subzona de las Rías Baixas hace fructificar provechosamente los varietales autóctonos -Albariño, Loureiro y Treixadura-, se encuentra la pequeña y artesanal bodega con casi 150 años a sus espaldas. Allí, con loable obsesión por la asepsia, única forma de garantizar el frescor y aroma de un blanco joven elaborado con tan nobles uvas, Santiago Ruiz ha creado una leyenda.