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No es lo mismo un vino rosado que un clarete. Aunque en bastantes comarcas se denominan igual, e incluso se confunden habitualmente, son dos productos muy diferentes. El rosado está elaborado con uvas tintas (también se puede utilizar una pequeña cantidad de blancas), en lo que se conoce como “vinificación en blanco”. A grandes rasgos es como sigue: los racimos se despalillan y se estrujan levemente para liberar el mosto, que se somete a un macerado liviano con los hollejos, hasta la obtención del color deseado. Es necesario que durante este proceso no comience la fermentación si se quiere lograr un rosado de calidad. Para ello, se añade una dosis justa de sulfuroso o se bajará la temperatura del depósito a alrededor de 7º C con el fin de inhibir la acción de las levaduras. Después se procede al “sangrado”, -extraer a otro depósito la cantidad deseada de mosto- que fermentará solo, generalmente a baja temperatura (16-18º C.) La diferencia con el clarete es que éste realiza la fermentación “en tinto”. Hay que tener en cuenta que las uvas contienen su color solamente en la piel (hollejos) salvo unas pocas variedades. Se prepara en un depósito un alto porcentaje de mosto de uva blanca, se mezcla con el caldo y los hollejos de uva tinta y, juntos, harán la fermentación, obteniendo el color de los hollejos de la uva tinta.