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Brindis por la diplomacia

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  • Ana Lorente
  • 2013-11-04 10:07:34

Hay profesiones y ocasiones que requieren especialmente mantener el tipo, y hacerlo con una copa en  la mano tiene sus dificultades. Cónsules y embajadores, políticos y mandatarios de sangre azul realizan sus funciones a menudo en recepciones y banquetes donde el vino tiene un papel como catalizador de buenas relaciones, pero a veces también produce situaciones un tanto embarazosas.

En el parqué de la diplomacia es fácil resbalar: le ocurrió a la Reina de Inglaterra cuando se reunió en junio de 1992 con el presidente francés François Mitterrand en una cena de gala. Lo que más llamó tanto la atención de la prensa no fue ningún discurso atrevido ni una falta de tacto en la política de Estado, sino la elección del vino para la cena. Para acompañar al plato principal sirvieron, como de costumbre, un vino premiado -en este caso un Château Latour de 1964–, pero solo después de la insistencia de la reina en servir con el entrante, un salmón escocés, un joven Blanc de Noirs de Chiddingstone, localidad del condado inglés de Kent. Mientras que las voces de Inglaterra hablaban de un “momento histórico para la vinicultura inglesa”, dicho vino en Francia fue vilipendiado sin piedad como un “simpático vinito sin profundidad”.

Resulta natural y lógico que para las visitas de Estado en Italia se descorchen grandes vinos italianos, al igual que en las embajadas francesas se sirven botellas del Hexágono. No así en el caso de los países con menos tradición vinicultora, que dan tema de conversación cuando apuestan por sus propios elixires. Por ejemplo en Japón, los diplomáticos que acudieron en julio de 2008 a la cumbre del G8 en Hokkaido se vieron confrontados con el sake. Hasta entonces, los japoneses habían evitado servir sake en las visitas oficiales de Estado, probablemente porque esta bebida japonesa, con sus hasta 20 grados de alcohol, emborracha muy deprisa. Helmut Kohl también dio que hablar en los años ochenta cuando empezó a deleitar en la Cancillería a sus visitas de Estado extranjeras con Pfälzer Saumagen (plato tradicional del Palatinado a base de carne de cerdo especiada), acompañado de vinos de su tierra. Hoy, por el contrario, resulta natural que en la bodega del Palacio de Bellevue, residencia oficial del presidente de Alemania, descansen vinos alemanes. Todo esto se debe a Horst Köhler, que durante su mandato como presidente de la República Federal de Alemania llegó a sustituir el grappa italiano por aguardiente de orujo alemán. Un talante bien distinto al de su sucesora, la actual mandataria alemana Angela Merkel, que en una visita a La Gomera levantó comentarios escandalizados cuando acompañó un sabroso almuerzo a base de de carne y papas con zumo de naranja. Eso pese a que en público siempre alaba los quesos, chacinas y vinos españoles.

Mas escándalo produce compartir con la princesa Letizia un almuerzo privado, informal, en el que invitaba a su séquito durante una visita su tierra natal, Asturias. En un restaurante muy típico, La Tenada, compartieron el pantagruélico menú único de la casa: pote de berzas asturiano con compango (chorizo, morcilla, jamón), adobo con patatas fritas, picadillo de matanza asturiano con patatas y huevos fritos, callos, ternera asada y cordero. Y a la hora del postre: arroz con leche de la casa, queso de La Peral con dulce de membrillo, requesón con miel y tarta casera de frixuelos, que son las tortitas o crêpes asturianos. El café y las bebidas estaban incluidos, pero la princesa, que probó todos los platos, no tomó ni un culín de vino o de sidra.

La diplomacia suiza tampoco se queda atrás: el político Christophe Darbellay se irritó considerablemente cuando se enteró de que en las recepciones oficiales del Pabellón de Suiza en el marco de la Exposición Universal de Shanghái en 2010 se servían vinos españoles e italianos. Acto seguido, el Consejo Nacional solicitó por moción parlamentaria al Departamento de Asuntos Exteriores que en las recepciones de las embajadas suizas, siempre que fuera logísticamente posible, se sirvieran exclusivamente vinos helvéticos. Y lo consiguió.

Y como muestra de patriotismo en la copa, España ha vivido un par de ejemplos de los dos últimos presidentes del Gobierno del Partido Popular. Siendo ya ex-presidente, José María Aznar acudió a Valladolid -donde le concedían la Medalla de Honor de la Academia del Vino de Castilla y León- y allí aprovechó para criticar lo que calificó de prohibicionismo del Gobierno socialista, lo que denominó “ley contra el vino“. Se refirió concretamente a las campañas de la Dirección General de Tráfico, con el lema No podemos conducir por ti: “Yo siempre pienso: ¿y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí? Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie ni hago daño a los demás“. Un rapto de libertad personal mientras calificaba el vino como “un patrimonio de orgullo para todos los españoles“.

Otro tanto añadía Rajoy en Castilla-La Mancha cuando presentó como candidata a la actual presidenta de la Junta. Su defensa del vino se centraba en los valores dietéticos: “La ley distingue el vino como un alimento de la dieta mediterránea y recomienda su uso moderado y saludable [...] Estamos aquí para recordarle al Gobierno que tiene que cumplir la ley“. Y terminó con un vibrante “viva el vino, la moderación y el sentido común”. Incomprensiblemente, en su mandato ha permitido que el vino pierda su lugar en la pirámide nutricional, la iconografía de la alimentación mediterránea ideal.


Ahorrar también en el vino

Una meta importante a la hora de elaborar la selección de vinos para los actos diplomáticos es mejorar la imagen del sector patrio. Pero no a cualquier precio. Porque la opinión pública no apreciaría que los círculos de la política, que hablan constantemente de crisis económica, se excluyeran a sí mismos de los recortes. Una vez más, fue la Reina de Inglaterra la que metió la pata: en un banquete oficial para el presidente de Estados Unidos Barack Obama hizo servir un Romanée-Conti Echézeaux Grand Cru 1991 para acompañar el asado de cordero lechal con albahaca. En total, se descorcharon 54 botellas. La factura de vino de aquella velada ascendió a casi 65.000 euros –pagados por los contribuyentes–. No nos sorprende que a muchos comentadores ingleses no les pareciera divertido. En lo sucesivo, la bodega estatal británica deberá autofinanciarse. En el número 10 de Downing Street duermen vinos por valor de más de dos millones de euros, entre ellos raras añadas de Pétrus y Latour, pero hasta finales de 2015 hay que ahorrar 81.000 millones de libras en el Presupuesto Nacional, por lo que deberá venderse gran parte de este contingente, aunque una parte de lo recaudado servirá para financiar nuevas adquisiciones. El que no habría tenido ningún problema con un descenso del presupuesto para vinos es Tony Blair, el antiguo primer ministro. Durante una excursión en helicóptero con motivo de la cumbre del G8 en 2007 en Heiligendamm, en el picnic le ofrecieron una copa de champán. Su respuesta fue: “No gracias, una cerveza, por favor”. Por suerte, la empresa de restauración estaba bien equipada.

Volviendo a España, Gerald Ford retrataba cómo en materia de vino también se reflejaba “el abandono tradicional de los españoles y la manera que tienen de hacer las cosas“. Cuenta que uno de los más distinguidos entre los aristócratas por su jerarquía, por sus posesiones y su talento, el marqués de Santa Cruz, cenaba una noche en Madrid con un embajador extranjero que se tomaba mucho trabajo para conseguir buen vino (Valdepeñas), enviando a buscarlo personas de confianza y barriles en condiciones. “En cuanto el marqués se llevó a los labios la copa, exclamó: ‘¡Magnífico vino! ¿Cómo se las arregla usted para comprarlo en Madrid?”. “Me lo envía -replicó el embajador- su administrador [de usted] en Valdepeñas y tendré mucho gusto en procurarle a usted un poco”.

“Hoy por hoy, políticos y grandes empresarios ya no beben más caro que el resto de nuestros clientes”, observa Bardhyl Coli, director del hotel Waldhotel Davos, donde se hospedó durante el la flor y nata de la política y las finanzas. “Aunque por sus muchos viajes al extranjero estos señores y señoras tienen un horizonte respetable en lo que se refiere al vino -sigue diciendo Coli-, generalmente prefieren pedir un vino del país anfitrión que una botella cara. En el caso de los asistentes de origen árabe al Foro Económico Mundial, el vino ni se comenta: como la fe islámica prohíbe el consumo de alcohol, antes de que lleguen se rellena su minibar de zumos de fruta”.

Riesling en México D.F., Tempranillo en Canberra… ¿quién compra el vino para las representaciones diplomáticas en el extranjero y cómo se transporta hasta allí? “Nuestros colaboradores destinados en el extranjero, por lo general, realizan personalmente sus pedidos de vinos”, comenta el portavoz del Departamento de Asuntos Exteriores en Berna, Stefan von Below. Un dato asombroso es que los diplomáticos suizos primero pagan sus vinos de su bolsillo, y solo tras haberse consumido las botellas se les restituyen los posibles gastos de adquisición y transporte. “O bien compran el vino en Suiza antes de ser destinados al extranjero y se les envía con el resto de su mudanza al nuevo lugar de trabajo -continúa von Below- o bien lo encargan desde el extranjero y se les envía a su destino”.


Energía criminal

Lástima que no todos los embajadores sean capaces de enarbolar tan alta la bandera del honor en nombre de su país. Hace poco más de dos años, el cónsul general de Hong-Kong fue suspendido de su cargo por haberse llevado de un club privado dos botellas de vino por valor de casi cinco mil euros al cambio. Aún peor se portó el embajador de Turquía en el Consejo Europeo de Estrasburgo: cuando lo retiraron de su puesto para devolverlo a su país, el diplomático robó nada menos que dos mil botellas. Gracias a la valija diplomática, nadie controló sus enseres de regreso a casa. La lista de los diplomáticos criminales aún se alarga hasta dos funcionarios consulares suizos que hace ya más de diez años tuvieron que comparecer ante los tribunales por haber importado ilegalmente a Arabia Saudí más de 9.000 botellas de destilados, 3.000 botellas de champán y casi 21.000 latas de cerveza para venderlas en el mercado negro.

De modo que el alcohol puede causar muchos dolores de cabeza al mundo diplomático. Pero prescindir del vino tampoco es solución. Es una lección que aprendió Nicolas Sarkozy después de aparecer en un vídeo de YouTube ante la prensa, supuestamente embriagado, durante la cumbre del G8 en Heiligendamm. Sarkozy comentó acerca del periodista belga autor del reproche: “Conozco el sentido del humor de nuestros amigos belgas, pero no he bebido en toda mi vida ni una gota de alcohol.” Por muy diplomática que parezca esta afirmación, cayó muy mal al casi millón de personas que en Francia viven del negocio del vino. Y, con toda seguridad, al expresidente le costó bastantes votos.

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