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Siete Rostros de Australia: Familia de vinicultores en el desierto

  • Redacción
  • 1999-04-01 00:00:00

Los domingos allí no hay nadie. Las calles, tiradas a cordel, vacías de gente en el crepúsculo. Abandonadas las poderosas bodegas de los gigantes del vino Southcorp y Mildara-Blass, los empleados se habrán ido a Melbourne o Adelaide para el fin de semana. En medio del desierto, en esa apartada franja verde de viñedos, uno siente una extraña opresión. Pero entre las viñas hay una luz, en una casa de campo blanca, y de la chimenea sale humo. Doug Bowen abre la puerta. Un fuerte apretón de manos llama la atención precisamente sobre sus manos. La gruesa piel encallecida, surcos y grietas, teñida de rojo por el zumo oscuro y licoroso de sus uvas Syrah y Cabernet en los depósitos de mosto. No hay duda: no es un gerente ejecutivo ni un director lo que tenemos delante, sino un vinicultor. Mientras reflexiono sobre lo escasos que son en el sur de Australia los propietarios de fincas que meten mano personalmente en el viñedo y la bodega, un delicioso olor de carne asándose en hierbas aromáticas se expande, procedente de la cocina. Debe ser nuestra cena. La casa de los Bowen, ya me parece un lugar más simpático.

Coonawarra. Quien visita ese lugar solitario en el más profundo sur de Australia, a cinco horas de coche de Melbourne, suele suponer que el extraño nombre que le dieron los aborígenes a este lugar sólo puede significar una cosa: Tierra de Nadie. Y sin embargo, Coonawarra parafrasea la aparición de un cisne negro. Cuando Doug Bowen tiene que contar en el extranjero cómo es su casa en Coonawarra, a veces emplea la jerga deportiva del golf. “Imagínense un gigantesco búnker de arena y en medio, un green diminuto. Así es Coonawarra.” Una fértil franja verde de 14 kilómetros de largo y 1,5 de ancho en la vasta aridez del Little Desert. ¿Cómo es posible? Bajo la legendaria tierra roja, a sólo 45 centímetros de profundidad, empieza una base maciza de piedra calcárea que asegura una humedad constante en las raíces de las vides. Son condiciones ideales para la Cabernet Sauvignon y la Syrah, que allí producen una calidad superior. Por eso, los gigantes del vino poseen allí algunos cientos de hectáreas de viñedos, pero sus vinos, producidos allí, con frecuencia terminan en algún “blend” anónimo, es decir, se mezclan con partidas de Cabernet y de Syrah procedentes de otras regiones del sur de Australia. Igualmente anónima es la presencia de las grandes Casas en el Little Desert. Para los empleados, el trabajo en Tierra de Nadie suele ser un trabajo temporal.

Coonawarra es, sin embargo, el hogar de Joy y Doug Bowen desde hace ya 27 años. En 1972, la pareja se mudó a la estepa desde la ciudad de Melbourne. “Éramos terriblemente jóvenes y felices. Y queríamos producir buen vino tinto. Así que éste era el lugar ideal para nosotros”, recuerda Joy, cuya familia, originaria del Líbano, emigró a Australia.

En aquel tiempo, las pocas personas que hallaron en Coonawarra trabajaban en la industria maderera. Sólo había 200 hectáreas escasas de viñedos. Los Bowen compraron 20 hectáreas plantadas de vid, y la mayor parte de esta superficie se trabaja más con medios mecánicos que con la mano del hombre. La finca de los Bowen, por el contrario, ha crecido muy poco con los años. Hoy por hoy, abarca 33 hectáreas. Lo suficiente para una familia de vinicultores que mide sus posesiones por lo que puede elaborar personalmente. Por eso, cada uno de sus vinos es un Cru clásico y jamás un coupage de vinos que posiblemente hayan crecido a miles de kilómetros de distancia. Y mientras los winemaker doblegan sus vinos con trucos y toda clase de remedios, los Bowen dejan el cetro a la naturaleza. Y ésta, a veces, sabe ser cruel allí. Como en 1993, cuando el calor provocado por incendios brutales del monte bajo secó las hojas de las cepas de Cabernet Sauvignon, impidiendo el buen funcionamiento de la fotosíntesis, indispensable para la concentración de azúcar. Pero apenas se hubieron resignado Joy y Doug a la pérdida de la cosecha, vinieron unas lluvias torrenciales que inundaron los viñedos y, unos días más tarde, las cepas que habían permanecido intactas estaban irremisiblemente aquejadas de podredumbre. “Vendimiamos el Cabernet para hacer compost”, recuerda Doug.

Sin embargo, el Syrah de aquel año hoy es un vino perfecto, con una fruta llena y madura, y la estructura exacta. Los vinos de los Bowen ya poseen un enorme equilibrio antes de la fermentación maloláctica. Pero sólo alcanzan su grandeza tras muchos años de guarda en botella. Por ejemplo, el Cabernet Sauvignon del 84, con su derroche de perfume a bayas negras, su ácido jugoso y su tanino suave pero pleno, es hoy uno de los Cabernet más perfectos que jamás haya producido el sur de Australia. El Syrah del 93 es capaz de fascinar de igual manera. Los vinos de los Bowen prometen sensualidad y elegancia, y, sin embargo, no tienen nada en común con la pastosidad, a veces ordinaria y dulzona, de ciertos vinos australianos. Esta perfección propia de los Bowen es la suma de innumerables detalles. Por ejemplo, con frecuencia sesgan los sarmientos unos días antes de la vendimia, para que las uvas se vayan secando en la cepa. Un factor decisivo es la seguridad de Doug en el manejo de la madera, tanto para el Syrah en roble americano como para el Cabernet en barricas francesas de Séguin Moreau. Nunca sobra ni falta nada.
Quien visite a los Bowen en Coonawarra, si bien se encontrará con una familia que vive lejos de cualquier ajetreo urbano (la hija, Emma, acaba de terminar enología y ha comenzado a trabajar en casa), en su hogar no sopla ni una brisa de provincianismo. Los domingos se cena langosta de la cercana Discovery Bay y cordero joven de la región. Pero lo más impresionante es la paz y el contento que emana esta familia. Posiblemente se reencuentre en los vinos un poco de todo esto. Una cosa es segura: Coonawarra, ese pequeño green en el gigantesco búnker de arena, resultará muy simpático de repente, tras conocer a los Bowen.

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