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Sin quitar protagonismo a los manjares, estaría bien que estas fiestas fueran también las del vino, al que se suele dejar en un modesto segundo plano, cuando, inexorablemente, el abuso gastronómico se instala en nuestras mesas, la comida se agranda y alarga, el exceso campa por sus respetos y, con la fidelidad de las golondrinas en primavera, aparecen ciertos inexcusables manjares: las anguilas, el besugo, el pavo, los turrones. Más atentos a la comida que a la bebida, a veces ocurren desagradables encontronazos: de nada sirve un excelente jamón ibérico, el mejor marisco, la sopa más delicada, los pescados más frescos, las carnes más sabrosas, o los dulces más sugestivos si no se toman con el vino adecuado. Así pues, la elección de los vinos es de suma importancia para asegurar un feliz festín navideño. Y su importancia se acrecienta si pensamos que el buen vino puede, en caso necesario, hacernos olvidar fácilmente una mala comida. Claro que el mundo del vino y sus posibilidades es muy grande. País vitivinícola por excelencia, poseemos una gran diversidad de cavas, blancos, tintos o dulces y generosos como para pretender una selección nacional indiscutible. Lo importante, a la hora de establecer las oportunas alianzas, no es tanto la marca como el tipo de vino, su perfil y carácter, que siempre puede adaptarse a las necesidades del menú y los gustos particulares. Para esta ocasión hemos escogido una líneas de elección que contemplan tres tipos de vino: el que se encuentra entre la categoría de los números uno, aquellos que destacan por su personalidad y originalidad, y el que se recomienda a sí mismo por su excelente relación calidad/precio. Puede ser oportuno, y bastante más económico, elegir para cada ocasión un vino de distinta categoría, según el énfasis gastronómico. Podemos asegurar que con todos tendrá una velada feliz, aunque sólo los mejores le transportarán a la gloria, que es el lugar natural de la Navidad.