- Redacción
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- 1998-06-01 00:00:00
¿Qué clase de personas son los vinicultores/as de Oregón? Bueno, les gusta poner a sus perros nombres de armas y de poetas. Por lo menos, estuve paseando entre las viñas del Beaux Frères Vineyard con “Torpedo”, pero en Chehalem era un tal “Brodkey” el que masticaba mi abrigo. Y ya que hablamos de nombres, también las designaciones de las bodegas revelan mucho del espíritu burlón que poseen los vinicultores de allí. “Torii Mor”, una combinación de palabras celta-japonesa, significa algo así como La Puerta de la Tierra, “Archery Summit” podría traducirse como “El Gran Concurso de Tiro al Arco”, y “Chehalem”, pronunciado a la manera india originaria “Chu-Hay-Lum”, que significa Dulce Tierra, para Harry Peterson-Nedry, que ha llamado así a su Winery, es una palabra “que rueda por la lengua como un mantra”. Willamette Valley es un mundo fuerte y hermoso. Desde las colinas plantadas de vid, en días claros pueden divisarse en el horizonte las lindes de esos bosques que parecen extenderse, infinitos, hacia los cuatro puntos cardinales. En algún lugar más al norte, el director de cine David Lynch encontró los escenarios naturales para su serie de culto Twin Peaks, en la que el idílico mundo exterior contrasta cada vez más con las obsesiones subliminales de sus habitantes. Bienvenidos a Carlton. Un pueblo de leñadores como de película. En el único y ya algo deteriorado Café, las madres alimentan a sus hijos con donuts y batidos de leche. Los Pick-ups circulan por la Mainstreet, la calle principal, típicamente americana. Los hombres visten camisas de franela de cuadros anchos y gorras de béisbol. La gasolinera se revela como centro de este mundo de recogimiento. La Winery de Ken Wright está en una sobria construcción de ladrillo, en la que hasta 1994 se alojaba una fábrica de guantes de cuero que durante 50 años fue la empresa con más empleados del lugar. El hecho de que, en la actualidad, las barricas francesas de Seguin Moreau y François Frères ocupen el lugar que antaño ocuparon las costureras sentadas a sus máquinas puede comprenderse como acertada metáfora del boom del vino en Yamhill County, al sur de Portland. Ken Wright, elogiadísimo maestro de la plantación del Pinot noir, parece cansado. Ayer tuvo el día de puertas abiertas, “Open house”, y más de 3.000 fanáticos del vino acudieron a su invitación. Una foto en un periódico local muestra el caos de tráfico ante la vieja factoría. Es la prueba de que, incluso en los lugares más recónditos de América, los vinicultores ya no pueden seguir eludiendo su fama. También allí el vino es cultura pop(ular).
El principio de la selección
Hace 12 años que el vinicultor Ken Wright abandonó el Carmel Valley, tan de moda, para huir hacia el norte, donde, aunque no hay palmeras, a cambio tiene algunas estaciones del año más. Desde entonces, sus esfuerzos han estado dirigidos a arrancarle algunos secretos decisivos al misterio del Pinot noir. Ken trabaja actualmente con uvas de 14 fincas diferentes, pero ya no les compra a los distintos propietarios la cosecha de todo el viñedo, como antes, sino sólo la uva de aquellos Vineyard-Blocks que hayan demostrado el más alto potencial de calidad, según él ha ido pudiendo comprobar a lo largo de los años. Además, ya no paga la uva por kilo o por concentración de azúcar, sino que paga una cantidad fija, superior a la media, por unos lotes de parcelas minuciosamente seleccionadas y arrendadas a largo plazo. Para ello, las vides deben ser criadas y cuidadas exactamente según sus instrucciones. Esto significa, por ejemplo, que sus cosechas sólo llegan a la mitad de los 4.000 kilos por acre (0,392 ha.) que suelen recogerse como media en Oregón. En la bodega, Ken Wright no sólo vinifica cada parcela separadamente, sino también cada clon de Pinot. Esta filosofía de una laboriosa micro-vinificación que no acepta compromisos le exige tener alrededor de 100 depósitos de plástico para fermentación de 1,5 toneladas de capacidad cada uno y que en otoño ocupan la totalidad de la Winery. Para la maceración en frío antes de la fermentación, añade una dosis de hielo seco directamente en los depósitos de fermentación. Así, en cuestión de pocos minutos las uvas se enfrían por debajo de los cero grados y se calientan después lentamente, de manera que la fermentación se produce pasados alrededor de cinco días. Ken Wright emplea un espectro de diez levaduras seleccionadas distintas que, en cierta manera, representan el “instrumental quirúrgico” del bodeguero, con el que puede extraer alguna nota de fruta oculta aquí, empaquetar algo mejor algún ácido anguloso allá. ¿Y la madera? “Lo ideal es 50 % de roble francés nuevo. Así, la madera desempeña su labor con una presencia más bien restringida a un papel de apoyo, y se integra bien con la fruta expansiva, la característica más relevante del Pinot de Oregón”. Sí, pero esta fruta marcada por la glicerina, francamente simplona por su dulzona apariencia, ¿acaso no revela inmediatamente el Pinot del Nuevo Mundo? Ken Wright ya no quiere ni oir tales generalizaciones. “La realidad es ésta: cuando los europeos amantes del vino encuentran un aroma dulce y el especiado del roble en algunos vinos de Borgoña, de Leroy o de Dujac, alaban su profundo aroma a bayas y su complejidad. Lo mismo en un Pinot de Oregón, lo critican como zumo de frutas y como “oaksoup” (sopa de roble).
Regreso a las raíces
De vuelta a la autopista 99W: esa vía de energía, aparentemente sobredimensionada, del pequeño mundo del vino en el Willamette Valley. Con sus cuatro carriles, ara un surco a través de las colinas y se divide de tal manera, en ciudades como Newberg o McMinnville, que dos carriles a cada lado rodean el pequeño centro como una pinza. No hace ni cien años que las diligencias levantaban el polvo del largo camino a San Francisco. La entonces Pacific Highway no se asfaltó hasta 1917. Oregón: tras cada sílaba de esta palabra se ocultan historias de tramperos y pioneros que poblaron esa tierra en la primera mitad del siglo pasado, mejor dicho, se lo quitaron a la población nativa india. Vinieron por el Oregon Trail en carros entoldados, como los que hemos visto en las películas del oeste. No venían buscando oro, sino con el sueño de la pequeña granja o de la vida en una colonia utópica rodeados de personas afines. Aún hoy se encuentra algo de aquel espíritu pionero, unido a una espiritualidad terrena, en la segunda generación de vinicultores en Yamhill County. Al menos, es mucho más frecuente el tipo del carismático extravagante que el de esos elegantes manager del vino que obviamente se encuentran más a gusto pisando el parqué de la sociedad internacional del vino que en su propia bodega. Hacer buen vino, estar en paz con la familia y vivir en estrecho contacto con la naturaleza es la filosofía de muchos vinicultores de Oregón. “Sabes”, observa Ken Wright, “cuando un terrateniente de Napa Valley no está en su oficina de caoba, te lo puedes encontrar en el campo de golf o en una galería de arte. Cuando nosotros nos quitamos las botas sucias el fin de semana, nos vamos a pescar o metemos los snowboards en el coche y nos vamos con los niños a Mount Hood”. Patty Green, la vivaracha bodeguera de Torii Mor Winery, quien para conformar sus “diamantes en bruto” Pinot confía plenamente en su intuición y no en las habilidades enológicas adquiridas en libros de texto, frecuentemente se retira a su pequeña cabaña de madera en las montañas. Allí reflexiona sobre sí misma y sobre sus vinos, guisa sobre un pequeño fuego y la poca corriente eléctrica de la que dispone la suministra un colector solar.
Sin duda Oregón se ha convertido en refugio de aquellos vinicultores que en el vino buscan algo más que ganarse la vida o hacer el gran negocio. Algunos de ellos son freaks y retirados, en el mejor sentido de la palabra. Lo que intentan realizar en el “Salvaje Oeste”, en principio, no es otra cosa que la vieja idea de los colonos del siglo pasado. Sólo que ya no sueñan con una granja, sino con una pequeña Winery. Allí, “Think small” es un principio similar al de la modestia. No es casualidad que el restaurante que entusiasma a todos los vinicultores de Willamette Valley sea poco más que una deteriorada choza de tablas junto a la autopista. Pero en “Tina’s” en Dundee se puede constatar de facto que ni la caoba ni el mármol son necesarios para celebrar una cocina del noroeste de primera categoría.
Jory, Nekia, Willakenzie
Ya hace tiempo que han pasado a ser leyenda los comienzos de David Lett (The Eyrie Vineyards) en aquella abollada choza de uralita, junto a las vías de McMinnville, en la que en su día se “procesaban” pavos. Es más que probable que llegue a ver su historia convertida en película. Pero todavía resulta más sorprendente el hecho de que los pioneros de los años 60 instintivamente situaran sus viñedos en aquellos lugares que, también según los resultados de las últimas investigaciones científicas, han demostrado tener las mejores condiciones para el cultivo de la vid, es decir, en el triángulo dorado Newberg - Salem - Forest Grove. Pero así es: el pasado del Pinot noir en Oregón, que ya cuenta 30 años -un abrir y cerrar de ojos comparado con la historia del Pinot en la Côte d’Or- es la historia de una vertiginosa mejora de la calidad. Los primeros viñedos de Pinot se plantaron en las Red Hills de Dundee sobre tierra base “jory”. De la roja tierra volcánica crecieron vinos Pinot noir con aromas de bayas rojas y una acidez más bien baja. En el mejor de los casos, estos vinos recordaban a un sólido Premier cru de Beaune, pero demasiado frecuentemente sólo eran asimilables a un Bouzy rouge, el insignificante vino tinto sin aguja de la Champagne, con su único primer plano. En la generación siguiente de vides, el interés de los partidarios del Pinot se trasladó a las colinas al suroeste de las Eola Hills, cerca de la ciudad de Salem. Sobre el pedregoso suelo “nekia”, el Pinot súbitamente empezó a desarrollar cada vez más esos nobles aromas de frutas oscuras y pesadas, como ciruela o grosella. Además, los vinos allí tenían más acidez. Pero sobre todo, la uva maduraba una semana antes allí que en Red Hills. Actualmente, las nuevas plantaciones de Pinot se concentran en la zona junto a Chehalem Creek. Sobre el arenoso terruño “willakenzie”, el Pinot desarrolla una extraordinaria complejidad de aromas que va desde las bayas oscuras, pasando por los aromas de especias y de tabaco hasta los de tierra. Y la mayor ventaja: la uva madura una semana antes incluso que en Eola Hills. Tan importante ha sido la habilitación de estos tres terruños como los experimentos con distintos clones de Pinot. Los clones Pommard y Wädenswil dominaron durante décadas. Si del primero se esperaba estructura y fuerza, el último había de aportar aromas al vino. Pero en los últimos cinco años han empezado a ocupar cada vez más el centro gravitatorio del interés los clones Dijon, que producen uvas más pequeñas con un aroma más intenso. A pesar de estos cambios, hay una regla que sigue inmutable: los Pinot de Oregón tienen, en la mayoría de los casos, un valor más alto de pH y más bajo de acidez que sus modelos en Borgoña. Dicho de otra manera: ya en su primera juventud prometen un disfrute óptimo al beberlos, pero rara vez tienen un potencial de envejecimiento superior a diez años.
La aventura Drouhin
Ciertamente es sorprendente el movimiento y agitación que se observa actualmente en Oregón: Patrice Rion asesora a la Chehalem Winery. Argyle fue fundada por el enólogo estrella australiano Brian Croser. Y la familia Drouhin, en Dundee, ha invertido enormes sumas en sus 70 hectáreas de viñedos, cuya bodega de cuatro pisos encaja de tal manera en la ladera que el vino, desde la llegada de las uvas hasta el embotellado, atraviesa los diversos estadios de su elaboración impulsado solamente por la fuerza de la gravedad. Véronique Drouhin, responsable de la vinificación, cruza el charco tres veces al año para estar presente en las fases decisivas de la elaboración del vino, mientras que su hermano Philippe supervisa las amplias plantaciones nuevas. En términos generales, el compromiso de la familia Drouhin ha aportado más prestigio al Pinot noir de Oregón que, en su día, la participación del Barón Philippe de Rothschild en Opus One confirió al Cabernet californiano. Algunas fotos en la Winery Drouhin son recuerdos que cuentan historias de una auténtica liaison d’amour con este trocito de Nuevo Mundo. Es posible que los enormes gastos de la aventura de Oregón hayan enturbiado temporalmente esta liaison. Pero hay por allí una foto que muestra a todo el clan Drouhin durante una merienda campestre en el prado de su finca. Puede que sólo sea una impresión, pero parece como si los gestos y expresiones de este instante capturado hablaran con la levedad de la despreocupación, inimaginable en el ambiente algo ceremonioso de la Residencia Drouhin en el viejo mundo del vino de Beaune. Y es que Beaune y Dundee realmente son dos mundos diferentes y en ningún lugar esto se pone más claramente de manifiesto como en las dos bodegas. Si los vinos tintos en Beaune, en su mayoría, fermentan a la manera totalmente clásica, en grandes cubas abiertas de madera, en Oregón se apuesta por los más modernos tanques de acero inoxidable. Pero en el viñedo, los Drouhin se esfuerzan por adaptar lo más ampliamente posible la filosofía de la viticultura de Borgoña a las condiciones en Yamhill County. Especialmente el “spacing”, es decir, el diseño de la plantación, parece inspirado en la Borgoña. Lo mismo puede decirse también del moderado empleo de madera nueva, cuyo porcentaje está por debajo del 20 por ciento. En consecuencia, en los Pinot de Oregón de los Drouhin se encuentra menos fruta dulzona y menos aroma de madera de roble, y a cambio más ácido jugoso y una proporción suficiente de tanino. Queda esperar que los nuevos colonos de Borgoña se mantengan fieles a este estilo consciente y porfiado, pero también honesto, y no cedan ante la presión del mercado americano, que pide vinos dulzones con aroma de roble.
Parker + Etzel = Beaux Frères
El polo opuesto a Drouhin lo marca una finca vinícola que en los últimos años ha ascendido meteóricamente en el cielo del vino de Oregón, sobre todo gracias a Su Eminencia en la sombra. Estamos hablando del Beaux Frères Vineyard y de su copropietario Robert M. Parker junior. Aunque éste aún no ha valorado ninguno de los vinos Beaux Frères, la sombra del maestro sobre la finca y probablemente también su firma en el Newsletter de la finca son suficientes para establecer que los precios de los vinos Beaux Frères se sitúen en la cúspide de todos los vinos de Oregón. Ante la pregunta de si el Pinot, indudablemente más caro, también es el mejor, los espíritus discrepan. Porque el Beaux Frères corresponde totalmente al credo del maestro. 1. Máxima concentración posible por medio de cosechas mínimas y tiempos de fermentación y maceración extremadamente largos: tres semanas. 2. Elaboración en 100% de madera nueva de François Frères. 3. Renuncia a la clarificación y filtrado. El del 94, hasta hoy obra maestra de la finca, fue un vino “Blockbuster”, con aromas de bayas y roble, y 15 grados de alcohol. Naturalmente así es como debe ser. Qué cara pondría el bueno de Parker si “su finca” no produjera “vinos Parker”. Quien, considerando la participación del rey de todos los papas del vino, esperase una arrogante y acicalada construcción nueva, se habrá equivocado. El edificio de la bodega, pintado de un fresco rojo y blanco, es simplemente una pocilga readaptada. Las decisiones in situ las toma Michael Etzel. Este hombre de aspecto juvenil a sus 44 años tiene una actitud chocantemente directa a ratos, combinada con una buena parte de cinismo, que probablemente haya tenido que desarrollar tras tener que oir día tras día la pregunta de si, en realidad, los vinos los hace él o el super-cuñado, después de todo. En 1987, Michael se trasladó a este lugar desde Colorado con su mujer (la hermana de Parker) y sus tres hijos, aprendió a hacer vino como autodidacto y, a pesar de todo, en los últimos años ha logrado destacarse de tal manera que, dentro de la pequeña sociedad del vino de Oregón, actualmente, se considera sin duda a Michael Etzel autor de los vinos Beaux Frères. Los viñedos, que ya suman 25 acres, están directamente detrás de la casa y se extienden cubriendo modélicamente las colinas. La Winery es un lugar agradable para estar sentado a la gran mesa de madera; el ayudante del enólogo, James Cahill, ha servido queso de oveja de Oregón y pan recién hecho. Michael rellena una y otra vez su copa de vino del 96, que acaba de sacar de la barrica. “Yo soy de esos vinicultores que no sólo hablan de su vino, sino que también lo beben”, comenta con sequedad. Al caer la noche, Michael, suave pero firmemente, invita a la partida. Ahora tiene que volver a su gran casa de madera en el pequeño bosque de al lado, a encender la chimenea para su familia.
Quizá debiera observarse la nueva cultura del vino de Oregón dentro del contexto de un período de prosperidad global en el que se encuentra actualmente el extremo más noroccidental de los Estados Unidos. Allí están asentadas marcas de culto como Microsoft o Nike. Portland adquiere cada vez más importancia como metrópoli de los libros y el cine. Gus van Sant ha rodado allí películas de culto como “Drugstore Cowboy” y “My own private Idaho”. También los pioneros del vino en el Willamette Valley son parte de la dinámica económico-cultural en que se halla este alejado rincón de América, que se basa en su firme individualidad innovadora.
PS: De vuelta a casa, saqué de la bodega un Pinot noir de Flynn Vineyards, un productor que, dueño de 45 hectáreas, ya se cuenta entre las grandes Wineries de Oregón. Recordaba que David Flynn, uno de los copropietarios de esta finca, me había explicado que los Pinot de su casa, muy frutales pero, a pesar de ello, sólidamente estructurados, armonizan muy bien con guisos de pescado, como por ejemplo una rodaja de salmón marinada en Chardonnay y puesta al horno después con chalotas y champiñones frescos. Lo que iba a decir: lo he probado y la verdad es que puedo recomendarlo.
BED&BREAKFAST
El sueño de la casa bonita
“Es como cuando llegas a casa de alguien que vive tal y como a veces te lo habías imaginado en un sueño. No hay mejor lugar en todo el valle para ofrecer una buena botella de Pinot noir”, me prometió el enólogo Michael Etzel. Y exactamente así fue en “mi” cabaña de tres habitaciones con vistas sobre un pequeño estanque en la granja Spingbrook Hazelnut, en Newberg. El fuego chisporroteante en la chimenea de este singular “Bed & Breakfast” irradiaba calidez; entre los dos sofás de cuero, sobre la mesa del salón, había revistas de vinos y de arquitectura, y encima de la voluminosa mesa que domina desde el centro de la cocina, extendían su olor unas pastas recién sacadas del horno. La nevera contenía todas las demás cosas que se suelen necesitar: zumo de naranja recién exprimido, salchichas especiadas, panceta y Sparkling Cider espumoso de Watsonville, California. Hasta en el último detalle se revelaba el acertado gusto de la granjera Ellen McClure para la vida de campo exquisita. Ella misma pasaba el día en el edificio de la granja, de decoración francamente barroca, de pie ante su caballete, o bien en la amplia cocina, ocupada preparando pasteles salados y tartas. El álbum de visitantes estaba tan lleno de eufóricas manifestaciones de agradecimiento que había que darle realmente muchas vueltas a la pluma para decir, con otras palabras, exactamente lo mismo que todos los demás.
Springbrook Hazelnut Farm
30295 N Highway 99W
Newberg, OR 97132
Tel. 503 538 4606,
o bien 800 793 8528.
«THE OTHER HAND»
Arte en etiquetas
Manfred Krankl es mesonero, panadero, enólogo y artista. Las dos últimas profesiones pueden ser combinables, ya que la primera impresión de un vino, incluso antes de abrir la botella, siempre es óptica. Por desgracia, el diseño de etiquetas en los últimos años había llegado a tal exageración que una etiqueta excesivamente estética inicialmente levantaba sospechas. Pero las etiquetas Sine Qua Non de Manfred Krankl no son diseño, sino arte. Ya el trazo de la letra tiene algo conspirativo, recuerda a las pintadas en las paredes. El concepto de Krankl consiste en interpretar el mensaje de sus vinos a través de una etiqueta minuciosamente concebida y un nombre acorde. “The Bride” muestra a una pareja de novios como metáfora del maridaje de Chardonnay y Roussanne. En la etiqueta “Roussanne is Coming” vemos a unas personas intentando atisbar algo supuestamente espectacular entre los tablones de una valla. Krankl, con ello, quería hacer referencia a la espectacular llegada de la variedad del Ródano Roussanne en la Central Coast. “Queen of Spades, “e-lips” y “The Other Hand” son otros nombres de algunos de sus numerosos vinos.