- Redacción
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- 2005-02-01 00:00:00
Día 13 de octubre, Château Lynch-Bages, Pauillac, en el Médoc. En esta mañana de la tercera semana de vendimia está lloviendo a cántaros y la mitad de las uvas aún siguen en las cepas; pero Stephen Carrier está relajado. «Todo está bajo control», asegura el joven bodeguero jefe y me hace un gesto con la mano para que lo acompañe a su pequeña cabina acristalada, donde me muestra una hoja Excel. «Aquí están enumeradas las parcelas, aquí el volumen de cosecha, aquí la calidad, aquí el número del tanque de fermentación». En la pared, a su espalda, un panel de control muestra la temperatura de cada uno de los tanques. «¿Lo ve? No hay motivo para estresarse». Sí, pero, ¿y la lluvia? ¿Y las 45 hectáreas que aún quedan por vendimiar? «Prefiero recoger uvas maduras y mojadas que secas y verdes», dice, y no tiene aspecto de estar ni un poquito intranquilo. Ante esto, casi me parece ridículo haber esperado que hubiera más nervios. Pero en las demás fincas ¿no era así durante la vendimia? Desde luego no en Lynch-Bages, donde el ambiente es de actividad, pero no de agitación. Y la bodega está limpia como un cristal, tanto, que Stephen Carrier se disculpa por una barandilla mojada mientras me alcanza solícito un pañuelo de papel. Aquí las uvas y el mosto se huelen más que se ven. Ruido se oye únicamente cuando un tractor se acerca a la entrada de la bodega para descargar la uva y cuando el trabajador Aurelio acciona la máquina despalilladora. Tomando como muestra una uva, determina el peso del mosto y mueve la cabeza con satisfacción. La pausa del mediodía. Los empleados, sentados en largas mesas, conversan entre sí y con colegas de otras empresas que se han acercado por la finca para comer. El propietario Jean-Michel Cazes, en mangas de camisa, maneja un sacacorchos; mientras, su hermana Sylvie saluda a unos amigos, asigna asientos a los periodistas y recibe a un equipo de rugby de la región, que acaba de llegar para ver la vendimia de cerca y en directo. Lynch-Bages llega a ofrecer durante la vendimia incluso visitas guiadas con almuerzo acompañando al equipo de bodega. «Hemos preguntado a nuestros colaboradores si les molesta», dice Sylvie Cazes. «Todos han dicho que se alegran si hay visitantes interesados por su trabajo». Y lo dice muy en serio. Además de tener a su cargo a los trabajadores propios, las cocineras de Lynch-Bages guisan también para todos los temporeros y sus familias, lo cual supone otras 200 personas más. Siguiendo la vieja tradición, cada uno se trae su tartera (o bien, como se dice hoy en día, el tupperware), en la que le sirven una pata de pollo con puré de patata. Casi todos los temporeros son de la región, y así Lynch-Bages puede permitirse el lujo de hacer pausas durante la vendimia, esperando la maduración óptima de cada parcela. «Entre Merlot y Cabernet hemos hecho diez días de pausa», cuenta Sylvie Cazes. Los jornaleros que vienen de lejos, tras un día en blanco ya se habrían ido a otra parte. Final de la tarde. Los temporeros aún están alegres, incluso al final de un largo día de trabajo (¿tendrá que ver con el pequeño bidón de vino que hay sobre el tractor?) y empiezan a reclutar a los visitantes para cortar racimos. Sólo queda una parcela y habremos terminado. No así en la bodega, donde se trabaja hasta las diez de la noche. No hace falta turno de noche: la temperatura se controla electrónicamente y el vino se trasiega automáticamente varias veces a lo largo de la noche. «Muy práctico», dice Stephen Carrier, «así todos pueden dormir tranquilos».