- Redacción
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- 2010-09-01 00:00:00
Los productores asiáticos miran al futuro con confianza. Y con razón, porque sus vinos también alegran algunos de los más exquisitos paladares de Occidente. Completamos, con los viajes a Japón, India y Tailandia, los relatos iniciados en el número anterior de Vinum. Texto y fotos: Frédéric d’Auber Según los documentos existentes, fueron los misioneros portugueses los que llevaron la vinicultura a Japón en el siglo XVI. Las primeras fincas surgieron a finales del siglo XIX en Yamanashi, junto al monte Fuji, que aún hoy sigue siendo la región vinícola más extensa. En el país hay 23.000 hectáreas de viñedo, pero sólo un diez por ciento de las uvas se vinifican. Antiguamente había muchos pequeños viticultores repartidos por todo Japón. Después de una modificación de las leyes para la agricultura, ahora también está permitido que las grandes empresas posean tierras. Hoy muchas producen sus propias uvas y elaboran un vino cien por cien japonés. Algo que no siempre ha sido evidente, pues durante mucho tiempo, a pesar de que se importaban las uvas, ¡el vino se vendía como “japonés”! Es cierto que hubo intentos de regularización, introduciendo una categoría para el vino de importación (yunyu san) y otra para el vino fermentado en Japón (kokunai san). Pero no se logró evitar que los productores imprimieran “Product of Japan” en las etiquetas de vinos hechos con uva importada. El terruño japonés es todo un reto para sus vinicultores. En primer lugar, Japón es un país muy montañoso, por ello la tierra de labor es rara y cara. En segundo lugar, la calidad sufre bajo la presión de una alta humedad atmosférica, vientos fríos, fuertes precipitaciones y pocas horas de sol. “Cada estación del año nos trae algo diferente”, bromea Eiichi Tanako, enólogo de Château Mercian: “¡Lluvia durante la fase de crecimiento, monzón en la floración y tifones durante la vendimia!” La mayoría de los productores protegen los racimos cubriéndolos con papel encerado para evitar la podredumbre en las bayas. Por añadidura, los suelos son tan ácidos como fértiles, lo cual favorece más el crecimiento de la planta que la concentración de las uvas. Las principales regiones productoras son Yamanashi, Nagano y Tohoku en la isla principal y en Hikkaido, la isla septentrional. Yamanashi ofrece las mejores condiciones: el suelo se compone de gravilla de origen volcánico y llueve menos que en el resto de Japón – por eso allí no se planta arroz. La mayoría de los vinos se hacen con las variedades Cabernet Sauvignon, Merlot o Chardonnay. Paralelamente, la variedad autóctona Koshu está experimentando un renacimiento. Vinificada tradicionalmente en dulce, hoy también se hacen con ella blancos secos. En los terruños adecuados y con cosechas reducidas, la variedad Koshu podría convertirse en el orgullo de Japón. En un país acostumbrado al alcohol de arroz, el whisky y la cerveza, el vino lo tiene difícil. No supone ni un diez por ciento del mercado de bebidas alcohólicas y el consumo anual per cápita son 2,5 litros. Cuando en el año 1995 un japonés, Shinya Tasaki, ganó el Concurso Mundial de Sumilleres, el interés por el vino se disparó y alcanzó su punto álgido a finales de la década de los 90, también gracias a las informaciones sobre las cualidades saludables del vino. Los japoneses que más vino consumen son los treintañeros, sobre todo mujeres de la clase media alta en las grandes ciudades. Aunque son los vinos blancos y rosados los que mejor armonizan con su cocina, en la percepción de los japoneses un buen vino ha de ser tinto. Perspectivas Aunque el vino no forma parte de la tradición culinaria, los japoneses son lo bastante apasionados del refinamiento en su estilo de vida y poseen ingresos suficientes como para desarrollar el gusto por el vino. Las ventajas del vino sobre el sake en lo que respecta a la salud (menos alcohol, antioxidantes saludables) podrían ser la clave del éxito en esta sociedad tan preocupada por este tema. Pero aun así, en cuanto a cantidad, nunca será comparable al sake o la cerveza, más bien podría ocupar un nicho de mercado paralelo. Consejos para enoturistas ¡No resulta fácil encontrar un bar cuando la mayoría de los locales se ocultan detrás de cortinas y puertas cerradas! En Tokio, el mejor sitio para salir es el barrio Golden Gai en Shinjuku, donde hay decenas de pequeños bares, llenos a reventar con diez clientes, en los que se sirve generalmente sake y whisky. Para beber vino hay que ir al Bandol, un moderno bar en la calle Minami-Aoyama (impresionante carta de vinos) o al Bello Visto en el barrio de Shibuya. En Fukuoka resulta acogedor el Eclipse, en Daimyo. Y nunca se debe olvidar que aka significa “tinto” y shiro significa “blanco”... Para quienes deseen visitar una bodega, les recomiendo Mercian, en Yamanashi. Así se puede combinar la visita con una excursión al monte Fuji.