- Redacción
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- 1999-06-01 00:00:00
Los longevos vinos de Château Musar se han convertido en leyenda con el sobrenombre de “vinos de la guerra”. Desde entonces, en el País de los Cedros, punto de encuentro de oriente y occidente, ha dado comienzo una nueva época. Incluso los caudillos de antiguos bandos de la guerra, como el druso Walid Jumblat, invierten en la vinicultura floreciente en el valle de Bekaa. Hace ya tiempo que la fama no es patrimonio exclusivo de Château Musar. Château Kefraya y Château Ksara retan a la “leyenda Musar” introduciendo en las bodegas técnicas modernas y enólogos de Burdeos.
«Beyrouth ya Beyrouth» Un vino Parker llamado «Comte de M»
El Airbus de la Middle East Airlines, procedente del mar, hace un último bucle sobre el caótico mar de casas de Beirut. Vista desde arriba, es una ciudad como cualquier otra y, a pesar de todo, nos vuelven a la mente irremisiblemente aquellas imágenes que antaño sembraron en nuestras cabezas emisoras como la CNN y directores de cine como Volker Schlöndorff en su cinta bélica “Die Fälschung” (“La falsificación”). Nos referimos a los soldados de la milicia Amal en sus jeeps con ametralladoras montadas encima, a las fotografías enormemente ampliadas del Ayatollah Jomeini en los campos de la Hezbollah chiíta, junto a Baalbek, a los aviones de combate israelíes realizando “ataques de represalia…”
Ciertamente Beirut, con sus “cicatrices de la guerra civil” evidentes y claramente visibles, aún parece estar lejos de aquel tiempo en el que ostentaba orgullosa el título de “Perla de Oriente”. Entonces como ahora, los espacios vitales de los habitantes son idénticos a la zona de influencia de su grupo étnico. Es inútil preguntar a un cristiano si sabe de algún restaurante en Beirut occidental, zona musulmana. La respuesta, si la hubiere, será un desinteresado encoger de hombros. Y sin embargo, hay lugares en los que “Beyrouth ya Beyrouth” reaparece como crisol pulsante, como complejo conglomerado de oriente y occidente que no necesariamente funciona según reglas inteligibles, tal y como lo celebra la legendaria Fairuz en sus canciones míticas y claras como el agua. Para percibirlo, la mejor hora es la del crepúsculo en la Corniche, ese paseo sobre la roca costera entre el mar y la ciudad, cuando el sol poniente y la fresca brisa marina acarician a todos por igual: a los jóvenes cristianos, que pasan como exhalaciones en sus descapotables, inundando su entorno con sonido discotequero machacón. A los clanes familiares musulmanes que pasean pausadamente, las mujeres y las muchachas rigurosamente tapadas con el chador. A los palestinos ya mayores, luchando contra el viento con el caftán y el pañuelo en la cabeza. A los soldados libaneses, tumbados relajadamente sobre los sacos de arena de sus posiciones en una roca antepuesta…
Dejamos atrás Beirut bajo su campana de neblina; el viejo Mercedes serpentea curva tras curva, hacia las montañas, donde el aire es fresco y claro. El puerto está a una altura de aproximadamente 1.500 metros sobre el nivel del mar, y las cumbres que lo rodean siguen espolvoreadas de nieve en primavera. Por fin, se abre el valle intensamente verde de Bekaa, cuya parte meridional aparece auténtica y literalmente bíblica, con su amplitud casi mística y las laderas áridas y pedregosas de las montañas. A 20 kilómetros al sur de la ciudad de Chtaura, en medio del valle, se yergue orgulloso un cuidado bosquecillo de alerces, pinos y cipreses. En su interior, se esconde Château Kefraya. El “Señor del castillo”, Michel de Bustros, muestra orgulloso el número de “The Wine Advocate”, en el que Robert M. Parker califica con 91 puntos su “Comte de M.” del 96. Y los americanos ya han hecho el pedido por suscripción de la totalidad de las 1.400 cajas de esta nueva Cuvée superior. Sin duda disfrutarán de él. El coupage de 60 por ciento de Cabernet Sauvignon, 20 por ciento de Mourvèdre y 20 por ciento de Syrah, de cepas seleccionadas de unos 20 años de edad, vendimiadas con un contenido de azúcar potencial de más de 14 por ciento de alcohol, ha madurado 14 meses en barricas francesas nuevas. El resultado son intensos aromas de zarzamora y grosella negra, unidos a unas notas de madera de cedro y especias.
Este nuevo vino libanés de prestigio ha sido creado por Jean-Michel Fernández. Este enólogo, que anteriormente participó en la carrera hacia el éxito emprendido por las fincas bordelesas Citran y Giscours, trabajó desde 1996 hasta finales de 1998 en Kefraya. Otro “hombre de Burdeos” llamado Gabriel Rivero, anteriormente enólogo de Sociando-Mallet, se ha incorporado recientemente para asegurar a Kefraya aún más éxitos en “puntos”.
Potencial de maduración fantástico
Michel de Bustros procede de una influyente familia de diplomáticos y banqueros griega ortodoxa del barrio Ashrafieh de Beirut. Su padre llegó al valle de Bekaa a principios de los años 50 y plantó las primeras viñas. En las décadas siguientes, la superficie de viñedos de la familia de Bustros creció hasta alcanzar unas 300 hectáreas aproximadamente. Más tarde, en 1979, en plena guerra civil, Michel de Bustros se decidió a construir una bodega e hizo su primer vino.
Pero hasta hace pocos años, no había conseguido despuntar Château Kefraya, a la sombra de Château Musar, el cual, gracias a sus excelentes contactos, ya en los tiempos de la guerra había conseguido consolidarse mundialmente como el vino superior libanés por excelencia. Las grandes añadas de Musar, como la del 69 y la del 70, siguen proporcionando aún hoy el máximo deleite. También el Château Kefraya, un coupage de Cabernet Sauvignon (alrededor de un 50 por ciento), Mourvèdre, Syrah, Cariñena y Garnacha, que en la actualidad se elabora en su cuarta parte en barricas y en tres cuartas partes en tanque de acero, posee un potencial de maduración similar. El del 93, aunque ya muestra sutiles tonos de maduración, sin embargo en el paladar resulta francamente juvenil y carnoso. Para beberlo, el que se encuentra en su mejor momento de maduración actualmente es el del 85, con su frutosidad extremadamente abierta y madura, y una opulencia blanda y especiada, transportada por una acidez jugosa. Sería demasiado simplista reducir el potencial de estos vinos únicamente a su concentración, que generalmente alcanza un volumen de alcohol de un 14 por ciento aproximadamente. Precisamente los grandes años de Kefraya nunca resultan pesados. Lo que los distingue es más bien la relación extremadamente equilibrada entre frutosidad, tanino y acidez.
Del “checkpoint” al terruño
Allí donde el acceso al Château desemboca en la carretera comarcal, hay un gran puesto de control del ejército libanés. Y mirando con más detenimiento, se pueden columbrar tanques apostados en el bosquecillo del Château. “Esto”, explica Michel de Bustros, “siempre ha sido checkpoint, feliz circunstancia para nosotros, puesto que así estábamos en relativa seguridad, independientemente de qué ejército llevara la voz cantante en cada momento. Los controladores de este puesto fueron primeramente palestinos y, después, tropas de los Emiratos Árabes. Les sucedieron los israelíes y, tras ellos, llegaron los sirios, que a su vez fueron finalmente relevados por el ejército libanés”. De Bustros tiene malos recuerdos del año 1982, tiempo en el que los israelíes lucharon contra los sirios en aquella zona. “Había escaramuzas por todos los alrededores de Château Kefraya, y una vez hasta se estrelló un avión de combate sirio en medio de nuestros viñedos”, relata.
Pero después volvemos a centrarnos en el presente, más exactamente en los viñedos. Son pequeñas parcelas pedregosas plantadas según el sistema gobelet que, por su aridez, recuerdan a la Rioja alavesa. “El terruño al borde de la llanura, de lodo y cal, es ideal, porque mantiene la humedad a gran profundidad, incluso si no cae ni una gota de lluvia desde Mayo hasta Octubre”, explica el patrón. También las grandes diferencias de temperatura entre el día y la noche tienen un efecto positivo para la calidad. En verano, mientras que de día el termómetro sube a entre 33 y 40 grados, de noche sólo alcanza la mitad. Durante los últimos años, Château Kefraya ha ido subiendo sus viñedos progresivamente hacia el flanco occidental del valle, el Djebel al-Baruk. A unos 1.100 metros sobre el mar, los suelos son aún más pobres, la diferencia de temperatura todavía mayor y la aireación, mejor. Con las cepas Roussanne-Viognier, plantadas hace poco, se espera que también el Kefraya blanco vaya alcanzando paulatinamente el nivel de las Cuvées tintas superiores.
Un vino para cualquier
“ocasión mezze”
No hace muchos años que los guerreros de dios del Hezbollah aún ponían bombas en varios restaurantes que servían alcohol. Actualmente, los guerreros fundamentalistas se han retirado a sus campamentos. Incluso en Baalbek, antiguo baluarte del Hezbollah, a menos de 20 kilómetros de la frontera siria, han desaparecido los cuadros de Jomeini. En el anticuado comedor del hotel Palmyra, que pertenece al ex-presidente del parlamento musulmán Hussein Husseini y cuyo ambiente vagamente decadente de terciopelo y marquetería recuerda a un cuento oriental, vuelven a servir discretamente una copita de vino con la comida. Por el contrario, en los locales tradicionales de Beirut, como por ejemplo en el Al Mijana, un palacio de cuento en la Rue Abdel Wahab El Inglizi, el vino libanés forma parte integrante de la tentación oriental que allí se celebra todas las noches, tanto como las innumerables variaciones de mezze, con sus 1001 aromas de menta fresca, cilantro, nuez moscada, cardamomo y canela, como el café aromatizado con agua de azahar o el humo, perfumado de frutos dulces y pesados, de la pipa de agua que tras la cena enciende en el jardín nocturno Kasim, vestido con chaleco bordado y tocado con el fez. Ciertamente los vinos libaneses, sobre todo las añadas más antiguas con acidez madura y jugosa, armonizan espléndidamente con los mezze, desde el puré de garbanzos y berenjenas hasta el Kibbeh crudo (el mejor cordero, Bulgur, aceite de oliva y especias frescas) o las salchichas especiadas.
Cuanto más se interna uno en el norte de la llanura de Bekaa, el país parece más islámico. Precisamente allí, cerca de la ciudad de Zahle, ciertos monjes jesuitas pusieron la primera piedra de la vinicultura moderna en el año 1857, cuando plantaron las primeras viñas y llamaron a su finca Ksara, en memoria de una antigua fortificación cercana, construida en tiempos de las Cruzadas. Cuentan que, en 1906, unos perros que daban caza a un zorro encontraron por casualidad ese sótano abovedado, de dos kilómetros de largo, de la época románica, en la que hoy descansan muy viejas cosechas de Ksara, que se remontan hasta el año 1918. En 1973, la finca vinícola se privatizó por decreto papal, y los viñedos siguen siendo administrados por jesuitas de la finca Taanayel. Desde que algunos inversores solventes y el winemaker James Palgé, que anteriormente trabajaba en el Prieuré-Lichine de Château Margaux, manejan los designios de Ksara, la finca está en vertiginoso ascenso, iniciado con el año 1996. La bodega se modernizó completamente, y en la cava se pueden encontrar grandes cantidades de tanques de acero inoxidable y barricas Demptos nuevas. Todos los vinos resultan extremadamente limpios en su elaboración. El floral Blanc de blancs del 97 (60 por ciento de Sauvignon blanc y, respectivamente, 20 por ciento de Chardonnay y de Sémillon) es fresco y con aguja, y el Chardonnay del 97 fermentado en barrica verdaderamente puede considerarse de calibre internacional.
La capitana de la finca es el tinto Château Ksara. El del 96, que se compone de un 60 por ciento de Cabernet Sauvignon, 30 por ciento de Merlot y 10 por ciento de Syrah, ya muestra intensos aromas a bayas negras, especias y cuero. En el paladar resulta material y equilibrado. También su segundo vino, “Reserve du Couvent” (del que se producen 400.000 botellas), es un vino bien hecho, fácil de beber. Un hallazgo muy especial es el vino de postre Moscatel, lleno, con intensos aromas a flores de melocotón y especias, que se vende en la finca, en botellas de 75 cl, por cuatro dólares. Mientras, James Palgé experimenta intensivamente con Petit Verdot, Tempranillo, Gamay y Cabernet franc.
Hombres fuertes en la sombra
El auge de Ksara y el de Kefraya parecen hechos por el mismo patrón. En ambos lugares se consiguió la participación de personalidades que no solo son extraordinariamente acaudaladas, sino que además tienen gran influencia política. El obstinado y carismático líder de los drusos Walid Jumblat, mutado de caudillo militar a hombre de negocios y alborotador crónico, posee un soberbio 50 por ciento del capital social. El palacio feudal de este druso socialista confeso, que suele vestir vaqueros, está a sólo 10 kilómetros de distancia. En el caso de Ksara, los hombres fuertes en la sombra son un hombre de negocios sirio y Adnan Kassan, de oficio “Président de commerce et industrie internationale”. El mayor capital de ambas fincas son los extensos viñedos, bien en propiedad (Kefraya), bien asegurados mediante contratos a largo plazo (Ksara). Château Musar, por el contrario, compra toda la uva. Pero ahora que la vinicultura está en auge, la uva buena empieza a escasear. Bassim Rahal, el proveedor de uva más importante de Château Musar, ya ha empezado a construir bodega propia en el pueblo de Kefraya.