- Redacción
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- 1999-04-01 00:00:00
Mientras esperamos a una leyenda llamada Greg Trott, en el periódico de la casa leemos la conmovedora necrológica a Baily, el perro de la bodega, que pasó a mejor vida tras abusar de los bizcochos. Se loaba especialmente al labrador por sus inmensos conocimientos en lo que respecta al dormir y al buen comer. “Te echamos de menos, roncador impenitente, pero creemos firmemente que tu reencarnación ya estará haciendo de las suyas en algún lugar del McLaren Vale...”, reza el artículo. Aparece entonces Greg Trott y nos muestra su bodega, notable desde todo punto de vista, y construida de ironstone (porcelana resistente), hace más de 100 años. Cuando Greg y su primo Roger llegaron allí en 1969, ya sólo era una ruina. De modo que los dos se pusieron a reconstruirla con sus propias manos, buscaron en los alrededores piedras adecuadas para restaurar los muros que faltaban, instalaron suelos de tablones de madera oscura y pesada. Más tarde concibieron unas instalaciones de vinificación modernas, funcionales, de cemento visto y acero. Está bajo el amplio cielo y tiene su propia estética. A todo ello lo llamaron “Wirra Wirra”, que significa algo así como: bajo los eucaliptos. Por la noche, los focos envuelven de una extraña luz verdeazulada el laberinto futurista. Desde una pequeña colina, contemplamos esto que de alguna manera parece vivo. Greg sonríe y susurra: “No está mal para un viejo criador de pollos ¿verdad?”.
Hacia el mediodía, la mesa grande entre las hileras de barricas se llena de manjares de todas clases, fruta, verdura cruda, impresionantes pedazos de queso, galletas, chocolate, pan, carne. En algún lugar chisporrotea la comida caliente. En la chimenea, un trozo de madera humea sin cesar. Poco a poco, el clan de Wirra Wirra se reúne para su alimentación diaria. Todos jóvenes. Y sorprendentemente muchas mujeres. Y, obviamente, todos de buen humor. Se fabrican impresionantes sandwiches que mastican sentados sobre las barricas. Greg Trott, a quien allí todos llaman “Trotty”, observa lo que sucede con visible satisfacción. Y, como siempre que le invade este sentimiento, susurra: “No está mal para un viejo criador de pollos ¿verdad?”.
Después nos enseña la vieja prensa de cesta, construida en Francia hace más de 100 años, y que le compró a alguien por 200 marcos alemanes, alguien que “probablemente querría comprarse una prensa de verdad”. En él se prensa la uva para los tintos de gran categoría. Hay muchos de esos aquí. Pues aunque el mercado demanda vino a gritos, en Wirra Wirra no se produce sin ton ni son. Lo divertido es experimentar. “Sería un crimen no hacer nada especial con una uva especial”, dice Trott. “Si algún viticultor vendimia algo especial para nosotros en algún rincón de su viñedo, nosotros también lo elaboramos de manera especial”. En Wirra Wirra esto se llama “Vineyard Series”. No hubo más que 2.500 botellas justitas del espléndido Sémillon del 94 de un viñedo llamado Scrubby Rise, que a pesar de su 14,5 por ciento de alcohol resulta sorprendentemente jugoso. Y sólo algunas botellas más del Syrah del 93, procedente del Kuitpo Vineyard, fruta dulce en maridaje con pimienta silvestre y cuero. Pero también son sorprendentes las dos capitanas del surtido, el “R.S.W. Syrah” y el Cabernet Sauvignon llamado “The Angelus”. Quien empiece a catar en Wirra Wirra no acabará enseguida. Solamente los vinos de postre ya son punto y aparte.
En un momento dado, Greg considera que ya hemos catado suficiente. Directamente junto a la bodega, dice, hay un restaurante llamado “Salopian Inn”, al que debemos acudir mientras la cocina aún esté caliente”. El “Rudder-Fish”, en cuya preparación ha desempeñado un papel el “Aged sweet Vinegar” del cercano viñedo de Coriole, está delicioso. Después, Trott enciende un cigarrillo. Porque el “Salopian” es uno de los pocos, quizá el único entre los restaurantes realmente buenos de Australia, en el que aún se permite fumar. La propietaria asiente con la cabeza y también enciende un cigarrillo. “Oye, Trotty, ¿sabes que los nuevos coches que están vendiendo ya no tienen cenicero?”, le pregunta. Trotty sacude la cabeza y murmura unas palabras que preferimos no reproducir aquí. Conocer a Greg Trott es una búsqueda emocionante. Sólo que, obviamente, este hombre es difícil de pescar. En la sala de ventas de Wirra Wirra hay colgado un cartel en el que pone: “Si ve a Greg en algún sitio, recuérdele que tiene un apartado de correos en McLaren Vale.”