- Redacción
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- 2015-03-03 10:25:47
La región vinícola de Lisboa, al noroeste de la capital, a orillas del Atlántico, llama la atención por sus vinos frescos y naturalmente ligeros. Junto a los grandes productores, se están instalando allí cada vez más productores pequeños, con un concepto radical de calidad y terruño.
Texto: Benjamin Herzog / Fotos: Heinz Hebeisen
Un viaje estival a Lisboa puede convertirse fácilmente en una tortura. Por muy bonita y singular que sea la luz a estas horas a orillas del Tajo y en las callejuelas de la metrópoli, cuando el termómetro ya no baja de 20 grados ni de noche la cosa se pone fea. Por eso, la Oficina de Turismo suele recomendar a los turistas una excursión a Sintra. El viaje en tren a esta pequeña y romántica ciudad de la costa atlántica apenas dura 40 minutos y, una vez allí, la gente se refresca y descansa como viene haciéndolo desde hace siglos. Y no nos referimos a los baños de mar, pues el Atlántico es salvaje. A un tiro de piedra de allí, en Nazaré, los surfistas cabalgan sobre las olas más grandes de Europa. Y es que en la romántica Sintra la gente no se baña, pues es suficiente un paseo por los misteriosos jardines y palacios de cuento de hadas para olvidar el estrés y el calor de la gran ciudad. La delicada y refrescante niebla, que con frecuencia acaricia las casas como jirones de humo, ha inspirado a más de un poeta. El clima y el ambiente de este lugar son únicos.
El barón Bodo von Bruemmer es una celebridad en Sintra, especialmente desde que en el año 2007 decidió hacerse vinicultor. Tenía entonces 97 años y posiblemente fuera el vinicultor más añejo de Portugal. Von Bruemmer tiene raíces en Alemania, es ciudadano suizo y vive en Sintra desde la década de 1960. Entonces decidió trasladarse a Portugal porque quería que sus últimos días fueran felices, pues los médicos le habían diagnosticado cáncer de páncreas y le daban dos años de vida, como mucho. “Y seguimos aquí sentados”, dice ahora socarrón, a sus 103 años, y relata la historia de su amor por esta tierra, de la que se enamoró en el mismo instante en que llegó por vez primera, aun antes de haber puesto pie en tierra, ya desde la escalerilla del avión. Dice que no puede creerse lo que han logrado con su joven equipo en los últimos siete años. “Sé que no voy a vivir eternamente, así que hay que hacerlo todo un poco más deprisa”, afirma con guasa en la voz. Porque Von Bruemmer parece hacer intuitivamente las cosas bien y sin precipitarse, para producir aquí, en Casal Sta. Maria, donde ya no crecían uvas desde 1906, unos vinos tan frescos como refrescantes, al hilo de los tiempos. El que fuera banquero privado no toma sus decisiones ni de manera racional ni por corazonadas, va variando. Si surge una cuestión importante, como por ejemplo en lo que respecta al viñedo o la bodega, saca su pequeño péndulo de metal colgado de un cordón rojo, lo sostiene sobre la palma de su mano y toma su decisión guiándose por los movimientos del péndulo. Sorprende la espiritualidad de Bodo von Bruemmer y sus afirmaciones suelen estar muy pensadas, tanto que se podrían publicar sin cambiar ni una coma: “Hemos hecho un mal uso de la naturaleza durante 200 años, y ahora es el momento de acercarnos a ella rogando, no exigiendo, ¡rogando!”, insiste al despedirse y nos recomienda que nos pongamos la chaqueta, aunque solo sea hasta el coche. “Si no, pillarán un resfriado, fuera hace frío.”
No puede ser casualidad que la finca del barón Von Bruemmer, y con ello sus cepas, estén justo en la pequeña subregión lisboeta de Colares, posiblemente la región vinícola más occidental de Europa. Y aunque Von Bruemmer se asombre del éxito de sus vinos, sabe que los vinos de Colares –sobre todo el Remisco tinto de vigorosos taninos y el blanco de Malvasía– tuvieron antaño fama mundial como vinos de los reyes. Pero de esto hace mucho. Hoy, la región vive más de su mito que de la calidad de sus vinos. Y tampoco es que en las últimas décadas se cultivara mucha vid en las colinas arenosas de Colares, pues los edificios de lujo habían ido desplazando a los viñedos. Así pues, ya era hora de que un idealista como Von Bruemmer se responsabilizara de este legado y centrara el foco de atención sobre esta región con vinos atlánticos de una calidad inaudita.
El fin de las fábricas de vino
Casal Sta. Maria solo es uno de los muchos proyectos de la región de Lisboa cuya historia no tiene más de 10 años. Esta región vinícola se denomina Lisboa solo desde 2008, antes se llamaba Estremadura, nombre de la provincia geográfica. En lo que respecta a la vinicultura, la imagen de esta zona no es precisamente la mejor. Los portugueses la recuerdan como una fábrica de vino para atender a la demanda de las colonias portuguesas. Antiguas colonias como Angola, Brasil o Macao hoy son importantes mercados para las grandes empresas, que aún producen la mayor parte del vino de Lisboa.
Las bodegas más relevantes desde el punto de vista del volumen de producción son Casa Santos Lima y DFJ vinhos, que juntas embotellan alrededor de un 70 por ciento de los vinos de la región de Lisboa. Santos Lima compra uva de 300 hectáreas y DFJ, de 200 hectáreas. Estas dos empresas no solo tienen en común su tamaño y su historia, relativamente larga para esta región (ambas comenzaron la venta de vino embotellado a mediados de los noventa del siglo pasado), sino también su concepto: producen vinos asequibles para el mercado internacional.
José Neiva Correia es el propietario de DFJ y durante muchos años fue enólogo asesor en Casa Santos Lima. Se oye mencionar su nombre una y otra vez. Dicen que fue él quien hizo avanzar la región, el que introdujo nuevos métodos y, para algunos vinicultores, fue el que les motivó a empezar con la vinicultura. José Neiva Correia es un vinicultor hecho y derecho, que sabe perfectamente lo que necesita el mercado internacional. Lo encontramos en la sede central de DFJ, Quinta da Fonte Bela, nombre que hace referencia a una hermosa fuente que había en el patio del recinto. Ahora la fuente, seca, se halla en la gran sala de degustación y venta, y en el patio se ha sustituido por otra mayor y más llamativa. Catamos algunas de las innumerables etiquetas de la finca, mientras José Neiva nos explica su visión de la región, su desarrollo y su futuro. Con notable frecuencia pronuncia las palabras precio, competitividad y productividad. “El que tiene menos de 30 hectáreas en Portugal no es competitivo”, nos explica. Poco después, cuando abordamos el tema del vino ecológico, la discusión se enciende. “No podemos hacer milagros”, asevera. “En esta zona tan húmeda, pretender hacer vino ecológico solo sería posible con nuevos clones de cepas resistentes.”
Pedro Ribeiro y Caterina Vieira forman parte de la joven generación de enólogos portugueses. Él es oriundo del valle del Douro y ella de Lieira, la zona norte de Estremadura. Aunque también les pertenece la exitosa bodega Herdade do Rocim en el Alentejo, lo que les motiva a los dos como un auténtico reto parece ser el proyecto de cuatro hectáreas en Lisboa. “Hacer buen vino en el Douro o en el Alentejo es sencillo”, asegura Pedro Ribeiro. Y Caterina Vieira añade: “Pero en Lisboa, son las cepas las que nos marcan el camino.” Pedro y Caterina pertenecen al grupo de productores de la región que intenta seducir con sus vinos a los aficionados del mundo, en lugar de saciar la sed de las masas. Desde hace dos años, se esfuerzan para lograr la certificación de vino ecológico. Los vinos de Vale da Mata demuestran que esto no es un sueño, sino un plan realista. Producen un vino blanco y dos tintos, los tres cuvées que salen directamente del viñedo, es decir, una mezcla de variedades locales, muy a la manera tradicional, como ya lo hacía el abuelo de Caterina Vieira, antiguo propietario del majuelo Vale da Mata. Sobre los nuevos clones de los que hablaba José Neiva Correia, Pedro Ribero opina con sequedad: “No los necesitamos”. Los vinos de Vale da Mata resultan extremadamente armónicos, son exigentes y complejos, muy distintos a los vinos de los grandes productores. Su único vínculo con ellos es el frescor del océano.
Salir de la zona de confort
Rita Cardoso Pinto es pura actividad. Nos saludamos brevemente en la Quinta, antes de que nos siente en su Land Rover Defender blanco y arranque. Baja el empinado acceso a la Quinta hasta la carretera y luego, de repente, dobla a la izquierda por un prado, monte arriba. Rita es mujer de pocas palabras y va directa al grano: “Yo hago vino desde hace poco, no desde hace 100 años ni nada de eso, por eso me parece que hay que tomarse su tiempo. ¿Por qué iba yo a crecer al mismo ritmo que las grandes empresas de aquí? Así y todo, jamás podría atender a su mercado”. Con esta afirmación, Rita aborda un tema que echamos en falta en muchos productores de Portugal. Muchos portugueses tienen éxito, contratan a buenos enólogos y producen vinos sólidos y coherentes, pero muy pocos se atreven a dar el paso siguiente para, abandonando la zona de confort, llevar el entorno a su máxima expresión. Pero existen, y Lisboa parece ser un auténtico Eldorado para estos terruñistas.
Por ejemplo, el padre de Rita, António Cardoso Pinto, apostó desde el principio por la fermentación con levaduras naturales para resaltar mejor la expresión de sus viñedos. “Preferimos perder un tanque a apartarnos de nuestros principios”, declara Rita, y continúa contándonos que, en el primer otoño que ella entró a trabajar en la finca, su padre despidió al maestro bodeguero por inyectar un tanque con levaduras seleccionadas. No se puede ser más consecuente.
Uno de los mascarones de proa de la nueva generación de vinicultores, radical y comprometida con la naturaleza, es Pedro Marques. Hoy está en el majuelo con sus trabajadores, podando las cepas y preparándolas para la ya cercana primavera. El mar brama a solo siete kilómetros. Del océano sopla un fuerte viento que no solo influye en las cepas, sino que además mueve los aeromotores del parque eólico instalado sobre las colinas que rodean el viñedo. Pedro inició el proyecto Vale da Capucha con su familia en 2007, y en sus vinos se percibe el frescor del mar con mucha más claridad que en ningún otro vino que hayamos probado en esta región. ¿Hay alguna receta para eso? Claro que no. “Mucha gente confunde frescor con acidez, o cree que es lo mismo”, observa Pedro Marques, “pero con la acidez los enólogos pueden maniobrar en la bodega, la pueden potenciar o suavizar. El verdadero frescor, sin embargo, solo puede darlo la uva”. Lo que Pedro Marques quiere decir exactamente con frescor se entiende al catar sus vinos. Integran la omnipresente influencia del mar, el sutil aroma frutal, herbáceo y marino a la vez, del mismo modo que la estructura, que se sitúa en algún punto entre un Muscadet del Loira y un Riesling alemán.
Preguntamos a Pedro Marques cuáles son sus modelos y no duda al responder que, en los años iniciales, le impresionaban los vinos del Nuevo Mundo por su vigor y precisión. Pero ahora son algunas personas de su entorno más cercano las que lo inspiran.
Vamos juntos a visitar a Marta Soares, colega de Pedro en Casal Figueira, la persona más cordial que uno pueda imaginar. Encontramos a Marta en el bar del pueblo y vamos a pie hasta su bodega. Un hombre que pasa conduciendo una camioneta saluda con la mano, sonriendo. “Es mi mecánico”, nos explica, “me lo arregla todo; sin gente como él, yo no podría hacer vino”, reconoce Marta, cuyo marido y socio António murió de repente en 2009 durante la vendimia. Fue uno de los pioneros del cultivo biodinámico de Lisboa. También Pedro Marques había contactado con él antes de plantar sus cepas y aún hoy sigue hablando con entusiasmo de su gran competencia técnica.
Marta trabaja sobre todo con la variedad autóctona Vital, que originariamente servía para la producción en masa. En general, en esta región la tendencia actual se inclina hacia las variedades autóctonas, pero Lisboa es una de las pocas regiones vinícolas de Portugal en las que las variedades internacionales como Sauvignon Blanc, Merlot o Chardonnay están bastante extendidas.
El verdadero Portugal
António y Marta buscaron durante años la cepa más adecuada para su proyecto biodinámico. “Buscamos por todo Portugal porque pensábamos que nuestras propias variedades estarían mejor adaptadas a este entorno. En realidad, sabíamos desde el principio que terminaríamos decidiéndonos por algo de aquí mismo”, dice Marta riéndose a carcajadas. Como la Vital ya era extremadamente escasa y, por tanto, las plantaciones poco productivas eran raras, optaron por trabajar con proveedores de uva. Encontraron personas mayores que llevaban viviendo en medio de sus empinados majuelos toda la vida y que vendían sus uvas, entre ellas también de la variedad Vital. Asombrados, le preguntamos a Marta si les había enseñado ella el cultivo biodinámico. Pero ella hace un gesto negativo con la mano: “Son portugueses ya viejos, no se les puede cambiar tan drásticamente; pero también son ahorradores y seguro que no emplean plaguicidas si no es absolutamente imprescindible”.
Marta paga a sus proveedores cuatro veces más que las cooperativas y los grandes productores, e incluso cuando en 2014 decidió no vendimiar, las familias cobraron. “El vino es la expresión de las personas que lo hacen”, sostiene Marta con melancolía. “Este es el verdadero Portugal, nuestra cultura, y me interesa mucho más que cualquier otro concepto, aunque sea el biodinámico.”
Entrar en la ciudad
Ni en las cartas de vinos de los restaurantes de Lisboa ni en los escaparates de las innumerables garrafeiras, las tiendas de vinos tradicionales, se suele poder encontrar una buena selección de botellas de la región de Lisboa. Se pueden descubrir vinos de Oporto, del Alentejo y del Douro, pero en las mentes de los lugareños, el vino de la propia región aún no parece lo bastante bueno como para recomendarlo. Y si uno pregunta expresamente por vinos de Lisboa, sí tienen, pero generalmente solo productos de las grandes bodegas. Visto desde fuera, es asombroso que la ciudad de Lisboa, que –por cierto– consume inmensas cantidades de otros productos agrícolas de Estremadura, bebe muy pocos vinos propios de calidad.
Algunos pequeños y medianos productores han empezado a unir fuerzas en los últimos años para lograr más presencia, también en la ciudad de Lisboa. Así surgió, por ejemplo, el grupo Lisbon Family Vineyards, compuesto por Quinta de Chocapalha, Quinta Sant’Ana y Quinta do Monte d’Oiro. La Quinta de Chocapalha pertenece a la familia Tavares da Silva. La propietaria, Alicia da Silva, es oriunda de Suiza, y su hija es la famosa enóloga del Douro Sandra Tavares da Silva. James Frost de Quinta de Sant’Ana es inglés, su mujer Anne es alemana y sus siete hijos se han criado trilingües. Por último, el fundador de la Quinta do Monte d’Oiro, José Bento dos Santos, trabajó en el comercio internacional de materias primas y está considerado como uno de los mayores expertos portugueses en gastronomía. Nos encontramos con ellos para cenar en el restaurante Casta 85 en Alenquer, una pequeña localidad rural a más de 40 minutos de coche al norte de Lisboa. El joven cocinero João Simões hace magia para nosotros con sus guisos clásicos portugueses en platos que ha desarrollado y modernizado según su propio criterio. Hace pocos meses aún trabajaba en Lisboa, ahora ha vuelto a su patria chica, Alenquer. Su carta de vinos es sorprendente desde el primer momento: Lisboa en la primera página y, muchas páginas después, le siguen vinos del Douro, Alentejo y el resto del mundo. Pronto esto será lo normal también en los restaurantes de Lisboa, estamos seguros de ello.
Las catas de nuestro viaje
Casal Figueira
António 2013
Vinificado con la variedad blanca autóctona Vital. Aromática natural de frutas con hueso claras, piña y nueces, tremendamente complejo. Perfecto equilibrio entre acidez y brillo. En el final, una agradable y fresca salinidad.
Casal Sta. Maria
Sauvignon Blanc 2013
Las variedades internacionales permiten una comparación en esta región. Es un Sauvignon Blanc ligero, crujiente y con frescor salino, muy alejado de la frutalidad importuna.
Quinta da Murta
Rosé Extra Brut 2011
Este vino espumoso de color rosado intenso se vinifica siguiendo el método tradicional con cien por cien Touriga Nacional. Posee la típica frutalidad de la Touriga con flores. Perlado fino, buen paso de boca.
Quinta da Serradinha
Serradinha Branco 2013
Una de las más antiguas bodegas ecológicas de la región. En nariz es intenso y en el paladar, ligero y equilibrado. Transporta los aromas cítricos junto a los de nueces, la acidez junto al brillo.
Quinta de Chocapalha
CH 2011
Un poco al interior, protegidos de los vientos del mar, en Lisboa surgen también vinos tintos superiores. Bayas maduras rojas y negras, taninos robustos y una jugosa estructura ácida. Largo final.
Quinta do Lagar Novo
5a 2013
El primer blanco de esta finca pasa nada menos que ocho meses sobre levaduras finas. En nariz, aromas cítricos y frutas con hueso claras; en el palada,r fresco pero sin acidez marcada: el prototipo de un vino de la costa.
Quinta do Montalto
Medieval de Ourem 2013
Una especialidad local hecha con uvas blancas y tintas, que se mezclan durante la fermentación. Un vino complejo, con especiado de bayas e increíblemente seco. Excelente acompañamiento para una comida.
Quinta do Monte d’Oiro
Madrigal 2012
Viognier cien por cien. En nariz, albaricoques y ciruelas amarillas maduras, también notas cítricas y cálido especiado. Lleno en boca, pero aun así elegante, gracias a la característica estructura de acidez y mineralidad propia de la región. Presente y largo.
Quinta do Paço
Humus Fernão Pires 2013
La variedad Fernão Pires, por lo general, tiende a dar vinos demasiado alcohólicos y grasos, ¡pero no en Lisboa! Nueces, resina y frutas con hueso en la nariz; en el paladar, ligero, yodado y umami, con una acidez tremendamente madura.
Quinta do Pinto
Lasso Colheita Seleccionada 2013
Ensamblaje de Fernão Pires y Arinto. Pedernal, pera madura y frutas de hueso en la nariz. Bastante pleno en boca, pero aun así fresco. El típico vino blanco moderno de la región de Lisboa.
Vale da Capucha
Pynga Selection 2012
Un milagro en cuanto a la relación calidad-precio. Frutas maduras y hierbas aromáticas secas en la nariz, ligero y fresco en el paladar. Buena estructura ácida, final salino y jugoso.
Vale da Mata
Reserva 2010
En las frescas regiones atlánticas, los tintos convincentes son raros, pero este vino convence por su frutalidad madura y sus elegantes aromas tostados. En boca, aunque es vigoroso y complejo, también resulta fresco y persistente.