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  • Redacción
  • 2000-11-01 00:00:00

El espumoso es uno de los vinos más versátiles en la mesa. Bien es verdad que por culpa de una maldita costumbre, salida de no se sabe qué conspiración mediática, la gran mayoría de estos vinos se consume a destiempo, después de las comidas, con el tonto pretexto de un brindis. Imagínense un cava brut nature, sin una gota de azúcar, seco y reseco, servido con unos pastelitos de nata. Las estridencias harán saltar por los aires semejante combinación. Porque lo cierto es que el buen espumoso seco debe ser servido de aperitivo. Nos sabrá a gloria servido con pescado ahumado, como el salmón, el esturión o la anguila. Si es un espumoso con cuerpo y de bastante edad, puede aguantar toda la comida sin problemas. Irá bien con todos los platos de pescado. Incluso con los platos de carne, porque el carbónico actuará como un delicioso “limpia grasas”. Pero es en el postre, precisamente, cuando debemos hacer un cambio radical. Elijamos algún dulce maravilloso de los muchos que maduran en nuestro gran país enológico. Los espumosos dulces, si son buenos, pueden sentar divinamente con pastelería fina a media tarde. Precauciones mínimas todas ellas contra la pesadez de la digestión. Y si se trata de brindar, tomemos la costumbre de brindar antes de empezar, por lo que pueda ocurrir después. O hagámoslo con el vino dulce, que a la suerte le dará lo mismo.

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