- Ana Lorente
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- 2007-06-01 00:00:00
Vinum España, en su décimo aniversario, inicia una serie de viajes por los principales ríos de la península Ibérica en cuyos márgenes se desarrollan las zonas vitivinícolas más prestigiosas. Duero, Ebro, Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Miño... Caminos de agua y vino para conocer y disfrutar de nuestros paisajes, de la mejor enología y gastronomía. y A quienes la hacen posible. Duero/Douro: El río que no conoce fronteras ¿A quien no le sobran dos euros? ¿Sabe la mejor forma de invertirlos? Suba de un salto en Pocinho al trenecito que lleva a Pinhão, para recorrer desde la orilla imposible el Duero y contemplar los viñedos más hermosos del mundo, donde nace el Oporto. El padre Duero, río fronterizo, río sin fronteras, se puede disfrutar en piragua, en barco o a pie enjuto por lagunas y laderas escarpadas. Pero siempre, a lo largo de todo el camino, con una copa de vino diferente en la mano, brindis de aromas y sabores variopintos, sorprendentes, exquisitos. Desde los pinos en la frontera entre Soria y Rioja hasta las pinas calles de Oporto, el río Duero recorre la Castilla más vieja y profunda y toda la anchura de Portugal a lo largo de 928 kilómetros. Se cuela bajo puentes romanos, medievales o eifelianos, refleja monasterios, castillos, villas congeladas en el tiempo y desastrosos desarrollos urbanísticos, cielos limpios de tierras de secano, olmos, pinares, páramos y muchas, muchas cepas, aunque en buena parte del cauce las mejores viñas huyen de su fértil proximidad para buscar pagos más avaros, los que dan a la uva estructura y profundidad. El Duero es río literario, cantado por voces tan autorizadas como Machado, enamorado de Soria, o Unamuno, de Zamora y los Arribes, o Eugenio de Andrade en el curso portugués. Es también un río de riqueza y vida, por el que corrían las arenas del oro que le dio nombre y que viene regando la historia de las gentes desde el paleolítico mas remoto -ahí están las pinturas rupestres de Foz Côa- a la romanización -Uxama, Pintia…- o a las gestas de resistencia contra ella, como Numancia y Tiermes, muy similares a las que en otras latitudes simboliza con ironía la épica figura del galo Asterix. Como vía de comunicación, los pantanos y los usos hidroeléctricos han ido interrumpiendo el trayecto, pero aún es posible navegar desde los Arribes a la desembocadura, y hasta los años 70 los inconfundibles barcos veleros llamados rabelos han sido el transporte exclusivo de las pipas de Porto desde su cuna en el alto Douro hasta su obligada estancia en las cavas de Vilanova de Gaia. Nace en los Picos de Urbión… El verbo se hizo agua. La cantinela escolar cien veces repetida toma la forma de un charquito que se alimenta del chorro que vierte una teja vuelta. Se puede subir en coche hasta el pueblo de Santa Inés y de allí, a pie, llegar a Urbión, mirador de los dos valles, el riojano y el castellano. Basta descender un poco para encontrar el manantial, y de allí seguir en cómodo paseo hasta la Laguna Negra, un glaciar, pozo sin fondo, donde yace la sombra de Alvargonzález y de sus hijos parricidas, tal como los retrató Machado “Oh tierras de Alvargonzález en el corazón de España, tierras pobres, tierras tristes, tan tristes que tienen alma”. Pero esta primavera de lluvias y soles, su alma sonríe alegre. Si se sube desde Vinuesa, el camino forestal es estrecho pero bueno, rodeado de amenos pinares donde retozan las ovejas, engordando en su viaje trashumante, ya que ésta es la cabecera de la Cañada Real de Castilla. Partera del río La laguna es intocable, se contempla desde una pasarela, para respetar el suelo y la flora, y los tonos verdes del musguillo, se reflejan en el espejo de agua sin más notas que las líneas blancas de las últimas nieves. Salduero se llama, con propiedad, la villa que hace de partera al río. De allí y de Covaleda se expande hacia Vinuesa, donde Óscar García regenta con genio y sensibilidad una de las mejores cocinas de este país y parte del extranjero, la del hotel y restaurante Alvargonzález, donde mima las trufas del entorno y cada otoño celebra unas jornadas para honrar los “boletus edulis”. Molinos huele a horno de panadería, la de García, con su fachada de piedra. Suena el agua y el silencio, los dos dones que vienen a buscar los visitantes. Son muchos y acuden desde hace mucho, de ahí que menudeen los hospedajes, unos históricos, como la Real Posada de la Mesta, cuya fachada se reprodujo para exhibirla en el Pueblo Español de Barcelona, y otras recién estrenadas, como la “Casa de Arriba” que acaba de restaurar Guillermo Delgado. Él es castellano viejo, natural y residente de Molinos, conoce el camino a la piedra andadera, a las tres fuentes, a la calzada romana, y la mejor perspectiva de ese pueblo sumergido que fue La Muedra, o del puente hundido de Vinuesa. Y goza un derecho ancestral sobre la madera de los pinares municipales: la “suerte de pinos”. Anualmente el ayuntamiento hace una saca de madera que se vende y se reparte entre los vecinos que cumplen rigurosos requisitos: han de estar casados, haber nacido en el pueblo y que su abuelo gozara también de la Suerte de Pinos. Es que los pinos son el alma del contorno. En carros o en tractores, los troncos se arrastran por la carretera, algunos tan largos, repulidos y tan impresionantes que da pena entregarlos a las madereras. Y en efecto, no se entregan, se llevan a la plaza para celebrar otra institución original y festiva, la Pingá de los Mayos. Es una competición de fuerza, habilidad y coordinación para colocar erguido, tirando de unas maromas, un tronco que puede medir más de 15 metros. El río retrocede hacia Soria, y la carretera pasa por Abejón, sede del mercado de trufas que crecen en sus bosques, escenario de recónditas transacciones y señas misteriosas, porque este es comercio sólo al alcance de los iniciados. Más popular es la vecina Playa Pita, en el pantano de la Cuerda del Pozo, que esta primavera ha rebasado los límites más optimistas. Con los calores llegan barquitas, baños, sombra, y se convierte en tentadora escapada veraniega de los vecinos sorianos. Camino de la Soria literaria, como siguiendo el ritmo del verso cervantino o machadiano, el agua apaga el incendio de Numancia, sitiada por Escipión, admira el encaje entre árabe y románico de los arcos del claustro de San Juan del Duero y gira a los pies de la ermita de San Saturio, siguiendo el paseo diario de la cuidad. El agua deja atrás Almazán, la bien fortificada, con sus siete puertas y la hermosa arcada del palacio de los Hurtado de Mendoza, el olor dulzón de las confiterías y las yemas. Corre tímido bajo los impresionantes muros del castillo de Berlanga y recibe refuerzos desde la monumental Burgo de Osma y desde su predecesora Uxama, igual que el viajero que acude a las Jornadas de la Matanza institutidas hace un cuarto de siglo por el restaurante Virrey Palafox, creadores de un acertado cruce, entre sabor salvaje y ternura doméstica, que es la carne y las cecinas de “cerdalí”. Es parada obligada para ver correr el agua bajo el puente medieval, para meditar en silencio en la catedral y, aun más, para extasiarse ante la mágica edición del Apocalipsis que ilustró el Beato de Liébana que se conserva en el museo. En San Esteban de Gormaz, por el puente de 16 ojos y el molino, las aguas bajaban turbias, marrones. Por la Puerta de Castilla se entra a la plaza, y por calles empinadas se sube a la preciosa iglesia románica de San Miguel y al castillo arruinado, sin otro interés que el horizonte y las muchas bodegas subterráneas que florecen a sus pies, cuidadas como mansiones. Las rutas recomendadas, las oficiales, siguen aquí los imaginarios caminos del Cid pero vale la pena abandonarlos para una escapada a Tielmes, apenas a 22 kilómetros, a las excavaciones que más enseñan sobre la vida de los contornos hace 25 siglos. Primeras uvas de la Ribera El primer viñedo del Duero nace entre retamas, en los cerrillos donde se hace el Atalaya, el vino estrella de Dominio de Atauta. Miguel Sánchez, el propietario, es de la zona, y feliz de volver a ella. Entró en el mundo del vino como distribuidor de marcas de alcurnia y, poco a poco, fue comprando lunares de cepas seculares de las que Beltrán, el enólogo francés, saca hasta 35 vinos diferentes por vendimia, que en definitiva se combinan en cinco vinos de pago, alguno resumido a una o dos barricas. La bodega es un prodigio de discreción, roja de tierra, con teja vieja que casi besa el suelo, de cara a las viñas prefiloxéricas y a los prados, a las atalayas y palomares que definen el paisaje, y al barrio de las bodegas, el mayor de Castilla, hoy convertido en una ruina que ocupa un cerro primoroso, mayor que el pueblo de 70 habitantes, lo que da idea de la importancia secular del vino. Otra muestra de la preponderancia de la viticultura, que rebasa la economía y los valores humanos, es el vecino monasterio de Santa María de la Vid, donde los agustinos acogen visitas y huéspedes. En torno al claustro de arcadas cegadas se sucede una biblioteca espectacular, museo, la iglesia con un bello coro, presidida por esa virgencita ornada de racimos. Esto es ya la provincia de Burgos, donde Aranda da la bienvenida al Duero desde la misma puerta a la que asoma el Mesón de la Villa, muy cerca de la plaza Mayor. Son los dominios de Seri, y su sobrina Mariví, los que ha compartido con Eugenio Herrero durante una larga vida de complicidad, hasta hace apenas un año. Hoy el restaurante es ya una reliquia, pero Seri sigue bordando escabeches de aves elaborados con vinagres criados, como las aves, por ella misma, un congrio a la Arandina que es de los últimos baluartes del recetario secular, y setas, y cangrejos, y sorpresas que se han convertido en clásicos, como el pastel de verduras con gratinado de piñones y jugo de perdiz En torno a la milla de oro Bajo el largo cerro, una hilera de chopos salpicados señala el río, pero las cepas no llegan a la orilla. No es el mejor terreno, esa humedad, para estos vinos casi macizos, esculturales, que representan el gusto inconfundible de la Ribera del Duero. En una década las 28 bodegas históricas se han multiplicado por 10, y se disputan esa famosa milla, desde Valladolid hasta el horizonte del farallón del castillo de Peñafiel que, a su vez, restaurado y didáctico, ha encontrado su función como museo vivo del vino. En saltos de vainica doble hay que recorrer las dos orillas y acercarse a esos nombres que huelen a historia, arte y vino: Roa, Nava, Pesquera, Valbuena, Vega Sicilia, Quintanilla de Onésimo, Olivares, Sardón, Tudela... La bodega de Pérez Pascuas es el resultado, el legado, de una viña que plantó su abuelo hace 70 años en torno a un chozo de esos que llaman guardaviñas, una blanca reliquia que ha cumplido cuatro siglos. La arena seca se quiebra bajo los pasos como la corteza de un merengue, y debajo aparece tierra más rojiza y húmeda, un regalo para las plantas. Con una poda primorosa viene a salir de allí poco más de una botella por planta. Es la auténtica tinta fina local, y de su madera salen los injertos de las nuevas plantaciones de la bodega, para no introducir clones uniformes de vivero. Su defensa es la autenticidad. La bodega crece en botelleros y sala de barricas, pero también en comodidad y estética, con una zona social que es sala de catas, mirador, comedor con chimenea. Otro vinatero histórico de la Ribera es el protagonista de la explosión de la zona, Alejandro Fernández. El Duero ha sido para él tan divertido como serio. Recuerda el placer de correr desnuditos por la orilla, porque aquí no había llegado el invento del traje de baño, hasta que su madre los subía a escobazos. Ahora Alejandro, de traje y corbata, se mete hasta la orilla con su 4x4, sin arredrase por la pendiente. Busca una copa en el maletero, y lo que encuentra son una cajas de vino, buen pan sobao y unas lonchas de chorizo sabroso, lo justo para improvisar otra merienda que le evoca recuerdos y nostalgias. De una caja asoma una novedad, un Dehesa La Granja blanco, dedicado a su nieta Isabel, elaborado con palomino, sólo para beber en la casa. Lo que será pública es la inauguración, en 2008, de un hotel de 4 estrellas que está gestando en Peñafiel, con una gran enoteca de Riberas y Burdeos. Su vecino Emilio Moro creó la marca que lleva su nombre en 1988 pero llevaban tres generaciones elaborando incluso 100 cántaras para vender a los vecinos. Ahora se han incorporado sus 4 hijos, con criterios modernos. Para impulsar el enoturismo reciben en la bodega , frente al río, grupos concertados que degustan sus vinos y los platos castellanos en un restaurante de más de 70 plazas. La novedad de la empresa se llama Cepa 21, un proyecto sonado al que se han sumado el actor Imanol Arias, el futbolista Ronaldo y otros famosos, impulsando un vino del siglo XXI en contraste con la tradición. A Emilio, octogenario, también le enseñó a nadar el Duero, donde chapoteaba después de la trilla para quitarse el picor de la cebada. Nadaba, cruzaba el río y se subía en cueros a los pinos a coger deliciosas piñas verdes. Hacer vino les servía para beber y ganar un dinerito para las fiestas, de modo que todo el mundo tenía su bodeguita y la cuidaban como joyas. Su primer trabajo en bodega consistía en encender y apagar los candiles mientras subían y bajaban los carros con el vino a las bodegas subterráneas “Había mejor vino que hoy, más natural, porque se hacía en terrenos muy pobres que sólo servían para las vides, y había que cuidarlas mucho. Todavía mi cueva es el mejor sitio para guardarlos; está a 8 grados en verano y a 7 en invierno.” Una bodega con estrella Entre los recién llegados a la Ribera destaca a la vista Aster, como magnífico château sobre un cerro, elegante casona arropada por un viñedo primoroso. Son nuevos en la zona pero llegan sobrados de experiencia ya que la empresa es la que se ha reunido en torno a la bodega de Haro La Rioja Alta, es decir, Lagar de Cervera, Baron de Oña y, ahora, Aster. Aster, en griego, significa estrella. Es también el nombre de una flor, y como tal se cuida y se mima tanto el edificio y su entorno como el vino y sus labores. El trabajo diario se lo reparten Julio Sainz, el enólogo, y Azucena Sanz, la factotum que atiende la casa y los invitados, pero para dar los últimos toques a la obra y asistir a los primeros brotes acude cada semana el mismísimo director, Ángel Barroso, enamorado de este espacio sorprendente, eficaz, elegante y confortable, tanto para el vino como para los afortunados huéspedes de las cuatro habitaciones. La bodega es de madera, con ventanales hacia el patio, hacia la viña vieja del otero de atrás, en vaso, que ha cumplido 80 años. El techo viene a ser la quilla invertida de una goleta, el suelo de iroco impermeable, de barco, tan brillante como en una sala de baile. En la tarima asoman cabecitas relucientes, las tapas de los depósitos suspendidos. Y abajo, la sala de barricas entre el vapor de la trasiega, huele a vainilla fina y a madera tostada, porque los accionistas admiten experimentar con las maderas -«probamos cinco procedencias»- pero no eliminar lo que ha sido el sello de la casa. Angel Anoncíbar, Mejor Enólogo el pasado año, es quien se ocupa de Abadía Retuerta. Ocupa el “Pago de la milla de oro” donde elaboran 54 vinos diferentes que se convierten en 7 marcas. Son tantos porque el terreno pasó de cereal a viña y se analizó a fondo para plantar en cada pago las uvas adecuadas, defendidas por torres antihelada como ventiladores gigantes, y protegidas por 14 estaciones meteorológicas y analizadas por medidores de profundidad repartidos por el viñedo. Es la primera que en la Ribera hace vinos de pago aunque no está inscrita en ninguna D.O. Pascal Hervé fue el depositario del ideal técnico: “haz la bodega que siempre has soñado”. Así nació este edificio integrado en el paisaje, luminoso de cristal y teja vieja, recubierto del monte para proteger la sala de barricas y el botellero. Donde todo funciona por gravedad, desde el paso de las mesas de selección a los depósitos hasta la rotura de los sombreros, que se hace echando vino de golpe desde esos depósitos con grúa llamados obi. Entre sus “inventos” está utilizar el cromatógrafo para establecer su patrón de corchos y maderas, o las geniales barricas perforadas por debajo para vaciarlas sin moverlas con un tapón que mide la altura de las lías. La hermosa abadía se convertirá en un hotel de 20 habitaciones. Los propietarios, la de la empresa Novartis, la vienen restaurando desde el 86 y de un desastroso almacén de grano ha resurgido el claustro del siglo XII, el superior del XVI, el viejo refectorio donde ahora está la sala de cata de las visitas, y la secular bodega monacal. El otro lado del río, el Monasterio de Valbuena, también restaurado y en vías de construir un hotel lujoso en el ala que mira a la orilla, es la sede de la exposición Las Edades del Hombre. Es un bellísimo edificio, sobrio, robusto y equilibrado, fundado en 1143, que vivió su época más floreciente en manos del Cister, decayó por pestes y abandono, y resurgió de sus cenizas hasta que, mediado el S. XIX, la filoxera le asestó el golpe definitivo, puesto que la viña y la exportación del vino eran su mayor riqueza. Mas aún, parece documentado que el monasterio inauguró la tradición vinícola de la zona, ya que los primitivos monjes habrían traído de Francia la Orden y las primeras vides que se plantaron en los alrededores. Como recuerdo, en el claustro inferior se conserva un capitel con uvas al lado de una ingenua cara, dicen que como símbolo de la eucaristía. La joya más antigua es la capilla gótica de los Armengol, sobre todo el Conde Asurez, con la imagen de protección real, de Alfonso VII. Y el mejor momento de la visita, el de la luz de la bóveda frente al altar de la iglesia, el cimborrio octogonal, y el paseo por la orilla del río y los huertos hacia donde estuvo el molino y la anguilera. Para llegar a Valbuena se pasa ante la puerta de la más moderna bodega de Carlos Moro, Emina, abierta al público para mostrar exposiciones, museo, tienda. El edificio se acabó de construir hace un año, es transparente, luminoso, frente a un viñedo de variedades plantado en 2005 y Placas solares que cubren las necesidades de la casa (calefacción, aire, luz) y aun les sobra para vender a la compañía hidroeléctrica. Emina consiste en un grupo de actividades y productos muy diversos: destilería, vinos en Rueda y Medina del Campo, el primitivo de Ribera del Duero, un aceite de oliva picual y una línea de cosmética natural, ya que descubrieron en análisis que, después de destilar, los hollejos conservan un 30% de polifenoles, que ahora aplican en cosmética y alimentación especial e infantil. Eso se suma a bodegas como Valdelosfrailes o Matarromera , 700 has. de las que 400 son viñedo, 7 bodegas que hasta ahora cubrían todas las D.O. de Castilla y León. Las cinco, hasta el reciente nacimiento de Zamora y Arlanza, y la próxima firma de Arribes y León. Aun así Carlos Moro, en cuerpo y tiempo, se multiplica en una empresa que ocupa desde Burgos a Zamora, pero su alma está en Olivares, la casa familiar, la de su madre, que es donde estuvo la primitiva casa de labor. Muy cerca de la tienda, una vez repletas las alforjas de vinos, raros aguardientes y hasta un tinto fortificado que bautizan pícaramente como O x TO, espera la señora María con la llave de su casita rural de Valbuena. No hay ni un restaurante, pero en el único bar del pueblo Jorge Polanco, hijo del Paco que da nombre a la casa, cuida con mimo las bebidas, los vinos, los sencillos bocaditos y especialmente el tinto que se elabora en el pueblo, el Mogar. Amanecemos temprano y algo sobreexcitados por la inminente visita al altar del Vega Sicilia. Entrar en la bodega, en los jardines, exige pasaportes, visados, controles telefónicos para dar cada paso y muchas sonrisas para no excitar al cuerpo de guardia. Es una caja fuerte, para evitar cualquier tentación. Y además pueden permitírselo porque la empresa de seguridad es también suya. Y es que Pablo no llegó por tradición al mundo del vino sino por visión empresarial, y así defiende la entrada de profesionales de otros mundos, para ampliar la visión, para que enseñen a mirar con otros ojos. “Mi padre compró Vega Sicilia por el prestigio de la empresa, pero a mí me enamora este mundo donde la naturaleza sigue interviniendo, donde no todo está controlado”. Aprende todos los días y hace gala de criterios muy personales, por ejemplo, afirmar que se sabe muy poco de viticultura y que el prestigio de la viña vieja es un mito. “Ni la viña ni nosotros estaremos mejor con 90 años”. O arriesgarse a adivinar que los vinos de Toro, donde han montado su Pintia, nunca llegarán a ala elegancia de Ribera. Define Vega Sicilia como un compendio de la fuerza de Burdeos y la complejidad de Borgoña. Una zona tan original que los vinos no se «ajerezan» sino que se «oportizan» con el tiempo. La casa y el jardín son una coquetería, los nuevos edificios de barricas y botellas, impresionantes naves de piedra pulida, se podrían definir como neofaraónicos, y entrar en el almacén es un regalo para la vista y la nariz. Todo esta vendido, este año no ha podido entrar ni un cliente nuevo a disputar los cupos anuales, de modo que aquí solo está lo del año, en preciosas cajas de madera rotuladas, más sus vinos de Tokaj, Oremus, y los Romanée Conti que distribuyen en España. Duele decir adiós. ¡Cómo crece Cigales! Los adosados y el ladrillo visto han eclipsado en pocos años la imagen orgullosa de la Iglesia de Santiago, que siempre fue un hito inconfundible en el horizonte. El pueblo es laberíntico y destartalado, pero se mueve y quiere seguir creciendo. Como prueba están las paredes, llenas de cultísimas pintadas, en letra de imprenta y pidiendo un instituto de enseñanza. La fachada más curiosa es la de la iglesia protestante que funcionó avalada por la reina de Inglaterra, y que ahora es de propiedad privada. La cavas subterráneas horadan un cerro como recuerdo vivo de la vinicultura tradicional, la de los rosados frescos y limpios, la única hasta la creación de alguna bodega de talante moderno, como Frutos Villar. Más moderna es Museum, en un amplio otero, con la portada de rejería empotrada en un soberbio muro de piedra al que solo le falta un poco de vejez, de pátina, la que busca la casa al amalgamar arte y vino, estética y paisaje. Pertenece a la empresa riojana de Barón de Ley es decir la heredera del Coto, bajo la dirección técnica de Gonzalo Rodríguez. Vinieron desde Rioja en busca de viña vieja para tintos plenos, y en vez de encontrarla en Ribera se asociaron aquí con 700 familias de viticultores históricos. De modo que han plantado de viña 60 hectáreas de las 150 que rodean la finca, aunque controlan otras 400 de más de 60 años. La bodega se construyó pensando en el viñedo, y se puede definir como una bodega de diseño, pero gigante, con depósitos para la vendimia de cada parcela. Es un tiempo de locos porque como la denominación de origen es muy pequeña toda la uva madura a la vez y hay que cosecharla en 15 días: dos millones de kilos que pasan a la nave de barricas mayor de Castilla. Son 2.800 metros diáfanos, sin columnas, donde se apilan cómodamente 11.000 barricas y 2.400.000 botellas, durante un año los crianzas y dos años los reservas. Y pueden estar complacidos con su obra, con la magnificencia que atrae a más de 2.000 visitas al año. Carlos Moro también acudió a Cigales, a Valdelosfrailes, al reclamo del cambio de estilo y de la viña vieja. Bien es verdad que su familia paterna empezó aquí y que cuando le ofrecieron 17 hectáreas de tinto fino en espaldera se lanzó con toda seguridad. La viña rodea la bodega como un château. Ha ido comprando y plantando hasta que su mancha verde llega a la carretera en Triguero. Uva que se vendimia manualmente, aunque está perfectamente preparada para poder meter máquinas si algún día la vendimia mecanizada ofrece los estándares de calidad que la casa exige. De los 11 enólogos del grupo, Valdelosfrailes le corresponde a un joven Antonio Nieto, que controla la obra que va a duplicar el espacio y el confort de trabajo. Carlos enseña con pasión la viña, sobre todo la del Pago de las Costanas donde menudean cepas en vaso como mesas camilla, como monstruosos diplodocus que se despeluchan frente a un viento de páramo. El mejor refugio, en el pueblo, es una iglesia de traza románica, con un órgano restaurado, en el que de vez en cuando ensaya y da conciertos una vecina alemana. Rueda, volando Desde Valladolid a Tordesillas el camino sigue al río Pisuerga hasta que se abandona en brazos del Duero, muy cerca de ese cruce alto y estrecho, medieval, que es Puente Duero. Tordesillas se mira desde el otro lado del puente, desde la playita del hotel Doña Carmen, a la hora azul del ocaso, cuando incluso los patos cesan sus juegos, respetuosamente, ante la calidez de la piedra y el mágico brillo del agua. Quien “descubrió” el Verdejo, quien despertó Rueda, fue Paco Hurtado de Amézaga, es decir, Marqués de Riscal. Su hijo Luis paso aquí la infancia, y ahora, después de vendimiar en Australia, en Chile, en Château Margaux, ha regresado para cuidar la bodega; las dos bodegas, porque, en realidad, en el primitivo edificio de los años 70 se siguen elaborando los blancos de Rueda, y en el nuevo, de los 90, el tinto de Tierra de Castilla y León, con cepas plantadas en Toro. La bodega es eficaz, no bella, eso queda para la majestuosidad de la riojana de El Ciego, la reciente obra de Frank Gehry. Aun así sigue siendo la niña bonita del fundador, donde Luis derrocha tecnología, desde el control de estrés hasta los tinos horizontales, el embotellado y el encorchado de rosca con una junta elegida al milímetro, para que no oxigene. Cerca de Rueda, en La Seca, el vecindario se manifiesta a las puertas del ayuntamiento para impedir una línea de alta tensión que atravesaría pueblo y viñas. Los jóvenes Sanz, Marcos, Richard y Sandra, y su tío Juan también se oponen. De hecho han recuperado la bodega de los bisabuelos para dar rienda suelta a sus principios ecológicos y al romanticismo del vino, eso sí, elaborando con primor, trabajando variedades que animen este mar de tempranillos en que se ha convertido España, y con la imagen más rompedora, mas original, tan propia como el propio vino, como el V3 (Verdejo Viñas Viejas). Marcos se esfuerza en equilibrar los viñedos después de años de excesos de productos químicos, y siente que ahora, y con la rigurosa poda en verde que está aplicando hoy su equipo, sale la verdadera uva. Trabajan viñedo ecológico, y guardan el vino en túneles de bóveda picada a escoplo en una cava de tres pisos que varía un grado de invierno a verano. Al fondo, estrechos pasillos iluminados cicateramente, viejos depósitos de obra que se convertirán en guarderías personalizas de botellas y cuevas con rejas. En la casa contigua han previsto un balneario de vino, pero se ha retrasado por construir la nueva bodega en el centro del viñedo, vestida con el color corporativo, un alegre y luminoso verde. A las afueras de Rueda, Lácteos Artesanos Medina crea un complemento ideal para el vino, el queso. Avelino Merlo y su hermano Francisco fabricaban y vendían ordeñadoras y tecnología ganadera, y así, a base de demostraciones, aprendieron los secretos de la lechería y la elaboración de queso. Su empresa es familiar, mueve 300.000 litros de leche al año, que ellos mismos recogen, filtran, y convierten en formas de 2 y 3 kilos. Los quesos son de leche cruda o pasteurizada, de superficie lisa o trenzada, con higiénicas hormas plásticas de imitación de pleita. Con la casa abierta y a pie de carretera, al mercado vecino se une otro de paso que ha visto crecer la oferta de la tienda con cajas de vino y pastas locales. Para conocer vinos de la zona hay que acudir a la Vinoteca Maxi que abrió hace 5 años Maximino Casado. Llevaba décadas en el despacho de Los Curros y ha visto cómo cambiaban para mejor el vino y el público. Selecciona bodegas de Toro, Rueda, Ribera, Castilla León y algo de Bierzo y ofrece una estupenda variedad de chacinas, conservas, dulces y cualquier producto de calidad de la tierra. Al otro lado de la carretera se alza, impresionante, la nueva bodega de Pagos del Rey, tan vanguardista como su gemela de Ribera del Duero. Y en las afueras, una clásica, Yllera, nacida con el buen criterio de Jesús, “aquí hay mucha bodega pero poca empresa”, ahora codo con codo con sus hijos en la labor de perseguir variedad, volumen y atractivo para la exportación. Y también para el enoturismo, con la inauguración de “El hilo de Ariadna”, un original recorrido por cavas de arcos apuntados, de ladrillo mozárabe. A 18 metros de profundidad y a lo largo de más de un kilómetro de laberinto, Yllera muestra sus famosos vinos relacionando cada marca con un episodio mitológico del mito del Minotauro, en un homenaje de Rueda a la cultura del vino. Porque en Rueda se bebe más o menos bien, pero para comer impera la sencillez, los eternos y ricos embutidos y jamones del bar de Lola. Y de postre, crujientes pastas de piñones. Otro Toro Donde se come cada vez mejor es en la vecina sede de D.O., en la monumental Toro que crece como la espuma. Luis Alberto Lera se afianza como un chef sensible, técnico pero amante del sabor y del buen gusto. El restaurante Lera es un espacio claro y acogedor, rotulado con frases de Leonardo Da Vinci sobre el arte de la cocina, revestido de una espléndida bodega, y con un menú degustación que vale la pena gozar sin prisa y sin tasa en las copas. Estupenda también La Abacería, la tienda de vinos y productos de la tierra en la Plaza del Concejo. Y la villa ha estrenado recientemente un hotel bodega, Rejadorada, con mejor intención que resultado, ya que aún está un poco desangelado, falto de dotación y de coordinación. Entre la Colegiata y la Torre del Reloj se respira historia, pero corre vidilla. A las 9 suenan 53 campanadas que aun dan memoria de las 53 leyes reales que aquí se firmaron. Para ejemplo de técnica hay que conocer la bodega Pintia, el desembarco de Vega Sicilia en Toro, en San Román de Hornija, y la niña bonita de su enólogo Javier Ausás. Tiene cuatro cámaras de frío para atemperar la uva vendimiada en cajas perforadas, que a su vez se meten en otras protectoras, para que no se ensucien en el suelo. Cajas blancas. Tan pulcras como los edificios de madera, piedra caliza, granito y acero, o los jardines que los rodean. Al frente, delante de su viñedo más pedregoso, está Dos Victorias, también flamante. La histórica, la que revolucionó Toro hasta convertirlo en lo que es hoy, es la de los Fariña. Ha superado con creces los sueños de Manuel, los que le hicieron ir a estudiar a Valencia para trabajar mejor la bodega del padre y del abuelo, los que impulsaron la creación de la D.O., los que han visto crecer las instalaciones, los viñedos, las elaboraciones, desde las clásicas a las innovadoras. Y los que aun le prometen la satisfacción de haber contribuido a que esta tierra de Zamora recupere su época gloriosa como “Tierra del Vino”. Ahora, en reconocimiento de la calidad de Toro vienen bodegueros de muy lejos, como el abogado escocés con sede en las Islas Caimán que es el propietario de Estancia Piedra. Encontró en una pieza el viñedo viejo más grande, 40 has. de 40 años, y para disfrutarlo se ha construido en la cima un delicioso palacete en el que pasa meses, el tiempo de vendimia y de elaboración. Y atiende, con el enólogo Santiago Ribera no solo el vino, sino una labor didáctica de cara a los sumilleres y a las visitas, con catas gratuitas. El Duero sigue a Zamora, la ciudad doblemente amurallada. Y frente al puente, con una caña en la mano, los pescadores contemplan la villa y de vez en cuando sacan barbos y carpa royal, con lombriz o cangrejo en el anzuelo. La afición es enorme, la provincia provee 16.000 licencias de pesca anuales, y en concurso llegan a capturar lucios de más de 15 kilos. Camino de Fermoselle, un alto en el camino en Pereruela, villa alfarera donde las mujeres heredan el conocimiento y el oficio desde hace varios siglos. Luisa Pérez lo recibió de su madre Alejandría, y ésta, de su abuela Felicidad, pero no cree que su hija Miriam la suceda. Es duro hacer las piezas tradicionales, los grandes hornos donde antes se cocía el pan diario y ahora asados deliciosos y guisos lentos, capaces de enternecer no solo alubias o garbanzos sino las mismas piedras. Antes pisaba el barro y ahora lo tritura en un tornillo, pero poco más ha cambiado. La tierra se trae de dos cerro vecinos, de uno arcilla, del otro caolín, que toma forma a mano, lentamente, hasta que crece sólido, se hincha su vientre hueco que ha de secar durante un par de meses antes de cocerlos, durante nueve horas a 1.100º C, con cierta seguridad. En invierno, como no se secan piezas grandes, hacen ollas y cazuelas. Son muy porosas, pero Luisa enseña el truco para darles buena y larga vida, como las lecciones para usar los hornos. Hay que sumergirlas en agua 24 horas antes de estrenarlas y luego frotarlas con ajo, o hacer un guiso de patata para que la fécula cierre los poros. La magia de Los Arribes El Duero desciende en la zona más de 400 metros con una enorme pendiente, al igual que su afluente, el Tormes, y eso modifica el paisaje, la orografía, el clima, la vegetación de monte y los cultivos, y se aprovecha para crear energía en presas sucesivas. Y cincela valles prodigiosos, miradores de águilas, terrazas y cañones. En Fermoselle, corazón de los Arribes del Duero, el refugio más exquisito es la Hacienda Unamuno que homenajea al escritor enamorado de estos parajes: «En uno de los repl Pablo Alvarez, Alejandro Fernándezdos pilares de la Ribera del Duero. Antes de que Ribera del Duero fuese denominación de origen, la bodega de Vega Sicilia ya brillaba con luz propia. Jesús Anadón, el maestro bodeguero que trabajó en la bodega más de cuarenta años, le comentaba a Pablo Álvarez que las uvas de Valbuena tenían algo especial que hacía los vinos más longevos. A este fantástico reto se enfrentaba Pablo cuando llegó en 1982. Vega Sicilia es un vino único en el mundo, que ha sabido adecuarse a los tiempos bajo la interpretación de Jesús Anadón, Mariano García o Javier Ausás, su actual enólogo. Este último ha mejorado todavía más la definición de la fruta y la elegancia de las maderas. Para Pablo Álvarez la añada del Vega Sicilia Único del 98 está entre sus favoritas. Aunque también lo son el 62 y el 85. En la actualidad elaboran 320 mil botellas que venden, curiosamente, casi todo en España. La bodega tiene prevista la renovación de la sala de elaboración, que verá la luz en 2009, por si la nueva y polémica autopista en proyecto acabase invadiendo parte de las actules instalaciones. Alejandro ha sabido como pocos llevar a su vino Pesquera por todo el mundo. Su vino Pesquera está todo vendido pero aún así el propio Alejandro sabe que no puede bajar la guardia ni un momento y cultiva a diario la amistad de sus clientes con el mismo entusiasmo que en sus comienzos. No obstante, su afán de superación le ha llevado hasta La Mancha, con su vino El Vínculo, o Zamora, con Dehesa la Granja que está teniendo mucha aceptación. En total, en sus cuatro bodegas -porque no hay que olvidar Condado de Haza-, elabora unos tres millones de botellas, la mitad de ellas de Pesquera. Ahora sus energías están volcadas en el nuevo hotel de cuatro estrellas todavía en construcción, que dará cobijo también a una tienda de vinos. Ribera del Duero, en busca de la singularidad Hoy el fulgor del triángulo de oro formado por Valbuena de Duero, Peñafiel y Pesquera está siendo compartido con los proyectos innovadores de nuevos inversores que se han asentado en la zona. Se elabora buen vino, de eso no cabe duda, pero cuando se pasa en pocos años de 40 bodegas a 218, la cosa se complica. Ahora ya no sirve el mero hecho de ser un Ribera, que antaño era un reclamo más que suficiente. Lo importante hoy es tener argumentos diferenciadores, y en esa lucha frenética están implicadas muchas de las bodegas. Porque siendo realistas, el repertorio al que nos tienen acostumbrados empieza a ser monótono: viñedo viejo, maderas nuevas, botellas estilizadas, la tecnología más puntera... a veces sólo para justificar un precio muchas veces incomprensible. Los más avisados ya llevan años viendo venir este derroche de popularidad y han tomado cartas en el asunto. Algunos ejemplos son capaces de ilustrarnos y advertirnos de lo que puede ocurrir. En el contexto de la viticultura se apuesta por la vinificación de las parcelas de forma individualizada. Cada una en su pequeño depósito. Se busca la personalidad de terruño, su espectro. También los hay que investigan con sus mejores clones de Tempranillo, aquellos de donde salen los vinos más suculentos de la bodega. Porque no se vayan a creer que todo el Tempranillo es igual. A menudo es tan sólo una forma de asegurarse la calidad general de los vinos. Por otro lado están los biodinámicos, los ecologistas y los grandes grupos de bodegas que conforman un panorama de los más variopinto y complicado a la vez. La buena nueva la ha traído la añada de 2004 que ha presentado unos niveles de calidad extraordinarios. Muchos optarán por sacar un sencillo tinto roble, por la presión económica de la bodega, pero los que puedan ilustrarán las vitrinas y restaurantes con magníficos ejemplos del poder de la Ribera del Duero. Vinos que aunarán fuerza, vigor y elegancia en un mismo conjunto. Lo de venderlo todo es ya una cuestión meramente comercial, y ganará el que mejor esté implantado en el mercado, como ocurrió en Jerez con los almacenistas y las grandes casas. Luís hurtado de amézaga la saga continúa La infancia de Luis se forja entre ladrillos, depósitos y perfume de Verdejo cuando su padre decide en 1973 instalarse en Rueda. Seis años más tarde se marcha para adiestrarse en su vida profesional. Estudió viticultura en Motpellier, porque era un referente a nivel mundial. Cuando terminó se dedicó a viajar, primero en Nueva Zelanda, después en Francia, en Château Margaux, con Paul Pontallier quién también es asesor del grupo junto a Guy Guimberteau, profesor de enología de Burdeos. Y, por último estuvo trabajando en el Castillo de Perelada durante tres años hasta que se incorporó a Rueda en el año 2.003 La bodega posee 400 hectáreas de viñedo propio que absorben más del 70% de su tiempo. Sabe que es la clave y deben reaccionar porque el clima es más cálido que antes. Como recurso más inmediato se ha incorporado, casi en su totalidad, riego por goteo. Así se regula el impacto de calor, asegura. Otro de los aspectos que han modificado en vinificación son las maceraciones peliculares (hollejo en contacto con el mosto) que ahora son más cortas porque se pierde acidez. La bodega también elabora un vino en Toro, aunque nunca les convenció el estilo. Realmente, el embrujo fueron las tierras. Y, en lugar de aprovecharse de todas esas plantaciones de viña vieja en directo -que según Luís cree que son las causantes de esa rusticidad- decidieron plantar 200 hectáreas con portainjertos de poco vigor. Con la limitación de ese vigor han conseguido avanzar la maduración y obtener taninos más redondos.