- Redacción
- •
- 2007-02-01 00:00:00
Mucho más baratos, de excelente calidad, con una producción amplia y asegurada, los “icewines” canadienses arrasan en los mercados internacionales y convierten a este país norteamericano en el gran productor de vinos de hielo. Han tardado en llegar las nieves a Ontario -como al resto del planeta peligrosamente recalentado-, y cubrir los viñedos con su manto frío. Es el acontecimiento más esperado por los viticultores de esta industriosa provincia canadiense. Porque en ello les va una de sus principales señas de identidad, los icewines, los vinos de hielo que con las cataratas del Niágara constituyen uno de los más deliciosos atractivos turísticos. El camino que nos lleva a la bodega de Inniskillin, la más antigua elaboradora del dulce vino de hielo canadiense, es una interminable recta abrazada por bosques de coníferas y caducifolias donde, hasta hace poco, los arces, cuya hoja es el símbolo canadiense, encendían de un rojo fascinante la espesura. Ahora el paisaje ha virado de la impresionante gama otoñal de ocres y amarillos hacia un monótono blanco y negro. De tanto en tanto, los claros dejan ver la superficie especular del lago Ontario, que contrasta con la mole, cortada a tajo, de la “escarpadura del Niágara”, con la roca madre al descubierto. Esta verdadera espina dorsal de la península provoca, pocos kilómetros más adelante, las cataratas más populares del mundo. Tiene algo de mágico la difusa y acerada luz que lo baña todo. Nieve, luz y frío, mucho frío -el termómetro del coche marca unos alarmantes 12 º C bajo cero- son los argumentos que hacen posible la maravilla de los icewines canadienses, una tipología de vino dulce nacido de Alemania en el siglo XVIII, pero que aquí se ha convertido en la razón de ser vitivinícola de Ontario. El vino que del hielo vino Para el que nunca lo ha visto, el espectáculo no puede ser más fascinante: los racimos de uva de los viñedos se cubren con gorritos blancos que no hacen sino resaltar el verdor dorado de las uvas sobremaduradas. Ese beso largo y sostenido de la nieve va a permitir la congelación natural del grano y, por ello, la concentración de azúcares y ácidos que harán al vino tan meloso como fresco. Es el milagro del “vino de hielo” que los viticultores guardan celosamente gracias a la labor fiscalizadora y protectora de la VQA, la Alianza de Viticultores de Calidad de Ontario. Ellos garantizan que el Icewine está elaborado exclusivamente con uvas autorizadas de la zona, mayoritariamente la Vidal; que se hayan congelado naturalmente en la cepa en una temperatura ambiente inferior a los 8º C bajo cero; y que el proceso de cosechado y prensado sea continuo, con un mosto resultante en el que tanto el azúcar residual como el alcohol estén producidos a partir de la uva. Aunque se hayan convertido en el mayor productor del mundo de icewines, y la calidad de sus vinos, la mayoría a precios muy competitivos, se esté imponiendo en los mercados internacionales, no son los creadores de esta tipología, sino unos excelentes adaptadores a las condiciones específicas canadienses. Todo empezó con Donald Zirardo, un ingeniero agrónomo enamorado del viñedo y convencido de que la vinificación es un arte y que la degustación de un buen vino es uno de los mayores placeres de la vida. Lo afirma con la contundencia de quien, fiel a sus principios, ha hecho girar su vida profesional en torno a sus ideas. Teoría y práctica se funden en este hombre que soñó con un vino de hielo canadiense, y fue capaz de crear en 1975 la bodega Inniski-llin, santo y seña de la región y principal bandera internacional de esta tipología. Situada en la hermosa península de Niágara, muy cerca del lago Ontario, cuya gran masa de aguas profundas ejerce una influencia notable sobre el clima de la región, la bodega Inniskillin Wines esta ubicada en una antigua edificación llamada Brae Burn, cuya silueta tiene el aire de la antiguas y entrañables granjas canadienses. Un edificio de madera de amplia y abatida techumbre que armoniza con el entorno como si hubiera crecido espontáneamente de la tierra. Como dice Donald Zirardo, un maridaje perfecto de objetivos, funcionalidad y estética. Pero si Inniskillin es el pionero, Pillitteri Estates Winary puede alardear, con razón, de ser la mayor bodega de icewines del Canadá, y la más visitada, con cerca de 100.000 turistas al año, lo que les supone un 25% de su producción en venta directa. Todo está pensado en esta bodega para hacer grata la visita, y atractiva la compra. Desde el entusiasmo con el que te atienden los jóvenes empleados, hasta la cordialidad siciliana de la familia Pillitteri. Las instalaciones, modélicas, tienen detalles tan “comerciales”, como la habilitación de dos estancias de degustación separadas para japoneses y chinos, sus principales clientes. Se evitan así fricciones y, como consecuencia, un previsible descenso de ventas. Charles Pilliteri, la última generación al frente de la bodega, muestra con evidente profesionalidad las instalaciones. Le gusta jugar con los números, las proporciones, los contrastes como el mundo viejo y el mundo nuevo, todo con un equívoco aire esotérico que debe impresionar a su clientela. Pero malabarismos dialécticos aparte, los vinos de Pilliteri muestran el perfil más comercial de todo los icewines catados. Un toque latino Pero si Inniskillin tiene el pedigrí histórico y Pilliteri la grandiosidad comercial, Colio Estate Wines, en la región de Lake Eire North Shore, aporta el encanto latino de una bodega que parece sacada de un sueño piamontés. El viaje hacia el otro gran lago canadiense es largo y monótono. Conduce Rod Davidson, vicepresidente comercial, con una preocupante indiferencia hacia el tráfico de la autovía. Le gusta hablar, y no tiene inconveniente en volverse hacia el asiento trasero para comprobar el efecto de sus palabras. Espero que no se dé cuenta del pánico que siento en esos momentos. Es una de las personas más entrañables y generosas que he conocido en este maravilloso viaje entre nieve y vino. Estuvo el año pasado en Vinoble, y todo son elogios para este Salón Internacional donde los icewines canadienses jugaron un papel destacado. En la bodega, de estilo rural pero bien equipada, nos recibe Carlo Negri, el “master winemaker”, un italiano que llegó a Canadá en 1980. Reputado enólogo, ha sido artífice de alguno de los vinos más laureados de Ontario. Exuberante, jovial, le gusta hacer reflexiones del siguiente tenor: “Desde el viñedo hasta la botella, el vino es una idea y una pasión del elaborador”. Desde luego ha dejado su impronta tanto en el icewine, muy goloso, con agradables notas cítricas, como en el espumoso natural, que tiene un toque “trentino”, o en el excelente Merlot. Si el viajero tiene tiempo, y aquí conviene tomarse las cosas con calma, puede visitar otras bodegas diseminadas por la península de Niágara, como Jackson-Triggs, bodega ubicada en un edificio moderno y funcional, basado en el acero inoxidable y la madera. Recibe al visitante un gran luminoso que afirma con rotundidad: “Mi firma es garantía de calidad. Don Triggs”. No seré yo quien lo niegue. Me sorprendió su icewine tinto de Cabernet Franc, con una boca muy golosa, a mermelada de frutillos rojos y negros. Toda la bodega tiene un aire californiano, con un cuidado exquisito hacia el visitante y seguro comprador, desde la lujosa tienda, hasta el excelente restaurante. Southbrook es un proyecto de altos vuelos, liderado por Bill y Marilyn Redelmeier, que aportará a la región una de las bodegas más audaces. Bill nos muestra el solar embarrado donde se levantará la moderna bodega diseñada por Jack Diamond, un renombrado arquitecto canadiense. Mientras, elaboran en unas instalaciones provisionales alguno de los vinos más interesantes de la zona, obra de la enóloga Ann Sperling. Más hacia el oeste, bordeando el lago, se encuentra Royal de María, una moderna bodega con indudables inquietudes artísticas. De hecho, ellos se promocionan como el “art of wine” y hay quien habla del “Versace de los icewines”. Es interesante su Gewürztraminer, con recuerdos de lychi y notas especiadas que le aportan un toque de elegancia. Pero no todo es visitar bodegas. El viaje, bordeando la orilla del río o gozando con las vistas costeras del lago, es todo un regalo colorista para los ojos, aunque el verdadero espectáculo está sin duda entre viñedos. Entre finales de Diciembre y Enero se inicia la vendimia, siempre a mano, bajo un frío que quema los dedos, por lo que hay que protegerlos con guantes. Estamos a unos 12 º C bajo cero. Una vendimia que muchas veces se realiza en medio de la oscuridad de la noche cerrada, invernal. Inmediatamente, lo racimos helados son prensados bajo condiciones de frío extremo. La mayor parte del agua del mosto permanece bajo la forma de cristales de hielo y sólo una pequeña cantidad, apenas unas gotas, de jugo azucarado se desprende de la prensa. Con el, y tras una larga fermentación que puede durar varios meses, se consigue el soberbio Icewine canadiense. Niágara, el trueno de agua No puede acabar el viaje sin una visita a las cataratas del Niágara. Está anocheciendo y el lugar se llena de turistas, la mayoría de ellos canadienses y algún grupo de asiáticos más pendientes de las cámaras fotográficas que del agua. Mientras me aproximo a la barandilla para contemplar el espectáculo de la caída del río en un abanico de espuma y ruido, me viene la imagen cautivadora de Marilyn Monroe en su primer papel serio, de hermosa y perversa mujer fatal. Siento cierta decepción porque las imágenes de la película “Niagara” son más impactantes que la realidad. Claro que las cataratas del Niágara no son solo, ni principalmente, un espectáculo para turistas o recién casados. Los viticultores de la zona se benefician de ese pulverizador gigantesco que son las cataratas del Niágara, una visita obligada, no necesariamente para celebrar ninguna boda. La palabra “Niagara” quiere decir “trueno de agua” en lengua iroquesa, y su peculiar sonido al desplomarse desde sus 52 metros de altura le hace justicia. Un poderoso reclamo para los más de 14 millones de turistas que las visitan anualmente, fundamentalmente en verano. Su vista resulta, en verdad, un espectáculo majestuoso que, al ocaso, la iluminación de colorines banaliza hasta el ridículo. No acaban aquí los atractivos turísticos. Hay casinos para los amantes del juego, parques naturales para los devotos de la naturaleza, la visita al Conservatorio de las Mariposas para los amantes de los insectos exóticos, un delicioso viaje en barco para los amigos de las aventuras... y un buen refrigerio en el restaurante Table Rock, situado en la Casa Table Rock junto a las cataratas. De postre, un dulce y aromático vino de hielo. La experiencia resulta inolvidable. Más información: www.travelcanada.ca www.winesofontario.ca www.niagaraparks.com Inniskillin Vidal 2002 Tipo: Icewine crianza, 9%. Variedad. Vidal. Importador: Distribuidora Perea. Tel. 941 207400. Puntuación: 17 Aroma muy afrutado, de perfumes a litchi, orejones de albaricoque, mango y pera en almíbar, con un dulce toque especiado a canela. Gusto untuoso, caramelizado, pero con una buena acidez que equilibra el dulzor final. Pilliteri Vidal 2004 Tipo: Icewine,11,5%. Variedad. Vidal. Importador: Pere’s Gourmet (Andorra). Tel. 376850707. Puntuación: 16 Aromas perfumados de frutas tropicales, manzana reineta asada, melocotón en almíbar y ligeras notas florales. En boca es muy goloso, con la acidez contrapunteando el paladar amielado, que termina un poco empalagoso. CIDRE DE GLACE La dulce tentación de Quebec Si Ontario tiene en los icewines su mejor arma enológica, Québec puede alardear de haber creado la primera sidra de hielo del mundo, convirtiéndose en un competidor temible de los vinos de hielo. De hecho, la marca “Frimas” de la sidrería La Face Cacheé de la Pomme consiguió en el 2006 la medalla de oro en Vinalies. ¡Una sidra dulce derrotando a los mejores vinos! La sidra en Canadá no es cosa de hoy. La primera prensa de manzana se construye en 1650, en Montréal. En 1850, la familia Lemoyne ya produce una buena cantidad de barricas que distribuyen en Ontario, Nueva-Inglaterra y por todo el Caribe. Pero la historia se interrumpe bruscamente en 1921, cuando se convierte en una bebida ilegal por decisión del Gobierno Provincial, si bien los quebeçois la siguen bebiendo clandestinamente. Por fin, en 1988, la sidra conoce un renacimiento que llega hasta nuestros días. No será hasta los años noventa cuando el ingenio de los sidreros quebequenses crean la “cidre de glace”, aprovechando las condiciones meteorológicas de la zona, con temperaturas en invierno que pueden alcanzar los 20 grados bajo cero. Manzana y frío se convierten en los dos iconos de Québec. Entre los productores de “cidre de glace” destaca el ya mencionado La Face Cacheé de la Pomme, que de la mano de su propietario, François Pouliot, ha conquistado los paladares internacionales. Este elaborador, con el concurso entusiasta de su esposa, Stéphanie Beaudoin, creó en 1994 su primera sidra de hielo, “Niege”, todo un hito, cuyo éxito le ha permitido ampliar sus plantaciones de manzanos y construir una bellísima bodega, obra del arquitecto Giovanni Diodati. “Niege”, equiparable a un excelente vino licoroso natural, se elabora con un 80% de manzanas McIntosh y un 20% de manzanas Spartan. Tiene un paladar untuoso, gusto a orejones de melocotón, y una buena acidez cítrica. La variedad McIntosh, célebre manzana de origen canadiense, se caracteriza por tener un sabor azucarado y ácido a la vez, y permite alcanzar los 10 grados alcohólicos. Hay que utilizar más de 80 manzanas para elaborar una sola botella. Otro prestigioso productor es Pinnacle, el mayor del mundo, que llega a utilizar hasta seis variedades de manzana diferentes. Su cidre de glace se caracteriza por las notas especiadas y el sabor amielado. Reciente ha creado la primera sidra de hielo “pétillant” del mundo. Otras sidrerías importantes son “Du Minot”, “Domaine Leduc-Piedimonte”, “Michel Jodoin”, “Clos Saint-Denis”, “Les Vergers”, “Fleurs de Pommiers”,, y “De Lavoie”. La “cidre de glace” es la bebida obtenida a partir de la fermentación alcohólica del zumo de manzana congelada naturalmente, que debe tener al menos 310 gramos por litro de azúcar antes de la fermentación, y un azúcar residual posterior de al menos 150 gramos/litro. El grado alcohólico debe oscilar entre 7 y 13 por ciento. Está prohibido en todas las etapas de su elaboración la refrigeración artificial.