- Redacción
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- 2002-04-01 00:00:00
El vino también se bebe con los ojos. Y pocos vinos pueden aportar unos colores con tantos matices como los rosados cuando éstos son frescos, es decir, del año, y están bien elaborados. Ahora, ya bien entrada la primavera, con la bodega a la temperatura ideal de consumo, son precisamente los rosados los vinos que mejor se dejan beber en la sabrosa armonía de los platos de temporada. Con la llegada de los calores abandonamos los guisos pesados, de mucha enjundia y muy cocinados. Reinan en nuestras mesas los platos ligeros, los pescados, arroces, pastas, ensaladas, carnes a la parrilla... lo justo para que el rosado tenga un sitio principal en nuestra mesa.
Los aromas del rosado
A menudo, los aromas del vino rosado llegan a desconcertarnos. Generalmente son vinos de un inmejorable aspecto y una limpieza fragante e impecable, que a pesar de provenir de pagos muy distantes entre sí y haber sido elaborados con uvas muy distintas, la gama aromática resulta excesivamente parecida. Así, por poner un ejemplo, un rosado de Canarias, donde se supone que no han visto la Garnacha ni en televisión, puede tener la misma nariz que uno de Campo de Borja.
A estas alturas una cata a ciegas de más de setenta rosados puede suponer el rotundo fracaso del pronóstico del aficionado y dañar la autoestima de más de un catador experto. La abundancia de aromas que recuerdan la gama de los frutillos de bosque, en especial las fresas o el fresón es, en ocasiones, un poco agobiante. Supongo que es por culpa de las dichosas levaduras seleccionadas, que terminan por dotar a estos vinos de unos aromas muy frescos, acordes con lo que parece decir su color, quizá para que no haya excesivo conflicto entre los sentidos, -la vista y el olfato- aunque, por desgracia, restan personalidad tanto a la uva como al terruño. Cierto es que resulta preferible la uniformidad en estos aromas limpios a que aquella otra coincidencia desagradable de otros tiempos ya lejanos.
Resurgen los rosados de Garnacha, si es que alguna vez han dejado el protagonismo, frente a los poderosos cabernets, merlots o syrah que desde siempre son la esencia de los mejores. Y de esta última variedad han llamado nuestra atención el nuevo de Señorío de Sarría, el Viñedo nº 5, con el que la bodega recupera un espacio que tenía un poco olvidado. El Viña Sardasol se muestra como un valor seguro, y lleva con su espíritu juvenil muchas añadas. En general, los rosados de Garnacha navarros siempre son un valor seguro.
La Garnacha asume su rol
También se muestra impecable de aspecto, con un maravilloso color que más bien parece una joya, y pleno de aromas, el Viña Collado que elabora la cooperativa Santo Cristo, de Ainzón. Recuperar las viejas garnachas de Méntrida es una tarea urgente que el enólogo de Condes de Fuensalida ha emprendido con un gran resultado: el vino es fresco, muy vigoroso y aromático.
De esta uva, ya clásica, nos vamos a la Tempranillo, donde nos encontramos con la sorpresa de la potencia y la personalidad del “Viña Pilar” de Callejo. De Tempranillo, aunque con la ayuda de otras uvas, entre ellas un poco de Sauvignon Blanc, es el Docetañidos de Lezcano. La verdad es que esta variedad, a pesar de ser tan singular, apenas destaca entre el poderío desplegado por las demás. Este año hemos introducido en la cata el “Santa Digna”, de Chile, elaborado por Torres, un vino de Cabernet que siempre despliega un agradable sabor goloso. Distinto y distante.
Llama la atención el poco grado alcohólico de los Pinot noir del Penedès, el de Gramona y el de Parató, aunque su elaboración es perfecta, pues mantienen el equilibrio con gran despliegue aromático. Del mismo estilo es el que elabora Capafons con Syrah, en la nueva D.O. Montsant. La Bobal se reafirma como una variedad importante en este tipos de vinos, con un futuro prometedor en la D.O. Utiel Requena. Los del Penedès Gran Caus y Roig Ollé siguen tan sólidos como siempre, poderosos y muy aromáticos, capaces de aguantar un par de años, al menos. Como el de Real Sitio de la Ventosilla, Salgüero, un rosado con hechuras de Tinto.
Y por último debemos acordarnos del precioso Txakoli Txabarri, uno de los pocos rosados de la cornisa con auténtico sabor, “picantillo” y con la clásica frescura de los vinos de la lluvia.