- Redacción
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- 2011-12-01 00:00:00
En Cataluña se podría construir un poliedro de múltiples caras. Convergentes y divergentes. Grandes y potentes denominaciones de origen con pequeñas regiones, viñedos recónditos con cultivo extensivo, personajes afamados e importantes empresarios con tímidos bodegueros poco expuestos a los medios. Filosofías radicales y extremas con pautas racionales y tecnológicas. Mar y montaña, multiculturalidad, ecosistema, dinamismo. “Frescura, elegancia y sutileza, al principio me decían que mis vinos no eran Montsant. Trabajar bien el territorio y con gente joven, ahí está el futuro”, Juan Ignacio Domènech. “La riqueza de España es enorme, pero no se potencia porque no están orgullosos de lo suyo, los españoles no se dan cuenta del patrimonio que tienen”, Dominik Huber. “No quiero hacer el mejor vino, sino trabajar con alta calidad que explique la tradición, la naturaleza y el paisaje”, Albert Jané. “Éramos viticultores, vendíamos la uva. Creces pero no puedes dejar de ser lo que eres”, Ramón Parera. “Mi padre me decía que nadie era profeta en su tierra, pero aun así quería serlo”, Enric Solergibert. “Trabajé como enólogo de vino convencional, eso me sirvió para saber que el día que hiciera mi vino no lo haría así”, Joan Ramón Escoda. Parejas felices Fiesta de la Vendimia en Torroja. Los idiomas fluyen como los vinos. Se escucha hablar en inglés, alemán, francés, catalán. Una noche especial marcada por el placer del encuentro entre amigos y el vino. Enólogos y viticultores de Borgoña, Italia, Francia, Alemania y España se saludan copa en mano. La fiesta está organizada por Dominik Huber y Pep Aguilar. ¿Estamos en Priorat? Sí, y el espíritu que permanece en las calles representa muy bien lo que desde hace algunos años se está viviendo en esta pequeña zona de Tarragona. Confluyen vivencias, gente de mundo, filosofías y mucha querencia por el territorio. Buen ejemplo de ello es Ester Nin, nacida en Penedès y asentada en Porrera. Junto con Carles Ortiz forma la Familia Nin-Ortiz en lo profesional, y con los pequeños Roger y Andreu, también en lo personal desde el año 2007. Ella es bióloga. Colabora en varios proyectos, pero “siempre he dejado un rincón para mí, porque cuando trabajas para otros tienes que adaptarte, cuando lo haces para ti uno es más libre, y esto me encanta”. Por eso conectó con Carles, en forma de trabajar y entender el vino. El es viticultor. Empezó certificando sus viñedos como viticultura ecológica en 2001, cinco años después comenzó con la biodinámica, pero “no quería hacer vino”. Conoció a Ester y su historia dio un giro. Elaboran unas 10.000 botellas como Vi de Vila de Porrera, aunque ellos lo ven como vino de finca. “La clasificación de vinos viene por la calidad de los viñedos, los hay buenos y malos. Estamos en fase de diferenciarlos, como en Borgoña, y definir exactamente las zonas climáticas del Priorat. La crisis pone a todos en su lugar; si conseguimos hacerlo bien, esta es la dirección que tiene que tomar Priorat”, comenta Ester. Garnacha y Cariñena de Porrera plantada en costers (pendientes), no en terrazas, ha sido su apuesta: “Plantamos como se hacía antes, labramos con dos mulas y cavamos la tierra”, dice Carles. Practican la viticultura biodinámica y elaboran dos vinos, Planetes y Nit de Nin. “El campo no es duro, es un trabajo energético que se tiene que hacer de buena gana y con cierta alegría para transmitir energía positiva a las plantas. No partimos de máximos rendimientos, esta filosofía se traslada a todos los trabajos del campo. Para conseguir la máxima calidad hay que hacerlo así. Sin prisa pero sin pausa”, asegura Carles. Respecto a la confusión del consumidor sobre la biodinámica, vinos naturales etc. y el componente de marketing y cierto engaño que conlleva, su opinión es muy clara: “Elaborar natural y no hacer nada en el campo porque sí no es. La viña puede tener enfermedades y los vinos estar mal hechos. Reivindicamos que la máxima expresión del vino cuidado es la calidad. Muchos hacen biodinámica y no lo dicen. Aquí, muchas veces hay poca rigurosidad”. Carles sentencia: “La magia de la biodinámica es que necesita tiempo, es abrir un vino y disfrutarlo durante horas”. Y en los suyos hay calidad, y mucha. Un sudafricano, un alemán y un payés. Este podría ser el inicio de la historia del proyecto de estos tres socios. Pero nada de cuentos. Hace diez años que el alemán Dominik Huber llegó a Priorat. Ahora vive en Torroja, casado y con descendencia. Es un hombre feliz que se ha labrado, nunca mejor dicho, un presente y futuro en tierra ajena con un nombre que define bien su filosofía, Terroir Al Limit. “Me encanta el Mediterráneo y me gusta comer, el vino es el alimento más rico y complejo. Por suerte no soy enólogo, cocino mis vinos -confiesa Dominik-, mi futuro está aquí, este sitio tiene mucho potencial pero hay que trabajar”. Durante todos estos años ha evolucionado a la par con sus vinos buscando la identidad de sus terroirs. “Con el tiempo nos hemos dado cuenta de que a la tierra y vinos del Priorat hay que sacarle algo más que barrica, alcohol y mucho cuerpo”. Así que pronto su obsesión fue elaborar vinos finos y elegantes. Cambió su modelo de entender el vino basándose en dos conceptos. “Ya no hablamos de extracción, sino de infusión, no queremos forzar a la fruta. Es una técnica muy parecida a la de la ceremonia del té. No tocamos la uva, la ponemos tal cual en la tina y esperamos a su fermentación natural, suave, sin control de temperatura y con levadura del viñedo”, cuenta Dominik. Otro de los cambios que ha introducido en bodega es la utilización de fudres muy grandes con 50 años de edad con los que se elaboraba Riesling, “nada de barricas pequeñas, nada de madera ni crianzas con gustos ajenos. La uva tiene que hablar por sí misma, sin madera ni extracción”. Trabaja microterroir, “como el sistema borgoñón de siempre”, elaborando pequeños ensamblajes: “Para hacer vinos de terroir hay que tener sensibilidad”, asegura. Sus vinos también lo expresan así: Les Tosses, Arbossar, Les Manyes. “La gente que entiende este concepto quiere beberse el paisaje”. Y los vinos, ¡claro! Renacer de Montsant No hay duda de que la D.O. Montsant está adquiriendo una nueva dimensión. Por calidad, por nuevos proyectos y por su competitividad en el mercado. Como en Priorat, bodegueros con experiencia en otras zonas han acudido a Montsant. Albert Jané es uno de ellos. Se crió en la bodega familiar del Penedès (Jané Ventura) y en el año 2003 “por inquietud y por hacer mi propia aventura”, compró 1,5 hectáreas de viña del año 1932. Cree firmemente en la región: “Es una pequeña gran zona impresionante a nivel de patrimonio, biodiversidad, variedades viejas, suelos, orientaciones, ideal para hacer vinos auténticos y profundos que expresen de dónde vienen, más allá de la calidad”. Solo trabaja con uvas autóctonas, “el ser de fuera te hace verlo de otra manera, valoras más las variedades”. Acústic Celler. “La música acústica es más austera pero más auténtica, sin florituras, honesta y profunda”. Le gusta el jazz, el blues y la música clásica, pero lo que más, “crear ilusiones con el vino”. Empezó con sus ahorros y un préstamo, es el único propietario, “no hace falta ser millonario para hacer vino”, dice. Ahora tiene 20 hectáreas en propiedad, otras tantas alquiladas y una antigua fábrica textil es su bodega. Penedès lo conoce bien, pero ¿Montsant? “Aprendo de los ancianos que han trabajado el campo, sigo sus prácticas de poda y de lo que me van enseñando”. Por los resultados, no le va nada mal. Cultiva las viñas con respeto al entorno -“me da igual el tema de los certificados, es solo un valor añadido comercial”-, trata solo con azufre para el oidium, trabaja las laderas con desbrozadora e intenta mantener el equilibrio con la naturaleza y el paisaje. Defiende los vinos imperfectos de “bodegueros auténticos” porque la imperfección es un valor añadido. Acustic, Brao y Auditori de Garnacha y Cariñena son sus marcas. Y Ritma, un vino blanco creado por su curiosidad por el Priorat. “La singularidad vende”, comenta Albert, “me resulta más fácil vender fuera que aquí, a los catalanes en España no nos quieren, por un tema político, por origen geográfico o por ser un mercado clásico, no lo sé”. En la zona de Montsant existe una zona boscosa donde habita el teixar (tejo), un árbol protegido. En su honor, y como oriundo de la zona, Juan Ignacio Domènech puso a su vino más especial ese nombre. Vinyes Domènech es un proyecto familiar de primera generación, no hay historia pero sí mucho arraigo a la tierra, deseo de proyectar con sus vinos su particular visión de la comarca y aplicar sus conocimientos en temas de medioambiente y cambio climático a su viña y bodega. No es de extrañar que el edificio donde elabora, enterrado en un barranco, se base en el concepto bioclimático y greencellar (energías renovables, aprovechamiento de aguas, etc). Sus viñas están entre los dos puntos más altos de la comarca del Priorat. Desde sus inicios en 2002, ha ido vertebrando en una sola finca las 10 hectáreas de viñedos, entre las que se encuentran su Garnacha Peluda, la mimada de la casa. Tiene unas tres hectáreas de viña vieja y otras tres hectáreas más de nueva plantada. El 80% de su plantación son garnachas. La finca es hermosa, viñedo rodeado de montañas, un entorno bucólico pero con un trabajo de fondo enorme. “Después de hacer un estudio de suelos, hemos diferenciado ocho tipos, y para ellos tenemos 15 maneras diferentes de trabajar el viñedo, vendimiamos por bancales, que hemos recuperado del bosque, y por tipo de suelo. En total tenemos 26 bancales con un rendimiento medio de 1.000 kg/ha. Todo en agricultura ecológica certificada”. Elaboran Teixar, Furvus, Bancal del Bosc y Rita. “Apostamos totalmente por la Garnacha”, dice Juan Ignacio. De hecho, llevan investigando para su recuperación durante tiempo. “Montsant tiene una gran calidad con un precio competitivo, ahora el reto es ir más allá del vino, que la gente conozca la zona, no solo nuestra bodega”, augura. Por lo pronto, ya he iniciado un proyecto de enoturismo para los que quieran perderse por allí, el buen vino está asegurado. ¿Qué pasa en Penedès? Como la vida misma. Todo cambia, unos se van dejando su herencia, y se abre la puerta a un nuevo destino para otros. Cada cual opta por seguir su camino. Como en el vino. O kilos o calidad, esmero o producción a destajo, cava, blanco o tinto, vendo uva o elaboro la que tengo. Esa puerta se abrió para Enric Soler en 2003. Falleció su abuelo dejando una pequeña viña y una masía catalana del siglo XIX en Sabanell. Él, que se dedicaba a la formación en Barcelona, decidió experimentar, “y la liamos”. Cal Raspallet Viticultors es sinónimo de Xarel.lo y de calidad. Trabaja en biodinámico desde 2005, “no sabemos si la bio mejorará los vinos, pero como no cuesta hacerlo, pues se hace. La biodinámica no me ha cambiado la vida, el vino ya era bueno antes. Pero el respeto a la tierra, a las cubiertas vegetales, trabajar por la biodiversidad de plantas... Y si encima esto ayuda elaborar vinos más sanos, pues fantástico”, dice Enric con naturalidad. En una zona como Penedès, marcada por grandes producciones, Enric es su contrapunto. “En general, los productores no ven el resultado porque ni van a pagar un vino así ni es su filosofía. El Xarel.lo es un vino popular, aunque es verdad que hay algunos que al principio no creían en esto ni lo valoraban y ahora empiezan a hacernos un poco de caso”, comenta. Y es que su marca y producción es una gota en el mar. No llega a las dos hectáreas de Xarel.lo muy viejo, 4.500 botellas y dos marcas, Improvisació y Nun Vinya del Taus. Nun hace referencia al principio del todo para los egipcios, lo desconocido e ininteligible se lo atribuían a Nun; Improvisació tiene relación con la música, la improvisación de la añada. “Son vinos que necesitan calma, el aire les va muy bien porque trabajo con ambientes reductivos”, cuenta de sus vinos. En su masía donde tiene la bodega, con cocina, lagar y antigua zona de animales, ha habilitado una zona para las barricas, una pequeña sala con suelo de tierra “por si hay que regar”. Enric cree en la Xarel.lo: “Se pueden hacer grandes vinos por estructura y potencia, tiene un gran misterio. Mis vinos son más entendidos en el mercado internacional que en el nacional. Hay prejuicios porque la zona se vincula al cava y a grandes producciones”. Se ríe cuando se imagina qué pensarán sus paisanos de su trabajo: “Eeste tío está chalat, deben de pensar cuando me ven con la mochila haciendo los tratamientos o con la desbrozadora mientras ellos van en sus cabinas con aire acondicionado y equipo de alta fidelidad. Deben de pensar que no sirve para nada, pero sí que sirve”. Sus vinos, sin prejuicios, hablan por sí mismos. Pero algún grillat más hay en Penedès. Celler Pardas y sus dos propietarios Jordi Arnan y Ramón Parera, también lo son. Aunque Ramón lo ve de otra manera, “nuestra historia es corriente, ni visionaria ni heroica. Dos viticultores que se conocen en 1996 comprando una finca virgen de 35 hectáreas, Can Comas en Torrelavit, para elaborar los mejores vinos. Una finca ligada a los vinos y ríos que ha formado diferentes terrenos, arcillas profundas, aluvión con textura franca, terrenos más pobres y poco profundos... con las variedades más adecuadas a cada terreno. Paseando por sus viñas se aprecia la filosofía de Celler Pardas, la olivarda omnipresente en las calles, “ayuda a descompactar el terreno”, y muchas más plantas y hierbas silvestres conviven con la viña. “Nuestro ideal es un bosque. Practicamos una viticultura austera, no labramos nunca ni fertilizamos, queremos que la naturaleza entre en el cultivo y que la cepa se exprese. La voluntad es considerar todo como un ecosistema. A Ramón no le gustan las etiquetas, “lo bonito es hacer tu camino, ni viticultura libre, ni ecológica ni biodinámica”. De las 70 hectáreas que trabajan la mitad son de Xarel.lo, “variedad única y ofuscada por el cava en la que tenemos fe total. Hacemos selección masal, incluso plantamos viñedos viróticos. La Xarel.lo necesita calor para expresarse, es mediterránea, pero a la vez mineral y fresco, a veces parecen vinos atlánticos”. Sobre la polémica discusión sobre variedades foráneas y autóctonas, Ramón es muy claro, “es un debate con mentalidad talibán, haces una Cabernet y no te escuchan, es como si un escritor no pudiese escribir sobre otro país. Tengo más concepto de terruño que de variedades”. Lo mismo piensa con la edad del viñedo y las cepas viejas: “Trabajamos viñedos de 15 a 70 años, pero es muy relativo, estamos hartos de esto, tenemos mejores viñedos de 40 que de 70 años, lo que importa es cómo se adapta al terreno”. Ramón se confiesa: “Hago vino porque Joan Milá fue mi profesor”. Estoy segura de que estaría orgullo de su alumno. Han rehabilitado una bonita bodega del siglo XIX, en la que se dejó de elaborar en 1939, adaptándose a la estructura original “porque nos pareció muy lógica”, recuperando los depósitos originales cairó (azulejo vitrificado) y de cemento, cubierto ahora de epoxi. Siete vinos para unas 70.000 botellas, Aspriu, vinos de pago, rosado y tinto de Sumoll, Ruprestri y Negre Franc. A pesar de que en Penedès hay muy buenas bodegas con vinos de calidad y competitivos, parece que el consumidor no lo entiende así. Se percibe una vuelta al terruño, pero su asociación al cava es demasiado fuerte. La denominación de origen está trabajando en la marca Xarel.lo buscando una identidad propia y diferenciada. “Nuestra historia de vinos tranquilos es reciente, pero somos optimistas con respecto a nuestro futuro. Los viticultores pequeños hemos dado un empujón. Hay que distinguir los vinos monovarietales, mezclando se pierde tipicidad. Esa sería mi propuesta”, asegura Ramón. Tiempo al tiempo. Caras del poliedro Pla i Báges es una pequeña denominación con diez bodegas, la mayoría familiares. Solergibert es una de ellas. Representa la suave transición marcada por la historia. Desde 1760, año en que llegó el primer Solergibert a Artés, han pasado diez generaciones. Se asentaron en el centro del pueblo, como la gran mayoría, para elaborar su vino para consumo. Durante más de un siglo han vinificado en las dependencias de la casa-bodega como lo hacían antes. Padre e hijo, Josep y Enric Solergibert, marcan un antes y un después. Hijo que estudia Agricultura y en vez de ser hombre de provecho decide plantar viñas en el año 1982, porque siempre tuvo “la ilusión de hacer buen vino para la zona”. Para uno de sus vinos, Pda de Acacia (1.200 botellas), trabaja con dos hectáreas de Picapoll muy vieja (1906). Un vino fermentado en madera de acacia durante cuatro meses. Ha replantado la variedad autóctona con los cuatro mejores clones de la zona marcando las cepas con los viticultores viejos del lugar. “La Picapoll es la expresión de nuestro expresionismo”. Así la define Enric. “A la Picapoll la queremos todos y nos da prestigio, pero es una zona de tintos, que son los que más se consumen”. Vende el 40% de su producción en la tienda. ¿Y el resto? “En Barcelona”. Su padre ya está jubilado y asegura que “la elaboración es mucho más sana ahora que antes. Ahora hay más calidad que cantidad, y eso es lo que hoy en día funciona. Hay que hacer marca, pero también hay que proteger al viticultor joven porque no hay. Nosotros somos vitivinicultores”. La voz de la experiencia, el eslabón de dos generaciones. Y del centro del pueblo de Artés, cara de la tradición en vías de cambio, a un paraje singular, pero no menos que el personaje que lo habita. Joan Ramón Escoda es el propietario de Celler Escoda Sanahuja, amparada en la D.O. Conca de Barberà y uno de los fundadores de la Asociación de Productores de Vinos Naturales que, con sus más y sus menos, intentan formalizar y sentar las bases de estas prácticas. Comentando algunas elaboraciones de vinos naturales cuyo resultado deja mucho que desear, opina que “no por hacer vinos naturales quiere decir que sean vinos buenos. Hay que hacer buen vino ante todo, hay que trabajar bien”. Él lo hace en ecológico desde 1997, sus viñas están junto a un bosque y sin vecinos, con tierra abandonada, así que pudo empezar con tierra sana. A partir del año 2003 se pasó a la bidonámica, “algo más complejo pero que funciona de maravilla. Es una filosofía de sanidad del vino en tierra, pero hay que pasarlo a la bodega, por eso hacemos vinos naturales, sin ningún tipo de aditivo”, cuenta. Sobre las personas a las que se les llena la boca cuando hablan de biodinámica opina que “estoy encantado de que se conozca la biodinámica, pero no tanto de que se conozca por el vino, sino por la filosofía de Rudolf Steiner. Hay gente que da muchos discursos y no la practica. Ves gente que intenta aprovecharse de ello”. Quiere hacer vino de añada, “por eso paso de regar y de muchas cosas”. Defensor de lo autóctono y lo foráneo, está en constante experimentación, “todo es prueba-error, así salen vinos particulares y únicos. Tengo crianzas de varios años en barricas que no he abierto”, asegura. Ahora está en plena faena, construyendo una bodega bajo tierra. Utiliza acero inoxidable y ánforas de barro antiguas para fermentar y criar el vino: “Transpira un poco más que el cemento, me gusta la forma, son antiguas, de 1908 traídas de La Mancha”. Pero para Joan Ramón, “lo más importante es la uva. Intento seguir las reglas antroposóficas en la medida de lo posible. Todo es un conjunto vivo en equilibrio, del mundo vegetal con el animal, porque ninguno de los dos pueden subsistir solos”. Otra cara del poliedro. Esta vez en Gandesa (Tarragona). Joan Angel Lliberia se declara garnachero, y elabora una de la garnachas más interesantes de Cataluña. Es propietario de Edetària, bodega que construyó en el año 2003. Un homenaje a la cultura mediterránea: Via Edetana fue la antigua vía romana que unía Tortosa con Zaragoza. Abandonó su profesión por el vino. Por los resultados, una acertada decisión, y por el ánimo y pasión con los que se expresa, también. Le gusta hablar de los suelos de su finca, del vall (suelos limosos, fértiles, profundos y de abundante materia orgánica, hábitat de la Syrah), del panal (duna fósil del cuarternario arenoso compacto), los còdols (canto rodados de antiguo lecho de un río donde tiene plantada la Garnacha Peluda), las tapás (textura franca y arcilloso), las tapás blanc (suelos poco profundos con fragmentos carbonatados y fertilidad nula, buen suelo para la cariñena). Trabaja con 30 hectáreas de viñedo, la mayoría de más de 50 años y con producciones por debajo de los 4.500 kg/ha. Garnacha blanca, Tinta y Peluda (en Terra Alta solo hay 10 hectáreas), conviven con las Macabeo, Viognier, Merlot, Syrah y Cabernet Sauvignon. En la bodega, pequeños depósitos de vinificación, de entre 1.000 y 9.000 litros; de ahí pasarán a las barricas de roble francés de 300 o 500 litros para la crianza. Y de esas estancias salen sus personales vinos, elegantes, cremosos y de fresca acidez. Unos vinos tan carismáticos como él. Cara y doble cara, uniformes o con aristas, cóncavos o convexos, ángulos agudos, obtusos, rectos, llanos o completos. Así son los vinos de Cataluña, y sus bodegueros. Jordi Bort Director del Institut Català de la Vinya i el Vi (Incavi) Cataluña es diversa y variada pero se desconoce fuera de Cataluña. “En España no vendemos”, me han dicho todos los bodegueros. ¿Crees que existe un fondo político detrás de esto? En Cataluña se producen muy buenos vinos, como en el resto de España, nuestro mercado natural es Cataluña y nuestras bodegas de siempre han tenido mucha inquietud exportadora. Fuera de Cataluña, cada vez más, tenemos que mantener actuaciones de promoción, debemos mantener en la retina del consumidor nuestros productos, en España hay muchas denominaciones de origen y todas tenemos ganas de vender, no pienso que exista un fondo político que impida que estemos más presentes. En el debate entre las uvas autóctonas frente a las variedades foráneas, ¿cuál es la postura del Incavi? Seguir potenciando las variedades autóctonas y las variedades que se adapten bien al territorio -mejor dicho, a los distintos territorios- que tenemos en Cataluñ. Está claro que la tipicidad de terroir se escribe mejor con las variedades que mejor se adapten; por ello y por suerte en Cataluña tenemos variedades autóctonas que están produciendo unos magníficos vinos. Grandes industrias frente a pequeños proyectos, ¿están conviviendo con normalidad? Creo que sí. El mercado aún tiene capacidad para tener más bodegas y en Cataluña conviven desde las más grandes hasta pequeños grandes proyectos. Me ha sorprendido encontrarme tantas bodegas biodinámicas y vinos naturales. ¿Tiene algo de especial Cataluña en ese sentido? Cataluña tiene una sensibilidad por estas prácticas en algunos casos de más de tres décadas, y hace que seamos muy dinámicos en este sentido. Nos ha funcionado muy bien como producto y para muchos mercados donde se valoran muchos estos vinos. ¿Cuáles son los retos del sector del vino en Cataluña? Un mejor conocimiento de nuestras zonas vinícolas en Cataluña, España y el mundo y potenciar el departamento de I+D+i. Por último, una pregunta personal. ¿Cuál es tu plato favorito para acompañar a un vino? Hay muchos, pero en el invierno los platos de cuchara, la cocina de la paciencia, guisos y cocidos.