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Vino y Religión: Donde comercio rima con corazón

  • Redacción
  • 2005-10-01 00:00:00

Enfrente, en el continente, la mundana Cannes; aquí, un oasis de paz y majestuosidad: la isla monacal de Saint-Honorat parece apartada del mundo y, no obstante, depende de él. Porque los cistercienses conservan su paraíso gracias al turismo y al vino. Son las 10. La naviera que cubre el transporte de viajeros a Saint-Honorat se llama Planaria, y por diez euros me lleva desde ese cenagal del vicio que es Cannes directamente al Paraíso. El trayecto desde la vanidad y el delirio hasta la templanza y la meditación dura veinte minutos. Hoy soy uno de los pocos pasajeros, pues no estamos en temporada. En verano, el paraíso que rodea a la abadía de Lérins es un popular destino de excursionistas veraneantes que aquí admiran a los industriosos monjes y su obra, un verdadero Jardín del Edén en la Tierra. Pero ahora, en febrero, emprendo el viaje en compañía de dos monjas y dos marineros malhumorados. Cuando la balandra pintada de blanco y azul se aleja, pasando por delante de la isla de Sainte-Marguerite, en cuya fortificación se supone que mantuvieron prisionero al misterioso Hombre de la Máscara de Hierro, y va desapareciendo en la neblina sobre el mar tranquilo como un espejo, me invade una extraña sensación de abandono. Enfrente, en Cannes, me importunaba el ruido del mundo moderno. Aquí, de repente, el silencio me resulta ominoso. Las muelas del tiempo Cinco kilómetros de largo y cuatrocientos metros de ancho mide la isla que san Honorato eligió para su obra y donde fundó su Orden hace 1.600 años. Desde entonces esta colonia de monjes, que en sus mejores y gloriosos tiempos llegó a contar 3.700 miembros, ha logrado afirmarse ante casi todo: guerras, hordas de saqueadores, piratas, viento y clima: pero no ante las muelas del tiempo. Hoy la comunidad de cistercienses se reduce a 27 monjes, que tienen la difícil tarea de cuidar los maravillosos jardines y el convento con sus capillas. Ellos son los encargados de proteger la isla de los abusos del turismo, del que a la vez dependen desesperadamente. Porque éste les permite, entre otras cosas, conseguir los medios para mantener el convento y, con ello, la existencia de la comunidad. En el convento percibo que me reciben con amable reserva, la que se siente ante la intrusión curiosa de una periodista. Me enfurece mi inseguridad, pero tartamudeo fórmulas de cortesía y me pierdo en extensas explicaciones sobre el motivo de mi visita, a pesar de que lo que me gustaría sería expresar mi respeto al hermano bodeguero sentado frente a mí, me gustaría mostrarle que admiro su mundo y su obra, pero no logro pronunciar ni una palabra sensata. Las preguntas que le hago suenan a rutina mundana, no terminan de encajar en este particular ambiente, y las respuestas llegan amables, corteses, con cierta ironía, y casi tengo la impresión de que también resuena algo de compasión. Justo en el instante en que por fin empiezo a sentirme más segura, con más valor, mi interlocutor me interrumpe: es la hora de la oración. Me invita, amable pero firme, a que le espere una hora; en la cocina, un tentempié me espera a mí. Periodistas importunos Para el café, sentada con tres hermanos que se ocupan directa o indirectamente de la vinicultura del convento, el ambiente se distiende un tanto. El hermano Antoine, oriundo de Alsacia, comenta sonriendo algunas visitas de otros periodistas, por ejemplo la de un fotógrafo que quiso retratar de manera especialmente original a los monjes, a saber, subidos a las palmeras, cosa que éstos rehusaron, amables pero firmes. El hermano Marie-Pâques, el enólogo, interviene con la historia de la revista en la que publicaron un anuncio para un spray íntimo con perfume de mandarina y en la página opuesta, un reportaje en el que se hablaba del licor de mandarina del convento. Empiezo a comprender por qué aquí no necesariamente es bien recibida la prensa. Por otra parte, los hermanos reconocen abiertamente la importancia que tiene para el convento su fama, y aseguran que sin un trabajo de comunicación y publicidad no se llega a ninguna parte, tampoco en este apartado mundo feliz. Durante más de cien años, los monjes habían conseguido reunir los medios necesarios para mantenerse únicamente con la fabricación de licores. Pero cuando disminuyó fuertemente el interés por tales productos, empezaron a pensar en otras posibilidades. Así fue como los monjes se toparon con otro gran tesoro de la isla: la vid, que aquí encuentra extraordinarias condiciones climatológicas y geológicas. Al nacimiento de la rehabilitación de la vinicultura del lugar ayudaron dos expertos franceses: el crítico enológico Eric Verdier y Jean Lenoir, inventor de la paleta de aromas «Le Nez du Vin». Estaban convencidos de que en un entorno tan increíble se tenían que poder hacer vinos increíbles, y colaboraron en todos los aspectos con los hermanos, tanto desde el punto de vista técnico como comercial. Evidentemente con éxito, pues doce años después de tomar la decisión de centrarse más en la producción de vinos de calidad, los vinos blancos y tintos de Abbaye de Lérins se encuentran en varios conocidos restaurantes franceses, y la bodega del convento exporta ya a todo el mundo. De las 35 hectáreas de superficie de la isla, actualmente ocho están plantadas de viñedos que se cultivan literalmente a mano. Las variedades existentes son Clairette, Chardonnay, Syrah, Mourvèdre y algo de Pinot noir y Carignan. El vino como medio para un fin El hermano Marie-Pâques, que tras realizar un curso de formación en enología es el responsable de la vinicultura y la comercialización, no se resiste a las leyes del libre mercado, más bien las aprovecha para sus fines: la continuidad de la comunidad del convento. Sabe que un producto de calidad se vende mejor que uno mediocre; en consecuencia, la exigencia de calidad es máxima para sus vinos, a los que no teme comparar con un gran Borgoña, en el caso del blanco, y el tinto con los mejores del sur de Francia. Sin duda se puede afirmar que los cistercienses de Saint-Honorat viven de acuerdo con su época, pero por otra parte convienen en que las cosas han de mantenerse en su lugar, que un convento no debe convertirse en una bodega y el vino no es nada más que un accesorio, un medio para un fin. Las 16.30 horas. Suena la sirena. El último transbordador está preparado para zarpar. Siete horas en la isla se han pasado como un suspiro. También he rectificado algunos de mis puntos de vista tópicos acerca de la vida en un convento. Y me siento enriquecida por la experiencia... Palatinado Una policíaca de la Edad Media Viñedos de Pinot noir asilvestrados, documentación histórica, leyendas de cepas traídas de contrabando: el grupo de vinicultores Südpfalz ConneXion reconstruye un viñedo y su historia. Hay una cuestión que obsesiona a Sven Leiner: ¿Cómo llegó la Spätburgunder a Alemania? Leiner es vinicultor y pertenece al grupo de jóvenes vinicultores Südpfalz ConneXion. Desde hace más de dos años trabaja con sus amigos en la revitalización de lo que antaño fue un gran viñedo de Borgoña, hoy olvidado. En Gräfenhausen, frente al castillo de Trifels en el Palatinado, allí donde en la Edad Media se solían guardar las «keiserliche zeichen» o joyas del Reich, los cistercienses del vecino valle de Eusserthal habían plantado Pinot noir. En el lugar se cuenta que en aquel entonces, arriesgando pena de muerte, los monjes trajeron secretamente estas valiosas cepas, ocultas en tubos de órgano, desde la Borgoña. En Gräfenhausen, el año pasado se ha erigido en medio de los viñedos un monumento a los monjes de Eusserthal para honrar esta heroicidad, que representa un tubo de órgano con su correspondiente cepa de bronce. El convento se fundó en 1148, y su Spätburgunder fue un gran éxito. A mediados del siglo XIX, el historiador del vino Johann Phillip Bronner aún dedica a la aldea de Gräfenhausen y a su vino noble de Borgoña nada menos que seis páginas de su descripción de la «Vinicultura en la región montañosa de Haardt, desde Landau hasta Worms», mientras que Birkweiler, Godramstein y Siebeldingen, hoy famosas por sus grandes vinos, juntas apenas llegan a ocupar diez líneas. Entre las dos Guerras Mundiales servían «Gräfenhauser» a los pasajeros de primera clase de los buques de vapor de Hapag-Lloyd «Europa» y «Bremen» durante su travesía hasta América. Después empezó su declive: tras la Segunda Guerra Mundial, muchos de los comisionistas que lo habían distribuido, en su mayoría judíos, habían sido expropiados, muertos o huidos. Tras la concentración parcelaria de los años 50, para los viticultores ya no era rentable cultivar esta exigente variedad en los pequeños viñedos inclinados. En aquel tiempo, un solo vinicultor del pueblo seguía produciendo vino como único sustento. Los viñedos antaño elogiados hoy son poco más que maleza invasora, entreverada de alguna que otra plantación de cepas mal cuidadas. Rompecabezas de la Historia Esta historia fascinó a Sven Leiner, y cuando hace tres años su grupo empezó a buscar un proyecto común, él lo vio claro: la ConneXion recuperará los antiguos viñedos de los cistercienses para producir allí un vino que enlace con la célebre tradición del Borgoña Pinot noir. Al principio no se dio cuenta de que, con ello, también había aceptado una tarea histórica. Actualmente busca por archivos y bibliotecas testimonios históricos para intentar resolver el rompecabezas secular de la historia de un gran Borgoña alemán olvidado. En 2005, este grupo vendimiará la primera cosecha de su viñedo, roturado y replantado en 2003. ¿Qué habría ocurrido si en aquel entonces el Spätburgunder hubiera iniciado desde el Palatinado su marcha triunfal por Alemania?, se pregunta. Por Carlomagno se sabe que a su Kaiserpfalz en Ingelheim le suministraban vino de Borgoña. Se dice que su tataranieto Carlos III, llamado el Gordo, plantó por primera vez Spätburgunder en el año 884, en el viñedo real de Karolingerpfalz Bodman. Pero las fuentes no son muy fiables. El primer documento, del año 1318, que registra la plantación de Spätburgunder -casi doscientos años después de la fundación del convento de Eusserthal- se halla en los archivos del monasterio cisterciense de Salem. Es difícilmente imaginable que allí los monjes se conformaran durante tanto tiempo sin un buen vino que echarse a la mesa. Sven Leiner tiene muchas posibilidades de rescribir la historia del Spätburgunder alemán. Texto: Martin Both (martin.both@vinum.info) Visita en Saint-Honorat Este impresionante monasterio fortificado, erigido directamente sobre la playa, es uno de los edificios más fascinantes de la Provenza; su arquitectura corresponde a un convento dirigido hacia el cielo. Construida originariamente como defensa frente a los ataques de los sarracenos, la fortificación hizo las veces de convento durante el siglo XV, cuando el resto de la isla estaba ocupado por piratas genoveses. Los monjes, esperando una larga estancia forzosa, además de instalar en el edificio los atributos habituales de un convento, es decir, refectorio, biblioteca y capilla, reformaron el patio interior de su fortificación para transformarlo en un crucero de dos plantas. Entre el resto de los monumentos históricos que se pueden visitar destacan siete capillas diseminadas por la isla. En temporada alta, la pequeña isla recibe diariamente hasta cien visitantes, que además compran alrededor del 20 por ciento de la producción de vino. Una visita que merece la pena. Abbaye Notre Dame de Lérins Île Saint-Honorat BP 157 F-06406 Cannes Cedex Tel. +33-(0)492-99 54 00 Fax +33-(0)492-99 54 01 info@abbayedelerins.com www.abbayedelerins.com

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