- Redacción
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- 2000-09-01 00:00:00
El vino, como la propia historia, se acuna aquí entre la leyenda y los recuerdos, aún presentes, de un pasado de conquistadores. La Orotava fue el último bastión de la conquista de la isla de Tenerife y no ha perdido una viva imagen colonial preservada en la arquitectura de la ciudad.
Ya había abandonado España su etapa medieval, cuando en pleno siglo XVI vivía los espléndidos momentos de una era de Oro prometedora. Fue entonces cuando los españoles se acercaron a las paradisíacas costas tinerfeñas portando unos retoños de vid que produciría un excelente vino: Malvasía. La primera de la isla se plantó en esta zona, en la finca El Burgado, en Los Realejos
La personalidad de esta variedad, que tan bien se aclimató en el Valle de La Orotava, conquistó la geografía del globo (tras los recientes descubrimientos, la Tierra ya era un globo), convirtiendo al Archipiélago Canario en el eje esencial del comercio con el extranjero. Latían momentos de esplendor -la zona era un inmenso parral y para la exportación nace en monopolio la “Compañía de Canarias”- pero se vieron interrumpidos, entrado el siglo XVIII, por una crisis que marcaría profundamente a la zona. Los precios caían estrepitosamente al ritmo de la guerra con Inglaterra, la Malvasía canaria comenzaba a perder protagonismo y los viticultores buscaban una respuesta a un problema angustioso. Entonces, se comenzó a apostar por el “Vidueño” como variedad alternativa con menores costos y riesgos para su exportación; y se inauguró una larga decadencia.
El paso del tiempo dio la razón a todos aquellos viticultores que no dudaron en su empeño de seguir cultivando la vid que religiosamente protegía (y protege) la montaña más alta de España, el Teide. Fruto de este empeño, hace poco más de una década el vino de Tenerife vuelve por sus fueros, y en 1996 se instituye la denominación de origen Valle de La Orotava. Abraza los viñedos de los municipios de La Orotava, Los Realejos y Puerto de la Cruz. Terrazas y cuestas desde la falda hasta el mar, climas tan variados que alargan la vendimia de agosto a noviembre.
La vid se mece con los vientos alisios, que limpian el ambiente, a la par que suavizan las temperaturas. Esto, junto con las propiedades de los suelos, permeables y muy ricos en nutrientes minerales, consecuencia de su origen y naturaleza volcánica, configura un entorno perfecto para su cultivo, un paradisíaco vergel de variedades blancas y negras que genera un enorme surtido de vinos, desde blancos jóvenes, frutales, alimonados y un punto amargosos, a generosos, a rosados frambuesa y cubiertos tintos de crianza. Se cultivan en parrales fijos de unos 60 cm. de altura, que forman originales cordones de sarmientos trenzados entre sí ,largos de 8 y más metros, sujetos por apoyos fijos de madera. Una delicia para la vista y el paladar.