- Redacción
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- 2002-02-01 00:00:00
Gran esfuerzo hay que hacer para creer que un varietal tan noble tuviera hasta hace cuatro días tan mala fama. Y lo que es peor: un ilógico destino de vino de mezcla y un futuro verdaderamente sombrío. Todo ello, a pesar de ser una variedad enormemente agradecida. Su nobleza se proyectaba en sus exquisitos aromas, en el dulzor de la pulpa, en el sabor de su piel, antes de que sus racimos fuesen sometidos al potro de tormento del lagar, a la iniquidad de las malas elaboraciones o la falta de condiciones en las bodegas. Todavía conservo nítidas aquellas imágenes cuando los críos jugábamos alrededor de los viejos capachos de pleita, repletos de negros racimos recién llegados a la puerta del lagar. Aquellas cestas transmitían aromas únicos, dulces, imborrables recuerdos de intensa fruta que hoy he vuelto a encontrar en las nuevas elaboraciones. Han tenido que pasar muchos años, toda una generación del vino, para que en el levante español se empiece a reivindicar las cualidades de uno de sus tesoros más provechosos. Y se reivindican de la forma más lógica posible: elaborando unos vinos de extraordinaria fuerza y personalidad. En estos momentos un grupo de elaboradores se empeña en alumbrar unos vinos sencillamente apoteósicos, nacidos de viñas viejas, muchas de ellas prefiloxéricas.
La transformación del gusto. No es fácil cambiar una imagen distorsionada durante años. La propia D.O. Jumilla lo sufrió en su propia casa, en Murcia, cuando la clientela habitual, acostumbrada a aquel jumilla de barril, de frágil conservación, exceso de alcohol, de oxidación galopante y falto de acidez, entre otras desgracias, no supo comprender el vino bendito que empezaban a hacer los pioneros del moderno jumilla. Muchos de los que se aferraban a la tradición, -como si la humanidad no perpetuase los horrores también por tradición- consideraban que aquella nueva moda en la elaboración de vinos “ácidos y con tan poco alcohol” ponía en duda la hombría misma del consumidor.
Pero la larga travesía del desierto, afortunadamente ha tenido un final feliz. Los vinos modernos aparecen por doquier. Primeramente en Jumilla, donde caen en la cuenta del enorme valor de sus uvas, un valor en forma de plusvalía que se esfumaba en los depósitos del granel que emigraba a otras tierras. Y la segunda oleada triunfante viene con Agapito Rico y su Carchelo, el primero en aparecer. Y en Yecla, los Castaño, que por cierto siguen con la misma ilusión del primer día, aunque mucho más sabios y experimentados.
Los clásicos se renuevan, y aparecen elaboradores como José García Carrión, con su excelente Mayoral. La familia Gil, autora de Finca Luzón, va más allá con sus Altos de Luzón, incluso Bodegas San Isidro, donde Paco Pardo ejerce de maestro ejecutor de monastreles de mérito. Casa Castillo, en continuo progreso hasta llegar a la concepción de esos admirables “Pie Franco” y “Las Gravas”. Pedro José Martínez, el responsable de Casa de la Ermita ha sido de los últimos en llegar pero, sin duda, con la lección bien aprendida. Ahora se está viendo el trabajo realizado. Paco Selva ha descubierto y triunfado con una nuevo dulce: el excelente Olivares. Y por fin la esperanza llega a Bullas, extenso viñedo que, como el resto, solo servía de alimento a otros vinos. Han alcanzado la gloria unas cuantas bodegas como Balcona o la Cooperativa Nuestra Señora del Rosario, elaboradoras de buenos ejemplos de Monastrell. También Carrascalejo y la otra cooperativa, San Isidro, siguen la buena senda. Allí mismo surgen jóvenes bodegueros, como Pilar Quesada, con ilusión y ganas.
Malas compañías. Alicante, exportadora de glorias del Monastrell a todo el orbe, se ha visto abandonada a su suerte, quizás por la fácil venta de sus vinos a granel. Ahora resurge en la cooperativa BOCOPA. Muy interesante la experiencia llevada a cabo por Agapito Rico y Juan Carlos Lacalle, juntos en un proyecto prometedor como es el “Laderas de Pinoso”, ubicado en uno de los mejores lugares del mundo para la Monastrell. Telmo Rodríguez, otro foráneo atraído por el hechizo de esta variedad, hace un vino muy interesante en la bodega de Salvador Poveda, el productor del popular “Viña Vermeta”. Hasta Gandía Pla, la empresa gigante de Valencia, con excelente criterio, ha llegado hasta el sur de Alicante para elaborar su última novedad, un vino joven de precioso nombre: Madredeus. Afortunadamente el panorama de la Monastrell es muy diferente del que hace solamente unos años podíamos soñar sus amantes más incondicionales. Nuestro interés por esta uva nos lleva fuera de nuestras fronteras, que no son las suyas. Nos hemos ido hasta Francia, al Midi, Roussillon y Bandol, para catar sus vinos y poder establecer así diferencias con nuestra Monastrell.
Por desgracia, en todo el Levante, en el reino de la Monastrell, se están volviendo los ojos hacia los varietales supuestamente mejorantes, llámense Tempranillo, Cabernet, Merlot o Syrah. De todos ellos, es esta última la que mejor pareja hace con la Monastrell. Las demás corren el peligro de contribuir a una globalización de los sentidos que algún día acabará matándonos de puro aburrimiento.