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Especial Bio: Ha llegado la hora del vino biológico

  • Redacción
  • 1998-10-01 00:00:00

Tras los escándalos en la industria de la alimentación, va creciendo la demanda de alimentos producidos respetando el medio ambiente. Al mismo tiempo, cada vez hay más vinicultores convencidos de que el cultivo biológico es una alternativa eficiente y madurada al cuestionable empleo de abonos y productos químicos en los viñedos. Resumiendo: ha llegado la hora del bio-vino.

En este final de milenio estamos viviendo el renacimiento de la falta de reglas. Los filósofos evocan la fuerza de la dinámica no lineal. Se vuelve a descubrir que el caos también es un orden, incluso un orden superior. Durante decenios, científicos y economistas creyeron tener el control sobre todos los mecanismos y recursos de nuestra civilización. Y extendieron su pretensión de poder también sobre la naturaleza. En las grandes ciudades organizaron el tráfico hasta su colapso. Sólo cuando se permitió al tráfico volver a regularse por sí mismo, volvió a fluir. Se estructuraron los grandes consorcios internacionales tan jerárquicamente que llegaron a la paralización. Únicamente cuando se dividieron las estructuras gigantescas en pequeñas unidades autónomas, volvió la vida a los colosos. Pero los efectos más devastadores de este pensamiento aislante se produjeron, sobre todo, en medicina y en agricultura. “Para aumentar los efectos deseados, en la medicina convencional se eleva proporcionalmente la dosis de los medicamentos. La industria de protección de plantas se rige por el mismo esquema. Cuanto mayor es la pérdida de eficacia de un producto utilizado (al fin y al cabo, la naturaleza sabe reaccionar), tanto más elevada debe ser la cantidad empleada, o bien tanto más agresiva la preparación de la receta. La eficacia de este método es indiscutible, pero va de la mano de una dependencia creciente y termina tarde o temprano en un callejón sin salida”: así centra el tema el famoso vinicultor del Loira Nicolas Joly. Parece que, en lo referente a la vinicultura, ya ha comenzado el retorno desde el túnel. Y el Ecosistema Viñedo al que aspiran los bio-vinicultores, en cuyo caso ideal se equilibra lo útil y lo dañino, ¿acaso es diferente del sistema que se regula a sí mismo, tal y como lo describe la teoría moderna del caos? Precisamente allí donde, en lugar de una tierra desnuda y arrasada por herbicidas, hoy la fauna y la flora se desarrollan pródiga y lujuriosamente de la manera más caótica, allí desarrolla sus mayores efectos este sistema primigenio redescubierto. Johann Heinrich Lambert, en sus “Cosmologische Briefe” (“Cartas Cosmológicas”), ya escribía en 1761 sobre la disposición de la construcción del universo: “El desorden en el mundo sólo es aparente y allí donde parece ser mayor, aún es más magnífico el auténtico orden, pero permanece oculto ante nosotros”.

En los últimos quince años, el número de empresas vinicultoras que trabajan biológicamente se ha decuplicado en Europa. Lo cual no es muy sorprendente, considerando que la bio-vinicultura, con muy pocas excepciones, no existió hasta finales de los años 70. A pesar de este auge, el mercado del vino ecológico sigue siendo pequeño. Y continúa rezagado tras el resto de la agricultura. Esto tiene que ver con el hecho de que la vinicultura es una ciencia altamente complicada, en comparación con otros sectores de la agricultura. Por ello, comparada con la ganadería o la producción de hortalizas, su reconversión requiere un replanteamiento y una readaptación mayores, especialmente en el viñedo, pero también a la hora de vinificar en la bodega. Actualmente, en Alemania se dedica alrededor de un 1,5 por ciento de la superficie total de viñedos al cultivo biológico, le sigue Suiza con un 1,2 por ciento, Austria con un 1,1 por ciento y Francia con un 0,5 por ciento. En Italia y España, países que, por su clima cálido, parecen predestinados al cultivo biológico de la vid, la parte dedicada al bio-cultivo sólo alcanza un escaso 0,4 y 0,25 por ciento, respectivamente. Aunque hay que mencionar que está teniendo lugar un impulso masivo de reorientación en Francia, Italia y España, en la actualidad fomentado por incentivos económicos de cada uno de los países y de la Unión Europea.
La demanda de vino biológico sigue en aumento. Mientras que, en general, el comercio del vino se estanca o incluso retrocede, los establecimientos que han ofertado vinos de cultivo biológico registraron cotas de crecimiento anuales de dos dígitos. Este boom tiene varias razones. En el sector de los productos alimenticios se aprecian distintas tendencias, en parte encontradas. Aunque la mayoría de los consumidores buscan lo cómodo (como la pasta con salsa precocinada) o un precio barato (vino de Sudáfrica de calidad a buen precio), un creciente número de intelectuales y universitarios, bien situados, que han conseguido mantener un cierto hedonismo e idealismo, a pesar de pertenecer al sistema, demandan productos de alta calidad que, además, hayan sido elaborados adecuadamente, según el punto de vista social y del medio ambiente. Una filosofía (correcta) tras el producto de alguna manera eleva su potencial de placer. Al fin y al cabo, este exigente sector de la clientela se ha vuelto tan importante, que ya muchos supermercados y centros comerciales ofrecen líneas de productos de cultivo biológico controlado. Han tenido un papel decisivo en el aumento de la demanda de productos bio los escándalos en el sector en los últimos años. Lo que empezó con concentraciones más elevadas de nitratos en las lechugas y de hormonas en la carne, culminó con la controversia acerca de las vacas locas. Muchos consumidores han comprendido, por una parte, con qué poco criterio compraban alimentos, y, por otra, hasta qué punto ha ido degenerando la industria de la alimentación, que da de comer a herbívoros altamente especializados, como las vacas, harinas procedentes de desechos animales. Los alimentos procedentes del cultivo biológico controlado, por el contrario, garantizan una producción estudiadamente adecuada a la naturaleza y a la especie.
En las pasadas décadas, el consumo de vino se consideraba perjudicial para la salud al mismo nivel que el tabaco, pero actualmente estamos viviendo un redescubrimiento del vino como producto curativo y medicinal. Un estudio de la Harvard University del año 1992 desempeñó un papel decisivo en ello, pero sobre todo, fue la publicación en 1995 del “Copenhagen City Heart Study” la que demostró que un consumo de vino de seis decilitros diarios como máximo disminuye en un 50 por ciento la mortalidad en general, y nada menos que en un 60 por ciento el riesgo de infarto de miocardio. En la actualidad, ya se da por seguro que el consumo moderado de vino tinto protege de las enfermedades cardiovasculares porque disminuye el colesterol y favorece la circulación. Tras este cambio de óptica con respecto al vino, se sucedieron las publicaciones de nuevos estudios. Según éstos, el vino también favorece las funciones del estómago y los intestinos y, como psicofármaco natural, reduce el estrés y aumenta la autoestima. Lógicamente, el vino biológico debería beneficiarse especialmente de este redescubrimiento del vino como medicamento suave. Para la vinificación del bio-vino no existe una reglamentación tan rigurosa como en el tradicional. A pesar de ello, las investigaciones muestran que los vinos de cultivo biológico también contienen, por lo general, bastante menos sulfuroso (conservante). Y el contenido de histamina, a la que se hace responsable de toda una serie de reacciones alérgicas (erupciones, náuseas, dolor de cabeza), ha demostrado ser sensiblemente más bajo en la mayoría de los vinos de cultivo biológico. La cuestión es si es suficiente que el vino sea sano “sólo para el hombre”. ¿No será una visión demasiado egoísta? ¿No debería desarrollarse el vino en un entorno sano para la naturaleza, en primer lugar? ¿Y acaso no debería situarse la salud de la naturaleza, que es quien crea la vida para todos nosotros, por encima de la salud del individuo? Es extraño que este aspecto no desempeñe un papel mayor en la discusión actual sobre salud y vino.
Durante mucho tiempo, el cultivo biológico del vino fue como un El Dorado para personajes extraños y originales, que producían vinos igualmente extraños. Pero, por suerte, ya pasaron los tiempos en los que había que estar muy convencido de la bondad del asunto para considerar medianamente bueno un bio-vino. Que actualmente algunos de los vinos más famosos del mundo proceden del cultivo biológico es un hecho que está en boca de todos. Pero, ¿y la calidad del vino biológico en general? ¿Siguen dominando los vinos obstinados, de ácidos marcados, o bien corresponde su nivel de calidad al del vino convencional? Existen claros indicios de un eficaz empuje cualitativo en el vino biológico. Así, los bio-vinicultores están representados en proporción claramente mayor en las guías de vinos célebres, conocidas por su estricta selección. Por ejemplo, un 4 por ciento de los productores alemanes mencionados en la edición del 98 de la Guía Gault-Millau trabajan en el cultivo biológico controlado, aunque su parte de superficie de viñedos sólo supone un 1,5 por ciento. Y también en la Guide Hachette 1998, los bio-vinicultores franceses son mencionados el doble de lo que correspondería a su parte de la superficie de explotación vitivinícola. Con el aumento de calidad, también la imagen del bio-vino se ha transformado. Antes, con una condescendiente sonrisa, se les llamaba exóticos. Ahora se han convertido en previsores, la vanguardia de la vinicultura, cuyas ideas son adoptadas por los vinicultores convencionales, siempre que sean efectivas y realizables sin problemas. Hace apenas quince años, la opinión oficial sostenía que no era posible plantar hierba en los viñedos, porque ésta le quitaría el agua y el nutriente a las cepas. Pero los bio-vinicultores han demostrado que plantar hierba es el factor decisivo para aumentar la fertilidad y la salud del suelo. Por eso ya hace mucho que los vinicultores convencionales también plantan hierba en sus viñedos. Multitud de preparados naturales contra enfermedades y parásitos que se emplearon primero en la bio-vinicultura, actualmente se usan con asiduidad. Sí, la vinicultura biológica ha conseguido que los vinicultores que trabajaban buscando fundamentalmente la calidad, en general, vuelvan sus ojos a una ecología sensata. Se han dado cuenta de que la bio-vinicultura ya no es una idea utópica, sino una tendencia científicamente fundada, de una eficacia indiscutible. Todo ello es la respuesta a las expectativas de los consumidores. Cada vez más son los aficionados que prácticamente ya no aceptan vinos de viñedos en los que los vinicultores tengan que operar con trajes protectores y guantes al fumigar para protegerse de la toxicidad de los preparados. La bio-vinicultura aún alberga un gran potencial de mejora. Hasta ahora, la circulación de experiencias, nuevas tesis y descubrimientos entre las filas de los bio-vinicultores ha sido vacilante. La vinicultura ecológica ha sido tratada como la hijastra de la investigación. Los fabricantes de aperos apenas atendían a las necesidades específicas de los bio-vinicultores. Pero con su creciente potencial de mercado, la vinicultura biológica se sitúa cada vez más en el centro de su interés.

Cuanta más fuerza desarrolle la tendencia al bio-vino, tanto menos abarcable será la evolución del mercado. Cada vez más empresas se subirán al tren de lo biológico, aun cuando las razones de marketing les importen más que un auténtico compromiso con la salud de la naturaleza. Crecerá el número de etiquetas distintas. Y habrá más fincas que, aunque trabajen ecológicamente, no se dejarán certificar ni controlar. Los productores de renombre resultarán creíbles en este compromiso con la ecología, pero ¿y todas las demás fincas desconocidas o casi desconocidas? En principio, lo cierto es que sólo las empresas certificadas y controladas pueden tener la pretensión real de producir vino biológico. Pero, independientemente de la etiqueta, lo que cuenta, en definitiva, es más la confianza en el vinicultor que lo que ponga en la botella. Por eso, cada vez deberá ser más el comerciante especializado quien garantice al consumidor que un producto realmente es y contiene lo que dice, desde el punto de vista ecológico.

Gian Luca Viberti
Bio-vinicultor en La Morra (Piamonte-Italia)

¿Qué acontecimiento crucial le llevó al cultivo biológico de la vid?
Los conocimientos y la experiencia que me han transmitido mi abuelo Antonio y mi padre, Giovanni.
¿Cuál ha sido su experiencia más difícil en los últimos años?
Lo más difícil, a la par que lo más bello, han sido y son las eternas discusiones con mi padre sobre los métodos de cultivo y elaboración.
Además de la vinicultura, ¿qué más podría interesarle?
He nacido y crecido entre las cepas, y en este entorno me siento muy bien. Lo que también podría fascinarme sería dedicarme a la investigación física.
¿Compra usted en el supermercado?
No.
Para muchos, las pretensiones de ecologismo y el regionalismo están muy relacionados. Pero los vinos se transportan por todo el mundo. ¿Es esto una contradicción?
La producción pertenece al ámbito de lo local, la venta es internacional. Para mí, esto no es una contradicción.
¿Qué opinión le merece el empleo del cobre y el azufre?
Experimentar, experimentar, experimentar. Sólo así podremos evitarlo.
El cultivo biológico del vino, ¿significa entregarse en manos de las fuerzas de la naturaleza, o bien intentar luchar contra las adversidades por medio de la innovación y la alta tecnología?
Es difícil hacer buen vino. Aún es más difícil hacer buen vino biológico. Producir bio-vino significa vivir con las cepas y aprender a entenderlas. El nivel que ha alcanzado la ciencia le permite a todos los productores reducir al mínimo los daños causados a la naturaleza.
Antiguamente, la vinicultura se practicaba junto a otros cultivos del campo, en la mayoría de los casos por grandes familias. ¿No sería deseable este viejo modelo para la bio-vinicultura?
La finca vinícola ideal es un todo orgánico. La situación es óptima si los viñedos están lo más cerca posible unos de otros y forman una cierta unidad. No sólo hay que vivir de las cepas, sino con ellas.

Marlene Kunz
Bio-vinicultora en Malans (Cantón Grisones-Suiza)
¿Qué acontecimiento crucial la llevó al cultivo biológico de la vid?
En mis tiempos de estudiante conocí la Producción Integrada. El clima favorable en el señorío de este Cantón me ha facilitado el siguiente paso.
¿Hasta qué punto el cultivo biológico le obligó a reaprender la vinicultura?
En este nuevo tipo de vinicultura hay que actuar preventivamente, lo que exige una atención al viñedo que no se aprende tan fácilmente.
¿Ha pensado alguna vez en abandonar el cultivo biológico de la vid?
Sí, en el verano de 1997, cuando parecía que nunca dejaría de llover.
Además de la vinicultura, ¿qué más podría interesarle?
Muchas cosas, quizá ser madre de siete hijos.
¿Cómo sería el vino que sueña con hacer?
De momento, sueño con conseguir más uvas, para poder hacer vinos distintos.
¿Qué es lo que nunca compraría?
Huevos de gallinas de granjas avícolas.
Para muchos, las pretensiones de ecologismo y el regionalismo están muy relacionados. Pero los vinos se transportan por todo el mundo. ¿Es esto una contradicción?
Con mi pequeña producción, la exportación es impensable. Personalmente, me parece emocionante descubrir vinos de países lejanos. Pero si se piensa en cuánta energía es necesaria para transportar una sola botella, el placer se relativiza...
Las cepas tradicionales son plantas delicadas, incapaces de sobrevivir sin protección. ¿A pesar de todo, se justifica su existencia?
Sí, naturalmente, cuando con ellos se hacen vinos varietales y de alta calidad. Claro que, seguramente, es posible mejorar la elección de las mejores variedades para cada lugar.
¿Qué opinión le merece el empleo del cobre y el azufre?
Para mí y para mis cepas sería un verano maravilloso si pudiera evitar el uso de ambos preparados.
En la vinicultura, ¿qué es lo que busca: su camino personal o le parece más importante el contacto con la experiencia de otros vinicultores?
Si no hubiese podido aprovechar las experiencias de mis compañeros, aquí en el pueblo, entrar en el cultivo biológico del vino seguro que no habría sido sencillo. A largo plazo, quiero encontrar mi propia línea.
¿Le queda tiempo para algo más, aparte del vino?
Sí, guisar y comer.

Josep María Albet i Noya
Bio-vinicultor en Vilafranca del Penedés (Cataluña)

¿Qué acontecimiento crucial le llevó al cultivo biológico de la vid?
El tema siempre me había interesado. Fui vegetariano entre 1977 y 1982 por respeto a los animales. Un punto importante también fue el aumento de la demanda de vinos biológicos.
¿Hasta qué punto tuvo que reaprender la vinicultura por ello?
Mi primer intento con la vinicultura biológica fue a los veintiún años. Un duro proceso de aprendizaje, pues mi padre murió cuando yo tenía quince años, y mi abuelo, cuando tenía veintiuno.
Además de la vinicultura, ¿qué otra actividad podría interesarle?
Un proyecto de cultivo biológico en el Tercer Mundo, por ejemplo en Nicaragua, con cultivos de café, frutas y verduras, y su comercialización independiente.
¿Con qué personaje real o de ficción llegaría a identificarse?
Indiana Jones. Es el prototipo de hombre que vive intensamente. Es activo, instintivo, permanentemente emprendedor, emocional. Un manager-capitán-director modélico.
¿Cómo sería el vino que sueña con hacer?
Una Cuvée blanca de dos o tres variedades, fermentada hasta la mitad en presencia de los hollejos y hasta la mitad en la barrica. Un tinto de cuatro o cinco variedades, elaborado 12 meses en barrica, de color casi negro, concentrado, con mucho tanino.
¿Extiende usted su preocupación por el medio ambiente a las demás facetas de la vida?
Intento que el pensamiento del medio ambiente infiltre la compra de vestidos, zapatos, máquinas, artículos deportivos, etc.
¿Compra usted en el supermercado?
Sí, pero ningún producto que no sea reciclable o que contenga conservantes o colorantes.
Las cepas tradicionales son plantas delicadas, incapaces de sobrevivir sin protección. ¿A pesar de todo, se justifica su existencia?
Sí, cuando la situación permite producir buena calidad. En España hay innumerables zonas de viticultura en las que estas variedades pueden recorrer todo el ciclo vegetativo sin cobre y sin insecticidas.
¿Cree usted en Dios?
Sí, pero en un dios que no tiene un nombre determinado, que no está representado por una religión determinada y que está presente para todos los hombres. No interviene, pero existe.
¿Le queda tiempo para algo más, aparte del vino?
Trabajo en gremios de especialistas y doy cursos. Me gusta la vida social, ir al cine y estar con mi hijo.

La tecnología genética provoca a la vinicultura biológica

En principio, las posibilidades de la tecnología genética parecen seductoras. ¿Acaso no es sofisticado que se haya modificado genéticamente el tomate Flavr-Savr, que hasta ahora era demasiado delicado para ser transportado maduro, de tal manera que que ya no hay que cosecharlo verde? Para la industria química, la ingeniería genética sólo es un medio para alcanzar determinadas metas y, por lo tanto, está al margen de la ética. Pero para las asociaciones de cultivo biológico, con la ingeniería genética la ciencia interviene decisivamente en campos en los que no pinta nada, es decir, en lo más profundo del núcleo del ser de la vida. Pues la ingeniería genética abarca el aislamiento, caracterización, transmisión y recombinación del material genético.

Las asociaciones de bio-vinicultores luchan, por ello, por conseguir la prohibición de la ingeniería genética en el sector de la vinicultura. A pesar de ello, ya hay científicos por todo el mundo experimentando con modificaciones genéticas de determinadas variedades de cepa. Esperan, entre otras cosas, poder reducir la propensión a las enfermedades de las variedades clásicas (Riesling, Chardonnay, Pinot noir, Merlot, etc.). Lo que ciertamente no es empresa fácil, ya que la resistencia es polígena, es decir, no se lleva a efecto por medio de un único gen, sino por muchos genes. Sin embargo, ya se han plantado a título experimental las primeras cepas manipuladas genéticamente. Mucho más fáciles de modificar son, en cambio, los organismos colaboradores necesarios para la vinicultura, como las levaduras de fermentación, o bien las bacterias para la reducción biológica de ácidos. Es de suponer que la ingeniería genética hará primero su entrada en la vinicultura por tales “puertas traseras”. Las asociaciones de vinicultura biológica aún pueden garantizar que el bio-vino se elabora sin organismos manipulados por ingeniería genética. Para ello, (todavía) tienen el apoyo de las disposiciones correspondientes en cada uno de los países. Los expertos dudan de que esto siga siendo posible a largo plazo, ya que en las disposiciones de la Unión Europea sobre cultivo biológico los productos modificados genéticamente no están globalmente prohibidos.
“Naturalmente, las posibilidades de la ingeniería genética son económicamente interesantes, pero los contribuyentes deberían ser conscientes de que la manipulación no se hace gratis y que tendrán que pagar, como siempre, las graves consecuencias que se deriven de ella”, dice, por ejemplo, el pionero de la bio-vinicultura Nicolas Joly. “La ingeniería genética es una bomba de relojería que hay que desactivar. Lo único que hace es aumentar la dependencia de la agricultura de las multinacionales químicas, que actúan exclusivamente por el beneficio”, dice su colega de Alsacia, Pierre Frick. Pero unas declaraciones tan terminantes no pueden hacer olvidar que los bio-vinicultores están muy lejos de rechazar la ingeniería genética en su conjunto, aunque actualmente lo parezca. Una encuesta realizada por Vinum a unos 25 bio-vinicultores demostró que alrededor de la mitad volvería a reflexionar sobre su actitud de rechazo frente a las cepas manipuladas genéticamente, si la ingeniería genética pudiera hacer resistente a enfermedades como el falso mildíu a las cepas nobles como Chardonnay, Riesling, Pinot noir o Merlot. Si así se pudiera evitar el empleo del cobre, actualmente tan polémico, y si, al mismo tiempo, pudiera demostrarse que no se han de temer efectos negativos de la ingeniería genética, muchos bio-vinicultores plantarían tales variedades. El progreso va en esa dirección, opinan. Según argumenta este grupo de pensamiento pragmático, mucho más importante es impedir un empleo comercial prematuro. Para aquellos bio-vinicultores contrarios a la ingeniería genética, incluso una entrada rigurosamente controlada de la misma pondría en tela de juicio todo el movimiento del vino biológico. En ese caso, probablemente se abocaría en una escisión de las asociaciones. Los que se oponen a la ingeniería genética argumentan que con las hibridaciones tradicionales se pueden conseguir igualmente variedades más resistentes. Es una opinión que comparte incluso una parte de los investigadores del vino.

Queda la cuestión de si la vinicultura atraviesa la frontera imaginaria de lo que es responsable éticamente sólo desde que existe la ingeniería genética. ¿O acaso esto ya ha sucedido hace mucho? Para Nicolas Joly, la selección de clones que se practica desde hace décadas, concepto tecnocrático que sólo permite la reproducción del más perfecto ejemplar entre millones, conlleva “rasgos nazis”. Quizá la ingeniería genética provoque una discusión de base sobre la ética en la vinicultura. En ese caso, esta nueva tecnología al menos habrá introducido un aspecto muy positivo.

Véronique Cochran
Bio-vinicultora en Bayon (Burdeos-Francia)

¿Qué acontecimiento crucial la llevó al cultivo biológico de la vid?
Mi padre practicaba la agricultura biodinámica ya en los años sesenta. Nunca he pensado en trabajar de otra manera.
¿Ve usted la naturaleza en la actualidad de forma distinta que hace diez años?
En mi educación, el respeto a la naturaleza desempeñaba un gran papel y mi actitud actual frente a ella corresponde a esta experiencia vivida.
Además de la vinicultura, ¿qué otra actividad podría interesarle?
Trabajar de médico.
¿Cuál es el último libro especializado que ha leído?
Un tratado ampelográfico sobre las enfermedades de la vid.
¿Cómo sería el vino que sueña con hacer?
¡La cosecha del año que viene!
Las cepas tradicionales son plantas delicadas, incapaces de sobrevivir sin protección. ¿A pesar de todo, se justifica su existencia?
Es falso, esas variedades están sanas, también sin emplear química - por lo menos en lo que respecta a los Cabernet que conocemos. Si la propia naturaleza no las ha hecho desaparecer, también han de tener su lugar en la vinicultura.
¿Qué opinión le merece el empleo del cobre y el azufre?
Esos dos productos son un recurso de emergencia y, a largo plazo, habría que suprimirlos.
El cultivo biológico del vino, ¿significa entregarse en manos de las fuerzas de la naturaleza, o bien capear su alevosía por medio de la innovación y la alta tecnología?
Nosotros no practicamos el cultivo biológico en primera línea por motivos ecológicos, sino sencillamente porque queremos sacarle a nuestro terruño los mejores vinos.
Antiguamente, la vinicultura se practicaba junto a otros cultivos del campo, en la mayoría de los casos por grandes familias. ¿No sería deseable este viejo modelo para la bio-vinicultura?
Mis tierras ofrecen el contexto ideal. Yo vivo y trabajo con mi marido y los dos niños en armonía con la naturaleza que nos rodea.
¿Le queda tiempo para algo más, aparte del vino?
Dedico mucho tiempo al estudio de las plantas medicinales y de la medicina china. Mi marido organiza conciertos de música de cámara. A veces juego al tenis.

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