- Redacción
- •
- 2002-10-01 00:00:00
La política de las Denominaciones de Origen en los vinos españoles es un tema en perpetuo debate. Desde un punto de vista, la normativa resulta estrecha para los elaboradores y bodegueros más innovadores, que acaban optando por autoexcluirse para poder desarrollar sus ideas. En contraste, hay muchas delimitaciones geográficas demasiado amplias, donde se obvian matices, diferencias, que son las que confieren personalidad propia a la producción de ciertas bodegas o de áreas definidas por un terruño o un microclima especiales. Constantemente surge la comparación con las fórmulas que en esta materia aplica Francia, donde las Apelations -el equivalente a las D.O- delimitan territorios muy específicos, independientemente de su tamaño, que puede ser diminuto, apenas una ladera soleada de una colina o un recodo en una de las riberas de un riachuelo.
Esa es la razón que avala el que Yecla y su producción vinícola hayan requerido una D.O. propia. Es el reconocimiento de un enclave diferenciado de sus vecinos fronterizos, Almansa, Alicante, Jumilla o Valencia. Un enclave cargado de historia, cuyos vinos se reseñaban ya en el comercio fenicio y en las exportaciones al corazón y a otras colonias del imperio romano. Unos vinos que en el largo asentamiento árabe en el sur y el levante de la península se mantuvo no solo por permisividad y convivencia, sino por aprecio en las copas mas laxas de la observancia coránica.
Yecla aparece en los libros de compras de la corte de Felipe II y se la califica como “Bodega Mayor” en el S. XVII. A mediados del siglo pasado su viñedo ocupaba unas 3.000 hectáreas, pero en 1900 había crecido hasta 15.000 para compensar el desastre de la filoxera y las plagas que destruyeron el viñedo de Francia y de muchas regiones españolas. Hoy, la política de descepe subvencionado las ha dejado en la mitad, de las que 3.500 Has. son controladas por el Consejo Regulador.
La uva reina es la Monastrell, como en buena parte de los alrededores, pero la situación de los terrenos del municipio, en un altiplano a 600 metros sobre el mar, modifica los rigores del clima y permite obtener la mejor calidad, extraer ricos matices que con frecuencia se han perdido, eclipsados por el alcohol y la excesiva madurez. Esas características beneficiaron tradicionalmente el comercio de los vinos a granel que ha sustentado a la zona, pero hoy, en la apuesta por el prestigio de marca y los embotellados de calidad, supone un lastre, un sambenito, del que cuesta mucho deshacerse.
Esa es una de las fundamentales labores del Consejo: hacia fuera modificar los criterios, los prejuicios del bebedor, y hacia dentro transformar los hábitos, las rutinas de los propios elaboradores. Claro que se apoya en alguna bodega que viene actuando de punta de lanza en ambos campos. Gracias a ellos se han incorporado variedades tintas que dan óptimos frutos en la localidad, la Cabernet sauvignon, la Merlot y, sobre todo, la Syrah. Y gracias a la inversión en modernizar las bodegas y las técnicas de elaboración, el mercado disfruta ya de algún rosado ejemplar, milagroso desde la vista hasta el largo recuerdo, calificado por los conocedores entre los mejores del país. El parque de barricas crece no solo para criar tintos, con sabiduría y comedimiento, con esa “semicrianza” que va rompiendo moldes, sino para incorporar al catálogo blancos fermentados en madera. Yecla exporta, y con razón. Cualquier paladar sin prejuicios lo puede comprobar.