- Redacción
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- 2002-02-01 00:00:00
El Montsant es una de las montaña totémicas y sagradas en la tradición catalana. La zona es un territorio escarpado, agreste, cuya historia vinícola se remonta, como en el resto de las comarcas catalanas, a la llegada de los primeros pobladores de oriente, al principio de nuestra era.
Sus vinos fueron afamados por el imperio romano, convertidos en culto por los monasterios cristianos y, más recientemente, casi olvidados por su escasa productividad. Pero los últimos años han supuesto un nuevo florecer de sus virtudes. Hoy los aficionados alaban la rotunda concentración de la Garnacha de viñas seculares, la complejidad de vinos que vegetan con dificultad, con dolor, en esas tierras pardas apenas un poco diferentes de sus vecinas, las pizarras del Priorato.
Esa diferencia, esa característica peculiar, es una de las que han determinado el nacimiento de Montsant como Denominación de Origen, que viene a sumarse, con el apoyo de la Generalitat, a las diez D.O. que ya existían en Cataluña. Está, pues, recién nacida. Se reguló el 9 de noviembre de 2001 y gobierna un territorio de 1.800 has., 16 municipios de tres subzonas: Ribera del Ebro y Alt y Baix Priorat. Prácticamente engloba lo que hasta ahora era, en Tarragona, la subzona de Falset, centrada en este municipio y en localidades como Masrroig, Bisbal, Marçá, Capçanes. De hecho es el alcalde de Falset, Jaime Domenech, quien ocupa provisionalmente la presidencia de la D.O.
Muchas son las peculiaridades de esta tierra para gestar esos vinos, paradigma del sabor y la contundencia mediterránea. La tierra, el clima de influencias mediterráneas y continentales, la escasez de lluvias, en tormentas veraniegas que no superan los 650 mm/año, las 2.600 horas de sol, y dos uvas perfectamente aclimatadas, la Garnacha y la Cariñena, que proveen vinos muy estructurados, aptos para la crianza, sobre todo cuando se elaboran cuidadosamente y se limita la producción.
Esa ha sido la puntillosa labor de unas cuantas bodegas de la zona y, en verdad, a ellas se debe la calidad, el éxito y, al fin, la formación de la D.O. Han sabido sacar lo mejor de las viejas cepas, pero también investigar los clones idóneos para nuevas plantaciones, mimar las elaboraciones con las técnicas y los conocimientos que permiten atrapar a la naturaleza, y vestir y comercializar el vino ensalzando su valor. Que es enorme.
Son auténticamente vinos de alta expresión, plenos de taninos, con un notable contenido mineral, cubiertos, estructurados, complejos, plenos, largos en permanencia en el paladar. En fin, lo que hoy reclaman los más exigentes entendidos y, sobre todo, ese mercado americano que se ha convertido en norte y guía de la demanda. La nueva D.O. nace, pues, con larga experiencia? Y dará mucho que hablar en las sobremesas, frente a las golosas copas.