- Redacción
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- 2005-11-01 00:00:00
Los consumidores queremos productos naturales, con la menor manipulación posible, que respeten la ecología y, por supuesto, que sean sanos. Y el vino, evidentemente, es uno de ellos. Pedimos, a su vez, que la información sea veraz, eficaz y suficiente, porque cada vez más los consumidores aprendemos a “degustar” en vez de “beber”, dejamos de lado la cantidad y buscamos la calidad. Los consumidores aprendemos a utilizar los recursos sensibles gustativo-olfativos del paladar y de la nariz, y esperamos las percepciones ricas, complejas y sugerentes del aroma, “bouquet” y gusto de los grandes vinos. Las verdad es que, pese a ser España el tercer país de Europa con mayor consumo de alcohol, tras Francia y Luxemburgo, los consumidores entendidos degustamos el vino con moderación y seriedad. Atrae nuestra atención su elaboración y descubrimos la variedad de los diferentes vinos y, sobre todo, la jerarquía de calidad garantizada también por las denominaciones de origen. Los consumidores seguimos y atendemos las recomendaciones que el elaborador y el comerciante consideran conveniente incluir en sus vinos para su mayor disfrute: temperatura de servicio, gastronomía idónea, dieta mediterránea, etc. Los consumidores hacemos uso de nuestro derecho a estar informados, y aplicamos nuestra libertad de elegir y nuestra capacidad de exigir. Todo esto no son lugares comunes, sino los argumentos fundamentales de la campaña de seguridad alimentaria impulsada por la Comisión Europea. La información, por tanto, es la mejor baza de los consumidores y elaboradores, y la etiqueta que acompaña a los productos es nuestra principal fuente informativa. Los consumidores, en resumen, somos los que tenemos la última palabra. Y esta palabra, en cuestión de vino, también está ligada a una información veraz y comprensible sobre sus virtudes salutíferas, y no sólo sobre el riesgo del abuso. Es sabido que el consumo elevado de alcohol puede originar cirrosis, provocar accidentes de tráfico, heridas no intencionadas, alteraciones familiares, sociales y laborales, conductas criminales y suicidio. Una ingestión prolongada y elevada de alcohol causa efectos nocivos en la función coronaria, y la relación entre un consumo elevado de alcohol y cardiomiopatía ha sido ampliamente reconocida. Un consumo inmoderado de alcohol incrementa también el riesgo de hipertensión y apoplejía. Sin embargo, en los últimos años las investigaciones sobre sus efectos en la salud humana se han concentrado en los los beneficios del alcohol consumido moderadamente. Más de treinta estudios epidemiológicos han demostrado que la incidencia en la mortalidad por enfermedades cardíacas coronarias en concreto, y las tasas de la mortalidad en general, son menores entre los bebedores moderados que entre los no bebedores. Y son ya numerosos los autores que han señalado que el efecto de protección del alcohol está reservado fundamentalmente al vino, extremo que se confirma por las relaciones entre el consumo de vino y la incidencia de enfermedades cardíacas coronarias en los países europeos.