- Redacción
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- 2002-04-01 00:00:00
El Mediterráneo fue un mar de vino por el que circularon naves griegas o romanas, cargadas del precioso mosto fermentado, y Alicante una zona de provechoso comercio, con numerosos talleres de ánforas, como como lo atestigua el encontrado en Denia. Incluso la invasión islámica respetó el patrimonio vitivinícola de estas tierras, bendecidas por la naturaleza, que el poeta cantó en encendidos versos y el erudito reflejó en sus reseñas apasionadas sobre el fruto de la vid. Ya en el S. XV era famoso Alicante por sus vinos, fama que se extendía por todo Europa, desde Flandes a Inglaterra y Alemania; y así lo relata Münzer en su “Itinerario por España”. Su mayor esplendor le llegará en el S. XVIII, con la ampliación de sus viñedos para satisfacer la demanda de aguardientes y vinos de calidad. Es la época en la que los “fondillones” gozaban de gran predicamento en todo el mundo, junto a las malvasías chipriotas, los marsalas italianos, y, posteriormente, los Porto, Madeira y Jerez. Pero habrán de ser las grandes plagas, y más concretamente la filoxera, arrasando los viñedos franceses primero, y los catalanes y valencianos después, las que impulsarían definitivamente la zona, con una importante reestructuración del viñedo, y el desarrollo de los varietales más adecuados para suplir a los grandes tintos de Burdeos. Así, en 1854 el precio del vino a granel se multiplica por cuatro, por efecto del “oidium”; y en 1877 la pujanza del viñedo es tal que invade terrenos tradicionales de olivo, almendro y cereal, hasta alcanzar unas 35.000 ha. sólo en la comarca del alto Vinalopó. Eran entonces los vinos alicantinos de alta graduación, poderoso color gracias a la Garnacha tintorera, también conocida como “Alicante”. La mayoría se exportaban para fortalecer y dar color a los vinos franceses. Puede decirse que a principios del S. XX Alicante contaba con un gran y próspero viñedo, tanto para la elaboración de vinos jóvenes o rancios, como para la obtención de uvas de mesa y pasas.
Este gran viñedo sufre el ataque de diversas plagas, al tiempo que se resiente de la caída en picado de los precios, al disminuir la demanda según se recuperaba el viñedo en Francia. El resultado es catastrófico: en apenas dos décadas queda casi completamente destruido. Sólo resistió bien el comercio de graneles. Las bodegas perdieron el tren de la modernidad, muchas instalaciones quedaron obsoletas, y fueron contados los bodegueros que supieron recuperar el impulso perdido. Pero sobre esta base, y gracias al trabajo renovado de la Denominación de Origen, el prestigio histórico comienza a volver de nuevo a estas tierras. Y es que lo tiene todo a su favor, desde una respetable tradición, hasta el prodigio de una naturaleza pródiga en microclimas y terrenos adecuados para obtener vinos de gran calidad. Vinos acordes con los tiempos actuales, pero sin olvidar sus creaciones históricas, como los irrepetibles “fondillones”.
Alicante es una Denominación de Origen con gran potencial enológico, tal como ocurriera en tiempos pasados, pero que sólo puede desarrollarse proyectándose hacia el futuro con audacia. La base de este renacer estriba, fundamentalmente, en el buen uso de la magnífica uva tinta Monastrell, vinificada según criterios modernos, y no sólo para obtener los recios “doble pasta”, muy personales y excelentes para mezclas, sin duda, pero a contracorriente de los gustos actuales. La autorización por la DO de otras variedades como Cabernet sauvignon, Tempanillo, Merlot, Chardonnay, etc. ha posibilitado la aparición de tintos impactantes que evidencian las inmensas posibilidades de esta región. Lo mismo ocurre con la uva Moscatel, utilizada preferentemente para mistelas, pero capaz de ofrecer un paisaje aromático deslumbrante, tanto en vinos jóvenes como ligeramente envejecidos en roble.