- Redacción
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- 2015-07-22 14:10:51
En la meseta castellana, la sensación de amplitud que invade al viajero solo es comparable con los paisajes de las roadmovies estadounidenses. Y al borde del camino maduran cada vez más grandes vinos con personalidad propia, alejados del estilo homogéneo que durante demasiado tiempo se ha venido practicando en Rueda, Ribera del Duero o Toro.
Texto: Thomas Vaterlaus / Fotos: Heinz Hebeisen
Al principio, es igual que en todas partes. Partiendo del aeropuerto de Madrid-Barajas en dirección norte, primero se ve el entramado de aglomeraciones urbanas, los nudos de carreteras, ciudades dormitorio, guetos de viviendas de lujo típicos de Europa Occidental y esos edificios de oficinas a medio construir, abandonados debido a la crisis, pudriéndose al sol. Pero después, a más tardar pasado Segovia por la carretera hacia Valladolid, el paisaje se va vaciando y la chatarra de la civilización va quedando atrás para desaparecer por completo. Allí sigue siendo posible circular a 80 kilómetros por hora durante quince minutos sin cruzarse con ningún otro coche ni ver casa alguna. Hasta el teléfono deja de sonar, porque no hay cobertura. El pulso se desacelera y uno se siente casi tan libre como Peter Fonda y Dennis Hopper en la película de culto Easy Rider, en la que la autopista vacía los anima a realizar malabarismos acrobáticos sobre sus Harleys. Es la España de la que el escritor neerlandés Cees Nooteboom dice que, con sus interminables paisajes desérticos parece un continente propio, pegado a Europa pero sin ser Europa… En fin, en esta tierra el viajero se vuelve filósofo. Pero aun después de horas de discusión, no se sabe si este gran vacío es desolador o liberador, benéfico o angustioso... o, posiblemente, todo a la vez.
El maridaje perfecto
Los pueblos, construidos con piedra de color tierra, apenas se distinguen de su entorno. Y aunque la densidad de población no es ni mucho menos demasiado alta, y habiendo espacio más que suficiente, las casas se apretujan unas con otras. Como si los castellanos tuvieran miedo de la gran amplitud que los rodea y buscaran la cercanía de sus congéneres. El viajero que llegue al anochecer a uno de los pueblos de la meseta, muchos de ellos a 800 metros de altitud, en los que después de ponerse el sol, aunque ya sea primavera, el viento frío sopla por la calle Mayor, correrá a guarecerse en el primer mesón o asador que vea. Allí empezará la velada charlando animadamente con una copita de tinto en la mano, algunas tapas castellanas y la inimitable morcilla de Burgos, en rodajas y frita. Y luego, cuando ya ha quedado olvidada la gélida noche que arrecia en el exterior, comienza ese espectáculo culinario que solo es posible de modo perfecto en las soledades de la meseta. El punto de partida siempre es un gran horno de ladrillo, calentado a 220 grados por un fuego de madera de roble, mejor si se mantiene caliente día y noche ininterrumpidamente, para que en su interior no se forme hollín. Estos hornos están perfectamente diseñados para transformar el cordero lechal de veinte días de la raza castellana churra en una obra de arte sencilla pero genial. Un buen horno, buena carne y, naturalmente, también un buen maestro asador, esa es la santísima trinidad de un cordero lechal perfecto. Con gestos rutinarios, el maestro asador parte el animal en cuatro cuartos, los coloca con la piel hacia abajo en una fuente de barro, sazona con sal normal y mete la fuente en el horno durante una hora y media. A continuación, les da la vuelta a los cuartos y añade un poco de agua, para que la piel se ponga crujiente y bien dorada durante otra media hora. Los aficionados al cordero lechal aseguran que el mejor cuarto es el delantero izquierdo, porque los corderos siempre se apoyan en la mano izquierda para dormir, lo cual favorece la circulación. Un cordero lechal en el plato y, en la copa, un Tinto Fino o Tinta del País –como llaman aquí a la Tempranillo– quizá sea la esencia del más típico maridaje de productos españoles.
Un país vinícola se perfila
Durante décadas, la mayoría de los productores de Ribera del Duero, Toro o también Cigales prodigaron un estilo de tinto sorprendentemente homogéneo, definido por una frutalidad plena de frutillos, un buen paquete de especiado de roble, plenitud carnosa y taninos masculinos. Pues eso, unos vinos varoniles hechos por y para hombres. Solo desde hace algunos años, entre los tintos de Castilla y León están empezando a surgir cada vez más vinos individualistas, algo que en realidad se esperaría de cualquier gran región de tintos. Incluso los más acérrimos defensores de una filosofía del vino más bien borgoñona, en la que la sutileza y la elegancia desempeñan el papel principal, ahora pueden encontrar allí lo que buscan, especialmente en el Bierzo, pero también cada vez más en Ribera del Duero. Así, por ejemplo, el proyecto Domino de Atauta dirige su mirada hacia la parte más oriental de la Ribera del Duero, ya cerca de Soria –que tiene fama de ser la ciudad más fría de Castilla–, una zona durante mucho tiempo olvidada donde crecen cepas de Tinto Fino de más de 80 años de edad a alturas de mil metros sobre el mar. Las majestuosas cepas en arbusto sin injertar hunden su pie franco en el suelo arenoso que hasta hoy no ha sido atacado por la filoxera. Los vinos de pago de Dominio de Atauta, como La Mala o Llanos del Almendro, demuestran que la Tinto Fino es perfectamente capaz de producir vinos que no solo quieren impresionar por su vigor y potencia, sino más bien al contrario, revelan una asombrosa elegancia y complejidad. Son vinos que, por cierto, armonizan mucho mejor con el lechal de Castilla que los típicos vinos muy potentes y dominados por la madera.
Cambios vertiginosos
En lo que respecta al vino, hasta muy entrados los años setenta Castilla y León era una inmensa mancha blanca, con algunas ilustres excepciones. En la Ribera del Duero, mucho antes de que se creara la correspondiente D.O. en el año 1982, los vinos de Vega Sicilia gozaban de una excelente fama mundial, y también Bodegas Protos era bien conocida en toda España. En esa misma época, el carismático Alejandro Fernández (Tinto Pesquera) estaba empezando a conquistar el mundo con sus potentes vinos. En la región de vinos blancos de Rueda, donde hasta entonces se hacía un blanco ajerezado para el uso doméstico, el productor de La Rioja Marqués de Riscal vinificó la variedad Verdejo con modernas técnicas de bodega, creando ese prototipo de vino blanco español moderno, crujiente y lleno de frutalidad primaria que poco tiempo después conquistaría los mercados internacionales. Al mismo tiempo, en la región de Toro la familia Fariña demostraba que un vino de Tinta de Toro (Tempranillo) elaborado con esmero puede alcanzar perfectamente la categoría de un Ribera del Duero. Pero por lo demás, el mapa vinícola de Castilla y León estaba mayoritariamente intacto. Pero esto había de cambiar de manera casi drástica en los años y décadas siguientes. Entre 1970 y 2010, ninguna otra región vinícola de España ha progresado tanto como Castilla y León. Aún hoy siguen sumándosele facetas siempre nuevas. La evolución también demuestra que esta región dispone de un tesoro inimaginable de parcelas de viña antiquísimas, muchas de ellas con cepas centenarias, que aún no han sido descubiertas en su totalidad. Además, amplían el espectro de la región vinícola de Castilla y León los vinos robustos de Tempranillo de Cigales, pero sobre todo los vinos de categoría mundial de la variedad Mencía en el Bierzo, que crecen a tan solo unos kilómetros de la frontera con Galicia. En 2007 se registraron nada menos que dos nuevas denominaciones de origen: D.O. Arlanza, cerca de Burgos capital, y D.O. Arribes, que bordea los espectaculares meandros del río Duero a lo largo de casi ochenta kilómetros. Sobre todo en Arribes, situada en la escasamente poblada tierra de nadie entre España y Portugal, Castilla y León se muestra desde un ángulo poco conocido. Porque mientras en la mayoría de las regiones vinícolas predomina claramente una variedad determinada, generalmente la Tempranillo, o bien la Verdejo en Rueda, la D.O. Arribes se define por su diversidad de variedades, tal y como suele ser habitual en la vecina Portugal. En los áridos suelos con gran contenido de arena, granito y sobre todo pizarra, maduran vinos bien estructurados con componentes minerales de variedades tintas como Juan García, Rufete o Bruñal, pero también variedades blancas como Doña Blanca (Malvasía), Albillo, Godello o Puesta en Cruz. Incluso la variedad tinta más conocida de entre las portuguesas, la Touriga Nacional, ha logrado saltar el río fronterizo, que los portugueses llaman Douro y los españoles Duero, y nos regala en la D.O. Arribes unos vinos impresionantes, como el Tinto Roble Selección Especial de la bodega La Setera.
El concepto borgoñón de parcela
En las diferentes denominaciones de origen también cristalizan con cada vez más claridad las características específicas de las diferentes subregiones y parcelas. Así, en Ribera del Duero, junto a la pequeña localidad de Peñafiel, crecen los vinos más potentes y opulentos de la parte occidental de la región vinícola. A tan solo treinta kilómetros al este, en los alrededores del pueblo vinícola de Roa de Duero, los vinos ya presentan un frescor claramente más robusto y más mineralidad. Y en los viñedos más altos, solitarios y frescos del extremo oriental de la Ribera del Duero, en pueblos tan poco conocidos como San Esteban de Gormaz, la Tinta del País súbitamente presenta una finura insospechada… Como criterio adicional, pero de gran importancia para una clasificación detallada de la Ribera del Duero, se podría considerar la diferencia entre los suelos. En la vega, especialmente en las zonas más cercanas al río Duero, las cepas hunden sus raíces en suelos arenosos de aluvión; en la transición hacia las laderas, encontramos suelos de cal descompuesta mezclada con lodo; y en los flancos de las colinas propiamente dichos predomina la roca madre calcárea pura, blanca y reluciente. Visto así, son condiciones similares a las de la Borgoña. Las dos bodegas más famosas de Ribera del Duero, Vega Sicilia y Dominio de Pingus, hace ya tiempo que trabajan siguiendo los principios borgoñones. Así, el Alión (Vega Sicilia) y el Flor de Pingus son típicos vinos de la región, mientras que el Único (Vega Sicilia) y el Pingus ya tienen categoría de grand cru en el verdadero sentido de la palabra. El enólogo de Pingus, Peter Sisseck, recientemente ha sido nombrado presidente de una comisión especial cuya misión consiste en elaborar propuestas para seguir desarrollando la D.O. Ribera del Duero. Una de ellas podría ser la introducción de subregiones, o bien una clasificación más detallada de las parcelas. “Yo siento un gran respeto por el trabajo de Álvaro Palacios en el Priorat: ha estudiado viejos legajos y planos catastrales para poder evaluar mejor la relevancia histórica de viñedos concretos. En Ribera del Duero apenas hay documentación comparable. Además, aún son pocos los vinicultores que trabajan y piensan a la manera borgoñona. Muchos siguen invirtiendo su dinero en barricas de roble nuevo, en lugar de realizar el trabajo en el viñedo con el rigor que requiere la calidad”, asegura Sisseck. También él considera las muchas parcelas de cepas muy viejas como un capital que aún no se ha sabido aprovechar lo suficiente: “En Burdeos, por ejemplo en el Médoc, es muy difícil encontrar cepas de más de treinta años, y aquí casi todos los grandes vinos se seleccionan en viñas de más de 60”, subraya.
Ambiente muy español
Tanto las familias establecidas de antaño como los recién llegados, muy motivados, han logrado conferir a la región un perfil que treinta años atrás habría sido inimaginable. Prácticamente cada provincia presenta su propio milagro del vino, o al menos eso parece. En León, durante mucho tiempo, la variedad autóctona Prieto Picudo solo había producido vinos delgados y ácidos. Hoy, los nuevos vinos de Prieto Picudo son realmente superiores y con su fresco encanto, su estructura compleja y su agradable frescor nos ofrecen esa experiencia del vino que buscan cada vez más aficionados. Se trata de esos vinos especiales de los que apetece tomarse más de una botella. Efectivamente, quien hoy recorra el triángulo que forman Salamanca, León y Soria no solo conocerá a vinicultores carismáticos, sino también más vinos con personalidad propia por día de los que podría beber. Y descubrirá localidades como Aranda de Duero, Tordesillas o Toro. Son lugares con un carisma muy particular, casi individualista, alejado del homogéneo mainstream cultural europeo. Por ejemplo, Toro: en el Hotel Juan II, de aire castellano-burgués, desde las ventanas de las habitaciones que dan al sur se ve pasar sosegado el río Duero hacia la meseta, que allí parece infinita. Y a unos pasos de la puerta de hotel está la calle Mayor, donde las alegres gentes de esta localidad van de bar en bar. Sus diez iglesias y cinco conventos podrían hacer pensar que este municipio de diez mil almas es muy temeroso de Dios. Pero lo primero que llama la atención del visitante es la contagiosa alegría de vivir que se respira. Uno de los mejores locales de la ciudad, La Viuda Rica, debe su nombre a un óleo que representa a una hermosa mujer con un vestido del siglo XVIII. Aunque abotonado hasta arriba, es comprensible que ese vestido no se pudiera llevar para ir a misa –algo que a los ilustres parroquianos que se reúnen allí para tomar vino de Toro y gin-tonic no les arranca más que una leve sonrisa-. En la parte posterior del local se sirve una cocina castellana exquisitamente reinterpretada, que armoniza a la perfección con los robustos vinos de Toro. Más de un viajero que había planeado pasar una noche allí termina por quedarse algunos días más. Y eso puede ocurrir con frecuencia en estas localidades vinícolas de Castilla y León. ¿Qué mejor prueba de la renovada actividad de esta región?
Charlotte Allen
Bodegas Almaroja, DO Arribes
Diez variedades de uva, veinticinco parcelas: en el extremo más alejado de Castilla y León, a un tiro de piedra de la frontera de Portugal, la inglesa Charlotte Allen embotella unos vinos con gran personalidad.
En el pequeño municipio de Fermoselle, de 1.500 habitantes, la llaman la francesa porque durante años tuvo un coche con matrícula francesa, pero en realidad es inglesa. En su primera vida fue comerciante de vinos, luego estudió Enología en Francia. Cuando estaba buscando una finca asequible, Didier Belondrade, un amigo suyo francés que produce vino en España desde 1994, le mencionó las zonas limítrofes de Castilla, en peligro de abandono. Así que en 2007 Charlotte Allen, que ahora cuenta 44 años, se trasladó con su hijo pequeño al municipio de Fermoselle en la D.O. Arribes. Algunos campesinos ya mayores le cedieron pequeñas parcelas. Actualmente gestiona a la manera biodinámica siete hectáreas de viña y vinifica con un mínimo de intervenciones en una bodega natural de quinientos años de edad. Su Pirita Blanco es un ensamblaje de ocho variedades autóctonas que seduce por su carácter marcadamente mineral y salado. Su Pirita Tinto Crianza, lleno de temperamento y con aromas de frutillos del bosque y hierbas, reúne nada menos que diez variedades autóctonas. Desde 2009 selecciona en los años buenos una cuvée superior llamada Charlotte Allen Crianza que recuerda al Pirita por su carácter, pero presenta aún más temperamento y longitud. Charlotte Allen ha integrado en su filosofía muchos elementos del movimiento por el vino natural sin dejarse impresionar por el fundamentalismo de los “talibanes del orange wine”. Su lema es: “Yo voy a lo mío”.
www.almaroja.com
Raúl Pérez
Bodegas Estefania, DO Bierzo
Raúl Pérez, de 43 años, ha crecido con la variedad Mencía. Es un multitalento que está detrás de más proyectos de los que es posible abarcar, y además un garante de vinos absolutamente superiores.
“Niño prodigio”, “multitalento”, “mago” –resulta verdaderamente difícil expresar con palabras la capacidad de trabajo de este hombre-. Su familia está estrechamente ligada a la variedad Mencía desde 1752. Ya su padre gestionaba nada menos que 75 hectáreas de viña en un tiempo en que la región del Bierzo se hallaba en una crisis existencial ya está superada, gracias en gran medida a esa nueva generación de vinicultores entre cuyos representantes más brillantes se cuenta, obviamente, Raúl Pérez. Sus selecciones de vinos de pago, entre los que destaca el raro Ultreia de Valtuille -de cepas centenarias, vinificado con el raspón y macerado hasta noventa días sobre lías antes de prensarlo- muestra la categoría tan singular de la Mencía de cepas viejísimas sobre suelos áridos. Además de sus proyectos propios, también es responsable desde hace más de diez años del Proyecto Tilenus de Bodegas Estefanía, que también trabaja con cepas viejas de Mencía en no menos de cuarenta hectáreas. Grandes vinos como el Pagos de Posada o el Pieros, con marcadas notas minerales que recuerdan al grafito y la piedra mojada, transportados por una acidez notablemente presente, están entre lo mejor de lo que hoy se produce en el Bierzo. Pérez también fue uno de los impulsores de la variedad Prieto Picudo, que crece cerca de la ciudad de León. La selección Clan 15 (de Charco Las Ánimas) es un buen ejemplo de Prieto Picudo de concepción moderna sin perder la finura característica de esta variedad.
www.tilenus.com
Enrique Concejo
Concejo Bodega & Hospedería,
DO Cigales
Aunque está situada a solo unos kilómetros de Ribera del Duero, la D.O. Cigales sigue viviendo una existencia gris y olvidada. Y eso que merecería mejor fortuna, como demuestran los vinos de Enrique Concejo, un vinicultor que también gestiona un hotel de primera categoría.
Durante mucho tiempo, Cigales fue el bastión del rosado. Es cierto que en los bares de tapas de Valladolid aún hoy se bebe mucho rosado de Cigales para acompañar los aperitivos. Y es que cuando un rosado es tan vigoroso, rectilíneo, jugoso y fresco como el Carredueñas Rosado de Enrique Pilcar, siempre será mejor –tanto para el aperitivo como para acompañar la comida– que los vinos mainstream de la variedad Tinto Fino, a menudo ásperos y vinificados sin ganas. La pasión por el rosado de Enrique Concejo, de 41 años, se traduce en nada menos que tres variantes: hace también un Rosado Dolce y un Rosado Prestige elaborado en barricas usadas sobre levaduras finas durante algunos meses. Hace tres generaciones que la familia Concejo se dedica a la vinicultura en un pueblo vinícola de 700 habitantes, Valoria la Buena. Enrique se hizo cargo de la empresa en 1998 y hoy gestiona 25 hectáreas de viña, todas plantadas de Tempranillo. Su orgullo es el Viña Concejo Tinto, un monovarietal de Tinto Fino con 25 meses de crianza en barricas de roble francés y americano vinificado con el máximo esmero. Así surge un vino carnoso con estructuras claras, pero también fresco, que acompaña maravillosamente los platos de carne clásicos. Entre 2005 y 2010, Enrique Concejo y su mujer, Olga, han reformado un palacete del siglo XV, sencillo pero bien proporcionado, para transformarlo en un acogedor hotel-boutique decorado con excelente gusto. En el restaurante está al mando de la cocina el cuñado de Enrique. Una cosa es segura: el que vaya a Cigales y quede al cuidado de la familia Concejo no olvidará nunca este lugar, y es muy probable que vuelva pronto…
www.concejohospederia.com
Marcos Eguren
Teso La Monja,
DO Toro
La familia Eguren ya había demostrado su magia en Rioja antes de llegar a Toro, donde Marcos Eguren se estrenó con el Proyecto Numanthia. Ahora con Teso La Monja va un paso más allá.
Parece como si todo lo que tocara Marcos Eguren, el cerebro filosófico de esta dinastía vinícola de La Rioja, se convirtiera en oro. Después de haber elevado el listón de la Rioja con vinos como Finca El Bosque o La Nieta, la familia emprendió la tarea de sacarle el máximo partido a la Tinta de Toro. Con algunos socios, en 1998 iniciaron en Toro el Proyecto Numanthia y sus vinos pronto alcanzaron excelentes valoraciones internacionales. En 2008, en el momento álgido de su temprana fama, vendieron Numanthia al consorcio de artículos de lujo LVMH y la familia Eguren fundó su propio proyecto en Valdefinjas. Situada a unos cientos de metros de Numanthia, la bodega Teso La Monja está inspirada en la clásica finca rural castellana con patio interior. Para el proyecto de Teso La Monja, los Eguren buscaron especialmente parcelas con cepas de pie franco orientadas al norte y las encontraron en la subregión de Valmediano. Allí maduran las uvas para la selección superior Alabaster en un terruño cuyos suelos cambian de estructura una y otra vez en un espacio mínimo. Sobre lodo rojo, la Tinta de Toro desarrolla mucha estructura y volumen, sobre grava presenta mineralidad y en la arena se expande especialmente la frutalidad y la acidez. Y la orientación norte ayuda a paliar el problema principal de los vinos de Toro: el hecho de que las uvas presentan unos niveles de azúcar demasiado elevados antes de que los taninos estén plenamente madurados. Ya el Alabaster es un vino sencillamente perfecto, marcado por una elegante mineralidad. Y a pesar de su derrochadora plenitud, finalmente es la claridad de su estructura la que define a este gran vino. El aún más singular Teso La Monja, del que se embotellan como mucho 850 botellas y que en el mercado –si es que está disponible– se vende por alrededor de 1.000 euros, realiza la fermentación maloláctica en el legendario huevo de roble de Taransaud. Las uvas proceden de un viñedo de 1,8 hectáreas cerca del municipio de Toro cuya localización exacta es secreta.
Lo único que se sabe es que las cepas, de más de cien años de edad, crecen sobre un suelo extremadamente calcáreo.
www.eguren.com
Eulogio Calleja
Bodegas Naia,
DO Rueda
Las viñas de Verdejo en Rueda pueden aportar a sus vinos mucho más que fruta fresca. Eulogio Calleja, enólogo de Bodegas Naia, tiene varios vinos que lo demuestran. Su Naiades es una maravilla.
Para él existen la obligación y la devoción. La obligación se llama K-Naia y es un típico funny wine, elaborado con 85 por ciento de Verdejo y 15 por ciento de Sauvignon Blanc. Aromático en nariz, crujiente y rectilíneo en el paladar, buenas hechuras… pero para Eulogio Calleja no es un vino del que haya que hablar mucho. De lo que sí hay que hablar es de la devoción, que para él empieza en el Naia. Su base son las uvas Verdejo de cepas de secano de al menos 35 años de edad. Tras seis horas de contacto con los hollejos a muy baja temperatura, un 90 por ciento del zumo se fermenta en tanques de acero y el 10 por ciento restante, en roble Taransaud. A continuación, el vino madura cuatro meses sobre levaduras finas con bâtonnage a intervalos regulares. El resultado es un vino con aromas de hierbas, anís, nueces, sal y cítricos. En boca este vino, que alcanza su momento óptimo tan solo un año después de su embotellado, se presenta densamente entretejido, con una acidez deliciosamente jugosa. Con su Naiades, Eulogio Calleja nos muestra lo que realmente puede dar de sí la Verdejo en Rueda cuando no se busca el dinero fácil sino la mejor calidad posible. Las uvas proceden de cepas centenarias de pie franco que crecen sobre una mezcla de cantos de río y arena en un viñedo que en Rueda goza de la fama de un grand cru. Las uvas vendimiadas se guardan primero durante unas 30 horas en un almacén frigorífico. Después del prensado, el zumo de uva se mantiene sobre los hollejos durante doce horas, antes de fermentarlo en barricas Taransaud, para luego pasar a una crianza de siete meses. El resultado es un vino altamente complejo, pero en cuya aromática se siguen percibiendo las típicas notas de Verdejo, como cítricos, anís e hinojo, transportadas por aromas de flores, mazapán y un sutil deje especiado. En el paladar, este vino inusual se muestra perfectamente equilibrado, pero todavía seductoramente fresco. El Naiades necesita tiempo para explayarse. Actualmente la añada de 2009 se presenta en plena forma.
www.bodegasnaia.com
Goyo García Viadero
Bodegas Goyo García Viadero,
DO Ribera del Duero
Menos maduración, menos extracción, menos madera: esta es la filosofía de Goyo García Viadero. El resultado son vinos que no tienen nada que ver con el mainstream de la Ribera del Duero.
¿De verdad que esto es un Ribera del Duero? Más de un aficionado se lo habrá preguntado al probar un Finca El Peruco. Muchas hierbas aromáticas, zarzamoras, incluso un toque animal… pero, sobre todo, ya en la nariz revela algo de su frescor impetuoso y algo salvaje. Ahora está disponible la añada 2011, que recomendamos decantar. Porque entonces ocurre: con suficiente aireación, muestra una finura que recuerda a la borgoñona en el mejor sentido. Goyo García Viadero no es un desconocido en Ribera del Duero, pues procede de aquella familia de hoteleros de Burgos que en los ochenta fundó la Bodega Valduero. Para su proyecto, Goyo decidió ir por otro camino: describe su filosofía como naturally friendly and authentic, que significa que sus vinos se fermentan con levaduras naturales y se embotellan con un mínimo absoluto de manipulación. Durante la vinificación no se añade azufre alguno, pero la maceración es muy larga, casi tres meses, a diferencia de la crianza, solo 16 meses y exclusivamente en barricas usadas. La uva crece en la parte septentrional de la Ribera del Duero, cerca de Olmedillo de Roa, a casi 900 metros. La edad media de las cepas está por encima de los 80 años. La razón de que el vino resulte tan fresco podría ser que con las uvas de Tinto Fino se fermenta también un pequeñísimo porcentaje de la variedad blanca Albillo, una tradición con la que han roto deliberadamente otros vinicultores superiores. Por su estilo, estos vinos están a muchas millas de distancia de lo que se espera cuando en la etiqueta pone Ribera del Duero. Pero no importa, porque Goyo García Viadero saca al mercado cantidades mínimas –menos de 2.000 botellas– de sus tan agradables vinos de pago.
goyoviadero@gmail.com
Donde habita el silencio
Hay que estar preparado para el silencio cuando se reserva una habitación en el que hoy por hoy es uno de los más exclusivos hoteles entre viñas de España. Hay que estar dispuesto al recogimiento, al hedonismo, al encuentro con uno mismo. Muros robustos aíslan el tiempo. Ventanas discretas regalan postales de viña. Amplias celdas donde se recrea un lujo sobrio.
Texto: Sara Cucala
La Ribera del Duero bajo el plomizo sol de verano es un largo camino de viñas incipientes y paisajes de desierto. Monotonía candente en ocasiones y sorprendente en otras, como cuando te aproximas a la finca de Abadía Retuerta y comienzas a ver un nudo verde de árboles frondosos sombreando la bodega que hoy produce algunos de los mejores vinos de esta tierra. Así es: a un lado la bodega y al otro, LeDomaine, la vieja abadía convertida en uno de los más exclusivos hoteles del país.
Bastan tres minutos para dejarse llevar a otro tiempo. Tan solo tres minutos son los que se puede tardar desde que entras por la puerta de la abadía, recorres los desnudos pasillos -¿quién quiere adornos en un minimalismo divino?-; abres la puerta de la habitación y comienzas a escuchar el son del silencio.
Una amplia cama. Un baño para perderse en el placer del yo. Un móvil por si quieres que alguien te encuentre. Una botella de Abadía Retuerta 2015 sobre la mesa y dos copas. Te sirves el primer vino del día y comienzas a recordar:
¡Qué tiempos aquellos en los que los devotos aristócratas cedían las tierras de su reino para construir templos divinos en la tierra! Así surgió la historia de la Abadía de Santa María de Retuerta: en 1145, Doña Mayor, hija del Conde Ansúrez –quien llegó a ser señor de Valladolid y en cuya catedral está enterrado su cuerpo-, decide donar a los monjes mostenses unas tierras y viñas para que que allí se construyera una abadía. Así se hizo, un robusto templo mezcla barroco y románico, de planta benedictina, con iglesia, claustro, refectorio, sala capitular y hospedería. La abadía sobrevivió a los tiempo napoleónicos y fue rescatada siglos más tarde para hacer de ellos lo que es hoy un Relais&Châteaux único en nuestro país, hasta tal punto que por su construcción ha sido declarada Bien de Interés Cultural.
Tras varios años de reformas, en 2012 abrió sus puertas a todo lujo: por primera vez en España se ofrecía un servicio de mayordomía. Un año más tarde ya estaba dentro de la prestigiosa cadena de Relais&Châteaux; en 2014 su restaurante recibe la primera Estrella Michelin y en 2015, el New York Times lo reconocía como “uno de los 10 hoteles en Europa que te hacen sentir como en casa”.
Tras tu encuentro en la habitación llega el momento de un segundo vino, en esta ocasión en el Jardín del Claustro. Mesas de teka, sombrillas pulcras y sombras de mañana. No existe un reloj que marque las horas, tan solo las ganas, la apetencia y la gula te llevan sin piedad por los rincones de la abadía, con la cabeza bien alta para admirar tanto arte, con el susurro en la boca por miedo a romper la monotonía del silencio. Así llega el hambre y las primeras tapas en la vinoteca. Una y otra vez se nos recuerda que esta es una casa del vino, por eso entre tapitas de temporada te puedes aventurar a disfrutar de las nuevas añadas de la bodega: Selección Especial 2011, Pago Negralada, Pago Garduña, Pago Valdebellón y Petit Verdot 2012 y Blanco LeDomaine 2014
El placer a la carta
Tras una comida ligera lo que te pide el cuerpo es perderte en El Santuario. Más de mil metros de lujuria corporal: el nuevo spa de la Abadía. Construido bajo tierra, debajo de los establos originales, era la pieza que le faltaba al hotel. El spa, el jacuzzi, aguas climatizadas… hasta un pool bar. Pero cada momento en el que uno habita en esta casa sabe que es exclusivo, diferente, único… por eso hasta para el momento de relax uno se aventura a vivir experiencias para el recuerdo. Una de ellas es lo que han llamado el Spa Sommelier. No cuento más, hay que vivirlo.
Así llegas a la puesta de sol. Como suspendida en el aire. Dándote cuenta de que tiempo se ha parado, que has olvidado el quehacer, la prisa, el estrés… Despides el sol envuelta entre los rizos de un albornoz tan pulcro como las paredes que te rodean. El relax da hambre, a las nueve tienes mesa en El Refectorio.
La temporada manda en la carta del joven chef Pablo Montero. Como en cada rincón de la abadía, aquí también lo que se pide es dejarse llevar. La elección: un menú degustación en el que la tradición, el guiño de modernidad y el respecto por la tierra de vino que lo rodea.
La noche llega con sigilo y tú te dejas meter en el embudo del tiempo, soñar más de lo debido para amanecer cuando el sol mande y dejarte llevar, de nuevo, a esa paisaje de vid que te rodea, a ese circuito de silencio del que no quieres salir.