- Redacción
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- 2005-10-01 00:00:00
Es un vinicultor de la escuela moderna. Y vive en clausura en el convento de Einsiedeln. Maneja las barricas vistiendo pantalones vaqueros y jersey, y el hábito de monje para recitar salmos y corales. Un día en la vida del hermano Eduard Fuchs. El martillo golpea cinco veces sobre el metal de la campana de la torre Sur. El hermano Eduard realiza sus abluciones matutinas, se viste con el hábito negro y sale al pasillo para ponerse en fila con el resto de los 80 monjes que se dirigen a la capilla del convento. A las cinco y media en punto empieza la vigilia. A las siete y cuarto, el hermano Eduard se halla de nuevo en la iglesia para los laudes, la oración de la mañana. En los espacios de tiempo entre los rezos que componen la liturgia de las horas, hay tiempo para meditar, leer, estudiar un salmo, pero también para cosas tan profanas como desayunar o recoger la celda Dos pisos más abajo, en el sótano del convento, esperan pacientemente al hermano Eduard las barricas y los modernos tanques de acero. A las ocho, cuando llega, viste pantalones vaqueros y un jersey. Para los monjes del convento de Einsiedeln en la zona central de Suiza, el transcurso de las jornadas ha cambiado tan poco a lo largo del tiempo, pero la cultura contemporánea del vino ha efectuado su entrada con el hermano Eduard. Así, gracias a este amante del Riesling, se ha plantado con la noble variedad Rheinriesling una pequeña parcela de la finca vinícola propiedad del convento, Leutschen, que abarca seis hectáreas y está situada a unos 18 kilómetros de distancia, cerca del lago de Zurich. Con estas uvas se vinifica hoy el Rhenus, una especialidad con un elegante equilibrio entre el discreto azúcar residual y el ácido vivo. Otras especialidades son el rectilíneo Elbling, el espumoso seco Vivus, el vino de postre Primas, para el que se vinifican uvas Pinot noir al estilo de un Oporto, y el Eremo, un vino de hierbas muy logrado con aromas de pan de especias, canela y clavo. El 25 por ciento del vino del convento está destinado al consumo propio, el resto se vende. En los documentos de san Benedicto ya se hace referencia al consumo del vino. Documentado está que el abad de Einsiedeln, en el año 1743, decidió comprar en lo sucesivo «mejor vino de mesa para el disfrute de todos». Así pues, además de lo que producía su propio viñedo, que pertenece al convento desde 1562, la Orden compró vino de Veltlin y Graubünden. En 1762, los monjes construyeron en el viñedo un edificio de bodega señorial, con instalaciones en la cava para prensar y fermentar la uva. A las 11.15, el hermano Eduard vuelve a la capilla para los oficios divinos con toda la congregación. A continuación, el almuerzo se toma en silencio. En la mesa, los monjes pueden elegir entre agua mineral, mosto de manzana o un sencillo tinto español. Únicamente para honrar las fiestas religiosas se descorcha algún vino del viñedo propio. Por ejemplo, el Konvent, una cuvée superior tinta, madurada en barrica. Lo que apena un poco al hermano Eduard es que el vino siempre se sirve en vasos de cristal de tres decilitros. «Me gustaría mucho que algún día tuviéramos auténticas copas de vino», dice. Pero no se hace ilusiones: «Muy pocos hermanos se interesan verdaderamente por nuestro vino. El que sigue teniendo más éxito es el Primas, nuestro vino de postre tinto». Vieja escuela, nueva escuela El hermano Eduard conoció el convento siendo alumno del internado y se decidió a quedarse como monje tras finalizar sus estudios. De acuerdo con el abad, tras su admisión definitiva en la Orden realizó primeramente una formación de vinicultor y luego estudió enología en la Universidad de Wädenswil. En el archivo hay un registro que se remonta hasta el siglo X. Así es como el hermano Eduard oye hablar una y otra vez de los bodegueros de tiempos pasados. A través de este recuerdo comunitario, las biografías de los monjes se mezclan con la historia del convento, y el edificio que tanto respeto inspira, de pronto se vuelve más humano. Según la documentación existente, los benedictinos cultivan vino en Einsiedeln desde el siglo XII. El ajetreo no interesa Tras las completas, la oración de la noche, los monjes se retiran a sus celdas a las 20.30. El hermano Eduard no echa de menos el ajetreo de la ciudad. Piensa que la vida en clausura, tal y como la han practicado desde hace 900 años los jefes de bodega de Einsiedeln, es al menos igual de adecuada para progresar en el ámbito del vino. El último pensamiento suele dedicarlo a su vino, que descansa en la misma paz conventual exactamente dos pisos más abajo. California ¡Gracias sean dadas a San Francisco! Los americanos ya iban a darse por vencidos con la viticultura, cuando los monjes franciscanos les devolvieron la fe. Como misioneros del vino, plantaron la semilla de la historia del éxito en California En Europa el vino ya estaba ahí antes de que surgiera la religión cristiana. Pero no así en América. Es cierto que los primeros inmigrantes europeos hallaron cepas vigorosas, casi como árboles, en la Costa Este. Pero éstas producían un vino áspero que no gustaba a nadie. Todos los intentos de poner en marcha la vinicultura según el modelo europeo en las zonas este y sur de los Estados Unidos fracasaron. Hasta el más esforzado de los investigadores vitícolas americanos, el ex-presidente Thomas Jefferson, se resignó tras años de intentos en su finca Monticello en Virginia. «Creo que no deberíamos desperdiciar más esfuerzos en plantar cepas extranjeras, que posiblemente tarden siglos en acostumbrarse a nuestro suelo y nuestro clima», escribía en 1809. Hoy sabemos que, sencillamente, había elegido el lugar equivocado para sus experimentos vitícolas. El Camino Real del vino Simultáneamente al abandono del proyecto vinícola de Jefferson, unos monjes franciscanos españoles emigraban por la Costa Oeste, desde el actual México hacia el Norte, a la zaga de los avances militares. Fray Junípero Serra fue el primer clérigo que, en 1769, pisó el territorio de los actuales EE UU, y fundó la misión de San Diego. En las décadas que siguieron, los franciscanos construyeron un total de 21 misiones que se alineaban a lo largo de la costa como una cadena, generalmente a la distancia de un día de viaje la una de la otra. El camino que unía estas escalas se fue convirtiendo en una vía básica de comunicación y comercio durante la colonización de la Costa Oeste, y ha entrado en la Historia con el nombre de «El Camino Real». La última misión fue fundada en Sonoma en 1823 y se convirtió en el lugar de origen de la floreciente prosperidad del vino en la Costa Norte californiana. La misión de Sonoma ha sido restaurada con fidelidad a la original y evidencia que las misiones no sólo eran centros eclesiásticos, sino en la misma medida también espacios de habitabilidad para monjes e indios cristianizados, granja, almacén y alojamiento para viajeros. Características compartidas por las 21 misiones eran la torre de la iglesia, sencilla pero a la vez defensiva (ha alcanzado fama mundial su reconstrucción fidedigna en la Robert Mondavi Winery en Oakville) y la muralla defensiva. Las misiones se construyeron con adobe, ladrillos de barro y paja secados al sol en moldes de madera. Fermentación en odres de vaca Además de cítricos y olivos, y de la ganadería y producción de pieles, los misioneros plantaron también viñedos desde el principio. Originariamente, las vides se plantaron para hacer vino de misa para la liturgia, sobre todo la conmemoración de la Última Cena. En el suave clima de la Costa Oeste, las uvas crecieron magníficamente, de modo que la vinicultura fue ganando importancia constantemente. Aunque en lo que respecta a la calidad del vino los franciscanos no desarrollaron el mismo afán de perfección que los cistercienses en Europa, sí es cierto que con su «cepa de la misión» cultivaron una sencilla variedad de la europea vitis vinifera que producía un vino mucho más sabroso que las cepas híbridas americanas. Cuando el gobierno mexicano secularizó las misiones en 1833, los franciscanos ya habían instaurado firmemente la vinicultura a lo largo de toda la costa. Su asentamiento de San Gabriel en Los Ángeles, con 160.000 cepas y una producción anual de 35.000 galones (130.000 litros), era la mayor bodega de su época en California. Y muchos de los que habían aprendido el oficio de vinicultor en las misiones cultivaron sus propias granjas con prácticas a veces extremadamente singulares. En el año 1858, Charles Krug, periodista alemán y posteriormente productor de vino, describió como le servían un vino tinto muy elegante en una escudilla de latón. Relata que el vino se fermentaba y guardaba en odres de vaca atados con cuerdas entre los árboles. Visita a la misión de Sonoma El edificio restaurado en el centro de Sonoma es un museo que ofrece una buena visión de la vida y costumbres en las misiones franciscanas. Sonoma Mission 363 3rd Street West Sonoma, CA 95476-5632, USA Tel. +1-707-938 95 60 Horario al público: todos los días de 10.00 a 17.00 horas