- Redacción
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- 2018-12-13 00:00:00
La D.O. Méntrida alberga uno de los viñedos más nutridos de Garnachas en el interior del territorio peninsular. Una uva con diferentes líneas de expresión cuyo nexo de unión es la amabilidad.
A día de hoy, no hace falta decir que en los últimos años la Garnacha ha adquirido una posición de privilegio en los botelleros de multitud de hogares y restaurantes. Aquella uva poco valorada décadas atrás, destinada a alimentar nuestros graneles, ha resurgido con imponente señorío para protagonizar algunas de las páginas más brillantes de la viticultura y enología españolas. El rescate de viñas abandonadas, la aplicación de una viticultura dirigida hacia la obtención de un fruto de calidad y la correcta interpretación de sus cualidades en bodega han sido fundamentales para poder gozar con la particular expresión de una uva de singular nobleza.
Para entender el merecido reconocimiento de esta variedad es imprescindible hacer una inmersión en los vinos de la Denominación de Origen Méntrida. En esta región, ubicada al noroeste de Toledo, atravesada por río Alberche, afluente del majestuoso Tajo y salvaguardada por la sierra de Gredos en su parte oriental, se concentra un buen número de hectáreas de Garnacha plantadas en diferentes suelos, altitudes y orientaciones. El dato impresiona. El 73% del viñedo inscrito en la Denominación de Origen es Garnacha. Aunque la cifra habla por sí sola, hay que ir más allá y empaparse de las diferentes elaboraciones que allí se dan. Desde los rosados frescos y aromáticos con una marcada componente silvestre hasta los tintos fluidos, delicados y armoniosos procedentes de los viñedos más altos –850 metros– cercanos a Gredos, pasando por los elaborados a partir de majuelos más bajos –400 metros–, donde se consigue un carácter más concentrado y una mayor sensación golosa. Eso sí, todos dotados con la capacidad de hacernos disfrutar, una virtud que debería imperar en cualquier vino que se precie.
Delicioso carácter floral
Las viñas plantadas en las inmediaciones de la Sierra de San Vicente, las más altas de la región, suelen extender sus raíces en suelos de naturaleza granítica más o menos degradados, donde adquieren una presencia aromática sutil y delicada trazada por una línea floral que se ve reforzada por recuerdos de fruta roja y silvestres. Esta personalidad se consigue siempre y cuando viticultores y elaboradores trabajen conjuntamente para plasmar en el vino la pureza de una uva complicada de trabajar, pero muy agradecida en el resultado cuando se le da únicamente lo que necesita. Esto incluye unas crianzas en formatos grandes y de maderas usadas casi inapreciables para los sentidos con el fin de evitar excesos de aromas y sabores ahumados y tostados.
Atractiva frutosidad
Conforme nos acercamos a las zonas más bajas, cercanas al río Alberche, donde el relieve se torna más ondulado y se pisa un terreno arcilloso con aportes calcáreos capaz de reterner las exíguas cantidades de agua que caen a lo largo del año, obtendremos unos vinos de Garnacha con una reconocible presencia frutal. Además, la mayor exposición de los viñedos provocará un carácter más maduro y como consecuencia más goloso, sin perder el toque silvestre tan propio de las garnachas mentridanas.
No cabe la menor duda de que el patrimonio garnachero que atesora la D.O. Méntrida es único, pero hay que reconocer que además se ha trabajado muy duro en los últimos años para conseguir mostrar las diferentes caras de una uva que estaba allí mucho antes de que a todos nos diera por alabarla. Se ha luchado por extraer de ella su mejor virtud, la amabilidad de sus formas, aromas y sabores. Una virtud en alza que se está imponiendo en el mundo del vino.