- Redacción
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- 2008-06-01 00:00:00
En la bodega de Glen Carlou, cerca de Paarl, el visitante puede apreciar los vinos superiores en un contexto más extenso. Allí se ponen en escena con discreción y estética las complejas facetas del presente sudafricano. En el año 2006 llegaron zulúes de la provincia de Natal y ocuparon la granja vinícola de Tortoise Hill, nombre de la curiosa formación rocosa que, efectivamente, tiene la forma de una enorme tortuga. Pero no se asusten, no era una revuelta y mucho menos una revolución. La ocupación fue temporal y enteramente pacífica. Los zulúes habían ido a construir el tejado de la nueva bodega Glen Carlou Winery a la manera tradicional, con vigas redondas de madera sin tratar y esterillas de paja. Así ha surgido un espacio casi sagrado cuya calidez telúrica se transmite al visitante. Bajo el tejado se siente una energía positiva que se echa en falta en más de una iglesia europea, con su fría piedra maciza. Tales pensamientos acuden allí a la mente mientras en la barra de degustación se catan crus como Quartz Stone Chardonnay o Gravel Quarry Cabernet. Son vinos que llevan la firma reconocible del enólogo David Finlayson, poseen elegancia y una estructura clara, además de una expresión compleja y mucho potencial de maduración. Con estos dos vinos ante mí y ese tejado sobre mi cabeza, me pregunto si este lugar puede adscribirse realmente al Nuevo Mundo del Vino. La intuición dice que no, pues lo que se percibe con los sentidos es más auténtico y más próximo a la tierra que la mayoría de las fincas vinícolas de Europa. Por ello, en este momento quiero proponer que, en lo sucesivo, se pueda decidir individualmente si una finca vinícola, independientemente del continente o del país donde esté, pertenece al Viejo o al Nuevo Mundo. Estoy seguro de que habría más de una sorpresa. Simon Beerstecher, el arquitecto de este centro de visitantes espiritual, tiene una interesante historia que contar. En los tradicionales umuzis, como se llaman los asentamientos, similares a aldeas, de los zulúes de la provincia de Natal, las chozas habitadas no tienen chimenea. El humo del fuego para la cocina sale lentamente por el tejado de paja, ejerciendo una función desinfectante y desinsectante (mata piojos y otros parásitos). Cuando la chapa ondulada, un “invento blanco”, fue sustituyendo progresivamente a la paja, no sólo las chozas se calentaban insoportablemente en verano, sino que también resultaron ser muy peligrosas. Porque los zulúes no querían prescindir del fuego en sus chozas. Como el humo apenas se disipaba a través de la chapa ondulada, se produjeron intoxicaciones por monóxido de carbono. Arte político Detrás del tasting-room y del restaurante con terraza zen, desde donde se puede disfrutar de una admirable y amplia vista sobre los viñedos y las colinas de Paarl, empieza el controvertido tema de la identidad sudafricana. En el Hess Art Museum (Glen Carlou pertenece al grupo suizo Hess), las obras del artista sudafricano Deryck Healey (1937-2004) ocupan un lugar central. Healey empleó todo el variado lenguaje de las formas del siglo XX. En Glenashley (Durban), recogió objetos encontrados en la playa y los transformó en instalaciones, muy consciente de que cada zapato o cada jirón de plástico depositado en la orilla por la marea es, en última instancia, un fragmento de una historia desconocida. Pero en Glen Carlou hallamos sobre todo al personaje políticamente activo que es Deryck Healey. La instalación Are Black Heads White? muestra retratos de negros cuyas cabezas están sobrepintadas de tal modo que parecen huellas dactilares de pulgares. Una alusión a las primeras elecciones tras el apartheid, en las que los negros estaban obligados a firmar su documentación electoral con la huella del pulgar en lugar de con su nombre. En el mundo del vino, con demasiada frecuencia la arquitectura y el arte se instrumentalizan de modo superficial, supuestamente para insuflar al vino un valor añadido. No así en Glen Carlou. Allí todo resulta consecuente y meditado. En el Cabo de Buena Esperanza el vino está integrado con credibilidad en el contexto social y cultural. Por ello no podemos evitar, en el caso de Glen Carlou, citar el tan reiterado concepto de la obra de arte integral. Porque este lugar posee las más variadas condiciones para ello, los sentidos se estimulan y se reta al intelecto. A un nivel elevado, pero nunca aleccionador ni elitista. Con frecuencia, la arquitectura y el arte se unen al vino de un modo superficial para dotarlo de un valor añadido. No es el caso de Glen Carlou, donde todo resulta meditado y consecuente.