- Redacción
- •
- 2002-06-01 00:00:00
Por fin una información confidencial merecedora de tal calificación: en Jumilla, los camiones amarillos del mayor productor de vino barato de España siguen dominando los caminos y carreteras. Y la mayoría de los vinicultores no están preparados para recibir visitantes. Pero quien busque las botellas tras los gigantescos tanques de mercancía a granel, a menudo encontrará tesoros. Agapito Rico circula a toda velocidad por la carretera comarcal en su descapotable plateado Z3, con gafas de sol oscuras y un cigarrillo en la comisura de los labios. Pasa junto a las cepas de poca altura que crecen en la tierra roja, junto a almacenes abandonados en los que bostezan las ventanas con sus cristales rotos, junto a rebaños de cabras que pastan en las colinas áridas y pedregosas, y pueblos desfigurados por la urbanización, pero aún dominados por castillos medievales. Adelanta a un tractor cuyo conductor, un campesino de tez arrugada por el sol, mira perplejo al conductor alejarse en su coche con matrícula de Madrid. «No estoy loco», se ríe Rico, a sus cincuenta años pasados, «pero me gusta que la gente lo crea». Y para eso no hace falta mucho en Jumilla. Basta con producir vinos embotellados con parte de Cabernet o de Merlot, cuando todos los demás venden vino a granel hecho de Monastrell. Así lo experimentó hace escasos quince años Agapito Rico, nacido en ese lugar, cuando compró tierras en uno de los mejores viñedos de esta región vinícola, completó con variedades extranjeras las existencias de cepas Monastrell sin injertar y vendió los vinos bajo un nombre propio. «Yo sabía exactamente lo que hacía», insiste Rico, químico diplomado que trabaja fundamentalmente en la capital española como asesor de distribución de vinos. «Había mandado analizar el suelo y el clima en la Facultad de enología de la Universidad de Davis, en California, para averiguar qué variedades se adecuan a qué parcelas». Llegados a la bodega situada en la cima de El Carche, una colina rodeada de viñedos, nos muestra su equipo refrigerador. Incluso en julio y agosto, cuando el sol cae en vertical desde el cenit y se superan fácilmente los 40 grados, mantiene una temperatura constante de 18 grados: «Control total». ¿Y qué dijeron los vinicultores vecinos cuando Agapito Rico, de repente, empezó a ser celebrado como pionero del nuevo Jumilla moderno? ¿Y cuando los importadores extranjeros se disputaban su Carchelo? «Nada», contesta secamente. «Pero empezaron a imitarme en secreto». Así, en cierta ocasión le robaron clones de Cabernet recién plantados en un campo, cien en una noche. Un productor llegó a publicitar su vino de la siguiente manera: «Mejor que Agapito Rico y mucho más barato». Medio resignado, medio divertido, este vinicultor constata: «Estamos en el campo, aquí no se cambia de opinión tan fácilmente». ¿Y por qué iban a hacerlo? Los vinicultores de Jumilla, al fin y al cabo, han vivido bastante bien durante más de un siglo gracias a su producto a granel. El negocio no ha decaído desde que, tras la plaga de la filoxera, los franceses empezaron a comprar vino al país vecino. En toda la D.O. Jumilla, que se extiende por las regiones autónomas de Murcia y Castilla-La Mancha, no hay ni una sola empresa que no venda también al por mayor. Incluso Agapito Rico, a la pregunta de si vende vino a granel, contesta: «Naturalmente». Monastrell: la fuerza primigenia La finca vinícola Casa Castillo es propietaria de toda una ladera plantada de cepas Monastrell con su raíz original. Los vinicultores del sur de Francia, que conocen esta variedad bajo el nombre de Mourvèdre, palidecerían de envidia; pero José María Vicente tiene una relación muy pragmática con su tesoro de más de 40 años de edad. «Si dan buena uva, las dejamos, si no, las arrancamos», explica escueto. Al fin y al cabo, Jumilla tiene otras 4.000 hectáreas más, aproximadamente. El nada pretencioso hijo del propietario de la finca, responsable de la vinificación desde 1995, hace lo que posiblemente sea el mejor vino de esta D.O.: el Pie Franco, un Monastrell de fuerza primigenia. Su nombre, Pie Franco, se refiere a la cepa sin injertar. «Un auténtico vino del Viejo Mundo», explica orgulloso. Sólo el hecho de imaginar una «Jumilla californiana» donde la Cabernet y la Merlot desplazaran a la uva autóctona, lo llena de espanto. José María Vicente se comprende primeramente como campesino, pero de la vieja escuela. Así, ha convencido a los trabajadores del viñedo de que poden las cepas una a una: «Cada planta tiene su propia historia». Las viejas cepas Monastrell siguen creciendo como antes: sin espaldera y sin riego. En lo que respecta a la vinificación, a este vinicultor le gusta dar la impresión de que el Pie Franco se hace casi solo: «Buena uva, fermentación con temperatura controlada, elaboración en barrica de roble: eso es todo». La mitad de las barricas es de segunda mano: «Las barricas nuevas son para los señoritos aristócratas de Burdeos», bromea, «nosotros nos conformamos con lo que sobra». Es posible que este hombre adopte el papel de modesto un poco adrede. También así a la hora de comer, en la que se sirven platos fuertes de la gastronomía regional: huevos fritos, queso de cabra a la plancha con salsa de tomate, y después, carne de cerdo a la parrilla con judías blancas, todo acompañado de pan de pueblo tostado, que se moja en un aceite de oliva espeso, de color verde oscuro. «Nosotros no hacemos maridajes entre el vino y el plato», anuncia: «Si el vino es bueno y la comida también, ¿qué es lo que se puede hacer mal?» Vino dulce hecho a medida Francisco Selva más parece un catedrático que un vinicultor. Es un hombre delgado, de pelo gris y ojos de mirada amable a través de sus gafas, que habla con voz queda. Sus zapatos, sus manos lisas y cuidadas y sus uñas están tan limpias como su bodega: Bodegas Olivares. Éstas no son una empresa vinícola rústica. Aunque en el patio hay algunas hileras de barricas de roble, sólo están para decorar, nos explica el dueño de la casa. A su lado relucen tanques de 500.000 litros, tan altos que las escaleras los rodean varias veces. En el edificio climatizado y con cristales oscuros en las ventanas hay un laboratorio hipermoderno. En sus hectáreas de viñedos, Francisco Selva produce los vinos a granel más caros de Jumilla. Sus clientes son de Portugal, Rumanía, Francia, Alemania y Suiza, entre otros, y le encargan la mercancía a medida: contenido de alcohol y polifenol, grado de azúcar y de acidez, a gusto del comprador. En esta bodega sólo se embotella el vino desde 1996. El Olivares es un vino dulce de uva Monastrell, tiene 16 por ciento de alcohol y un aroma intenso a aceitunas negras. No se elabora en barrica: «Si no, se parecería demasiado al vino de Oporto». Sus compradores probablemente mezclen sus vinos a granel con otros productos hasta hacerlos irreconocibles, pero Francisco Selva quiere que su propio «hijo» sea inconfundible. «Otros podrán hacer buen vino», constata, «pero no como éste». El Olivares, del que produce anualmente sólo 40.000 botellas, ni siquiera lleva una denominación de procedencia protegida. Pues en los estatutos de la D.O. Jumilla no está contemplado este tipo de vino. O todavía no: el Consejo Regulador, en ocasiones, ha modificado la reglamentación para que ciertos vinos superiores puedan llevar el sello de la D.O. Un vino superior por 2,50 v Bodegas Luzón tiene más marcas de vino en su surtido que ninguna de las otras bodegas aquí mencionadas. La finca está equipada a la última y fue la primera en todo el país que compró un equipo de vinificación totalmente automático. Ahora se están instalando tanques de 30.000 litros, que son pequeños para una región vinícola donde una parcela suele producir 10.000 kg. de uva o más. Un antiguo almacén de cemento se ha convertido en una bodega con mucho ambiente, en la que descansan cientos de barricas entre arcos de medio punto iluminados. Pero el vino más interesante de la casa se produce en un almacén ruinoso. Ante el gran portón corredizo hay tanques de acero oxidados, el revoque se desmorona por todas partes y no todas las ventanas tienen cristales. La uva que allí se elabora se vendimia en cajas que sirvieron anteriormente para la recolección del albaricoque en el sur de Murcia. «Invertimos en lo importante», explica Miguel Gil, que se hizo cargo de la empresa tras la muerte de su padre. Así, los cuatro tanques de fermentación diseminados arbitrariamente por el espacio son de fabricación especial, traídos de Alemania; las barricas de roble nuevo repartidas por la sala proceden de una tonelería francesa. En este «parque de juegos», un equipo joven ha vinificado el fogoso y frutal Altos de Luzón, un vino superior. Aunque Miguel Gil, un hombre reservado, jamás pronunciaría palabras tan altisonantes. Muy al contrario: «Queremos hacer un buen Jumilla desde 2,50 €, pero con una edición de 500.000 botellas».