- Redacción
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- 2001-05-01 00:00:00
Atarse el delantal, afilar los cuchillos, bruñir la espumadera y el batidor de salsas. Es el delicioso ritual de quien cocina por placer, por hobby, por vicio confesable y compartible. Es el ritual del fin de semana, de las horas libres. Pero, en realidad, todo ha comenzado muchas horas antes, cuando un plato del almuerzo de negocios durante la semana ha despertado la curiosidad y la imaginación, cuando una receta reproducida en la prensa o la voz del chef famoso, entreoída en la radio del coche, ha puesto a funcionar las papilas. “¡Eso he de hacerlo yo!”
Y tras el despertar perezoso, el desayuno holgazán del sábado, es el momento de hacer la lista de compra: tamarindos, quizá los encuentre en conserva, en pasta, pero si no, seguro que los hay frescos, como la salvia para asar el conejo, y una torta de La Serena a la hora del queso, y un gran vino que la soporte y la resalte. Quizá un marisquito para abrir boca, o simplemente olivas aliñadas con una copa de Oloroso. Porque seguro que habrá un magnífico oloroso o amontillado.
Buceando en el Club del Gourmet
Es el momento de encaminar los pasos al Club del Gourmet. En una encuesta de urgencia unos dirán que acuden en busca de frutas exóticas en su punto de madurez. Otros, para encontrar una especia o un condimento inusual, o un recuerdo del sabor del terruño, la cecina de mi pueblo, las tortas cenceñas para los gazpachos manchegos, o las legumbres para una contundente olla castellana o una latita de erizos... o quesos en su punto y, por supuesto, vinos perfectamente conservados.
Pero, en realidad, a esta hora entrada la mañana, la busca, el hallazgo, pasa por la pulida barra del bar, por el recogimiento de los pasos ahogados en la alfombra, por el tono y la luz comedida y una escarchada copa de cerveza con un canapé calentito y crujiente de anchoas. Es entonces cuando la palabra Club cobra todo su sentido, y viene a la memoria el literario estilo del los clubs británicos y la imagen de plácido refugio y de relajante alto en el camino.
La inspiración de los fogones
Ahora sí, con la cabeza clara, con el espíritu reconfortado, es el momento de recorrer la bodega, de curiosear en las más de mil referencias bien documentadas y ordenadas, seleccionadas con rigor para que no falte ningún capricho, ninguna novedad.
Y cuántas veces esa botella tentadora o esa oferta de precio irresistible sugerirá mudanza en el menú previsto. Y en la lista de compra, el conejo se convierte en pato ¡tiene tan buena cara!, el queso crece hasta una tabla surtida, y al tamarindo se suma una guayaba, unos dátiles de Israel, unas granadillas...
La compra es la inspiración de los fogones. Y, ahora sí, a cocinar.