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Existen profundas diferencias en la clasificación de los vinos entre los países productores. Desde los clásicos, invariablemente en Europa, donde prima la conciencia de la DO, a los que se ha dado en llamar “los novísimos”, como Australia, Nueva Zelanda o Sudáfrica. En países como Francia o Alemania, de larga tradición vitivinícola, las prestigiosas Denominaciones de Origen significan para el consumidor un marchamo de garantía. Allí, la vida no es nada fácil para los demás vinos, salvo limitados escarceos en el Languedoc y el Rousillon, donde los “Vins de Pays” han logrado alguna ventaja con respecto a las A.O.C. En las antípodas de esta idea están los productores del Pacífico. Al no existir allí denominaciones de origen tal como se entienden aquí, los bodegueros disfrutan de plena libertad para elaborar sus vinos. Es el paraíso de los “coupages” a base de vinos de distinta procedencia. Cada elaborador, con su conciencia: al no existir organismo alguno que avale la procedencia de la materia prima, es la propia marca quien garantiza la calidad del producto final. Y el consumidor, el juez implacable.